LOS ESTADOS ANTIGUOS Y LA GLOBALIZACIÓN

Marcos KAPLAN *

SUMARIO: I. Introducción. II. Raíces histórico-antropológicas de la globalización. III. La Grecia clásica como sistema internacional. IV. La civilización helenística. V. La república romana y la génesis del imperio. VI. El alto imperio. VII. Crisis

del siglo III y bajo imperio. VIII. A manera de epílogo.

I. INTRODUCCIÓN

Una serie de interrogantes cruciales se plantean cada vez más frecuentemente sobre la llamada globalización y, en su contexto, las tendencias y las perspectivas del Estado-nación soberano y sus posibilidades de regulación político-jurídica de la economía, la sociedad y las condiciones de gobernabilidad en lo interno y de la propia integración internacional.

Esta temática es especialmente pertinente por el hecho que una de las constantes históricas de América Latina es la importancia decisiva de la inserción internacional para las realidades y las posibilidades del Estado-nación y del desarrollo nacional.

La globalización -en sus diferentes conceptos y usos- emerge y se difunde desde los años de 1980 entre científicos sociales, ideólogos, profesionales de los medios masivos de comunicación, gobernantes y administradores, dirigentes sindicales o corporativos. Término usado de modo exagerado y errático en los diversos léxicos generales o especializados, portador de una fuerte carga política e ideológica, la globalización se establece en campos diversos como la economía, la geografía, la sociología, la ciencia política, las relaciones internacionales, el marketing, los medios de comunicación masiva.

La palabra y los temas penetran e impregnan la opinión pública, pasan a formar parte significativa del debate ideológico y de las decisiones estratégicas y políticas. Su difusión y uso, sin embargo, se acompañan por una gran variedad de formulaciones, de contenidos y significados, de imprecisiones y contradicciones. Se carece hasta el presente de una definición sustantiva y rigurosa, de un modelo teórico comúnmente aceptado de lo que se presenta como nueva economía global con el cual confrontar las diferentes manifestaciones e interpretaciones, y sus diferencias con estadios previos de la economía internacional, que permita analizar y evaluar las evidencias históricas y empíricas actuales, tratar la cuestión de la posible transición de la economía internacional contemporánea a una economía global.

Al respecto, se multiplican los interrogantes:

¿Qué es la globalización? ¿Representa una continuidad o bien una discontinuidad con salto y ruptura de una temática tradicional, amplificada, reforzada, profundizada, modificada, o de una temática radicalmente nueva? ¿Es manifestación y continuidad de tendencias preexistentes, o constelación de fenómenos nuevos, o bien una combinación inédita de lo viejo y lo nuevo? ¿Está cerca o ya realizada, o es lejana, incierta, no realizable? ¿Es buena o es mala, positiva o negativa, y en ambos casos, para quiénes? ¿Es fatal, irresistible e irreversible, o no? ¿Qué ocurre con el Estado y su soberanía y políticas, con la sociedad y la cultura nacionales, en los procesos de globalización?

Las posturas y valoración respecto a la globalización expresan o constatan, de muy variadas maneras, tendencias hacia la unión de las poblaciones del planeta en una economía única, a la cual podrían además ir correspondiendo una sociedad, una cultura, un sistema político, quizás un Estado, en mayor o menor grado mundiales. En especial, se suele afirmar la necesidad y conveniencia, aclamadas o lamentadas, la fatalidad e irreversibilidad, de un eclipse y disolución de todo lo que sea nacional, y sobre todo de debilitamiento, del Estado-nación soberano, de su reducción a una posición subalterna, incluso su más o menos rápida extinción.

Aunque los esfuerzos de clarificación y valoración, y los debates al respecto, están lejos de haber terminado con el triunfo de una de las posturas o tendencias, puede sostenerse fundadamente que la globalización plena no se ha realizado, ni está cerca de realizarse de modo total y definitivo, y mucho menos como un "Fin de la Historia".

En una historia de milenios han existido fases precedentes con altos niveles de apertura, integración e interdependencia internacionales de las naciones, que sin embargo no desembocaron en una globalización, por ejemplo en el periodo que va desde el último cuarto del siglo XIX hasta el estallido de la Gran Guerra de 1914-1918, seguido de unas tres décadas de retroceso en sentido inverso. Lo que hoy se suele ubicar bajo la rúbrica de globalización no ha cumplido sus pretensiones y promesas, en cuanto a un desarrollo más o menos integrado-integrador, general e igualitario de las economías, las sociedades, las culturas, las regiones, naciones y Estados del planeta. No existe ni parece en el momento presente que llegue a existir un destino compartido entre unas y otros, y sí un agravamiento de las desigualdades, desequilibrios y conflictos. El propio avance de las fuerzas y procesos de transnacionalización y mundialización desgasta o destruye actores y tejidos sociales, bases socioculturales y políticas, que son necesarias para la misma existencia de la eventual globalización y para su reproducción ampliada y su triunfo definitivo. A las fuerzas y tendencias que hoy se identifican con la globalización, se contraponen otras que las contrarrestan y restringen, conflictos y antagonismos, resistencias, frenos y limitaciones de todo tipo. Todo ello converge en las crisis del sistema económico-financiero mundial, del sistema interestatal y del modelo de crecimiento neocapitalista-tardío o periférico que se ha intentado e intenta aplicar en las últimas décadas. La globalización en sentido estricto es un escenario posible, pero no probable.

Si no se ha llegado a la globalización, parece estarse hoy en el tránsito de la mera internacionalización, en avance desde un pasado remoto pero que perdura y se continúa en el presente, y se proyecta cada vez más hacia el futuro, hacia nuevas formas de transnacionalización y de mundialización, a la constitución de un espacio mundial de intercambios generalizados entre diferentes partes del planeta, de múltiples nexos, interconexiones e interdependencias, y de crecimientos y desarrollos de todo tipo. Con referencia a todo ello, y a falta de una mejor alternativa, en adelante sigo usando el término globalización, que así abarca e integra la vieja y la nueva internacionalización, la transnacionalización y la mundialización, y sus múltiples nexos.

II. RAÍCES HISTÓRICO-ANTROPOLÓGICAS DE LA GLOBALIZACIÓN

La serie de fases precedentes de los fenómenos hoy agrupados bajo la rúbrica de globalización se inicia con el origen mismo de la especie humana. Los primeros hominidos inician el proceso integrador global al abandonar el hoy llamado Cuerno de África hacia la cobertura del planeta. En el mismo proceso de van dando la creación y evolución de instituciones que irán cumpliendo grandes papeles en el proceso de la hoy llamada globalización: lenguaje, intercambios, mercado, normas jurídicas para contratos, moneda, etcétera. Existen en mayor o menor grado los registros de miles de años de contacto entre grandes imperios. El sistema económico-político mundial es ya rastreable desde varios siglos atrás. Desde el siglo XVI se va desarrollando, junto con el capitalismo y el Estado nacional, un sistema económico mundial y un sistema político internacional-estatal, que van implicando a un número creciente de naciones y a la mayor parte de la población mundial. La conquista del tiempo y el espacio data sólo desde el siglo XVIII. El proceso se acelera en el XIX y la hace eclosión en el XX.

Los avances del universalismo en el pensamiento filosófico y social, de la internacionalización en el pensamiento político, del comercio internacional, de los proyectos de integración (regional, continental y mundial), los imperialismos y los colonialismos, las guerras mundiales, podrían ser vistos, entre otras perspectivas, como preliminares de un proceso más comprensivo y penetrante. Antecedentes a destacar son los mercados mundiales de productos básicos ya en el siglo XIX, la expansión mundial de grandes marcas. Ellos siguen siendo fenómenos limitados hasta fines de los años de 1980, mientras se producen varias grandes transformaciones que confluyen en un cambio cualitativo de los últimos 30 años. Entre ellos destaca el desmantelamiento de barreras nacionales para la operación de los mercados de capitales, que comienza en los primeros años de la década de 1980, contribuye al desarrollo de negocios simultáneos en los mercados de Nueva York, Londres, Tokio, Frankfurt, de modo tal que los movimientos de mercados se van colocando claramente fuera del alcance y del control de cualquier agencia nacional. La misma difusión en las últimas dos décadas del uso del término globalización es un indicador del cambio. Hoy se trata de desarrollos que, en sí mismos y en sus desarrollos, tienden a cubrir el globo.

La sociedad internacional moderna es un fenómeno muy reciente, que data sobre todo desde el siglo XVII, y constituye una pequeña fracción de la historia registrada, y una fracción aun menor de la historia biológica. Es posible encontrar algo lejanamente parecido a relaciones internacionales en la conducta social de algunas especies animales: por ejemplo, los conflictos en el interior de algunas de ellas por el territorio, pero aquellos no dejan de ser demasiado esporádicos, más instintivos que deliberados, no integrantes de algo que se acerque a un sistema político.

El hombre es en cambio un animal político, creador de agrupamientos y sistemas que requieren la determinación de espacios necesarios, el trazado de límites, la fijación de un tamaño mejor. La especie humana, su esencia política y su tendencia a la expansión en el espacio, tienen como se dijo una temprana historia, desde su emergencia, entre 500.000 a 1.000.000 años. Estas características, sin embargo, se van desplegando en el paso de la llamada arqueo-sociedad a la sociedad histórica, la revolución económico-tecnológica, indistintamente llamada neolítica o urbana.1

Esta revolución se despliega en Egipto, la Mesopotamia y el cercano Oriente, India y otras áreas de África y Asia, a través de la expansión, la diversificación y la concentración de la población, la técnica, el intercambio y las organizaciones. Constituye una cadena de mutaciones productivas, socioculturales y organizativas, simultáneas y mutuamente interfirientes, de las cuales el Estado es a la vez productor y producto.

La población se expande y concentra, en condiciones ecosistémicas de excepcional fertilidad (agricultura sedentaria, ganadería) que refuerzan el incremento demográfico. Una reconversión económica se realiza y constituye como cascada de descubrimientos, invenciones e innovaciones que renuevan la tecnología y los conocimientos, y aceleran la transformación de las prácticas y las estructuras sociales.

Una hipercomplejidad se va dando a partir de los principios de jerarquía y de especialización del trabajo. La jerarquía refleja, crea y superpone por coacción una elite de poder; clases, etnias y castas dominantes y dominadas; y una subclase inferior de esclavos. La coacción jerárquica se erige en principio general de organización, como la división y especialización del trabajo, que a su vez hace progresar la complejidad del sistema. La división del trabajo, en efecto, multiplica en el seno del sistema las intercomunicaciones, los productos, las riquezas, los intercambios; estimula el desarrollo estético, filosófico, científico; contribuye a la diferenciación interna de las nuevas sociedades en clases y grupos, y se moldea nuevamente según la jerarquía diferenciadora en refuerzo. Se escinden y contraponen el trabajo manual y el trabajo intelectual, la vida rural y la vida urbana.

