SECRETARÍA DE RELACIONES EXTERIORES, Paradojas de un mundo en transición, México, 1993, 276 pp.

Para mi gusto, uno de los actos de mayor relieve académico en el campo de las relaciones internacionales, durante 1993, lo constituyó el seminario internacional sobre el tema "Paradojas de un Mundo en transición" organizado por la Secretaría de Relaciones Exteriores a través del Instituto Matías Romero de Estudios Diplomáticos, cuya Directora, Patricia Galeana, tuvo la visión y la enorme capacidad de convocatoria para reunir a una treintena de internacionalistas de todo el globo para analizar los dilemas del mundo presente. Entre otros, participaron provenientes del extranjero: James Petras, Susan Kaufman, James Barber, Ramón Tamames, Peter Smith, Alain Joxe, Anselmo Sule. De México estuvieron Modesto Seara Vázquez, Carlos Rico, Miguel Marín Bosch, Jorge Alberto Lozoya, Héctor Manuel Ezeta, Rosario Green y el que escribe. El volumen que se comenta recoge las ponencias ofrecidas sobre cinco grandes temas: I. Globalismo y regionalización; II. Integración y desintegración; III. Conflictos militares y desarme; IV. Soberanía e interdependencia, y V. Cooperación y aislacionismo.

Pese a que implica un lugar común, no podemos dejar de partir de la premisa de que desde 1989 se ha precipitado una avalancha de cambios de enorme magnitud, sin precedente en ninguna otra etapa de la historia. En su momento, la caída del Imperio Romano, la toma de Constantinopla por los turcos, las guerras napoleónicas produjeron conmociones totales en las formas de relación entre las entidades existentes, pero los sucesos que ponen fin a la Guerra Fría, al bloque soviético y a la propia Unión Soviética, ocurrieron en un sistema planetario profundamente interrelacionado, en una economía global, impulsada por espectaculares avances tecnológicos, con una pluralidad de agentes actuantes en las relaciones internacionales y con un arsenal nuclear que, por décadas, creció cualitativa y cuantitativamente de modo amenazador para la supervivencia de la especie humana. La mutación es formidable, y como los fenómenos y tendencias sociales no acontecen de manera imprevisible, en un escenario multidimensional las fuerzas encontradas y no exentas de retrocesos, así como los paradigmas tradicionales, se estrellan contra el piso; las interpretaciones difieren y, lógicamente, es difícil arribar a conclusiones que reposen en consensos venturosos. Lo que queda claro es que nunca como hoy el oficio del internacionalista tiene frente a sí un material inagotable para el análisis y la discusión. Adentrarse en ellas requiere de una mente abierta, de ojos nuevos para descubrir realidades nuevas, de actitudes humanas por encima de los prejuicios doctrinales o los dogmas científicos del pasado. Estamos seguramente todavía en una etapa que persigue la comprensión del mundo más que en aquélla cuyo fin sea definirlo o conceptualizarlo.

Sobre la mesa de debates están puestos grandes cuestionamientos. El primero es el de la soberanía del Estado, noción capital de la ciencia y de la realidad políticas que no se puede arrumbar en un museo de curiosidades conceptuales. Y, sin embargo, ha sido inmisericordemente impactada por los imperativos de la globalización. Los Estados requieren ampliar sus espacios de producción, sus mercados, y ensayan esquemas de integración ante los cuales deben ceder atributos tradicionales de soberanía, no para que el Estado deje de existir, sino para que a través de nuevas y más estrechas formas de cooperación, pueda resolver demandas internas y, paradójicamente (aquí empiezan las paradojas), aumente su capacidad de decisión y de influencia en los frentes internacionales. Prevalecen problemas que escapan, con mucho, al ámbito restringido de las fronteras nacionales: las migraciones humanas, el daño avasallador al medio ambiente, el narcotráfico, la criminalidad internacional, las epidemias. Amplias vertientes de conflicto que entre sí se cruzan y que aisladamente los Estados no están en aptitud de solucionar. Abogar por la soberanía en este contexto es, como dice el humor popular, "un sueño guajiro". De otra parte, ocurren fenómenos de una economía mundializada como la determinación del precio del valor de las monedas, las tasas de interés, los flujos de capital, el comportamiento de las bolsas de valores, el precio de las materias primas y de los productos manufacturados, que irradian sus efectos al interior de los Estados sin que sea amplio su margen de maniobra.

