LA REFORMA DEL ESTADO BRITÁNICO

Francisco A. IBARRA PALAFOX

... a Prime Minister has task of leadership. If the trumpet give a certain sound, who shall prepare himself to the battle? Margaret THATCHER

I. INTRODUCCIÓN

La reforma del Estado ha constituido sin lugar a dudas uno de los temas centrales de fin de siglo en el contexto internacional. El tema de lo que podríamos llamar la reforma del Estado es un fenómeno que tuvo su origen en los países desarrollados del mundo occidental. En Europa occidental, entre cuyos miembros podemos nombrar a la Gran Bretaña,1 Alemania y Francia, así como en los Estados Unidos de América podemos encontrar un importante proceso de reformas que trajeron consigo modificaciones fundamentales de sus estructuras legales y político-económicas. Ciertamente, con mayores o menores diferencias, este fenómeno tuvo importantes repercusiones en los países del bloque socialista y se repitió en casi toda Latinoamérica, dentro de la cual México desempeñó un importante papel como modelo a seguir para su propia región.

Dentro de los procesos de reforma que se llevaron a cabo en Europa, uno en particular merece especial atención: la reforma emprendida durante el gobierno de la primera ministro Margaret Thatcher. Pero, ¿qué hace particularmente atractiva la reforma emprendida en el Reino Unido? En primer lugar hay que señalar que desde un principio fue proclamado en el interior de este país que la reforma que se estaba emprendiendo constituía el inicio de "un modelo" que se aplicaría en el resto de los países de Europa occidental y, desde luego, para el mundo desarrollado; es decir, desde su origen se consideró a la Gran Bretaña como un gran experimento. Al respecto, la insularidad del Reino Unido constituía un excelente elemento para el desarrollo de tal modelo, es decir, le permitía conservar una cierta calidad de independencia y originalidad con relación a la parte continental, sobre la cual indiscutiblemente pretendía influir en el nuevo proceso de reformas que se estaba emprendiendo durante la década de los ochenta. En este sentido, es importante señalar que el Reino Unido es importante en el contexto internacional no sólo por su importante pasado como potencia colonial, sino por la estrecha alianza político militar que ha mantenido con los Estados Unidos de América desde finales de la Segunda Guerra Mundial. Al respecto, con certeza se ha llegado a proclamar no sólo la enorme subordinación de los británicos para con los intereses norteamericanos, sino también la dependencia a la que se han visto sujetos los norteamericanos en su relación con el Reino Unido.

...en sus relaciones con Washington, el Reino Unido demostró casi siempre que, como una vieja nación que era, no se engañaba en asuntos fundamentales. Calculando hábilmente que ya no podían esperar moldear las estrategias americanas a través de los métodos tradicionales de equilibrar beneficios y riesgos, los líderes británicos escogieron -especialmente después de Suez- preparar el camino para una mayor influencia. De esta manera, los líderes británicos de ambos partidos se hicieron tan indispensables en el proceso de toma de decisiones, que los presidentes y sus asistentes norteamericanos concluyeron en considerar las consultas con Londres no como un favor especial hacia un aliado más débil, sino como un vital componente de su propio gobierno.2

Un segundo punto que habrá que destacar en la reforma del Estado emprendida en la Gran Bretaña es el liderazgo indiscutible del Partido Conservador en lo general y, en particular, de Margaret Thatcher como líder de ese partido y primer ministro. Efectivamente, la personalidad y la agresividad del discurso conservador thatcherista hicieron que sobre esta reforma se colocaran los reflectores de la política internacional para examinar la profundidad de los cambios anunciados. Asimismo, es importante señalar que la misma reforma significó una transformación de los postulados tradicionalmente sostenidos por ese partido, uno de los pocos en el mundo que han conservado el nombre de conservador.

Finalmente, el discurso reformador sentó las bases de su radicalidad en una corriente de pensamiento que por primera vez en la historia del conservadurismo incorporaba una importante vertiente liberal-económica que, junto con el tradicional paternalismo conservador, dio origen a toda una corriente ideológica que otorgó soporte a esa reforma y que fue denominada como la nueva derecha, para así distinguirla del conservadurismo "clásico", con el cual presentaba notables diferencias. En ese sentido, principios como mercado y libertad de elección incorporaron elementos que eran ajenos al discurso de los conservadores y lo dotaron de una herramienta idónea para proclamar una reforma que en principio hubiese parecido extraña a los mismos conservadores, quienes siempre se habían proclamado en favor de la tradición y la custodia de los valores fundamentales del Estado británico.

Hechas las observaciones anteriores, sólo me resta señalar que en el presente ensayo examinaré brevemente los aspectos más sobresalientes de la reforma emprendida en el Reino Unido. Para tal efecto, he dividido el presente trabajo en tres partes principales: en la primera abordaré la reforma del Partido Conservador, de las tradicionales instituciones del Establishment y de las principales esferas del mundo cultural británico; en la segunda revisaré los principales aspectos de la reforma económica, como fueron la reestructura industrial, la privatización, la reforma de las uniones de trabajadores, la nueva política monetaria, algunos aspectos sobre el control del gasto público y, finalmente, la crisis económica que se desató a principios de la década de los noventa y que constituiría el fin de la euforia reformista. En la tercera y última parte examinaré el legado que tal reforma ha dejado en la sociedad británica y cómo, en particular, ha repercutido en las políticas del nuevo gobierno de Tony Blair, es decir, cómo la reforma ha llegado hasta el reducto que antes se hubiera considerado imposible transformar o siquiera influir, me refiero a la izquierda laborista, que fue sin lugar el principal opositor a esa reforma del Estado, reforma que habría de inaugurar un nuevo consenso en la política británica.

II. EL CONTEXTO DE LA REFORMA

La Gran Bretaña se encontraba en un Estado de franco declive prácticamente desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Este declive se presentaba en varios niveles, entre los cuales el económico, el cultural y el político son los más importantes. El declive económico se traducía esencialmente en una baja productividad, la cada vez más estrecha base manufacturera, altos déficit y algo que se consideraba como una profunda falta de iniciativa y una disminución de sus patrones empresariales y comerciales. El declive natural, que estaba cercanamente asociado al económico, consistía en la pérdida de virtudes tales como el ahorro, el trabajo arduo y constante, la autodisciplina, la disposición a padecer carencias en lugar de aceptar la indignidad de la caridad y un sentido muy particular de responsabilidad personal. Ciertamente, estas virtudes estaban asociadas con lo que fue la transformación de la Gran Bretaña en la nación industrial más poderosa y el imperio colonial más grande del mundo en el siglo XIX. Por lo que respecta a la decadencia política, ésta estaba asociada a una pérdida de la identidad nacional, a un debilitamiento del sentimiento patriótico y a lo que se consideraba constituía un anquilosamiento de las tradicionales instituciones del Estado británico.3

Para la década de los setenta, la crisis económica fue endémica, afectando de esta manera los resultados electorales y las políticas del gobierno en turno, ya fuese laborista o conservador. La crisis adquirió su faceta más aguda con la intervención del Fondo Monetario Internacional en 1976 durante la administración laborista de James Callaghan, a través del otorgamiento de un crédito sujeto a términos muy estrictos. Con el objeto de reducir su déficit de pagos, controlar la inflación y disminuir los préstamos del sector público, el gobierno fue obligado a incrementar su deuda externa y reducir su gasto público. Fue así como en 1976, el primer ministro laborista James Callaghan anunció el final de la era de "préstamos y gastos" como una política viable para solucionar la crisis económica. De esta manera, para 1979 durante la elección del gobierno de Margaret Thatcher, las políticas del Estado de bienestar habían comenzado a ser abandonadas cuando menos tres años antes. En contraste con la reticente posición del gobierno laborista a adoptar las políticas liberales y monetaristas, el gobierno de Thatcher las abrazó abiertamente, además de proponerse atacar cada uno de los frentes de la denominada decadencia británica.4

Margaret Thatcher llegó al liderazgo del Partido Conservador casi por accidente en 1974; ganó las elecciones generales como líder de ese partido en 1979 y finalmente fue removida del liderazgo conservador en 1990. Es así como Thatcher finalmente fue líder del Partido Conservador por casi 16 años y primer ministro por 11 años. Bajo su liderazgo los conservadores ganaron tres elecciones generales y se establecieron como el partido dominante. Ciertamente, el estilo de gobernar de Thatcher fue estrechamente asociado con tales éxitos, y desde el inicio un culto especial se desarrolló alrededor de ella, mismo que fue promovido por su habilidad para vencer a sus oponentes. Inclusive, cuando se le removió del liderazgo del Partido Conservador en las elecciones internas de éste, Thatcher había ganado por 52 votos más que su oponente, sólo que unas reglas muy particulares que los conservadores habían adoptado en los sesenta, le impidieron una victoria definitiva en la primera ronda por sólo cuatro votos. Fue entonces cuando ella tomó la decisión de no contender en una segunda ronda, después de que varios miembros de su gabinete le advirtieron sobre la imposibilidad de ganar, con lo cual concluyó su liderazgo y Thatcher pudo proclamar que nunca había perdido una elección.