La metamorfosis organizativa que opera a partir de poblaciones de tamaño y densidad mayores y sobre ellas, produce grandes conjuntos sociales, a través de procesos generales y particulares en mutua interferencia. La apertura macrosocial, constituida o alimentada por la exogamia, las alianzas, los intercambios, la sedentarización de poblaciones agrícolas en aldeas, abre el camino a la transformación de las unidades sociales en subsistemas de metasistemas más complejos, que a su vez se vuelven, en nuevas condiciones, subsistemas de otros metasistemas o megasistemas (clase, tribu, etnia, nación, imperio).

Con el nacimiento y desarrollo de la ciudad y de la metrópolis, aparece un foco de complejidad social; un medio policéntrico que entrelaza complejos organizativos, intercomunicaciones, necesidades y azares, orden y desorden; un medioambiente favorable a la creatividad, las innovaciones técnicas, culturales y estructurales.

La nueva organización social engloba un número creciente de elementos y conjuntos heterogéneos. Ellos corresponden a la trascendental y creciente división territorial entre campo y ciudad, y en lo sociocultural, a la separación y contraposición entre elites y masas, castas, clases, etnias. Entre ellas se establecen relaciones de complementariedad, competencia, antagonismo y conflicto que trabajan en el seno de la sociedad y sobre ésta, dan lugar a explosiones. Sobre estas bases surgen y se desarrollan naciones, Estados e imperios. Se constituyen culturas heterogéneas y ambivalentes, como factor de dominación, de inestabilidad, y como matriz de innovaciones y transformaciones. Un individuo más complejo y autónomo establece relaciones inestables con la organización social, afirma su yo, tiende a la anomia y la desviación respecto a normas, desarrolla la conciencia y el papel en los juegos de la verdad y el error.

Como consecuencia de lo precedente, en diversos sectores se relajan y debilitan las coacciones y determinismos de los patrones y los rituales socioculturales, en beneficio del juego aleatorio de múltiples pulsiones e intereses de tipo económico, físico, psicológico, sexual, intelectual, social y político. La sociedad global se va convirtiendo en una nueva totalidad, en un meta y megasistema respecto a los subconjuntos y elementos componentes.

El desarrollo simultáneo de la jerarquía y la especialización, de la heterogeneidad y la complejidad, trae aparejado o agrava la desigualdad, la dominación, la explotación, el parasitismo, las coacciones, la violencia interna y la guerra externa. Los conflictos (étnicos, económicos, sociales, ideológicos, políticos), se multiplican y profundizan, se entrelazan y activan recíprocamente. La integración es débil, a pesar y a causa del despotismo de los poderes. Estos contrarrestan la insuficiencia de la integración a través de la coerción extrema que agrava las tendencias a la heterogeneidad, el conflicto y la desintegración.

A las condiciones internas de conflicto e inestabilidad se agregan las condiciones externas. La complejidad organizativa aumenta en ciertos aspectos la dependencia de variaciones aleatorias del ecosistema: perturbaciones climáticas, sequía, inundación, hambruna, epidemia, crisis. La coexistencia y el intercambio entre sociedades diferentes estimulan innovaciones y alianzas, rivalidades y hostilidades; crean dependencias cuya ruptura trae aparejadas desorganizaciones y colapsos. La guerra se generaliza, se vuelve endémica, se despliega a través de la lucha de todos contra todos, las agresiones y las conquistas, las necesidades de defensa, la rotación en los papeles de atacantes y atacados.

Los altos grados de complejidad, heterogeneidad y conflictividad, explican el surgimiento y desarrollo del Estado como aparato central de dominación, decisión y control. Del palacio y el templo asciende a la supremacía un Estado-ciudad que asume el gobierno y la administración, y que a partir de su aparato, con sus papeles de centralización, construcción y represión, impone nuevos modos de organización compleja, mediante la jerarquía por coacción. La invención de este artefacto irá evolucionando desde su forma más pequeña, el Estado-ciudad, a la más grande de los grandes imperios agrarios y burocráticos.2

El Estado parece surgir y desarrollarse cuando, de diferentes modos, la sociedad se deja desposeer de su iniciativa y de sus poderes, abandona la gestión de sus intereses comunes, los trasmite por espontánea debilidad o bajo imposición coactiva, al Estado. Este asume -en parte como pretensión y en parte como realidad- la conciencia, la racionalidad, el poder de organización y de cohesión, la representatividad del interés general tal como lo definen las ideologías dominantes. En parte pretende y en parte realiza la organización de la sociedad, su sistematización, su totalización. El Estado expresa, instituye y conserva los conflictos que le dan nacimiento y sentido, atenuándolos y manteniéndolos en compatibilidad con el orden social básico. Se apropia el poder de la sociedad en los llamados intereses generales, que configura, califica y administra a su modo, subordinando los intereses particulares de los grupos e individuos a los de los entes estatales y grupos humanos que lo encarnan y controlan (castas, clases dominantes, burocracias). El Estado puede así acumular y extender continuamente amplios y complejos poderes de coacción, decisión política e ideología; agregar a las funciones sociales necesarias -en un momento dado o per-manentemente- una serie de excrecencias que permitan al Estado mismo, a los grupos burocráticos y a los dominantes, utilizar el poder para sus propios fines, e incluso contra la sociedad en su conjunto y contra algunas de sus clases.3

De todas maneras, desde el Estado-ciudad al gran imperio agrario-burocrático, no se supera un bajo nivel ni una insuficiente efectividad del poder administrativo sobre los súbditos ni se impone una alta centralización a la sociedad.

Los juegos y las interacciones de Estados separados plantean problemas para las relaciones internacionales: de aislamiento recíproco o de cooperación y asistencia, de guerra o paz, de conquista militar o intercambio pacífico. Las comunicaciones entre Estados son inexistentes, o bien esporádicas y débiles, aún con la conciencia de la existencia del otro. Los Estados llevan existencias separadas, no alcanzan a constituirse como un verdadero sistema internacional. Sin embargo, las barreras de comunicación y la inexistencia o debilidad de un sistema internacional no excluyen completamente los intercambios. Si llega a existir una red de comunicaciones sociales con sólidas bases económicas que llevan a intensas relaciones políticas, se intensifican las relaciones. de conflicto y armonía.

En la vida histórica real, los sistemas internacionales surgen en situaciones entre ambos extremos. En Mesopotamia, Egipto, India y China, surgen precursores de los sistemas modernos: nexos e interacciones entre unidades indepen-dientes gobernadas por sus intereses propios y separados, en parte cooperativos y en parte conflictivos. Se trata de sistemas no permanentes ni estables por largo tiempo, soluciones provisorias, estadios en progreso hacia una plena integración política de un área, a veces con regresiones parciales a una existencia más auto-contenida de las unidades.

Con el tiempo, algunos sistemas políticos o internacionales dentro de las cuencas fluviales u otras áreas geográficamente definidas, progresan lo suficiente para el contacto mutuo, por intercambios comerciales y culturales, y por empresas militares imperiales. Los conflictos en "sistemas de amenaza", basados en el miedo, se acompañan por creciente armonía con otros que comparten el mismo miedo; el enemigo común lleva a la ampliación y consolidación del grupo de los amenazados o víctimas, de manera que el conflicto en un nivel lleva a mayor cooperación en otro, y en general al cultivo de la capacidad de los estadistas.

La guerra es rasgo predominante de los Estados tradicionales de todo tipo, que en mayor o menor grado despliegan rasgos militaristas, constituyen grandes máquinas militares como el imperio asirio, aplican el desarrollo tecnológico a la guerra.

Por ello, en los mayores Estados tradicionales,

Con el despliegue milenario de la revolución neolítica, que va pasando de las edades del cobre y del bronce a la del hierro, la civilización se va expandiendo y enriqueciendo, del Atlántico al Asia Central y el río Ganges, del Sur de Arabia al Mar Negro y al Mediterráneo Norte, con grandes interconexiones. Hacia el 330 a. C., del Atlántico al Pacífico se extiende una zona continua de Estados letrados que se interconectan, a la vez que se interrelacionan con los bárbaros y los atraen gradualmente.

Se dan grandes desarrollos de la producción y el comercio y de los refinamientos de la civilización. Se extiende la división del trabajo internacional que expresa y promueve la unificación de economías y estructuras sociales, técnicas y ciencias, regímenes políticos, instituciones y normas jurídicas, creencias, ideologías y culturas. Se producen dos grandes unificaciones imperiales, lejanos precedentes de la globalización: la helenística y la romana.

Van surgiendo ideas y visiones de los seres humanos como miembros de una especie, habitantes de un solo mundo que comparten, o pueden llegar a compartir, principios universales. Ello es parte de lo sucedido aproximadamente entre los años 600 y 200 a. C., considerado como un periodo axial de la historia humana, con significativos avances simultáneos, en países y regiones distantes o incomunicadas, en la creatividad intelectual y en la invención filosófica, científica y artística.6

En diferentes rincones del mundo habitado emergen y proliferan filósofos, sabios, científicos, cuyas enseñanzas y reputaciones perduran en generaciones posteriores, agrupados por escuelas (Cien Escuelas de China, Sesenta Escuelas de India). A la simultaneidad en la separación se agregan las similitudes cualitativas, las analogías de las preocupaciones, los contenidos y los logros culturales.

En estos aspectos, el siglo VI a. C. se caracteriza, por una parte, por la intensa inquietud moral, la agitación y la reforma religiosas, la proliferación de místicos y ascetas. Por otra parte, surgen verdaderos precursores de la futura Ilustración occidental: cosmólogos jonios (Anaximandro, Anaxímenes), materialistas hindúes, antecesores chinos de la racionalidad legal. Además de sacerdote y taumaturgo, Pitágoras es precursor de la ciencia matemáticamente basada del siglo IV a. C. y del XVIII d. C. Surge un primer monoteísmo del segundo Isaías. La depuración de lo sagrado contribuye al "desencanto del mundo".

Fundador de la Academia en ¿387 a. C.?, Platón desarrolla el idealismo, el matematicismo, las teorías y utopías políticas. Aristóteles funda el Liceo en 335 a. C., desarrolla la lógica deductiva y el esfuerzo hacia una totalización del conocimiento, lleva a la culminación el racionalismo griego. Florecen lógicos y teóricos de todo tipo. El racionalismo del siglo IV se inclina hacia un idealismo matemático, incluso místico: Platón, Mencio, Zuangzi. En su culminación, el racionalismo es internamente contradictorio y pone las bases para movimientos que le seguirán. En 306 a. C., Epicuro funda su escuela, enfatiza el atomismo y los problemas de la felicidad. Desde 300 a. C. se desarrollan los estoicos.