A diferencia de la sociedad internacional de 1945, dominada por los Estados (junto con organizaciones internacionales) coexisten actores diversos, no soberanos, con un inconmensurable potencial para actuar de frente a las formaciones estatales, para influenciarlas e incluso mediatizarlas. La lista es larga e incluye desde empresas trasnacionales, organizaciones internacionales no gubernamentales, individualidades y medios de comunicación. Piense el lector en este coctel explosivo de sujetos, de nuevos sujetos internacionales (no en un sentido jurídico) que constriñen al Estado soberano. En el caso de Chiapas, que estalla el primero de enero de 1994, lo apreciamos en carne propia. Los oponentes: El Ejército Zapatista de Liberación Nacional y el Gobierno de la República, al que le declaró la guerra el primero, fueron rodeados por un tumulto de Organizaciones No Gubernamentales, entre ellas Americas Watch y Amnistía Internacional; hubo pronunciamientos del Parlamento Europeo, del secretario de estado norteamericano, de legisladores de varios países que, incluso, enviaron representantes a la zona del conflicto; censuras en el Parlamento suizo por la utilización de aviones que vendió Suiza a México con la condición de que se utilizaran en misiones pacíficas; solicitud de aclaración semejante del gobierno norteamericano sobre el empleo de aeronaves y helicópteros que se ofrecieron al gobierno mexicano para la lucha contra el narcotráfico; además, la cobertura de los medios de comunicación fue extensísima. El Comité Internacional de la Cruz Roja fue invitado por el gobierno mexicano a entrar a la zona de las hostilidades, para que observara el cumplimiento del derecho humanitario. En el mundo, varios consulados y embajadas fueron ocupadas por personas que clamaban por el respeto de los derechos humanos. De cerca, muy de cerca, hemos vivido la internacionalización de un conflicto cuyo rumbo es, orientado en buen grado, por lo que en mi colaboración del libro llamo la: sociedad civil planetaria.

Conste que sostengo que la soberanía es válida, rige, salvo las excepciones que van precisando los Estados como autoridad sobre personas y cosas dentro del territorio, pero a veces no he resistido la tentación de explicármela a través de una metáfora de consumo personal: como un cinturón de castidad adorado en medio de un prostíbulo. Más científicamente, he tenido predilección por la presentación de Wolfang Friedman quien en su libro La nueva estructura del derecho internacional planteó desde mediados de los años sesenta una explicación funcional sobre la crisis de la soberanía. Vislumbraba al Estado en tres escenarios, el nacional, donde reina la soberanía; el trasnacional, en el que acomenten fuerzas de índole diversa y que traspasan la caparazón del Estado, y el trasnacional, en el que el Estado queda subordinado a instancias formales y fácticas superiores a él.

Cuando se habla de un nuevo orden mundial para ilustrar a la sociedad que sobreviene al colapso de la Unión Soviética y a la Guerra del Golfo Pérsico, no sólo no se hace justicia a esa realidad con la palabra orden sino que está lejos de considerar a una nueva conformación social, no estructurada, de agentes y actores diversos y polivalentes. A mí me parece fascinante este universo en expansión de los nuevos sujetos sociales internacionales y de la sociedad civil planetaria. En un plano paralelo de reflexiones, irrumpe la dualidad integración-desintegración. Salutaciones festejantes ha recibido la globalización, cuando este proceso se gesta aproximadamente desde hace un cuarto de siglo; de este modo, coincide su manifestación plena con el triunfo de un modelo económico y político. El ánimo celebratorio parece poner el acento en los aspectos positivos que guarda, mas no se contemplan con el mismo fervor fenómenos adversos aparejados. La globalización también significa problemas anteriormente enunciados, el narcotráfico o las epidemias, para no repetir el listado preocupante. Implica, como lo apuntó lúcidamente en su intervención Olga Pellicer, que los distintos niveles de desarrollo y/o atraso impedirán inexorablemente que países y regiones enteras, o grandes segmentos sociales dentro de un país, se incorporen al modelo deslumbrante de la globalización. Los frutos de la modernidad serán dolorosamente ajenos para las poblaciones flageladas por hambrunas sin fin, azotadas por la malaria que ha retornado por sus fueros, por el cólera, por el SIDA. Irrumpe un desafío moral en primer término (la ética tiene que ser sustento de un nuevo orden mundial, si no, éste será otra vez una confrontación de intereses, de avances y desfases estratégicos, de alianzas convenientes y competencias feroces). En segundo lugar, sale a la superficie otra paradoja, la de que el mundo, al haberse globalizado, no podrá compartimentarse en áreas de bonanza, de prados y maravillosas jardinerías, y en zonas desoladas con miseria inimaginable, en patéticos "morideros"; así se adopten políticas migratorias contencionistas y punitivas, y se edifiquen nuevos muros que reemplacen al de Berlín, que terminó vendiéndose en pedazos como curiosidad folklórica. El Muro de Berlín fue combatido como solución inaceptable para el "mundo libre"; paradójicamente, hoy se erigen nuevas murallas apuntaladas por el racismo, el clasismo, la intolerancia, el prejuicio y la violencia callejera, y la que promueven tendencias políticas organizadas. Otra paradoja de la globalización es que funciona para procesos productivos, para la circulación de bienes y servicios, pero se niega cruelmente a la familia humana.