El legado thatcherista es profundamente contradictorio, no sólo para la Gran Bretaña, sino para el Partido Conservador mismo. Thatcher polarizó al Partido Conservador de una manera que ningún otro líder del partido lo hubiere hecho en la historia moderna del mismo. Bajo su dirección muchos de los conflictos y divisiones dentro de su partido derivaron directamente de su particular liderazgo: su disgusto para contender con la crítica interna, su desprecio por el consenso, su descripción de ella misma como una política de convicciones, su deseo de saber si alguien era o no "uno de nosotros", pronto la marcaron como una excepcional líder que obligó a todos a definirse, ya fuese como sus enemigos o sus aliados.5

III. LA REFORMA DE LA POLÍTICA Y LAS INSTITUCIONES

1. La reforma del conservadurismo o la reforma conservadora

Por lo que respecta al Partido Conservador, éste había constituido una de las grandes certezas de la política británica a lo largo del siglo XX, ya que había sido un partido dominante durante buena parte del mismo. Entre 1945 y 1995, por ejemplo, los conservadores integraron gobiernos mayoritarios por treinta y dos años. De esta manera, fue extraño encontrar gobiernos de centro-izquierda por periodos prolongados de tiempo. Por el contrario, los conservadores disfrutaron largos periodos de gobierno, ganando elecciones consecutivas entre 1951 y 1964 y cuatro consecutivas a partir de 1979, este último sin lugar a dudas, su periodo de gobierno más extenso en la época reciente.6

Pero el dominio de los conservadores no había descansado en los últimos años en grandes éxitos, por lo menos no desde finales de la Segunda Guerra Mundial. En efecto, aparte de los triunfos en las dos grandes guerras mundiales, los conservadores habían sido asociados durante la segunda década del siglo XX con los grandes fracasos nacionales: el descenso de la economía y la decadencia imperial. Anteriormente, el dominio de los conservadores había descansado, principalmente, en un supuesto buen entendimiento de la política británica y de sus tradicionales y venerables instituciones. Es así como la identidad del Partido Conservador se había considerado por muchos inseparable del Estado británico: el más antiguo orden estatal, así como el más grande imperio multinacional que quedaba en Europa hasta el final de la Segunda Guerra Mundial.7

Parte del éxito del Partido Conservador y el secreto de su hegemonía política descansaba, hasta antes de los años setenta, en su extraordinaria disposición para desarrollar su propio y distintivo programa social e interventor. El liderazgo conservador probó ser suficientemente flexible para que el partido aceptara el gran reto laborista del siglo veinte e integrara de esta manera los cambios necesarios que en el papel del Estado requería esta intervención, sobre todos aquellos encaminados a promover y aplicar programas de naturaleza colectivista y además justificarlos en términos de la tradición conservadora. Los gobiernos de Baldwin y Chamberlain durante los años de las interguerras, así como los gobiernos de Churchill, Eden y Macmillan, de los años cincuenta y sesenta, se ubican dentro de estas características.8

A lo largo de su historia, el Partido Conservador se había ostentado no sólo como defensor de los privilegios, sino como defensor natural de las tradicionales instituciones británicas, particularmente de la monarquía, el imperio, la Cámara de los Lores, la Judicatura, la Iglesia, el ejército, el servicio civil, las universidades, la defensa de la Unión,9 de la Constitución y los derechos de propiedad.10

Dentro de este contexto, el reto que tenía enfrente Thatcher y sus seguidores para reformar la imagen del Partido Conservador era enorme, ya que cualquier intento de reforma a las instituciones tradicionales del Estado, significaría un atentado a la tradicional posición del Partido Conservador. Sin embargo, la nueva línea en liderazgo de Thatcher, aunque tuvo una severa resistencia por muchos de los viejos líderes, fue exitosamente impuesta. Las consecutivas victorias electorales de Thatcher le permitieron convertirse en el líder más importante del partido desde Churchill, así como legitimar el nuevo giro dentro del partido. Los thatcheristas justificaron su programa anticolectivista como un regreso al verdadero conservadurismo y como el único camino para reconstruir una hegemonía conservadora. En este sentido, algunos argumentaron que por primera vez el Partido Conservador estaba construyendo una genuina hegemonía política en lugar de mantenerse contento con administrar los asuntos de otros partidos, específicamente el programa social de los laboristas. Por el contrario, varios de los viejos conservadores consideraron el nuevo programa de gobierno de Thatcher como un gran riesgo político que ponía en peligro el dominio de los conservadores, ya que según ellos, el partido estaba maniobrando fuera de los parámetros básicos de la política y el sentimiento británicos.11 Con opiniones tan encontradas al interior del partido, se puede ya apreciar la división que en el mismo se comenzó a gestar con motivo del nuevo programa emprendido por el thatcherismo. Para finales de los ochenta y principios de los noventa, el Partido Conservador se vio inmerso en la más profunda crisis de identidad que jamás haya enfrentado.

Entre las divisiones que se generaron por la reforma cabe destacar la severa crítica que del thatcherismo realizó sir Ian Gilmour, quien fuera secretario de Defensa con el gobierno conservador de Edward Heath e inclusive sirvió como consejero privado en el primer gabinete de Margaret Thatcher. Gilmour es sin lugar a dudas uno de los líderes intelectuales de la oposición conservadora a los intentos mo-dernizadores que sobre el partido emprendió Thatcher, de tal manera que su destitución del gobierno no causó sorpresa en el año de 1981.12 Sería prolijo enumerar las constantes manifestaciones de inconformidad dentro del Partido Conservador durante los once años de gobierno de Thatcher, sin embargo, la creciente inconformidad en este partido para principios de la década de 1990, así como la negativa de Thatcher de promover una mayor integración con la Unión Europea y en favor de privilegiar los intereses atlánticos del Reino Unido, provocaron finalmente su salida y una aguda crisis de liderazgo en el seno del partido. Sin embargo, debe sostenerse que el thatcherismo jugó un papel importante en el debilitamiento de los pilares tradicionales de la hegemonía política de los conservadores, al tiempo que su ascenso parecía que extendía y afianzaba una nueva imagen del Partido Conservador.

Frente a las profundas divisiones que representó Thatcher al interior del partido, el gobierno de John Major representó un retorno hacia un estilo más tradicional de liderazgo conservador. Major sucede a Thatcher en 1990 y en un principio parece reunir a los conservadores en torno a su persona; Major inclusive conservó, durante los primeros años, a algunos de los integrantes del gabinete thatcherista. El apoyo popular para el partido y Major aumentaron en un principio y éste permaneció con un buen margen de popularidad hasta un poco después de la elección de 1992, en la cual los conservadores inesperadamente ganaron. Sin embargo, la aparente unidad de los conservadores no se podrá prolongar durante mucho tiempo debido a la crisis financiera que se desató con el llamado Black Wendsday en septiembre de 1992.13 En consecuencia, a partir de la última elección y de los acontecimientos económicos que se vinieron encima, Major arrinconará a los thatcheristas dentro de su gabinete y por primera vez, desde 1979, todos los ministros principales, incluyendo las carteras de asuntos económicos, estuvieron integradas por conservadores de la línea tradicional. Sin embargo, los thatcheristas se mantuvieron siempre fuertes sobre todo en lo relativo a tópicos tales como prosperidad económica, disminución de impuestos y orden público.

De esta manera y no obstante los esfuerzos de Major, una aguda e interna disputa tiene lugar al interior de los conservadores sobre el sentido del legado thatcherista; entre los actuales predicamentos del partido se encontraba una profunda crisis, nada menos ni nada más que sobre qué tipo de partido deseaban ser, algo que se antojaba imposible antes. ¿Acaso debían rechazar su herencia thatcherista? Críticos de esta tendencia, como Gilmour, han señalado que la nueva derecha y el neoliberalismo han sido corrosivos no sólo para el Partido Conservador y su distintiva tradición de gobierno, sino también para todas aquellas instituciones que habían constituido los pilares de la hegemonía política británica. Ellos han señalado que lo que ha estado sucediendo en los últimos veinte años es un desmantelamiento de la Inglaterra conservadora, al grado de que muchos de sus aspectos tradicionales han desaparecido del escenario político. Desde este punto de vista, los conservadores enfrentan un problema más profundo que una temporal caída en sus expectativas electorales; enfrentan la redefinición política de su propio partido.14Ibidem, p. 225.

El soporte electoral decreció y los conservadores se dividieron en varias facciones, de tal manera que la crisis alcanzó uno de sus puntos más altos en 1995, cuando John Major decidió renunciar al liderazgo del partido y postularse para una reelección, con la esperanza de recuperar su autoridad sobre el partido. La crisis conservadora se mantuvo hasta el año de 1997, en el cual la desmoralización del partido fue tal que con muchos meses de anticipación a las elecciones generales del 1o. de mayo, los conservadores sabían de su inminente derrota por un amplio margen, y modificaron, en consecuencia, sus ofrecimientos electorales, proponiendo aumentar el gasto público y reducir impuestos, medidas que en su sano juicio ningún conservador hubiese propuesto, de no ser por la desesperación en la que se encontraban ante la necesidad de repuntar en las encuestas electorales. Mientras tanto, los laboristas comenzaron a comportarse como partido en el gobierno, retrocediendo en sus ofertas de mayor gasto público y haciendo énfasis en las medidas de austeridad, algo que parece propio de la mejor política económica de los thatcheristas.15 Finalmente, los conservadores perdieron las elecciones generales por un amplio margen, dejando una suficiente mayoría parlamentaria a Tony Blair, quien de esta forma gobernaría con un muy amplio margen de maniobra.