El III a. C. es un siglo empirista, preocupado por la observación y la tecnología. En sus regiones destacan los grandes sabios griegos, Aristarco de Samos, Arquímedes, Eratóstenes, Xun-zi filósofo empírico chino. En la era helenística los sabios diseñan máquinas. Al mismo tiempo, las preocupaciones morales y prácticas se imponen otra vez sobre la ontología y la teoría. Se dan signos del comienzo de las grandes transformaciones religiosas que caracterizan el periodo siguiente. Comienza el fin del racionalismo de 500-300 a. C.

III. LA GRECIA CLÁSICA COMO SISTEMA INTERNACIONAL

Ejemplo destacado de los antecedentes de un sistema internacional, su dinámica contradictoria y sus límites, es la Grecia del periodo clásico, siglos V y IV a. C., ya más cercano al sistema moderno y más documentado.7 El caso revela una intrincada interrelación entre factores y procesos de conflicto y armonía, dentro de los Estados-ciudad, entre ellos, y entre ellos y otros actores fuera de la órbita griega. Los Estados-ciudad desarrollan un sistema internacional sui generis porque (y a pesar de que) no resuelven el dilema político: unidad o diversidad, y tratan en cambio de gozar de lo mejor de ambos elementos.8

Los Estados-ciudad responden por una parte a la proximidad geográfica, a la comunidad de lenguaje, religión y cultura, con la conciencia de una unidad helénica, pero retienen la independencia de las unidades estatales. No desarrollan instituciones políticas comunes; no lo fueron el Concejo Anfictiónico ni los Juegos Olímpicos. Esta ausencia impide la cooperación efectiva, la unidad política, la evolución de tales instituciones.

Así es que el cretense citado por Platón en "Las Leyes", declara: "Paz es sólo una palabra. La verdad es que cada Estado-ciudad está, por ley natural, involucrado en una perpetua guerra sin declarar con todos los demás Estados-ciudad".9

El sistema griego se constituye con un núcleo duro ubicado en la península e islas vecinas, con influencia cultural sobre las tribus montañesas del norte, y se extiende de manera continua por el Mediterráneo con el comercio y la fundación de las colonias. El centro se mueve así en un medio internacional que los griegos consideran "bárbaros", inferiores en cultura y organización política, algunos débiles, otros fuertes. La cooperación se da sólo durante las Guerras Médicas, y se regresa luego al patrón de lealtades limitadas hacia el Estado-ciudad.

La victoria griega sobre el imperio persa en las Guerras Médicas (500-449 a. C.) permite la expansión de Grecia, sobre todo de una Atenas en permanente iniciativa. Las ciudades del Mar Egeo y Jonia se vuelcan a Atenas que las liberó, como protectora natural. Desde 478/477 a. C. Atenas organiza la Liga de Delos, vasta confederación egeo-ionia, a la que hace instrumento de su variedad especial de imperialismo, reduciendo sus "aliados" a ciudades tributarias. Bajo Pericles (461/429 a. C.), Atenas lleva a la culminación a sus instituciones democráticas, pero estrecha más su dominio sobre sus satélites, quiebra implacablemente las rebeliones, y transfiere dentro de sus muros el tesoro común con el que construye monumentos. Atenas entra así en colisión con el particularismo griego, provoca rebeliones. Se posibilita así que Esparta se presente como campeón de las libertades griegas amenazadas. Las relaciones entre Atenas y Esparta se deterioran, y tienen un desenlace desde el conflicto entre Corinto y su colonia Corcira, y la intervención de Atenas al lado de la segunda.

Se desencadena desde 431 a. C. la Guerra del Peloponeso entre Atenas y Esparta, como culminación y decadencia del sistema bipolar constituido y encabezado por aquéllas, con su gama de fuerzas y conductas comerciales, diplomáticas y bélicas, su combinación de conflicto y coerción y de elementos de armonía. La lucha entre Atenas y Esparta degenera en conflicto internacional; casi todos los Estados se alinean en uno u otro campo; la guerra se extiende a Sicilia. El imperio persa en descomposición no puede aprovechar las circunstancias para una revancha inmediata. Una especie de guerra civil opone griegos contra griegos; es conducida con salvajismo, vuelve usual la masacre o venta en esclavitud de poblaciones vencidas. Además de los desastres de la guerra, las catástrofes naturales (hambrunas, peste en Atenas) agregan elementos al caos. Tras 30 años de hostilidades, Atenas capitula y entrega su flota (404, a. C.), Esparta impone su paz.

En las guerras incesantes del siglo V a. C., los conflictos externos se entrelazan con los internos, y resultan en el debilitamiento de los pequeños Estados-ciudad. Al mismo tiempo, al Norte de Grecia crece el reino de Macedonia, bárbaro pero orientado al helenismo desde las Guerras Médicas, dotado de dos factores importantes de poder: la monarquía hereditaria y la falange como instrumento militar. De 357 a 336 a. C. Filipo II aprovecha las divisiones y conflictos entre los Estados-ciudad para extender su dominación sobre toda Grecia, combinando las armas, la diplomacia y la corrupción, y el consiguiente logro de apoyos en la mayoría de las ciudades. En 338 a. C. Filipo aplasta al ejército griego en Queronea. No impone una dominación brutal, organiza a los Estados-ciudad sometidos en una Confederación (Asamblea de Corinto, 337), de la que se hace dar la presidencia. También con Filipo II se perfila la orientación del helenismo hacia la conquista de Asia que realizará su hijo Alejandro.

IV. LA CIVILIZACIÓN HELENÍSTICA

Helenística es la civilización cosmopolita que florece, y el sistema internacional que se constituye, en las orillas del Mediterráneo Oriental y en el Cercano Oriente, tras las conquistas de Alejandro, con centro en Siria y Egipto y difusión desde las orillas del Adriático en Italia hasta los confines de India y del Asia central. Producto de una fusión del genio griego con elementos orientales, la civilización helenística se desarrolla durante tres siglos desde la muerte de Alejandro (323 a. C.) al establecimiento definitivo de la dominación romana sobre Oriente con la batalla de Actium (30 a. C.), aunque su influencia perdura durante los periodos romano y bizantino.11

Alejandro crea en 10 años (334-223) un imperio mundial euroasiático en que se intenta combinar conflictos y conquistas, intentos de cooperación armoniosa con influencia cultural helenística. Su muerte a los 32 años sin heredero capaz de sucederlo y sin haber organizado la sucesión, produce la desintegración del imperio y la vigencia de relaciones internacionales confusas y perturbadas entre sus epígonos. De las luchas entre sus generales surgen y se desarrollan tres grandes poderes. Los antigónides, privados de sus conquistas asiáticas, reinan en Macedonia y buscan la hegemonía en Grecia. Los tolomeos constituyen el reino de Egipto, con su capital en Alejandría. El reino de los seleucidas conserva gran parte del viejo imperio persa.

Se trata de un ordenamiento inadecuado para el funcionamiento de un gran imperio en el cual las principales sedes de poder son capitales tales como Pella, Alejandría y Antioquía, ninguna de las cuales ocupan una posición central, ya sea en relación a su trasfondo terrestre ni al área del Mediterráneo como un todo.12

La civilización helenística es nueva, por primera vez mundial; supera las barreras de razas, etnias y particularismos religiosos; se funda en un sentimiento de valores comunes a todos los seres humanos. Lenguas internacionales por su uso y alcances reemplazan a los dialectos locales, como instrumentos de intercambio intelectual y comercial.13

En lo político, las ciudades-estado libres que provienen de la Grecia clásica, son sustituidas por monarquías que prevalecen como sistema. Las ciudades continúan su desarrollo económico, sobre todo con la gran urbanización del Oriente, cuya expresión emblemática son Alejandría, Pérgamo y Dura, gozan de una gran autonomía administrativa pero no política. La monarquía se vuelve el gran modelo político, reforzado por el cansancio de la inestabilidad, y por la tradición oriental, resultante en el goce de una legitimidad divina. La corte y su ceremonial hacen el culto del monarca, aunque éste sea extranjero, descendiente de aventureros militares y usurpadores. El monarca absoluto, fuente de toda ley, no sometido a restricciones, es supremo justiciero, propietario del suelo y el subsuelo, y del trabajo de sus súbditos. La sucesión es hereditaria, pese a las revoluciones de palacio y las guerras dinásticas.

La civilización helenística hace prevalecer las distinciones de clase y fortuna, sobre las de raza. La opulencia del Oriente helenista no aprovecha a la inmensa mayoría. El Estado tiene un enorme peso en la economía, por el derecho de conquista, el estatismo real, la fiscalidad. La economía está orientada al comercio exterior, servida por una política mercantilista, sin considerar las necesidades elementales de las clases pobres. Las técnicas industriales y agrícolas no progresan, carentes de estímulos por la abundancia de la mano de obra servil que impone las pautas y las prácticas rutinarias.

La economía es sobre todo comercial, privilegiada por una unificación política que favorece las intercomunicaciones internacionales (seguridad, puertos, navíos). La prosperidad comercial es reforzada por la revolución monetaria, desencadenada por el saqueo de los viejos tesoros imperiales por Alejandro y otros que lo acompañan o continúan. Los límites del mundo conocido se extienden por la actividad de comerciantes y navegantes. El ascenso del comercio aumenta la riqueza de los comerciantes y de las clases altas en general. Este aumento de la riqueza sin embargo no llega a los sectores mayoritarios que se empobrecen más que en fases precedentes.

La educación sin embargo se difunde de maneras y con alcances sin precedentes. El griego se vuelve la lengua favorita de las clases educadas. Aumenta el volumen de la literatura, la popular para un amplio público, y una especializada para estrechos círculos, usufructuarios de las bibliotecas de Alejandría y Pérgamo.

La movilidad de la población aumenta por el comercio, la unificación política y lingüística, así como por la mejora de los intercambios. Superada la fase del Estado-ciudad, los marcos de la ciudad estallan, se amplían los horizontes y los márgenes de acción de los individuos; éstos se emancipan, se sienten ciudadanos de un mundo más abierto. Se diversifican las divinidades. Se desarrollan el escepticismo, el racionalismo, el individualismo, diferentes morales como el estoicismo y el epicureísmo. El estoicismo critica la esclavitud, postula una sociedad natural que uniría a todos. La discusión filosófica se vuelve habitual entre las clases educadas. Se intensifican y difunden la religión y del misticismo, el sincretismo religioso, el paso del politeísmo al monoteísmo, el culto de grandes divinidades, los misterios, los ritos de iniciación. Se produce el encuentro del espíritu judío y el griego. El Museo de Alejandría se vuelve el antepasado de las universidades, academias y bibliotecas modernas. El Oriente se convierte en centro de la vida intelectual.