Pero quizás una de las más grandes contradicciones es que no habrá barrera válida entre santuarios de bienestar y escampados de pobreza. La supervivencia impone la colaboración, no por golpes de pecho movidos por la misericordia internacional, sino por beneficio propio. Si los bienes no se comparten, tendrán que compartirse inevitablemente todos los males. En un sentido superior, con un fundamento filosófico, la globalización sólo debería ser entendida como un destino común del género humano.

En la oposición integración-desintegración, resaltan los movimientos secesionistas e independentistas que aquejan a Estados constituidos. Es cierto que la liquidación de varios Estados revela que tuvieron un basamento artificial y que se mantuvieron unidos en el pasado por la imposición autoritaria de un grupo dominante. Pero es verdad también que los procesos integradores conllevan sentimientos de afirmación particular y regional. Prospera la imposición de formas de vida y la uniformización de actitudes culturales, identificadas con el modelo de poder triunfante, pero también se activan poderosamente los sentimientos locales, las culturas inmediatas, la cosmovisión inextinguible de los grupos humanos. Esto conduce a contradicciones individuales y grupales, a oposiciones tribales, rabiosas y destructivas que ofrecen conflictos de nuevo cuño. Quizás las guerras internacionales desciendan numéricamente y se avance efectivamente hacia el desarme, pero los conflictos internos se antoja que crecerán. Ello implica adoptar una nueva noción de "seguridad internacional" que englobe las amenazas provenientes del seno de las sociedades y mueva a diseñar un nuevo aparato institucional que las enfrente y resuelva. En fin, la dicotomía asociación-disociación, suma y resquebrajamiento de las colectividades, fuerzas centrífugas y fuerzas centrípetas, serán una constante estremecedora del mundo que vivimos. La idea de la "aldea global", pregonada hace dos décadas por Mc Luhan, no ha doblegado a la polivalente constelación de culturas. Es para bien, sostengo. Y es para mal, inevitablemente, en numerosos casos de desgarramientos fratricidas.

En realidad son interminables los temas en los que el estudioso se puede perder en el campo de las paradojas de nuestro mundo. Varios científicos sociales se han recriminado no haber previsto el terremoto geopolítico de diez grados en todas las escalas, que ha cambiado a la sociedad internacional. Un mea culpa intelectual. Pienso, por contra, que siempre en la política y en la historia yace una variable infinita que en circunstancias de ruptura y excepción hacen imposible las previsiones, a semejanza de las que formulan los científicos cuando se trata de anunciar los eclipses o el paso estelar de los cometas. Es la diferencia entre las ciencias naturales y las que estudian la acción del hombre en sociedad. Sí es inescapable seguir casi obsesivamente el transcurrir histórico, participar de él a través del estudio y quizás, consuelo de académico, poder influir en los acontecimientos subsiguientes a través de un acto honesto de imaginación.

Concluyo con las palabras que Patricia Galeana plasmó en la introducción al Seminario:

Ricardo MÉNDEZ SILVA