Antes de concluir este apartado, es importante señalar que el intento de John Major para que el Partido Conservador recuperara su vieja trayectoria política encontró siempre severas dificultades, ya que muchas de las viejas tradiciones conservadoras ya no se encontraban allí, habían sido modificadas por el thatcherismo, y el partido no era ya esa unitaria y disciplinada fuerza que acostumbró ser. Tal parece que los dieciséis años de dominio de Thatcher sobre el Partido Conservador diluyó las viejas bases de ese partido y es posible que hayan proporcionado las bases de una alternativa tradición conservadora para que en el futuro pudiese restablecer su hegemonía. Debe decirse que no obstante su debacle electoral en 1997 y su aguda división interna, no hay ningún programa lo suficientemente elaborado dentro del partido que pueda hacer frente a la herencia thatcherista e ir más lejos que ellos.

2. La reforma de las instituciones o elEstablishmentreformado

Una de las grandes fortalezas del Partido Conservador fue que normalmente sirvió como representante del Establishment, de tal manera que era frecuente para los conservadores oponerse a las reformas constitucionales. En este mismo sentido, aunque el gobierno thatcherista se opuso también a la reforma constitucional, en general, su indisposición de estar sujeto por precedente y convención fue característica de su forma de gobernar, por lo cual al final esto se vio acompañado por un deliberado desgaste de muchas de las viejas convenciones constitucionales. Efectivamente, desde el inicio, el thatcherismo fue un movimiento radical en su discurso que no estuvo preparado para trabajar dentro de los límites existentes, cuando menos cuando éstos se opusieran a las reformas que estaba dispuesto a emprender. Así, desde la perspectiva thatcherista, el principal obstáculo en ser eliminado para la realización de su programa, fue la modificación de particulares intereses que se encontraban representados por las mismas instituciones del Estado o, en otras palabras, para ellos había que erradicar la cultura de la dependencia y el consenso colectivista que habían legitimado el control y la intervención del Estado, el cual tenía sus raíces en el mismo aparato estatal y que había venido creciendo a lo largo del siglo veinte.16

De esta manera y para su sorpresa, las tradicionales instituciones del Estado británico comenzaron a descubrir que eran el objetivo principal de la reforma thatcherista. En algunos casos, como los de la monarquía, la Iglesia y la BBC, el conflicto estalló por las críticas emitidas por estas instituciones sobre la dirección y orientación de las políticas del gobierno. En algunos otros casos, se buscó la explícita reestructura de las instituciones para transformarlas en instrumentos más adecuados para la obtención de los fines perseguidos por el gobierno. Es así como una importante reforma del servicio civil, los servicios médicos, las escuelas, las universidades, el derecho, el ejército y la policía fueron emprendidos. En algunas ocasiones, los planes del gobierno encontraron tal resistencia que tuvieron que ser modificados o pospuestos; sin embargo, se puede afirmar sin temor a equivocación que una sustancial reforma tuvo lugar durante toda la década de los ochenta. De esta manera, el gobierno de Thatcher fue responsable de la reforma de mayor alcance que hayan experimentado las instituciones británicas desde finales de la Segunda Guerra Mundial.17

Hay que aclarar que la reforma de las instituciones no fue ligada a ninguna agenda que tuviese como objetivos establecer una sociedad civil más igualitaria, no obstante que los medios de comunicación thatcheristas se comprometieron en amplios e intermitentes ataques sobre la monarquía, la aristocracia y de una manera más general en contra de "los grandes". Fue así como también el sector público fue devaluado y deslegitimado al sujetarlo a cálculos utilitarios y criterios de mercado que quisieron ser aplicados en todo momento para determinar el valor particular de los servicios ofrecidos a la sociedad. El discurso thatcherista fue más deferencial y meritocrático, de tal forma que los verdaderos merecedores de los beneficios sociales serían aquellos individuos que se esforzaran y lucharan por esos beneficios y no aquellos que habían nacido esencialmente ricos o protegidos por el Estado.

Esta falta de deferencia tanto para las instituciones previamente establecidas, así como para el status quo y la riqueza, constituyó parte del discurso populista del thatcherismo, el cual por consiguiente provocó que los conservadores se vieran frecuentemente acorralados por muchas de las tradicionales elites, las cuales en el pasado habían sido sus aliados naturales.18 Sin embargo, es importante insistir en el hecho de que este ataque a las instituciones tradicionales y al status quo, bases del populismo thatcherista, no perseguía la creación de una base social más amplia e igualitaria, sino sólo el establecimiento de un nuevo Establishment.

Efectivamente, con relación al tradicional Establishment, los thatcheristas fueron profundamente ambivalentes, ya que tradicionalmente el Partido Conservador había sido la voz del viejo Establishment, pero con el propósito de debilitar al Estado de bienestar y revitalizar a la sociedad y economía británicas, tal Establishment tenía que ser confrontado y modificado. Fue así como los laboristas no sólo atacaron el proyecto social de la última mitad del siglo XX, sino también las creencias y valores aristocráticos de la cultura y el Establishment británicos. Es por ello que el gobierno de Thatcher entró en confrontación, como se ha señalado, con las uniones de trabajadores, la Iglesia, la Judicatura, las universidades, la monarquía y hasta la BBC. Los thatcheristas entendieron que una buena parte de los problemas se debían a la forma en la cual sus elites eran reclutadas y socializadas. De esta forma, con sus meritocráticas aspiraciones, el thatcherismo apareció como una fuerza modernizante dentro del contexto británico, y su habilidad para vencer a los laboristas en asuntos tales como la privatización de pensiones vino de su aptitud para ofrecer oportunidades a la sociedad, lo cual aparentemente se había agotado con las instituciones colectivistas del Estado de bienestar.

Ahora bien, la revolución emprendida por el thatcherismo pudo no haber sido lo suficientemente radical, ya que muchas de las viejas instituciones fueron asediadas, pero no todas cambiaron fundamentalmente, mientras otras tantas están todavía de pie y permanecen hostiles al proyecto thatcherista. Así, por ejemplo, en el caso del servicio civil, la presumible incompatibilidad entre el radicalismo thatcheriano y la cultura de Whitehall19 parecen confirmar la generalizada opinión de que no obstante que Thatcher había intentado politizar el servicio civil a través de la injerencia directa en sus nombramientos superiores; en la práctica, tal injerencia fue mínima y, todavía más, parecería que el servicio civil, no obstante haber sido golpeado por algunos de los excesos del gobierno de Thatcher, finalmente se dispuso a servir a sus nuevos maestros en aras de conservar viejos privilegios.20 En tal circunstancia, no obstante los ataques que el thatcherismo impuso sobre salarios, status, tamaño y eficiencia, la cultura y el poder de los servidores públicos parecen haber sobrevivido sin alteración significativa, de la misma manera que el aparato burocrático de Whitehall tampoco se redujo conside-rablemente.21

3. La reforma cultural y la nueva derecha

Thatcher y sus seguidores no eran propiamente intelectuales, y por lo que respecta a la primera, ésta sólo llegó a dar un discurso de algún valor doctrinal mucho tiempo antes de que se convirtiera en líder del partido (su ponencia What is wrong with politics presentada en la Conferencia del Partido Conservador en Blackpool el 10 de octubre de 1968). Sin embargo, desde el principio el thatcherismo necesitó legitimar su gobierno, para lo cual creó un importante espacio en el cual los intelectuales de la llamada nueva derecha dominaran.22 Es así como con la reforma inaugurada con Thatcher, todo un movimiento intelectual florecería en la Gran Bretaña para nutrir ideológicamente a la reforma. Al respecto, es importante señalar que no obstante que un buen número de intelectuales fueron promovidos por el mismo thatcherismo, muchos de ellos son anteriores a 1979, año en que Thatcher asume el gobierno, por lo que en este caso fueron los thatcheristas quienes se nutrieron de ellos. Entre las instituciones más sobresalientes de este periodo destacan el Instituto de Asuntos Económicos (Institute of Economics Affairs) y el Centro de Estudios Estratégicos (Centre for Policy Studies) que fueron incuestionablemente los dos canales más importantes de ideas thatcheristas.

El Instituto de Asuntos Económicos (IEA por sus siglas en inglés) es uno de los grupos más viejos de intelectuales de la nueva derecha, quizá de los más "académicos", el más ampliamente respetado por su independencia y bien reconocido por su visión de largo alcance dentro de lo que fue la preparación intelectual e ideológica del thatcherismo. Fue creado como un fondo educacional con carácter no lucrativo en 1955, y a partir de estos humildes comienzos, gradualmente incrementó su tamaño, productividad e influencia hasta llegar a su apogeo, a mediados de los ochenta. El IEA en un principio se concentró en publicar estudios de microeconomía sobre aspectos de mercado, así como en puntualizar los fracasos económicos del gobierno. Sin embargo, la relevancia política del Instituto descansó en su papel de conducir y popularizar a partir de la década de los años setenta las ideas económicas neoliberales en la Gran Bretaña, principalmente de la Escuela de Opciones Públicas de Virginia, los trabajos de Friedman, von Mises, Lionel Robins y de F. A. von Hayek, estos dos últimos excatedráticos de la London School of Economics.23