El mundo helenístico mantiene su unidad pese a la rápida fragmentación política, hasta terminar en 31 a. C. en la batalla de Actium, que da el triunfo a Octavio sobre Antonio y Cleopatra y hace desaparecer el último reino salido de la conquista macedónica. La mayor contribución de la civilización helenística es la preservación y enriquecimiento de la herencia griega para uso de la civilización romana y otras que le suceden. El imperio romano, en efecto, hereda la civilización helenística, y la incorpora a su dinámica imperial. A medida que su expansión mediterránea avanza, Roma aprende mucho de los pueblos que conquista, y la civilización helenística es más absorbida que extinguida. En lo económico, lo estratégico y lo político, el mundo helenístico es espacio internacional cada vez más importante para el proyecto imperial de Roma.

V. LA REPÚBLICA ROMANA Y LA GÉNESIS DEL IMPERIO

Roma se origina como una colección de aldeas de pastores latinos, para desarrollarse como una ciudad bajo la dominación etrusca durante el siglo VI a. C. Estado-ciudad entre otras similares dentro del mundo mediterráneo desde el siglo VIII a. C., los etruscos y su monarquía tienen un papel decisivo en el nacimiento de Roma, le dan acceso a la civilización y preparan la futura hegemonía en el Lacio. Los etruscos extienden muy lejos su poder por tierra y por mar, actuando como precursores de la política exterior de Roma. La colonización griega del sur de Italia influye para producir fuertes transformaciones en algunas partes de Italia; da lugar a la formación de aristocracias etruscas, latinas y de Campania, caracterizadas por el lujoso estilo de vida helenístico. En esta fase, el desarrollo de ciudades produce un salto cualitativo. La población, entre otras, de Roma, sufre cambios como resultado de sus reacciones al contacto con los Estados-ciudad griegos, y de sus interacciones con ciudades surgidas de las culturas de la Edad del Hierro italiana.

Independizada Roma del dominio etrusco alrededor del 500 a. C., se da una república destinada a durar cuatro siglos, que pasa de aristocracia patricia a oligarquía senatorial, y comienza la marcha hacia la supremacía internacional. En la república sus ciudadanos están sometidos al servicio militar (entre 17 y 60 años) en las legiones, pagan impuestos, eligen magistrados, deciden sobre las leyes y sobre las cuestiones de paz y de guerra. Se excluye a mujeres, extranjeros y esclavos de una ciudadanía en la cual coexisten la masa mayoritaria, y una clase patricia de grupos de alto origen social y riqueza que controla el gobierno, monopoliza las funciones públicas, se reparte entre sí las magistraturas, los mandos militares y las funciones civiles y religiosas. Esta clase tiende a cerrarse

al ingreso de hombres nuevos con especiales talentos políticos y militares,14 y tiende cada vez más a la oligarquía.

Los miembros de la clase plebeya, aunque mayoritarios, son clientes de los que integran la clase patricia, los miran como sus protectores o patrones. Sin embargo, desde el siglo VI a. C., los plebeyos van luchando sostenidamente por la igualdad política, y van ganando posiciones públicas. Los patricios revelan una notable vitalidad y experiencia, siguen gobernando Roma largo tiempo después de que se dé poder político a los plebeyos. Estos, por su parte, perciben el po-der que le confiere su carácter mayoritario, piden a los patricios gobernantes y reciben de ellos un número creciente de privilegios. Entre estos destacan: la elección de tribunos plebeyos; el derecho de convocar al Senado y plantearle problemas importantes; la codificación de las Doce Tablas; la institución de los cuestores, pretores y censores; el lento desarrollo de asambleas populares o comitia que van absorbiendo funciones legislativas de los patricios.

El antiguo Senado, consejo permanente constituido por ex magistrados, se va volviendo cada vez más poderoso; ya desde el siglo III a. C. controla completamente a los cónsules; asume las cuestiones de defensa para la seguridad y de expansión imperial, es consejo permanente constituido, recibe a embajadores y decide sobre la distribución del presupuesto.

La república romana no es auténtica democracia; comienza como aristocracia patricia, termina como oligarquía senatorial. Su historia es la historia de la administración del senado bajo cuya égida Roma empieza su marcha hacia la supremacía mundial. Desde el siglo IV a. C. la expansión es sobre todo militar, y va demostrando la creciente capacidad de Roma para imponerse y destruir a todo aquél que le resista. Las primeras conquistas de Roma se limitan a Italia. Para ello, Roma utiliza su capacidad militar, los contactos diplomáticos con las comunidades étnica y culturalmente heterogéneas de la península, la construcción de caminos, la fundación de colonias romanas y latinas en puntos estratégicos, el manejo del otorgamiento de la ciudadanía, para sentar las bases de la unificación en una confederación que ella controla.

La conquista romana fuera de la península comienza y se va acelerando desde el siglo III a. C. En su desarrollo, Roma termina por chocar con Cartago, potencia comercial dominante en el Mediterráneo occidental, en las tres Guerras Púnicas: 264-241 a. C., 218-201, y unos 50 años después, la tercera que concluye con la derrota final de Cartago. Al dominio sobre Italia se van agregando, a través de la confrontación con Cartago, el ejercido sobre Sicilia (241), España (206), Cerdeña y Córcega (238), las costas del norte de África (146), los reinos helenísticos de Macedonia, Siria y Egipto (146), Turquía occidental (133) Con un hambre insaciable de conquistas, a la expansión militar Roma va uniendo el ascenso económico. El volumen de los beneficios provenientes de las conquistas permite que los romanos dejen de pagar impuestos directos después de 167 a. C. La expansión colonial y comercial, que se acentúa desde el siglo III, a. C., lleva a la integración en la economía helenística.

Si a comienzos del siglo III, Roma se encuentra todavía en un retardo sobre Grecia de dos o tres siglos, en menos de dos siglos recupera el tiempo perdido, adquiere los equipamientos e instrumentos faltantes en todos los dominios. Se desarrollan los transportes (caminos, puertos, barcos). El sistema jurídico se desarrolla con la elaboración pretoriana de los siglos II y I a. C.; el reconocimiento del Jus Gentium como derecho común a romanos y extranjeros; el papel contractual de hijos y esclavos, nuevos contratos, el régimen legal de la banca. Se constituye también el equipamiento monetario, con la adopción del denario de plata que vale cuatro sestercios de bronce, el fundamental aureus, y una estabilidad monetaria de casi dos siglos, de Augusto a Comodo.

La devaluación comienza con Nerón y se agrava desde Caracalla. Se desarrollan sociedades como las de publicanos: arrendadores de impuestos, empresarios de trabajos públicos, proveedores de ejércitos, poseedores de dominios públicos, más o menos vinculados con la expansión imperial.

Las provincias son gobernadas por el Senado, no para beneficio de Roma sino de la clase senatorial. Una enorme riqueza proveniente del comercio y de los negocios deshonestos fluye a manos de senadores que la usan sólo para su propia ventaja. Una clase de financieros, los equites o caballeros, asciende por el manejo del comercio imperial; se ubica en un rango inferior al senatorial pero superior al de los ciudadanos ordinarios; su fortuna no debe caer debajo de los 400.000 sestercios. Reclutados entre los notables de las provincias, los equites proveen el personal para el servicio civil del emperador, Roma explota la conquista en general, y en particular a los vencidos, los aliados y los países libres. La explotación es legal por y para el Estado, ilegal pero tolerada por y para algunos individuos. La explotación oficial por el Estado se realiza por las indemnizaciones, el saqueo, el enorme botín; el apoderamiento de tierras (a las que se convierte en ager publicus); y de hombres (por guerras internacionales y civiles, y las múltiples posibilidades de una sociedad esclavista); el dinero: las indemnizaciones, los tributos; la reglamentación económica de los vencidos en beneficio de Roma. Las exacciones individuales son cumplidas por comerciantes, usureros, publicanos, gobernadores (prevaricato, conculcaciones); con enormes beneficios que de todo ello recibe Roma.

La expansión imperial va acompañada ya desde los siglos V y IV de crisis sociales y políticas. Las incesantes guerras internacionales y civiles, la competencia de los grandes dominios, de la mano de obra esclava y de los países nuevos, arruinan a los campesinos, favorecen el acaparamiento de la tierra por patricios latifundistas y ausentistas, su distribución cada vez más desigual, el agravamiento del endeudamiento. Estos son factores de crecientes tensiones y conflictos de clases y crisis sociales y políticas, crean una masa turbulenta predispuesta al disturbio y disponible para la guerra civil. A las amenazas de malestar y rebelión populares se responde con una combinación de concesiones parciales (reparto del botín bélico, de colonias y de tierras en Italia, leyes suntuarias y cerealeras) y de represión implacable de la plebe y de los esclavos (Espartaco, 73/71).15

Pese a intentos de reformas, como el de los gracos, el sistema económico y social sufre fuertes tensiones, la cohesión del sistema político disminuye. Las dificultades de administrar un imperio con la máquina constitucional de una ciudad-Estado adaptada de modo apresurado e imperfecto a las nuevas condiciones internas y externas, se entrelazan con el conflicto de las ambiciones y proyectos de los jefes políticos y militares (Mario y Sila, Pompeyo y Julio César) que obtienen la lealtad personal de las legiones mientras gobiernan las provincias. Su enfrentamiento y el desenlace del mismo llevan a través de las guerras civiles a una solución imperial.

Con el triunfo de Julio César (102-44 a. C.) comienza el intento de reestructuración de Roma para su adecuación a la nueva realidad imperial. Descendiente de una antigua familia patricia, pero miembro del partido democrático o popular, Julio César hace su carrera política siempre en apoyo de medidas populares, y se va granjeando el odio del Senado y del partido senatorial. Tras la ruptura del triunvirato constituido junto con Pompeyo y Craso, César va consolidando el apoyo de campesinos y caballeros, una coalición pueblo/plutócratas, la imagen de campeón del pueblo, y su reputación como gran talento militar, vencedor en las guerras gálicas, ídolo de sus legiones por el conocimiento directo de la guerra y la capacidad de esfuerzo y sacrificio. Julio César es altamente dotado y versátil, con gran simpatía humana, gran general, hombre de Estado, orador, literato. Su trayectoria coincide con un gran periodo de la cultura romana, caracterizado por el cosmopolitismo, el refinamiento, la apertura al pensamiento griego y a los cultos orientales.

Mientras Pompeyo se orienta cada vez más hacia el partido senatorial y se asegura el apoyo del Senado, Julio César a la cabeza de su ejército se dirige contra el Senado, y en el año 49 a. C. cruza el Rubicón, se asume dictador, y derrota a Pompeyo en Farsalia (48 a. C.). En el triunfal regreso a Roma se reafirma tribuno del pueblo y dictador, debilita al Senado y a las magistraturas, vigila las asociaciones, y emprende un vasto conjunto de profundas reformas del sistema romano y del imperio en expansión. Parte importante de sus preocupaciones apuntan a la reforma de las condiciones de vida del pueblo: leyes agrarias, mejoras de vivienda, reducción de deudas, grandes trabajos, represión de las exacciones de gobernadores y publicanos, reparto del ager publicus, fundación de colonias. Julio César posibilita el imperio. Unifica el Estado tras un siglo de desórdenes y guerras civiles. Instaura una autocracia en lugar de la oligarquía que destruye. Pacifica Italia y las provincias y logra conquistas territoriales de gran importancia (Galias, Egipto).