Mientras el Instituto de Asuntos Económicos había sido formado mucho antes de algún prospecto para quebrantar el consenso social de la posguerra, el Centro de Estudios Estratégicos (CPS, por sus siglas en inglés) en contraste fue el "delfín" y el instrumento de aquellos que, dentro del Partido Conservador, consideraron viable la desaparición de ese consenso social de la posguerra. El CPS establecido en 1974 por sir Keith Joseph y Margaret Thatcher fue la expresión orgánica de la nueva y pujante ideología neoliberal dentro del Partido Conservador. Es así como el CPS intentó una transición del tradicional y ateorético Partido Conservador hacia un nuevo y teoréticamente bien organizado conservadurismo. Estos conservadores que intelectualmente abrazaron una ideología neoliberal se consideraron ellos mismos como extranjeros dentro del "partido sin ideas"24 y se propusieron un asalto intelectual y político sobre él. Frases como "economía social de mercado" y "democracia de los pequeños propietarios" tomaron forma dentro del Centro de Estudios Estratégicos a mediados de los años setenta, mientras los conservadores estaban todavía en la oposición.25

Aparte de estas dos agrupaciones de intelectuales, hubo muchos otros más pequeños, y también mucho más especializados, que colaboraron ampliamente en la generación y difusión de ideas tanto del thatcherismo como de la nueva derecha; así, por ejemplo, podemos mencionar al Instituto Adam Smith (Adam Smith Institute) Instituto para la Defensa Europea y de Estudios Estratégicos (Institute for European Defense and Strategic Studies), la Asociación Británica-Norteamericana de Investigación (The British-North American Research Association), el Instituto de Directores (The Institute of Directors, cuya promoción del modelo empresarial norteamericano fue parte central de su agenda) que conjuntamente con otros viejos grupos de conservadores tales como el Grupo Selsdom, el Grupo Salisbury, The Black Papers, así como algunos grupos de intelectuales de universidades como la London School of Economics y la Universidad de Cambridge (particularmente The Peterhouse College), integraron una basta red intelectual.26

Desde luego, no sólo existieron organismos generadores de ideas, como los antes mencionados, sino también las organizaciones de propaganda como los Objetivos de la Industria (Aims of Industry) y la Asociación Nacional para la Libertad (National Association for Freedom), así como grupos de pequeños empresarios como la Asociación de Gente Autoempleada (Association of Self-Employee People), que desempeñaron un papel muy importante en este nuevo mundo cultural.27

Ahora bien, estos grupos de intelectuales, tanto de generación como difusión, tuvieron como objetivo principal modificar los puntos de vista de la elite británica, no tanto de la sociedad civil en su conjunto; esto, sin lugar a dudas, debido en muchas ocasiones a la especialización de los mismos. Por supuesto, una extensa cobertura a través de los medios de comunicación siempre fue útil y frecuentemente exitosa, aún cuando ésta fue utilizada primordialmente en términos cualitativos, ya que tales grupos de ninguna manera pretendieron operar como amplios organismos de base u organizaciones de masas. De esta manera, la mayor parte de estos organismos no tuvieron membresía u órganos asociados, por lo que su organización y asuntos doctrinales podían ser controlados por un pequeño y necesariamente auto-seleccionado grupo de personas que trabajaban en ellos.28

Por otra parte, es importante señalar que las relaciones de estos organismos con el gobierno de Thatcher fue realizado a través de una serie de muy variados canales: los medios de comunicación, los políticos que contribuían con publicaciones a esos grupos intelectuales o participaban en sus almuerzos, nuevos proyectos, seminarios, conferencias y finalmente de una manera muy importante, el Número 10 de la Unidad Estratégica (No. 10 Policy Unit), el cual fue establecido para ser una importante entrada de sugerencia directas de teorías neoliberales y propuestas estratégicas para el gobierno de Thatcher.29 Todo esto fue un mundo en el cual las teorías del mercado, el liberalismo, el anti-socialismo y muy frecuentemente un particular autoritarismo de derecha convivieron conjuntamente. Sus intelectuales, periodistas, políticos, servidores públicos, hombres de negocios compitieron frenéticamente en ese efervescente ambiente de proselitismo evangélico que caracterizó a la reforma cultural de la nueva derecha y el thatcherismo.30

Pero ¿cuál fue el resultado de toda esta euforia cultural? ¿realmente esta reforma alcanzó a cubrir todos los espacios de la vida cultural británica? Al respecto es importante señalar que no obstante que el thatcherismo se mantuvo en el centro del poder por más de una década, esto no se tradujo en una "conquista y/o asimilación" de la vida intelectual británica. Efectivamente, el thatcherismo mantuvo siempre un sectarismo y un aislamiento que chocaba abiertamente con su supuesto liderazgo intelectual. Los círculos gubernamentales nunca estuvieron conectados con las corrientes principales de la vida intelectual británica, por el contrario, puede sostenerse que sus conexiones fueron más bien con grupos sectarios y marginales de la misma; además, dentro de la Gran Bretaña siempre se le reprochó al thatcherismo y a muchos intelectuales de la nueva derecha haber contado con importantes influencias norteamericanas y continentales. En este sentido, la nueva reforma cultural no sólo conservó siempre su marginalidad intelectual, sino que además persistió una amplia y abierta antipatía entre las universidades y los gobiernos thatcheristas, lo cual quedó de manifiesto con la negativa de la Universidad de Oxford para otorgarle un grado honorario a Margaret Thatcher. Inclusive, no obstante la innovadora propuesta económica del thatcherismo y de que su política económica era uno de sus principales pilares ideológicos, esto no implicó su aceptación por parte de la comunidad de economistas británicos, lo cual fue espectacularmente revelado con la carta que 364 economistas suscribieron en contra de las políticas económicas de Thatcher y dirigida al diario conservador The Times. En este sentido, habrá que recordarse como en el vértice de la profesión económica del Reino Unido permanece una importante persuasión social y keynesiana que no pudo ser erradicada, de tal manera que el thatcherismo estuvo mucho más cerca de los economistas asociados al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial que con muchos economistas de su país.31

IV. LA REFORMA ECONÓMICA<

1. El contexto económico y la reestructura industrial

Después de la Primera Guerra Mundial el Partido Conservador se había ostentado como el representante de los intereses relativos a la propiedad en contra de las amenazas que implicaba el movimiento laborista en casa y los socialistas en el extranjero. La identidad de los conservadores con el interés general de los capitalistas fue también acompañado por una identificación con lo que la economía nacional representaba y que requería de un fuerte papel intervencionista del Estado. De esta manera, durante buena parte del siglo XX los conservadores se convirtieron en un partido colectivista y proteccionista, bien preparados para promover la expansión del Estado y el abastecimiento de ciertos tipos de seguridad jurídica para particulares sectores de la economía. En los treinta, después del colapso del patrón oro y los desajustes del comercio internacional, los conservadores promovieron con mayor intensidad el proteccionismo a lo largo de toda la industria, y apoyaron todavía más sectores económicos con el propósito de conservar el empleo y aumentar la productividad.

De esta manera, los conservadores enfrentaron exitosamente el reto que los laboristas representaban en lo económico, acomodándose ellos mismos a la expansión estatal y a las reformas sociales que el laborismo había propuesto desde el fin de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, es importante señalar que la defensa de los intereses de la propiedad que venían realizando los conservadores a través de la protección de la economía nacional, nunca estuvo acompañada por una adopción de los principios liberales del laissez-faire. Ciertamente, las políticas del liberalismo económico nunca habían tenido mucha influencia dentro del Partido Conservador, por el contrario, éste había sido siempre un fuerte defensor de los derechos de propiedad, pero a través de una tradición esencialmente proteccionista. En consonancia con esta actitud, el partido había estado preparado para poner los intereses de un particular grupo por sobre cualquier principio de libre mercado.32 En concordancia con esta actitud, los conservadores, durante el thatcherismo, renovaron y consolidaron su alianza e identidad con los intereses del capital. Pero esta alianza fue realizada de muy diferente manera: a través de una política de libre mercado y menos proteccionista. Con el apoyo de los laboristas moviéndose cada vez más hacia la izquierda, todos los sectores de negocios apoyaron sustancialmente a los conservadores y comenzaban a apoyar el libre mercado y el monetarismo.

Ahora bien, si algo había distinguido a la economía británica eran sus altos niveles de producción industrial y manufacturera, fomentadas ambas por una política expansionista del Estado. En sentido contrario, lo que la década de Thatcher representó fue un rechazo de la tradición del partido durante el siglo XX en lo relativo a la política económica y un explícito abandono del proteccionismo de la economía nacional como objeto propio de las políticas del gobierno. Desde luego que hubo excepciones en esto: la agricultura y la defensa fueron sectores que permanecieron protegidos y continuaron creciendo bajo los gobiernos conservadores. Asimismo, ciertas regiones, como Gales, que conservaron una política centralizada y dirigida, también tuvieron una experiencia muy diferente. Pero para el resto de la economía, el elemento clave adoptado por el gobierno de Thatcher fue expresado en la abolición de todo tipo de controles, así como el anuncio del paulatino retiro de ayudas regionales y estímulos industriales. Por lo anterior, y debido al bajo nivel de inversión y a los pocos incentivos que tuvieron lugar durante los gobiernos conservadores, la reestructura del sector industrial tenía que ser inevitable. La falta de un adecuado programa de ayuda y abastecimientos que ocupara los espacios vacíos dejados por la falta de inversión, capacitación, financiamiento e investigación dentro del sector industrial, ciertamente desalentaron al mismo, que tradicionalmente había sido uno de los sectores más sólidos y representativos de la economía británica. Contrariamente, al declive del sector industrial, el éxito económico del thatcherismo sólo se tradujo en beneficio de unas cuantas áreas económicas, convirtiendo a las políticas thatcheristas en extremadamente dependientes de unos pocos sectores y, particularmente, de los servicios financieros.33

Why not to privatize the Royal Family? Eslogan durante el thatcherismo.

2. La privatización y la reforma de las uniones de trabajadores (Trade Unions)

La privatización fue aplicada por el gobierno laborista anterior al de Thatcher para reducir los déficit públicos. La opción privatizadora fue rechazada por el Partido Conservador en el manifiesto de 1979 como técnicamente muy difícil de aplicar. Posteriormente, estudios detallados de varias industrias y propuestas para su privatización fueron abiertamente sostenidas por los thatcheristas. De esta manera, la necesidad de dinero fresco, el efecto electoral de privatizaciones como la vivienda y pensiones (que dotó de habitación a millones de personas) y, finalmente, una justificación teórica de la misma, hicieron que todos estos factores reunidos sostuvieran a la privatización como una de las políticas más exitosas y triunfantes del thatcherismo, cuando menos al principio.34

A tal grado fue exitosa la política privatizadora de los thatcheristas que la misma continuó siendo aplicada por John Major y, hasta el día de hoy, sigue siendo una de las directrices de política económica del gobierno laborista y uno de los grandes temas de debate en el Reino Unido, aún cuando indiscutiblemente ya no cuenta con el mismo apoyo popular. En términos generales, la privatización comprendió la venta de empresas públicas, la colocación de servicios públicos entre los competidores privados, la eliminación o flexibilización de los monopolios estatales, así como la introducción de compañías privadas dentro de las actividades estatales y el inicio de proyectos de inversión conjuntos.35

Con Margaret Thatcher, la primera gran medida privatizadora fue la expedición del Acta de Vivienda de 1980 (Housing Act), la cual estableció las condiciones necesarias para la venta de pensiones y viviendas públicas; con esta medida, para septiembre de 1986 más de un millón de viviendas habían sido vendidas a sus ocupantes. El éxito de esta política transformó a la privatización en una de las principales estrategias del gobierno, quien de esta manera presentó a la privatización no ya como una medida de bajo perfil, sino como una estrategia que contaba con un importante respaldo social.36

Después de la vivienda pública, la medida privatizadora más publicitada fue la venta de British Telecom (la empresa de telecomunicaciones más importante del Reino Unido), donde el gobierno rea-lizó una considerable promoción de preventa. Entre las muchas empresas que el gobierno privatizó cabe señalar a la British Aeroespace, Britoil, British Airways, British Gas, British Water Authorities, British Steel, Cable and Wireless, National Freight, Associated British Ports, Enterprise Oil, Imperial Chemical Industries, Jaguary Rolls Royce. Asimismo, en muchos otros sectores menores, tales como tintorerías, hospitales y recolección de desecho, el gobierno de Thatcher permitió la contratación de firmas privadas.37

Una de las consecuencias más inmediatas de este movimiento privatizador fue que de manera muy particular el gobierno de Thatcher sustituyó a los monopolios estatales con monopolios privados, lo cual evidentemente contradecía su aparente intención de fomentar la libre competencia entre las empresas. El ejemplo más representativo de esta tendencia es precisamente el caso de British Telecom, la cual fue transferida hacia el sector privado como una larga corporación en lugar de haberla organizado en unidades separadas de las telecomunicaciones, como hicieron en los Estados Unidos con Reagan en el caso de American Telephone and Telegraph Corporation. Sin embargo, y en sentido contrario, el gobierno también terminó con los monopolios de ciertas industrias, y de esta manera permitió la entrada de nuevos competidores -por ejemplo, en las rutas de autobuses- y de esta forma redujo los subsidios públicos en algunas empresas anteriormente nacionalizadas.38

También hay que contemplar las medidas adicionales de privatización instituidas por el gobierno de Thatcher: la reducción de subsidios y el incremento de tarifas para el sector público (por ejemplo en abril de 1985 el National Health Service dejó de proveer espectáculos excepto para los niños, estudiantes y derechohabientes), la extensión de prácticas del sector privado dentro del sector público, tal y como fueron los proyectos urbanos; la provisión privada de servicios (por ejemplo, introducir a las compañías privadas en la distribución de comidas escolares).

Ahora bien, en el centro de la política privatizadora aparece una paradoja: no obstante que fue instituida con el propósito de reducir el tamaño del Estado y su participación, su promoción dependió de que el gobierno desempeñara un activo e intervencionista papel, tanto para controlar las bases de la venta de tales empresas públicas, como para el desarrollo de las nuevas empresas privadas, las cuales, muchas de ellas, desempeñaron un papel monopólico que se oponía a la autoridad del propio gobierno. En síntesis, la contradicción entre el liberalismo minimalista y el conservadurismo interventor nunca pudo ser resuelta por el reformismo conservador. Efectivamente, si por una parte privatizaba y así se desprendía de lo que consideraba un lastre para una buena eficiencia del gobierno, por otra parte, tenía que aumentar la supervisión y control de los nuevos monopolios privados.

Asimismo, en el seno de la opinión pública y académica británica sigue existiendo una profunda división de los beneficios generados por la privatización. Por una parte, encontramos quienes resaltan los aspectos negativos de este gran proyecto privatizador e inclusive subrayan el hecho de que muchas de las compañías inicialmente privatizadas fueron relativamente prósperas el principio, pero tuvieron que ser nacionalizadas nuevamente debido a sus dificultades económicas.39

Otros, por el contrario, señalan que la privatización funcionó en muchos otros sentidos. En primer lugar, los beneficios que las finanzas públicas obtuvieron por concepto de privatización en las dos décadas anteriores fueron considerables. Lo que se acumuló por este concepto entre 1979 y 1997 fueron más de 90 billones de libras esterlinas. Asimismo, en el primer año de gobierno de Margaret Thatcher (1979-1980) 33 empresas estatales posteriormente privatizadas que absorbían 500 millones de libras esterlinas, para 1987 contribuían anualmente con más de 8 billones de libras en pago de impuestos, dividendos y venta de acciones. Lo anterior sin excluir los éxitos particulares de algunas empresas privatizadas como es el caso de British Airways que para 1998 fue considerada la aerolínea más rentable del mundo. También los consumidores fueron beneficiados: desde la privatización, el promedio de pago por servicio telefónico decayó en términos reales un 49% y el pago de gas en 31%.40

Pero no obstante los éxitos privatizadores de la reforma, el gobierno no ha tenido éxito en general con la percepción que domina entre la sociedad civil; no ha conseguido que la sociedad estime que la privatización de las empresas y servicios públicos por parte del Estado sea deseable y, si algo consiguió en este sentido, esto fue muy al principio de la privatización. Así, por ejemplo, las encuestas demuestran que la privatización nunca ha sido extremadamente popular. En 1981, el 43% de la gente consideraba favorable a la privatización; para 1993, esta cifra se redujo a 24% y en 1997 era apenas del 19%, lo cual explica la necesidad del nuevo gobierno laborista de retirar su propuesta de privatizar ciertos sectores del metro londinense (London Underground) a principios de 1998, lo cual trajo consigo la amenaza de huelga por parte de los trabajadores de ese todavía servicio público.41 De esta manera puede decirse que no obstante que los británicos consideran que la privatización trae aparejados ciertos beneficios económicos como reducción de costos, al mismo tiempo consideran que crea privilegios económicos y mono-polios privados, de los cuales la mayor parte de ellos están excluidos y, consiguientemente, la privatización contradice su aparente objeto democrático de quitar propiedad al Estado para derramarla en la sociedad.

En este sentido, la privatización también tuvo, debe subrayarse, un objetivo populista, mismo que se encontraba en la raíz del ofrecimiento de venta de las acciones de las anteriores industrias estatales, lo que fue dirigido a extender la base electoral de los conservadores. Sin embargo, los resultados no fueron todo lo efectivo que se esperaba, ya que el ambiente de mayor competencia que produjeron las reformas thatcheristas creó a su vez un clima de mayor inseguridad. La consecuencia fue que las enormes ganancias financieras obtenidas por un número privilegiado de grupos económicos generó, en contraste, la angustia de los nuevos pequeños accionistas, quienes padecieron frecuentemente desempleo e insolvencia.42

Por otra parte y muy estrechamente relacionado con la privatización, se encuentra la posición de las uniones de trabajadores (Trade Unions) frente a los nuevos gobiernos conservadores. Efectivamente, una parte central de la política económica de Thatcher fue el debilitamiento de la posición de las uniones, primeramente por la resistencia que ofrecían tanto al proceso privatizador, como a la necesidad de adaptar los niveles salariales a las necesidades del mercado. Desde luego, tales problemas estaban asociados a la fortaleza e inflexibilidad de las uniones sobre tales puntos.