En el balance final, se ha intentado durante siglos responder a ciertos interrogantes. ¿Se trata de un defensor de los derechos del pueblo contra la oligarquía? ¿Es un demagogo ambicioso que fuerza su camino al poder dictatorial y destruye la república? De todas maneras, con Julio César se completa la destrucción de la república. La resistencia de intereses afectados por sus poderes dictatoriales une en la conspiración a enemigos, amigos y protegidos, que lo lleva a su muerte, pero no al proyecto de reformas.

VI. EL ALTO IMPERIO

El alto imperio o principado se extiende desde la batalla de Actium hasta principios del siglo III d. C. El asesinato de Julio César abre un periodo de anarquía, en el cual el triunvirato de Antonio, Octavio y Lépido triunfan sobre los asesinos. A su vez Octavio, sobrino y heredero de César, derrota a Antonio en Actium (31 a. C.), y procede a la unificación y consolidación del imperio.16

Octavio, convertido en Imperator Cesar Augustus como resultado de sus triunfos militares, inaugura la ideología del emperador victorioso que unifica el mundo según un orden dispuesto por los dioses. Se le debe la transformación de la república en monarquía hereditaria, con un amplio consenso al que contribuyen los grupos interesados en una paz que termine con las prolongadas guerras civiles, especialmente las oligarquías municipales italianas, el Senado, las poblaciones de Roma y de las provincias.

Octavio no reina sólo por la fuerza. Para asegurar definitivamente la paz necesita organizar un régimen nuevo y hacerlo aceptar. En 27 a. C. Octavio propone restaurar la república, pero en respuesta a su deseo secreto, el Senado le ofrece el gobierno de las provincias donde la presencia de los ejércitos es necesaria. Un contrato que se presume libre entre el Senado y el detentador de la fuerza legítima del régimen. Sin cambios en gobierno, y a cambio del abandono de sus poderes excepcionales, Octavio recibe del Senado el título hereditario de Augusto, del pueblo el tribunado, del Senado el gobierno de las provincias, se lo llama imperator (comandante) y princeps (dirigente), todo lo cual en conjunto lo convierte en el gobernante real... De este modo, en efecto, la realidad del poder pertenece a Octavio: es amo del ejército y la diplomacia, príncipe del senado, juez supremo, con un tesoro de guerra más rico que el del Estado, superior a todos los magistrados gracias al imperium proconsular y al poder tribunicio. Octavio crea además una cancillería y un cuerpo de funcionarios para la administración de Roma y las provincias imperiales. El nombramiento del Senado como Augusto le da un carácter religioso, que despliega en su sostenido apoyo a la religión, la restauración de la piedad tradicional, la construcción de templos, el nuevo culto del emperador como lazo entre los súbditos. El restablecimiento del orden y la prosperidad suscita a favor de Augusto el apoyo de hombres de letras como Horacio, Virgilio (Eneida), Tito Livio.17

Augusto llega a ser el gobernante único de un imperio inmenso, un mundo en sí mismo, manejado por un aparato administrativo que va asumiendo funciones especializadas, bajo la protección de un ejército permanente, con el soporte de un sistema fiscal regular y un sistema legal universalmente reconocido, todo ello confluyendo en la proyección de una impresionante imagen de imperio que se mantiene hasta la actualidad.

Imperio, el más duradero y exitoso de la historia mundial, que a sus casi 1000 años puede agregar los de Bizancio, su ascenso y triunfo, y su decadencia y caída dejan una huella imborrable en la memoria histórica, ante todo de Europa y el cercano Oriente. De ello son testimonios los proyectos e intentos de identificarse con él, asumir su herencia o reproducirlo en diversos espacios y momentos, como son los casos de Carlomagno, el sacro imperio romano germánico, el imperio británico, Napoleón, Hitler, los apologistas de la Pax Americana.18

Si el imperio romano no constituye un sistema internacional stricto sensu, sí se trata de un experimento en gobierno mundial. "De acuerdo con patrones contemporáneos, Roma no fue verdaderamente un poder global, sino uno regional. Sin embargo, dado el sentido de aislamiento prevaleciente en su tiempo entre los varios continentes del globo, su poder regional fue auto-contenido y aislado, sin rival inmediato o incluso distante. El imperio romano fue así un mundo en sí mismo, con su organización política superior y su superioridad cultural que lo hicieron precursor de sistemas imperiales posteriores o incluso de mayor envergadura geográfica.

En la culminación del imperio, las legiones romanas desplegadas en el exterior no alcanzaban a menos de trescientos mil hombres -fuerza notable hecha aun más letal por la superioridad romana en tácticas y armamentos, así como por la habilidad del centro para dirigir un redespliegue relativamente rápido-...19

De este sistema forman parte importante la limes o frontera fortificada, la colonización agrícola, y la organización en gran escala de movimientos poblacionales.

Un Estado establecido y utilizado por grupos ambiciosos y agresivos, guerrero, organizador y legislador, combatiente y triunfante, acumula y usa fuerzas suficientes para terminar con civilizaciones superiores pero más débiles, derrota organizaciones políticas rivales, e impone su supremacía por siglos.

Los métodos de castigo y crueldad de las conquistas tradicionales (masacres, venta en esclavitud), son usados implacablemente pero, una vez impuesta la dominación, las diferencias étnicas, religiosas, culturales, son minimizadas o toleradas, lo mismo que los conflictos correspondientes. Las ventajas de la pertenencia al imperio superan a las desventajas, ante todo el atractivo de la pertenencia al imperio como importante realidad psicológica.

En 90-89 a. C., Roma otorga la plena ciudadanía romana a todos los habitantes libres de Italia. Finalmente, en 212 d. C. el emperador Caracalla, hijo del primer emperador de origen no romano, otorga la ciudadanía a todos los habitantes libres del imperio. Ello constituye "la fase final de una temprana política de asimilación: en Occidente". Junto con el astuto manejo de la ciudadanía, el avance de la lengua latina, la adaptación a la estructura espacial e institucional de la ciudad, y a los modelos romanos de conducta, contribuyen al desarrollo del proceso de romanización.

La capacidad militar y estratégica adecuadamente ejercida permite dar los beneficios de la paz y la unidad político-cultural a un vasto imperio. Una burocracia competente y bien adiestrada ejerce una administración más o menos eficiente y honesta, crea y aplica un derecho desarrollado y complejo, da justicia para todos los ciudadanos. A su cargo están los grandes trabajos que crean y mantienen una formidable infraestructura (carreteras, acueductos, puertos y canales). Con el Mediterráneo como eje -que como tal sólo será desplazado por el eje atlántico recién desde el siglo XVI-, el imperio posibilita la estabilidad monetaria, la prosperidad comercial, la disponibilidad de un notable reservorio de capacidades y experiencias humanas. Se disfruta un sistema económico internacional prácticamente autosuficiente y auto-contenido y, de modo subsidiario pero no desdeñable, de

un comercio fuera del imperio que fluye hacia el Norte (Báltico), hacia el África Central, India, Arabia, China y Extremo Oriente.

La formación de una red comercial intensiva que cubre el mundo euroasiático sólo se vuelve posible con el ascenso de imperios que pueden dar paz y seguridad, construir caminos y mantener puertos. Ejemplo notable al respecto es el avance decisivo representado por el ascenso, después de 202 a. C., del imperio romano en el Oeste y del imperio Han en China.

A fines del primer siglo a. C., las conquistas de Roma desde el Atlántico hasta Siria conforman una sola y vasta área comercial, reunida alrededor de un eje mediterráneo. La expansión de la China de Han bajo Wu-ti (140-87 a. C.) crea un bloque similar de similares dimensiones en el Este.

Ambos imperios poseen una elaborada red de caminos y un sistema muy organizado de transporte y comercialización, que estimula la especialización regional y un intercambio sin precedentes de bienes y manufacturas.21

En el Oeste, los requerimientos de las legiones en las provincias fronterizas de Galia y Balcanes son otro estímulo. España se vuelve un productor y un exportador en gran escala de vino y aceite de oliva; pero la exportación más importante de todas es el grano de Egipto, África del Norte y las provincias pontinas, de los cuales dependen Roma y muchas ciudades de Grecia y Asia Menor.

El comercio no se detiene en la frontera... China envía una misión a Ferghana, Bujara y Bactria en 128 a. C., y poco después empieza a operar la famosa "ruta de la seda", que comienza en Tunhwangt en la lejana frontera occidental de China, bordea el norte o sur del Desierto de Takla Makan hasta Kashgar, antes de cruzar los Pamires y desembocar en Bactria, Persia y el cinturón costero del Mediterráneo.

La "ruta de la seda", aunque espectacular, es menos importante económicamente que la ruta marítima a la India y el Lejano Oriente, el tráfico a través de la cual aumenta grandemente después del descubrimiento del monzón hacia 100 a. C. Ahora, además de la previa existencia de un tráfico costero, en manos árabes o hindúes, hasta 120 barcos griegos al año, algunos con capacidad de transporte de hasta 500 toneladas, van directamente a los puertos hindúes de Barbaricum, Barygaza y Muziris, donde recogen cargamentos orientales enviados por mercaderes hindúes de Go Oc Eo en el sur de Cambodia, y los llevan a Berenice y otros puertos del Mar Rojo para transporte hasta Alejandría y de allí a todas las partes del imperio romano.

Aunque impresionantes estos lazos comerciales de gran distancia, su importancia económica no debe ser exagerada. Los imperios romano y Han son autosuficientes en todos los bienes esenciales, y el comercio exterior es esencialmente un comercio de lujo, marginal a las necesidades cotidianas. En particular, Roma sufre el déficit de la balanza comercial... El Mediterráneo occidental exporta materias primas e importa del Oriente productos manufacturados. En cambio, Italia exporta poco, Roma no exporta nada, y una y la otra importan alimentos y manufacturas. El déficit es cubierto por los impuestos, los tributos y la usura. Roma paga a las provincias con lo que les extrae, vive sin producir, constituye una economía malsana. Sin embargo, el comercio exterior contribuye directamente al intercambio cultural y a la difusión de las grandes religiones mundiales. También a la difusión de epidemias y pestes, por caravanas o buques mercantes de India o del África Tropical, con efectos devastadores sobre poblaciones vulnerables que decaen drásticamente.22

VII. CRISIS DEL SIGLO III Y BAJO IMPERIO

Durante varios siglos el imperio romano va sufriendo contradicciones, conflictos y crisis de diverso tipo que se entrelazan y van preparando la gran crisis del siglo III y la tentativa de su superación a través de un régimen de centralización despótica de tipo oriental.