Con el objeto de reducir el poder de las uniones de trabajadores, el gobierno introdujo el Acta sobre empleo (Employment Act) en 1980. Este documento, primeramente, otorgó a los trabajadores que no pertenecían a una unión de trabajadores, la posibilidad de demandar tanto a la unión como a los empleadores por daños relativos al trabajo. También hizo posible la contratación de personal en un centro de trabajo con el soporte de sólo el 80% de la fuerza de trabajo de ese centro y no a través de la sanción de la unión. Asimismo, buscó facilitar que el voto en las elecciones de los líderes de las uniones de trabajadores se pudiese emitir vía postal, y estableció restricciones tanto en el número de trabajadores que se requería para hacer estallar una huelga, como sobre el status legal de los huelguistas. Finalmente, en ese mismo año de 1980, el gobierno alteró el pago de beneficios de seguridad social para los huelguistas y sus familiares, bajo el argumento de que ellos recibían algún tipo de pago a través de la unión.43

Estos cambios en la legislación sobre las uniones de trabajadores fueron impulsados con mayor fuerza en 1982, con el proyecto de ley introducido por James Prior, que afectaba seriamente el derecho de huelga. Así, por ejemplo, este proyecto extendía el derecho de voto secreto en lo relativo a la acción de huelga e hizo factible la posibilidad de demanda en contra de las uniones por daños ocasionados con motivo de huelgas ilegales. Estas últimas medidas propuestas por los thatcheristas, tuvieron un impacto importante en los subsecuentes conflictos industriales que estallaron bajo el gobierno de Thatcher, sobresaliendo la áspera y sangrienta huelga minera de 1984-1985. La ferocidad de esta huelga, tanto verbal como física, dejó sin lugar a dudas una huella imborrable sobre las relaciones industriales británicas. Desde el punto de vista del gobierno conservador, el fracaso de la Unión Nacional de Mineros (National Unión of Miners) bajo el liderazgo de Arthur Scargill's y la emergencia de una alternativa unión minera, fue uno de los mayores logros de su política encaminada a debilitar a las uniones gremiales.44

Ante tales ejemplos, subsecuentes intentos de huelgas como el promovido por la Unión Nacional de Trabajadores Ferroviarios del Metro Londinense (National Union of Railworkers's London Underground) fracasaron por la negativa de sus miembros para brindar el apoyo necesario a la Unión. Lo mismo sucedió con los intentos de huelga de los Ingenieros, Guardias y Guardavías Británicos Ferroviarios (British Rail Engeneers, Guards and Signalmen) durante 1985 y 1986. De esta forma, para mediados de 1985 varias uniones habían aceptado requerimientos tales como el voto sobre el derecho de huelga o la elección de dirigentes, algo que, indiscutiblemente parecía imposible diez años antes.45

Finalmente, el Acta sobre Uniones de Trabajadors de 1984, llevando el asunto todavía más lejos, estableció entre otros aspectos que definitivamente toda huelga debía ser aprobada por el voto secreto de los miembros de la unión, además de que la elección vía postal ya era permitida para la elección de los dirigentes. Asimismo, la posibilidad de huelga y su status fueron seriamente limitados, además de que las uniones podían ser sujetas a la reparación de daños. En síntesis, el gobierno de Thatcher impuso severas medidas en contra de las uniones de trabajadores, restringiendo sustancialmente la actividad de éstas y limitando el margen de maniobra de sus líderes, lo cual combinado con un incremento en los altos niveles de desempleo de principios de la década de los ochenta, quebró las principales resistencias de las uniones de trabajadores frente al nuevo horizonte económico.46

3. La política monetaria y control del gasto público

Para reducir los índices de inflación, que se habían manifestado como uno de los grandes problemas de buena parte de la década de los setenta, así como para bajar las tasas de interés, el gobierno tradujo su política monetaria en dos objetivos primordiales: el control sobre la emisión de dinero y del endeudamiento del gobierno. Por otra parte, los thatcheristas comenzaron a disminuir la carga impositiva: así, por ejemplo, la tasa básica sobre el salario cayó de 33 a 30. Por lo que toca a la reducción de los requerimientos de endeudamiento por parte del sector público, esto se tradujo en una disminución del gasto público y de la actividad del Estado.47

De esta forma, el gobierno consiguió reducir considerablemente los niveles de inflación, los cuales pasaron de 15.8% en 1977 a 4.6% en 1983 y 6.1% en 1985. Sin embargo, esa política tuvo su costo y el desempleo alcanzó niveles sin precedentes de 5.3 puntos en 1979 a 13 puntos en 1983 y a 11.9 en 1985. Efectivamente, el costo de la política monetaria aplicada por el thatcherismo se debió en buena medida a los fracasos del gobierno para generar un adecuado crecimiento industrial ante la reducción de circulante y el control del gasto público, lo cual se tradujo necesariamente en altos niveles de desempleo. Varios sectores de la industria manufacturera británica se colapsaron desde finales de los años setenta, lo cual de alguna medida fue producto, en parte, de las políticas monetarias promovidas por el gobierno de Thatcher.48

Respecto al propósito del gobierno thatcherista de reducir el papel del Estado mediante el control del gasto público, no se logró por su expansivo gasto militar, así como el de la seguridad pública. En el mismo sentido, el thatcherismo tampoco pudo conseguir una reducción considerable del gasto en educación y salud, ni de algunos otros sectores vinculados con el Estado de bienestar. En general, puede afirmarse que el gobierno de Thatcher no pudo reducir el tamaño del sector público, no obstante su agresiva retórica antiestatista; en términos reales, anualmente se destinó un porcentaje cada vez más alto del producto interno bruto en el rubro del gasto público. De esta manera, el gasto público fue 9.4% más alto en términos reales entre 1984-1985 que en el periodo comprendido de 1979-1980. Ahora bien, este incremento en el gasto público tampoco debe engañarnos y hacernos creer que finalmente el Estado de bienestar se mantuvo en los mismos términos en que se encontraba o que sólo creció marginalmente, por el contrario, tal incremento oculta cambios significtivos en la composición de tal gasto y reflejan las nuevas prioridades del thatcherismo. La tendencia más dramática fue la caída del gasto en vivienda, debido a la política privatizadora del gobierno, mismo que pasó de 4,452 millones de libras en 1980-1981 a 2,742 millones en 1985-1986; en sentido inverso, el gasto militar se incrementó sensiblemente de 11,182 millones de libras en 1980-1981 a 18,222 millones en 1985-1986, así como el de seguridad pública que pasó de 3,179 millones de libras a 5,388 en el mismo periodo.49 Tal parece que los conservadores en su discurso deseaban menos Estado pero en realidad lo que establecieron fue un mayor autoritarismo estatal, o en otras palabras, se quería menos Estado pero más autoritarismo.

Otro aspecto de notable importancia es el fracaso del gobierno para reducir los gastos del sector público en lo relativo a educación, salud y servicios sociales, tal y como se lo había propuesto en un principio. Por el contrario, estos sectores se incrementaron sustancialmente más de lo programado: el gasto en educación se incrementó de 10,899 millones de libras esterlinas en el periodo de 1980-1981 a 14,461 millones de libras para 1985-1986; salud y servicios sociales crecieron de 11,405 millones de libras a 16,681 millones en los mismos periodos, y seguridad social pasó de 23,444 millones de libras a 41,244 millones de libras, también en los mismos periodos. Sin lugar a dudas, el que el gasto de seguridad social se haya incrementado en casi un doble se debe al incremento en el número de beneficiarios y particularmente de desempleados, algo que debió prever la retórica thatcherista.50

Lo que parece cierto es que los conservadores con las restricciones del gasto público trataron de frenar el crecimiento del Estado, más nunca quisieron abolirlo. Efectivamente, después de 19 años de gobiernos conservadores, éstos dejaron un Estado prácticamente intacto: si en 1979 éste absorbía el 44% del producto interno bruto, para 1996 consumía 43% del mismo.51

4. La crisis económica o el principio del fin

De la década del gobierno de Margaret Thatcher se habló como del gran éxito económico. Los conservadores habían sido elegidos con el propósito de revertir el deterioro económico de los años anteriores, y para el final de la década de los ochenta, inclusive se llegó a hablar del milagro económico y de la ventaja comparativa de la economía británica sobre el resto de las europeas. Sin embargo, no obstante que hubo sustanciales mejorías en la posición de la economía británica durante los ochenta, muchas de sus proclamas de éxito económico son infundadas. El largo periodo recesivo que comenzó en 1989 frenó las expectativas de un crecimiento sostenido y expuso las limitaciones de la economía británica.52 De tal manera que cuando la recesión llegó, la economía apareció sólo marginalmente mejor preparada para absorber sus efectos que en 1979.

Efectivamente, el factor más importante que bloqueó cualquier radicalización del proyecto thatcherista fue la reaparición de los signos más familiares de una crisis económica y la consiguiente continuidad del declive de la Gran Bretaña como potencia mundial. Para finales de su último periodo de gobierno, Margaret Thatcher no sólo no había resuelto muchos de los problemas económicos de los británicos, sino que además había creado otros nuevos.53

El momento culminante de la crisis fue la salida forzosa del Reino Unido del Mecanismo sobre Tipo de Cambios (Exchange Rate Mechanism, ERM) el 16 de septiembre de 1992, acontecimiento que fue denominado Black Wendsday (miércoles negro): todo cambió después de este día. No obstante que la salida del ERM liberó a los británicos de una camisa de fuerza y permitió la adopción de una política de exportación más flexible, lo cual ayudaba a la Gran Bretaña a salir de la recesión y sentaba las bases para la recuperación, el gobierno había defendido el ERM hasta el último momento como elemento esencial de su política antiinflacionaria. El Black Wendsday ocasionó que el gobierno perdiera 1.1 billón de libras esterlinas en reservas, incrementara las tasas reales de interés y la inflación, todo esto con el propósito de defender el tipo de cambio.

Asimismo, la salida del ERM y la necesidad de contener los efectos de la recesión en las finanzas públicas forzó al gobierno a retirar sus ofertas electorales y elevar impuestos, lo que trajo consigo que un extenso número de votantes se encontraran insolventes para hacer frente a sus adeudos bancarios y al desempleo. Esta decisión fue extremadamente impopular, de tal manera que los conservadores perdieron su reputación como el partido de la eficiencia económica. Desde entonces, los conservadores se mantuvieron siempre 15 o 20 puntos atrás de los laboristas en las encuestas mensuales, y desde 1992 el Partido Laborista no sólo obtuvo un apoyo superior al 50% en las encuestas, sino que para 1994 los conservadores cayeron cerca del 20%, el peor nunca antes visto; todo esto anticipaba ya el gran desastre electoral del 1o. de mayo de 1997.54

V. LA REFORMA DE LOS OPOSITORES

Como ha quedado indicado, muchos de los anteriores pilares de la hegemonía conservadora han sido desgastados. Con la victoria de los laboristas en mayo de 1997 y frente a la debilidad y división de los conservadores, por el momento la era del dominio conservador ha llegado a su final.55 Sin embargo, todo indica que en la sociedad británica no existe un soporte popular que respalde, por el momento, un proyecto alternativo al que establecieron los conservadores. Ciertamente, la pasión y convicción de la política británica siguen siendo conservadoras. En consecuencia, todo indica que la izquierda laborista en los próximos años sólo podrá adaptarse a su contexto político mediante un nuevo y vigorizado conservadurismo popular y, no obstante, la contradicción en los términos, irá más lejos proponiendo un mercado social.

Efectivamente, los conservadores lidereados por el thatcherismo son ampliamente reconocidos por haber subrayado la importancia de las ideas y del proselitismo de mercado en la política; esto ha tenido sin lugar a dudas una importante repercusión también en el laborismo. De esta manera y ante el gran impacto que ha tenido la reforma conservadora, ahora el Partido Laborista está buscando la manera de integrar el legado de la nueva derecha y del thatcherismo a su discurso. Es así como desde hace algunos años, los laboristas se lanzaron a buscar "la gran idea", al tiempo que subrayaban la aceptación de la lección obtenida por parte de los thatcheristas.

Pero ¿cómo ha tenido lugar la integración del legado thatcherista y de la nueva derecha dentro de la izquierda británica y, en particular, dentro del laborismo? En primer lugar, hay que señalar que independientemente de la radicalidad de la reforma thatcherista, con los acontecimientos de 1989, entre los cuales destacan el colapso del bloque socialista y la caída del muro de Berlín, el socialismo fue eliminado como la principal amenaza exterior a tales reformas. Es decir, tanto el socialismo como el comunismo dejaron de ser los acérrimos enemigos de los conservadores en la Gran Bretaña y de otros proyectos de este tipo; la caída del comunismo en Europa oriental y la Unión Soviética privaron a la derecha de sus demonios. Desapareció así la bipolaridad entre socialismo y capitalismo; sin embargo, lo que no desapareció fue la polaridad entre la derecha y la izquierda.56

Por otra parte, frente al éxito de la nueva derecha y las sucesivas victorias electorales de los conservadores a partir de 1979, la izquierda británica se enfrentó con un programa de gobierno y un cuerpo ideológico muy diferente a sus postulados. En un principio, su reacción ante la avanzada conservadora fue el rechazo de esta reforma, bajo el argumento de que lo hacía sobre la base de su coherencia ideológica. De esta manera, la respuesta inicial al florecimiento de la nueva derecha y el éxito de los thatcheristas fue un rechazo de estos dos y una reelaboración de los antiguos temas de la izquierda laborista, como los relacionados con el Estado de bienestar, el paternalismo, gasto público e inclusive, sobre el socialismo.57

No había duda que sobre la base de discutir estos temas, los laboristas se encontraban a la defensiva y lo único que les esperaba era una gran derrota, tal y como aconteció durante toda la década de los ochenta y el inicio de la siguiente. Cualquier discusión sobre una posible alternativa de mercado era desechada sobre la base de que tal intento significaba una complicidad con la derecha y además una contradicción ideológica con la izquierda.

Frente a la falta de efectividad política de esta primera reacción, los laboristas iniciaron una revalorización de su postura frente a la nueva derecha y el thatcherismo, dando lugar a un significativo cambio que no los llevaría a una revalorización del socialismo, sino hacia una metamorfosis muy distinta. Efectivamente, lo que se puso en juego era la posibilidad de que esa reforma emprendida por los conservadores tuviese algún mérito o fuese utilizada en beneficio de los propios laboristas. Así, los términos del debate fueron transformados y la discusión sobre el socialismo abandonada. La consiguiente respuesta fue examinar de una manera más crítica y menos hostil si había algunas virtudes que explicaran el éxito de la nueva derecha y de los thatcheristas.58

Fue así como la primera gran respuesta de la izquierda al legado de la nueva derecha fue absorber los argumentos en favor del mercado. No obstante que estos argumentos comenzaron a ser desarrollados antes de la caída del bloque socialista en 1989, no fue sino hasta después de esta fecha que comenzaron a tener mayor peso. El término de mercado social difiere de las tradicionales discusiones de la izquierda laborista en cuando menos los siguientes aspectos: los términos de clase son sustituidos por los de sociedad civil y se integra a la actividad privada dentro de la actividad pública. Asimismo, los argumentos principales que el laborismo encuentra en favor del mercado son que al igual que el socialismo, el mercado es un medio de maximizar las oportunidades de elegir y de libertad social. Es decir, la propuesta individualista de la nueva derecha en el sentido de quitarle poder al Estado y otorgarlo al simple ciudadano, es retomada por los laboristas como un medio para extender el espacio de libertad. Así lo señalaron Anthony Wright y Gordon Brown (miembros laboristas del Parlamento) al señalar que "for hundred years the socialist message has inevitably had to be that the State should assume power on behalf of the people. Now it is time that the people take power from the state".59 También se argumentó que para aquellos laboristas preocupados por la planeación estatal como un medio para alcanzar la eficiencia económica, el mercado era también un excelente medio de promover la eficiencia productiva y los intereses de los ciudadanos, es decir, el mercado sería algo así como el nuevo planificador.60

Unos párrafos arriba hablábamos de que la izquierda laborista se había lanzado a la búsqueda de la "gran idea" que le permitiera adaptar sin muchas contradicciones internas la reforma que le dejó el thatcherismo. El último producto que al respecto ha creado el laborismo para dar solución a tal problema es el de la llamada tercera vía (The Third Way), postulada por Tony Blair, en cuyo proyecto ha participado Anthony Giddens uno de los intelectuales de mayor prestigio en la Gran Bretaña y actualmente director de la London School of Economics. En síntesis, se puede decir que la tercera vía pretende brindar la base teórica y programática para la nueva política laborista. Sin embargo, es evidente que lo que se busca con este proyecto es otorgar una salida al laborismo que se ha acercado ya demasiado al legado thatcherista; es decir, pretende encontrar una alternativa al nuevo consenso conservador que se estableció con la reforma instaurada por el thatcherismo.61

Conforme a lo que manifiestan sus impulsores, la tercera vía no es ni la vieja izquierda (The Old Left) ni la nueva derecha, sino algo diferente. Lo cierto es que la tercera vía tiene más similitudes con el discurso thatcherista que nuevas ideas sobre el futuro del laborismo. Así, por ejemplo, cuando Blair sostiene que la vieja izquierda triunfó en generar una derrama indiscriminada e improductiva del gasto público y que, por el contrario, la tercera vía se concentrará en asegurar que el gasto público tenga el resultado deseado a la vez que incentivará a la empresa privada, me parece que hay más de la nueva derecha que lo que los mismos laboristas reconocen.62

Ciertamente, si la tercera vía trata de conseguir un Estado pequeño, fiscalmente sano y promotor de la empresa privada ¿cuál es la diferencia con el thatcherismo? Sin lugar a dudas, la gran encrucijada del laborismo en los momentos actuales, y de la izquierda en la Gran Bretaña, es que se encuentra atrapada en el discurso thatcherista y de la nueva derecha. O dicho de otra manera, en la política británica existe un nuevo consenso al cual inclusive la izquierda ha tenido que sujetarse; ese consenso es el que fue establecido con casi veinte años de gobiernos conservadores. Me parece que el último reducto al cual no había llegado la reforma instaurada por los thatcheristas, era el de sus enemigos, es decir, precisamente los laboristas, quienes finalmente han sido vencidos o sustancialmente modificados. En otras palabras, Tony Blair parece estar convencido de poder llevar adelante la reforma de los conservadores sobre una plataforma laborista.

En síntesis, el Partido Laborista en particular, y la izquierda en general, parecen haber renunciado a luchar contra los parámetros dejados por el thatcherismo, y por consiguiente han subrayado la exis-tencia de un nuevo consenso sobre esas bases. Es así como el papel del mercado es ahora apreciado de una manera mucho más amplia. El resultado de las elecciones generales de 1997 indicaron que un "subthatcherista" sentido común prevalece en la Gran Bretaña. Es así como, no obstante que la reforma del Estado propuesta por los conservadores estuviera repleta de muchas debilidades teóricas y fallas prácticas, el nuevo consenso generado por esa reforma permanece como un proyecto hegemónico dentro de la sociedad y la política británicas.

Para concluir, podemos señalar que no obstante que la reforma del Estado propuesta por los conservadores se vio frecuentemente atrapada entre su deseo de celebrar al mismo tiempo el tradicionalismo y la reforma, ésta logro desbaratar el viejo consenso social de la posguerra y establecer uno nuevo, cuya fuerza radica precisamente en su profundo carácter contradictorio: es decir, en ser a la vez una reforma altamente reaccionaria en su sujeción a las tradicionales formas, y altamente radical en su diagnóstico de los males que asediaban al Reino Unido.