Roma y el imperio no constituyen una economía y sociedad de mercado. Los impulsos para producir, la asignación de recursos, la distribución de bienes entre clases y grupos, se realizan por procesos en gran parte separados de los mecanismos de mercado. El sistema está estructurado y afectado por un alto grado de polarización de la riqueza y el poder que se expresa en un triple conjunto de contradicciones y conflictos: entre clases, entre la ciudad y el campo, y entre Roma y el imperio.23

En términos de contradicciones y conflictos de clases, la polarización beneficia a emperadores, nobles, órdenes religiosas, comerciantes y financistas. La mayor parte de la riqueza está en manos de quienes no tienen un papel estrictamente económico, y por el contrario la detentan e incrementan como recompensa al poder o a la posición política, militar o religiosa, no por actividades económicas. La riqueza sigue al poder, extraída por la fuerza de otros pueblos y del campesinado. Lo económico es desdeñado.

Los césares y los jefes militares establecen su poder a partir de Roma, y lo extienden a Italia, Europa, Oriente, el territorio que llega a ser dominado por la ciudad. El secreto de su historia es la historia de la propiedad agraria.

El imperio romano nunca se separa de la tierra, de una parte de la producción agrícola subordinada a la ciudad, de la otra parte de la propiedad del emperador. Este reina a la vez como jefe de ejércitos, y como poseedor personal de una parte del imperio. El imperio nunca se disocia de la ciudad-Estado, lo que permite el pillaje por el emperador y por Roma del imperio al que arruinan. El imperio se funda sobre el dominio territorial, no al revés.

Entre las contradicciones y conflictos de clases debe computarse ante todo que el régimen está basado en la esclavitud. La esclavitud, con sus caracteres y sus efectos, restringe el mercado interno por la división entre productores libres y serviles. La mano de obra no tiene incentivos para la productividad y la inventiva de los esclavos. El trabajo manual y la industria se degradan. No existen estímulos al cambio técnico. La guerra y el saqueo se vuelven indispensables para garantizar la oferta de mano de obra esclava y para compensar los efectos de la caída del crecimiento. A esta dimensión del estancamiento económico, social y político se agrega la inexistencia de grandes luchas de clases fuera que "las luchas vanas de los esclavos contra los amos".25

La otra gran contradicción y fuente de conflictos se refiere al campesinado. En el sistema romano, una economía que es básicamente rural sostiene las sociedades urbanas y la red de comercio regional e internacional. Todo sale del excedente extraído del campesinado. En condiciones de concentración latifundista, los campesinos son muertos o arruinados por las guerras (servicio militar, devastaciones), se endeudan, pierden tierras, se vuelven arrendatarios. Sufren la competencia de los latifundios esclavistas, o de las provincias, con mano de obra más baratas, y el peso agobiante de los impuestos.

Por concesiones de tierras públicas del Senado, donaciones imperiales, compra, matrimonio, se constituyen o extienden latifundios enormes, dedicados a explotaciones remuneradoras (olivo, vid), trabajados por arrendatarios, colonos semisiervos y esclavos, con tendencia a la autosuficiencia.

El campesinado y sus comunidades rurales son el esqueleto y el músculo de la economía. Como regla general, el campesino carece de tierras, es arrendatario de los grandes dominios. Pobre, agobiado por los impuestos, oprimido, está sujeto a los caprichos de la naturaleza, los señores y el Estado, en las guerras y en la paz. Atado a la tierra por la ley y por la costumbre, tiranizado por tradición, el campesino sólo cambia por obediencia al mando. No está al tanto de los adelantos técnicos. En la medida, caso excepcional, en que es independiente, el campesino está sujeto a diversas formas de opresión y explotación. No se ubica con relación a la industria urbana, no produce para el mercado, no conoce su trama y sus fluctuaciones. Fabrica gran parte de los elementos que usa. Consume una gran parte de lo que produce, el resto es renta a pagar al latifundista.

Por consiguiente, se da el atraso de la agricultura. Ésta apenas supera el nivel alcanzado en la era helenística. No se emprenden obras de regadío, se abandonan las anteriores. No se ganan tierras nuevas, ni se transforma las ya explotadas o se las abandona. Se especula contra el interés de la mayoría, por ejemplo al privilegiar la producción de vid sobre la de trigo. En todo ello, los señores tienen poco interés en renovar técnicas y métodos, los campesinos no pueden hacerlo. Luego se va agregando la decadencia de la mano de obra esclava, el retroceso de las tierras cultivadas y la despoblación. Al desaparecer la pequeña propiedad y retroceder la agricultura, se disgrega el campesinado libre que es fuente de reclutamiento del ejército y base estructural del imperio, disminuyen los mercados para la industria, peligra el abastecimiento de las ciudades. Para contrarrestar estos fenómenos y procesos se intentan soluciones insuficientes, como las leyes agrarias, las colonias agrícolas para veteranos, el reparto de tierras y de trigo.

La polarización se manifiesta además en contradicciones y conflictos entre campo y ciudades. Al estancamiento de uno se contraponen el gran número de las ciudades, su diversidad, su actividad y su vitalidad económica, el alto nivel de consumo, en general su naturaleza como centros de civilización refinada. Por el contrario y a la inversa, las ciudades se divorcian del campo y no logran integrarse en él. Son fundamentalmente centros político-administrativos, religiosos, financieros, mercantiles de importación, no centros productores de bienes para toda la economía, con un papel económico limitado y parasitario.

La polarización social agrega en un extremo, al emperador, la alta burocracia, los latifundistas, financieros, comerciantes. Las capas medias se debilitan y reducen. En el otro extremo se ubican las grandes masas de trabajadores manuales y artesanos, libres y esclavos. Se da una creciente reducción del mercado interno, amplio en superficie por la expansión imperial, no profundo por la fuerte concentración de la riqueza.

La industria hereda del helenismo la técnica y la mano de obra especializada greco-oriental. La mano de obra esclava es lo común en talleres privados y estatales. Predomina la pequeña unidad productiva, sobre todo en Roma y Occidente. No se aprovechan ni desarrollan las conquistas técnicas del helenismo; no progresan la mecanización ni la división del trabajo. La producción industrial tiende a reducirse, para abastecer predominantemente el mercado local. Las principales causas de este fenómeno son: la esclavitud (desprecio del trabajo manual, competencia, restricción del mercado); la insuficiente capacidad adquisitiva; el transporte caro.

El mayor desarrollo industrial se da en Oriente, preexistente y concentrado en las ciudades y talleres más grandes (Antioquía, Alejandría). Las principales industrias son: construcción, metalurgia, minería, cerámica y vidrio, tejidos, artículos de lujo. La minería es explotada por el Estado a través de procuradores imperiales, o arrendada a sociedades de publicanos.

El comercio se ve activado por el impulso helenístico original, la extensión del imperio, las diferenciaciones regionales, el papel centralizador y ordenador de Roma (ejemplo, las comunicaciones). A la inversa, el comercio encuentra límites en la organización imperial que aprovisiona a funcionarios y soldados por requisas, en el transporte caro y el bajo poder adquisitivo de gran parte de la población. El comercio local predomina. El comercio exterior es sobre todo mediterráneo, aunque se da también internacionalmente con regiones fuera del imperio (India, Arabia, China), creando una balanza comercial deficitaria que es colmada con la salida de metales preciosos.

Gran plaza financiera y centro bancario, en y desde Roma operan sociedades por acciones, en manos de caballeros (publicanos), dedicados a negocios empresariales (construcciones), financiamiento y banca, administración de impuestos, suministros militares, obras públicas, crédito a particulares y al Estado.

El sistema monetario se basa en la plata (denario), el oro (aureus) y el bronce (sestercio). El exceso de gastos sobre ingresos lleva a la devaluación, la inflación, las falsificaciones. Las perturbaciones en el comercio y en la industria contribuyen al alza de precios, y al refuerzo de las tendencias al trueque.

El emperador y Roma, la oligarquía senatorial y los caballeros arruinan al imperio mediante la guerra, el pillaje, la captura de esclavos, el acaparamiento de tierras, el tributo, la usura, el comercio. No se supera las contradicciones de la economía helenística. Por una parte, la riqueza aumenta hasta cierto momento por los beneficios de la paz y por la expansión en superficie. Por otra parte, se mantienen y agravan los desequilibrios tradicionales en la concentración de la riqueza y el poder, la producción y el consumo, las regiones. La mentalidad tradicional se modifica, con el apego al dinero y al lujo, la pérdida de energía e interés en el trabajo y las grandes empresas. Son necesarios pero cada vez más costosos el gran ejército que transita al pretorianismo, la pesada administración, el extenso sistema de comunicaciones.

Hacia 150 d. C. se detiene la expansión de un imperio, por la insuficiencia de los recursos del tesoro. Se restringen el comercio exterior y la caza de esclavos. El sistema se contrae y desestabiliza con la multiplicación de desequilibrios económicos y geográficos. El estancamiento y la regresión de la economía son inseparables de la descomposición social. Cada vez más carente de una visión de conjunto de la cascada de problemas, el imperio trata de mantener lo que existe, y procede a medidas conservadoras y reformas tímidas.

En la esfera de la riqueza y el poder, a la expansión en superficie se contrapone la concentración en las propiedades y las empresas, en manos de latifundistas, el Estado, los templos, las ciudades (encargadas del cobro de impuestos), tanto en los espacios urbanos y en los rurales, a expensas de pequeños propietarios y empresarios. En ello tienen un papel importante las confiscaciones por guerras y conspiraciones. En tierras y minas se organiza dominios como unidades autónomas, a cargo de un funcionario que depende de una administración centralizada. Se desarrolla la estatización de medios de producción y de métodos de explotación: talleres militares, trabajos públicos, colonización, arrendamiento a pequeños campesinos que operan por sí mismos.

La producción agrícola es estacionaria, sobre todo la de un trigo esencial para la alimentación. Para alimentar barato a Roma se mantienen precios demasiado bajos, falseándolos por la requisición. Por consiguiente, los productores prefieren producir aceite y vino. Por otra parte, los consumidores de Roma y otras ciudades, muchos de ellos ociosos e improductivos, son privilegiados y exigentes. Las ciudades son brillantes pero demasiado numerosas y pobladas para las capacidades de producción y transporte del mundo romano, siempre amenazadas por la escasez. A ello contribuye el exceso de lujo y las prodigalidades improductivas (fiestas, juegos, monumentos), sobre todo en la orgullosa Roma, privilegiada a expensas de otras ciudades, temerosa de las masas y urgida a un enorme servicio de avituallamiento y al recurso de pan y circo. La plebe romana, sin rastros de iniciativa política, indiferente a los asuntos de Estado, requiere sin embargo vigilancia por su capacidad para comenzar motines y demostraciones en las ceremonias y espectáculos públicos, o cualquier otra ocasión de ser escuchada por el emperador.