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PAREK, Bhikhu, "The New Right and the politics of Nationhood", en Levitas, R. (ed.), The ideology of the New Right, Cambridge, 1986.

WILLET, David Willet, "The Prime Minister's Policy Unit", Public Administration, vol. 65, 1987.

Hemerografía

The Economist, Londres, 5 de abril de 1997.

Ibidem, 3 de mayo de 1997.

Ibidem, 13 de junio de 1998.

Ibidem, 19 de diciembre de 1998.

Notas:
1 El nombre oficial es Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte y se abrevia solamente como Reino Unido, sin embargo es de uso común referirse a este país como Gran Bretaña. Para los efectos del presente trabajo usaré indistintamente Gran Bretaña o Reino Unido. >@AUT = Francisco A. IBARRA PALAFOX
2 Kissinger, Henry, Diplomacy, New York, Touchtone, 1994, p. 597. La traducción es mía.
3 Parekh, Bhikhu, "The New Right and the Politics of Nationhood", in The New Right. Image and Reality, London, The Runnymede Trust, 1986, p. 34.
4 King, Desmond, The New Right: Politics, Markets and Citizenschip, London, 1987, p. 113.
5 Gamble, Andrew, "The Entrails of Thatcherism", New Left Review 198, marzo-abril, 1993, pp. 1 y 2.
6 Gamble, Andrew, "The Crisis of Conservatism", New Left Review 21, noviembre-diciembre, 1995, p. 214.
7 Ibidem, pp. 214-215.
8 Ibidem, p. 224.
9 Por defensa de la Unión debe entenderse la posición que sostiene la unidad de Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda del Norte como un solo Estado nacional.
10 Ibidem, p. 222.
11 Sobre la posición de los conservadores que se opusieron a la reforma thatcherista véase Gilmour, Ian, Dancing with Dogma: Britain under Thatcherism, Londres, Simon & Schuster, 1992, en Gamble, Andrew, art. cit., op. cit, nota 6, p. 224.
12 Gamble Andrew, art. cit., op. cit., nota 5, p. 3.
13 Gamble, Andrew, art. cit., op. cit., nota 6, pp. 215-216.
14 15 "Spot the governor", The Economist, Londres, 5 de abril de 1997, pp. 53-54.
16 Gamble, Andrew, art. cit., op. cit., nota 6, pp. 225-226.
17 Idem.
18 Ibidem, p. 226.
19 Whitehall es el término que se usa para designar al gobierno inglés o la ubicación de éste, ya que muchas oficinas gubernamentales se encuentran ubicadas en una calle que lleva precisamente este nombre.
20 Al respecto, consultar Hennessy, Peter, Whitehall, London, 1989, pp. 623-682.
21 Desai, Radhika, "Second hand dealers in ideas: think-thanks and thatcherite hegemony", New Left Review 203, enero-febrero, 1994, pp. 34-35.
22 Al respecto es importante señalar que la nueva derecha y el thatcherismo no son idénticos. La nueva derecha puede ser identificada como la corriente de pensamiento que predominó durante los años de gobierno thatcherista y que estuvo caracterizada por incorporar dos grandes corrientes de pensamiento. Por una parte, en lo que puede denominarse su vertiente político-moral integró una corriente de pensamiento tradicionalmente conservadora en la cual se postulaban la preeminencia de valores victorianos, ideas como patriotismo, paternalismo, elitismo y una importante dosis de autoritarismo político. En segundo lugar y en lo que puede ser denominada su vertiente liberal-económica, se integraron por primera vez en la historia del pensamiento conservador principios de libre mercado, monetaristas e ideas sobre la privatización, la reducción del Estado y similares que se combinaron con la primera vertiente para formar un híbrido con características muy particulares. Si en un principio teóricamente estas dos vertientes se contradecían, en la práctica tuvieron un muy buen resultado. Para un estudio más detenido de la nueva derecha pueden consultarse mis siguientes trabajos, Ibarra Palafox, Francisco A., What is new in the New Right?, septiembre de 1998, disertación final para obtener el grado de maestría en la London School of Economics and Political Science, y también The Contradiction between conservatism and liberalism has not been resolved by the New Right?, ensayo final elaborado para la materia de Pensamiento Político en la Gran Bretaña durante el siglo XX, abril de 1998.
23 Sobre los trabajos realizados por el Instituto de Asuntos Económicos, se puede consultar Cowling, Maurice, "The sources of the New Right: Irony, Geniality and Malice", Encounter, noviembre, pp. 5-6; así como Bosanquet, Nick, After the New Right, London, 1984 y Desai, Radhika, art. cit., op. cit., nota 21, pp. 2-3.
24 A través de su historia, siempre se ha señalado que una de las características del Partido Conservador ha sido su incapacidad para crear una ideología política coherente en términos teóricos. Este argumento viene de los propios conservadores y de sus críticos e insinúa que los conservadores no son capaces ni de pensar ni de crear cualquier cuerpo coherente de ideas. La tesis acerca de la incapacidad de teorizar por parte de los conservadores es asociada con Mill cuando éste se refería a los conservadores como el "partido estúpido" y resaltaba así su esencial pragmatismo. Sobre el particular, consultar Freeden, M., Ideologies and Political Theory: a conceptual approach, Oxford, 1996, pp. 317-318.
25 Desai, Radhika, art. cit., op. cit., nota 21, p. 3.
26 Cowling, Maurice, art. cit., op. cit., nota 23, pp. 6-10; por lo que respecta al Instituto Adam Smith (ASI), fue siempre observado con algo de suspicacia inclusive por sus propios integrantes. Originalmente formado en los Estados Unidos de América, transfirió sus operaciones a Londres en el año de 1979. Este organismo imitó el estilo de los órganos intelectuales norteamericanos, creando durante los años ochenta lo que fue denominado como el Proyecto Omega, el cual era un reporte integrado por diversas recomendaciones políticas para los gobiernos thatcheristas. Asimismo, el Instituto Adam Smith estuvo dedicado a crear relaciones trasatlánticas con los Estados Unidos y finalmente un intercambio internacional de ideas, especialmente en tópicos donde la experiencia de otros países pudiesen servir de ejemplo para la Gran Bretaña. Sin embargo, sus vínculos trasatlánticos siempre fueron muy obscuros y se rumoró ampliamente que pudiese estar financiado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA), al respecto véase Desai, Radhika, art. cit., op. cit., nota 21, pp. 4-5.
27 Desai, Radhika, art. cit., op. cit., nota 21, p. 5.
28 Idem.
29 Sobre el particular véase Willet, David Willet, "The Prime Minister's Policy Unit", Public Administration, vol. 65, 1987.
30 Desai, Radhika, art. cit., op. cit., nota 21, p. 6.
31 Ibidem, pp. 35-36.
32 Gamble, Andrew, art. cit., op. cit., nota 6, pp. 229-230.
33 Ibidem, pp. 231-232.
34 Brittan, Samuel, "The Politics and Economics of Privatization", Political Quaterly, vol. 55, 1985, p. 110.
35 King, Desmond, op. cit., nota 4, p. 123.
36 Ibidem, p. 123.
37 "The End of Privatization", The Economist, 13 de junio de 1998, pp. 53-54; The Sunday Times, 10 de noviembre de 1985, en King, Desmond, op. cit., nota 4, p. 124.
38 Ibidem, pp. 124-125.
39 Ibidem, pp. 123-124.
40 "The End of Privatization", The Economist, 13 de junio de 1998, pp. 53-54.
41 Ibidem, p. 54.
42 Gamble, Andrew, art. cit., op. cit., nota 6, p. 232.
43 Desmond, King, op. cit., nota 4, pp. 118-119.
44 Ibidem, p. 119.
45 Idem.
46 Ibidem, pp. 119-120.
47 Ibidem, pp. 114-115.
48 Ibidem, p. 116.
49 Ibidem, pp. 120-122.
50 Ibidem, p. 123.
51 "The Third Way. Goldilocks politics", The Economist, Londres, 19 de diciembre de 1998, p. 73.
52 Gamble, Andrew, art. cit., op. cit., nota 6, pp. 230-231.
53 Desai, Radhika, art. cit., op. cit., nota 21, p. 36.
54 Gamble, Andrew, art. cit., op. cit., nota 6, pp. 216-218.
55 "Are the Tories dead and buried?", The Economist, Londres, 3 de mayo de 1997.
56 Barker, Rodney, Political Ideas in Modern Britain in and after the after the Twentieth Century, Londres, 1997, p. 255.
57 Un buen ejemplo del rechazo inicial de la izquierda sobre la nueva derecha puede verse en Loney, Martin, The Politics of Greed, Londres, 1986, citado por Barker, Rodney, op. cit., nota 56, p. 260.
58 Barker, Rodney, op. cit., nota 56, pp. 259-263.
59 "Por cien años el mensaje socialista inevitablemente ha tenido que ser que el Estado deba asumir el poder en representación del pueblo. Ahora es tiempo de que el pueblo tome el poder del Estado". La traducción es mía. Citado por Barker Rodney, op. cit., nota 56, p. 276; asimismo es importante señalar que Gordon Brown es el actual Ministro de Hacienda en el gabinete de Tony Blair, y como tal, el responsable de haber aplicado las nuevas medidas de austeridad y control del gasto público dentro de este gobierno.
60 Ibidem, pp. 264-266 y 276.
61 "The Third Way. Goldilocks politics", The Economist, Londres, 19 de diciembre de 1998, pp. 73-75.
62 Idem.