A los anteriores se agregan los desequilibrios entre regiones, entre los de Oriente y los de Occidente, los primeros más prósperos y desarrollados que los segundos, salvo la Galia. Desde el siglo II se desarrollan la región del Rhin, y la del Danubio que se vuelve vía comercial directa entre Asia Menor y el Mar del Norte, pero con ello aparece un nuevo desequilibrio: la tendencia de las regiones septentrionales a predominar sobre el eje mediterráneo. Grecia e Italia entran en plena decadencia; la competencia hace abandonar el trigo, el olivo y la viña, a lo que se agrega la decadencia industrial. En un doble movimiento, los comerciantes italianos refluyen desde el mundo helenístico, los comerciantes helenísticos invaden Italia y otras regiones. La balanza comercial con el extremo Oriente se desequilibra: Roma importa cada vez más mercancías muy costosas desde el extremo Oriente que sus exportaciones no cubren, y el déficit es pagado en oro.

Como repercusiones políticas de los cambios y desequilibrios indicados, Trajano (98-117), Adriano (117-138), los antoninos (Antonio Pio, 138-161, Marco Aurelio, l61-180) constituyen la Edad de Oro del imperio, mientras la decadencia se acentúa y acelera con Commodus (180-192).

Trajano prioriza las campañas exitosas que le permitan restaurar las finanzas mediante el botín de las conquistas, la defensa de las fronteras, la colonización que reemplace las poblaciones sojuzgadas por inmigrantes italianos, la extensión de los límites orientales, la realización de grandes trabajos públicos y, en general, el mantenimiento de la paz y la prosperidad para el imperio. Pese a la preocupación de Trajano por detener la decadencia de Italia mediante el logro de sus objetivos prioritarios, los grandes trabajos y el desarrollo de instituciones sociales, el lugar de las provincias no deja de crecer en la economía y la vida pública.

Adriano, personalidad rica y compleja -cualidades de estadista, poeta, artista y filósofo-, enfrenta una grave situación compuesta por un Oriente devastado por la rebelión judía de 115 y su represión, las amenazas bárbaras, el tesoro vacío pese a los aumentos de impuestos. Ante estos retos, Adriano abandona las conquistas de Trajano, salvo las beneficiosas, y reorganiza el ejército siempre altamente entrenado sólo para velar sobre el sistema de fronteras fortificadas para la protección de la paz interior y la defensa contra los bárbaros. Se impone así la auto-limitación dentro de las fronteras del imperio, la vida de paz y tranquilidad en su interior, la provincialización de Italia.27

Adriano es un gran administrador, preocupado por los conjuntos y por los detalles, en toda su gestión y en dos largos viajes hace examen directo de las provincias. Entre sus numerosas reformas destacan la percepción directa de impuestos, el establecimiento de curadores para las finanzas municipales, la reglamentación de la explotación del dominio público en África y en las minas de España, la creciente injerencia del Estado en la vida local. Los poderes del Estado se desarrollan, exigen un refuerzo de la administración central. Un Consejo de Estado colocado en la cabeza del imperio recibe una forma definitiva, cubre todos los puestos con caballeros organizados en nobleza de función según una estricta jerarquía. El derecho pretoriano es codificado en el Edicto Perpetuo, y se incrementa el papel de los juristas en la administración.

Tras la muerte de Adriano (138), el reino de Antonio Pío marca el apogeo de la Pax Romana, con la restauración de las finanzas y la prosperidad general. No obstante, frente a las repercusiones políticas de los desequilibrios socio-económicos y regionales, y para desarrollar las ciudades, los Antoninos oprimen a los campesinos con requisas constantes.

Los miembros de la dinastía de los severos (Severo, 193-211; Caracalla, 211-217; Geta, 211-212), por una parte son colonizados, sin patriotismo romano, simpatizantes de los provincianos. Con ellos, los italianos pierden la posición privilegiada en el Senado y en el ejército. Caracalla otorga la ciudadanía romana a todos los habitantes del imperio. Por otra parte, los severos son militares, fundan su autoridad en la fuerza. El Senado es reducido a la nada y perseguido. Para cubrir los gastos, sobre todo militares, se aumenta la fiscalidad, se vuelve a la colectividad solidaria en el pago de los impuestos, se refuerza la cristalización social. Se protege a los pobres a expensas de los ricos, se persigue a las clases altas rurales y urbanas.

A los desequilibrios y cambios analizados se agregan otros que se entrelazan con aquéllos y los refuerzan. Se incrementan los costos del necesario mantenimiento de un gran ejército, de una administración costosa y de una red de comunicaciones. Con Commodus comienza la era del pretorianismo, el ascenso y la caída de emperadores determinadas por este cuerpo de élite de soldados poderosos y privilegiados. Se debe alimentar a Roma en general, y sobre todo a funcionarios, veteranos de militares y plebe desocupada. Se incrementan así las necesidades del erario, que depende de confiscaciones y de indemnizaciones de los vencidos, y se contribuye a la inflación.

Con la detención de la expansión por el vacío en el tesoro imperial, se restringe el comercio exterior y el abastecimiento de esclavos, cada vez menos numerosos y más caros. El sis-tema empieza a contraerse, se empobrece y paraliza. La población desciende, en general, así como la disponibilidad de campesinos productores y soldados. Frente a la amenaza bárbara, el imperio no puede menos que defenderse mediante guerras costosas, sin victorias considerables y definitivas, o comprar la paz a los bárbaros, como mercenarios o receptores de tributos. En vez de reclutas, el ejército se compone cada vez más de mercenarios y de bárbaros, con la consiguiente necesidad de más impuestos y de un servicio civil costoso y poco eficiente. A ello se agrega el derroche imperial, que refuerza la discrepancia entre rentas y gastos, el incremento de los impuestos con una menor capacidad impositiva. El equilibrio del imperio comienza a romperse: desde fines del siglo II comienzan las devaluaciones monetarias, y desde el III se van evidenciando los síntomas y rasgos de la disolución social y de la fragilidad del edificio político.

Ya en el alto imperio la sociedad romana tiende a esclerosarse. Se profundiza el abismo entre ricos y pobres, entre ciudades y campo. La nobleza senatorial en Italia y la burguesía municipal refuerzan su preeminencia por la constitución de grandes dominios. La suerte de los campesinos empeora: aplastados por los impuestos, endeudados, reducidos a tenedores precarios, se rebelan varias veces.

De la esclavitud se va pasando a la servidumbre. A falta de grandes victorias los esclavos escasean y se encarecen. Se van produciendo una crisis del arrendamiento libre a corto plazo, por la escasez de campesinos, y las dificultades para el pago de la renta. Del latifundio empresarial, científicamente explotado con esclavos y para el mercado, se pasa a la situación predominante del dominio extenso, sobre aldeas enteras, parcelado para su explotación por arrendatarios a largo plazo, con tenencias de larga duración, hereditarias y casi perpetuas. Los arrendatarios reciben del señor semillas y equipos; cubren sus necesidades con lo proveniente de los talleres del dominio; pagan módicas rentas en especie y en servicios. La relación es casi servil: adscripción a la tierra, modificación arbitraria del contrato, protección del señor. Este, por una parte, responde ante el Estado en lo referente a impuestos y servicio militar de los colonos; por la otra, arranca al poder imperial privilegios en materia de justicia, impuestos, milicias privadas.

En general, se van perfilando tendencias a la autosuficiencia y a la economía cerrada; a la decadencia de la producción industrial, del comercio, y de ciertas ciudades y regiones. La producción industrial decae por falta de mercado y capitales, rarificación de la mano de obra esclava, perturbaciones de todo tipo. El comercio declina por la incidencia de las guerras civiles, las revueltas regionales, la penetración de los bárbaros, el bandidaje y la piratería. A ello se agregan la caída del crédito, el desarrollo de la usura, el déficit en balanza de pagos y de comercio por causas comerciales y políticas. Roma e Italia dejan de ser centro del comercio que se descentraliza, desplazándose hacia el Rhin-Danubio y Constantinopla. Al esplendor urbano en el Oriente del imperio, se contrapone en Occidente el empobrecimiento de las ciudades que reducen su esfera de influencia, sufren el retroceso industrial y comercial, el agobio fiscal, el aprovisionamiento costoso, la falta de recursos, el hambre, las destrucciones bárbaras. La vida se va transfiriendo al campo.

El bajo imperio comienza a mediados del siglo III y dura, en Occidente hasta las invasiones y la caída del imperio, a mediados del siglo V, y en Oriente hasta el fin del reino de Justiniano (527-565). Se origina en la llamada "crisis del siglo III", a la vez económica, social y política.28

La crisis económica y social es a la vez agraria, monetaria, en la circulación y los cambios, en el reparto de la riqueza.29 La producción agrícola se vuelve insuficiente y no deja de retroceder. Aunque subsisten muchas aldeas de campesinos libres, el gran dominio sigue expandiéndose a favor de particulares y del Estado, éste a través de confiscaciones, de la administración de bienes de templos paganos y de ciudades.

El dominio se caracteriza por la extensión, la autarcía, los privilegios jurídicos. Abarca aldeas enteras; tiende a constituir economías cerradas; goza de privilegios arrancados al poder imperial en impuestos, justicia, milicias privadas. El ausentismo desaparece. El señor tiene una reserva de tierra cultivada por servicios impuestos a los tenedores. El resto, que es la mayoría de la tierra dominial, es repartido en pequeñas parcelas confiadas a colonos teóricamente libres, o a esclavos manumitidos que reciben casa y tierra a cambio de rentas y servicios. Como resultante de estos procesos, se va acercando la condición de los diferentes grupos integrantes de las clases populares.

La crisis monetaria se va manifestando por la primera inflación rápida de la historia, sobre todo a causa de los grandes gastos de un Estado en crisis, las devaluaciones permanentes. Al huirse de la moneda devaluada se va dando un cierto retorno a la economía natural sin moneda, la percepción de impuestos y los pagos a funcionarios y militares en especies.

La crisis del comercio se da como resultado de las guerras civiles, las revueltas regionales, la penetración de los bárbaros, el bandidaje y la piratería: de la caída del crédito y el desarrollo de la usura. La balanza de comercio y de pagos se vuelve deficitaria por causas mercantiles y políticas. A saldo deficitario con el extremo Oriente se agregan los pagos a mercenarios bárbaros y los tributos a los invasores. Italia y Roma dejan de ser centro del comercio, que se desplaza cada vez más al trayecto del Rhin y el Danubio para ir a Constantinopla, dejando a Italia de lado. Los comerciantes italianos desaparecen, se instalan los orientales.

El reparto de la riqueza se vuelve cada vez más desigual entre Oriente y Occidente, y dentro de ambas divisiones del imperio. Se incrementan las grandes fortunas, el despliegue de un lujo extravagante, la concentración agraria en tierras y privilegios. Las clases medias tienden a desaparecer. Se vuelve inmensa la miseria de los pobres, y se acentúa la tendencia al acercamiento y fusión de los serviles y los libres del campo. Los esclavos son instalados, los colonos se acercan a la servidumbre, unos y otros impetran la protección de los poderosos, a falta de la del Estado o por su insuficiencia.

La crisis política del siglo III expresa las otras crisis (económicas, sociales, culturales), las incorpora e integra, se desarrolla cada vez más con su dinámica y lógica propias, aunque se manifieste sobre todo, primordial pero no exclusivamente, como anarquía militar. A través de los gobiernos imperiales de Diocleciano, Constantino y Teodosio se van dando las condiciones y los desarrollos de una tentativa de centralización despótica que busca la restauración del imperio o por lo menos la prevención de su declinación.30

"...Las guerras contra los bárbaros y las múltiples dificultades interiores -anarquía militar, crisis monetaria, económica; perturbaciones religiosas; amenaza de desmenbramiento- no terminan, y aun a duras penas, hasta el reinado de Diocleciano (284-305)".31 Convertido en emperador por el ejército, Diocleciano realiza profundas reformas de la institución imperial y su gobierno y del orden social. Para resolver el problema de la sucesión y evitar usurpaciones, Diocleciano agrega un colega con el título de Augusto, y ambos adoptan un César con promesa de sucesión, instituyéndose así la tetrarquía(que resulta un fracaso). Se refundan la administración y la legislación fiscal; se reforma la administración provincial. Se restablece la seguridad en las fronteras, se impulsa una política de romanización y de persecución contra los cristianos. Diocleciano sólo tiene un éxito indiscutible en la división del imperio en secciones políticas, dos occidentales y dos orientales. "Sin duda, Diocleciano no deseaba más que la restauración del imperio, aunque de hecho, debido a los métodos empleados y con la ayuda de la crisis, lo que hace es transformarlo".32 Diocleciano abdica en 305.

Constantino, llamado el Grande, (306-337) designa a Bizancio como futura capital y la llama Constantinopla. Con menosprecio de la tradición romana, impulsa la implantación en el Oriente donde se encuentran las fuerzas vivas del Estado, preparando el abandono de Occidente a los bárbaros. Por otra parte, otorga una tolerancia religiosa universal, que alcanza al cristianismo, reforma la legislación inspirándose en sus principios, reúne el Concilio de Nicea (325) para que la Iglesia defina la ortodoxia. Con su pro-cristianismo, Constantino debilita el patriotismo fundado en la creencia de un destino privilegiado para Roma.

Constantino:

En la segunda mitad del siglo IV reaparece la amenaza de los bárbaros. El 9 de agosto del 378 el emperador Valente es derrotado en Adrianópolis. El nuevo emperador Teodosio (379-395, "incapaz en el fondo ni de derrotar a los godos ni de rechazarlos, termina por establecerlos en el imperio; de esta manera, a un problema exterior sustituye otro interior: el problema germánico".34 Los bárbaros son admitidos como federados, sus jefes elevados a un papel político, hacen y deshacen emperadores. Con el Edicto de Constantinopla, 381, el cristianismo se vuelve obligatorio y el paganismo es prohibido.

Teodosio restablece la unidad del imperio un año antes de su muerte (395), pero después de ésta se impone la división entre un imperio de Oriente (Arcadio) y de Occidente (Honorio), que se vuelve permanente. Mientras Oriente encuentra soluciones eficaces al problema de las invasiones, y sus fronteras no llegan a estar seriamente amenazadas, las grandes invasiones del siglo V se desencadenan a partir del 406 y castigan con mayor dureza a Occidente como la parte más débil del imperio. El emperador Rómulo Augusto es depuesto en 476. El imperio se desmorona en Occidente, aunque siga subsistiendo por derecho, y la idea de la unidad romana siga ejerciendo una poderosa fascinación y la perdurable fantasía de su restablecimiento

Entre el comienzo y desarrollo de la crisis del imperio y su desmoronamiento, la crisis económica y social, la decadencia del poder romano, las invasiones, las continuas dificultades, las amenazas a la supervivencia misma del imperio, se inserta, como extraordinario esfuerzo de conservación sino de restauración, una formidable tentativa de centralización despótica de tipo oriental.35 Ella combina la aplicación de métodos militares y el autocratismo persa. El imperio es organizado bajo la égida del dominus, al mismo tiempo señor y dios, que reemplaza al princeps, primer ciudadano y que, apoyado en el poder militar, impone el orden, liquidando las garantías del derecho tradicional. A partir de Diocleciano, el emperador es monarca absoluto, sacralizado en sí mismo y en sus decisiones. El Senado subsiste formalmente, las magistraturas se vuelven puramente honoríficas, los derechos locales tienden a desaparecer, las provincias dependen directamente del emperador.

El poder es fuertemente personalizado. Todos son siervos del dominus, y los funcionarios y magistrados sus agentes personales. En la misma dirección, se busca superar la crisis espiritual generalizada a través de la imposición de la unidad religiosa, primero contra los cristianos, luego contra los paganos. El cristianismo evoluciona a través de Diocleciano, Constantino y Teodosio, de religión perseguida a oficial, con el apoyo del Estado y en subordinación a él.

El Estado impone su control sobre toda la economía y la sociedad. Sin plan previamente definido, se entra en una economía dirigida o economía de estado de sitio. La crisis precede a la reglamentación y la provoca, sobre todo por la necesidad que tiene el Estado de satisfacer las necesidades del ejército, del abastecimiento, y del enfrentamiento con las aspiraciones de poder y usurpaciones de los poderosos. La enormidad de las exigencias resultantes incita al fraude, que a su vez requiere una reglamentación cada vez más abundante y minuciosa.

La autocracia imperial que actúa en nombre de la utilitas pública, se hace sentir sobre todo como extensión del papel del Estado en los dominios económicos y sociales. El Estado ordena, controla, reglamenta, obra directamente, ejerce una estrecha vigilancia sobre las categorías sociales y sus actividades económicas. El Estado reglamenta la economía, multiplica sus intervenciones directas, estructura una organización profesional y corporativa de grandes dimensiones y alcances.

La reglamentación de la economía se extiende a todas las ramas de la producción y del comercio. Se trata de garantizar el abastecimiento y el cultivo de las tierras desiertas. El Estado requisa las cosechas y los alimentos; sustituye los impuestos en dinero por impuestos en especie; se incauta de grandes extensiones de tierras dejadas sin cultivar ni pagar impuestos, y las opera por funcionarios imperiales o las da en monopolio a sociedades arrendatarias. mediante concesiones y coacciones. Se pone a cargo de las aldeas el impuesto de las tierras abandonadas. Las tierras estatales sin explotante voluntario son atribuidas de oficio a los propietarios vecinos.

El Estado intenta (en vano) la represión de la desvalorización y la especulación monetarias. Controla los precios (Edicto del Máximo, Diocleciano, 301 d. C.) y los salarios. Se reglamenta el comercio exterior, sobre todo el de productos estratégicos: armas, alimentos, oro, y las importaciones suntuarias. Los impuestos en dinero son sustituidos por impuestos en especie.

El Estado interviene además directamente, mediante la gestión directa de la producción con mano servil y penal, en tierras, minas, talleres, gineceos imperiales; produce tejidos de púrpura y seda, vestidos para la corte, armamentos en manufacturas imperiales, monopolio del comercio de la seda. El Estado interviene además en el intercambio (compraventas, requisiciones, toma a cargo de empresas quebradas); y en el reparto y el consumo (distribuciones gratuitas a indigentes, ventas a bajos precios).

Desde los siglos III y IV, una minuciosa reglamentación constituye y refuerza un régimen de organización profesional y corporativa. Antes del siglo III se va dando el progreso de las corporaciones y los artesanos de oficios y pequeños comerciantes, entre los que detentan gran importancia por su vinculación con el abastecimiento, y los beneficiados por razones de amistad, ayuda mutua, y protección por patrones políticamente interesados.

El régimen corporativo se constituye y desarrolla extraordinariamente en los siglos III y IV. Artesanos, oficios y profesiones son agrupados en collegia con órganos y patrimonio comunes, pertenencia obligatoria y otorgamiento de mono-polio. Ellos abarcan servicios públicos (abastecimiento, transportes, construcción), percepción de impuestos, y luego a todos los oficios y profesiones. El Estado controla precios, salarios y condiciones de trabajo, otorga privilegios y obligaciones (trabajar para el Estado). A través de los collegia opera un doble control, del Estado sobre ellos y de ellos sobre sus miembros.

A cambio de sus derechos y privilegios, los colegios sufren la adscripción y la pertenencia obligatorias y el carácter hereditario de oficios y profesiones, por bienes y por familia. La adscripción obligatoria tiende a extenderse a todo oficio y profesión desagradables e indispensables, para mantener el reclutamiento. El sistema multiplica los problemas, la casuística, la reglamentación minuciosa; se impone solamente por coacción y la sujeción a una disciplina militar. Las personas son congeladas en las situaciones en que las han colocado los azares de la existencia, de la pertenencia familiar y del oficio y la profesión las han colocado. La rigidez del dirigismo rígido y el fiscalismo aplastante agobian a las poblaciones del imperio y afectan su cohesión social y su equilibrio político.

El centralismo despótico oriental no impide la desintegración del imperio. Bajo el impacto de oleadas sucesivas de invasiones, la organización política se desmorona. A la división entre Oriente y Occidente suceden la deposición en 476 del último emperador Rómulo Augustulo, el surgimiento de los reinos romano-germánicos, y el desarrollo de las condiciones y procesos que generan y constituyen el feudalismo y van preparando el tránsito a la Edad Media.

VIII. A MANERA DE EPÍLOGO

El colapso del imperio y del viejo sistema no es instantáneo ni completo; se da como proceso desigual, altamente contradictorio; no es totalmente destruido por los nuevos reinos bárbaros que en parte lo respetan y en parte pretenden identificarse con él o sucederlo. Su transformación en una sociedad y un orden político diferentes es compleja y gradual, subsisten muchos elementos heredados que en diferentes grados se integran en las nuevas constelaciones de estructuras y procesos.

Odoacro depone al emperador Rómulo Augusto pero rehusa darle un sucesor, envía las insignias imperiales a Zenón emperador de Oriente del cual se declara gobernador en Italia (476). Aunque Odoacro, lejos de atentar contra el derecho imperial, hubiera querido significar con su gesto el restablecimiento de la unidad del imperio en beneficio de Zenón, el golpe de Estado de 476 marca el fin del imperio de Occidente. Los reyes romano-germánicos reconocen la persistencia de la soberanía imperial y manifiestan a su respecto una cierta fidelidad. "En ello entraba sin duda una gran parte de ficción jurídica: el poder de hecho pertenecía a los reyes de estos pueblos nuevos instalados en las antiguas provincias romanas" por ellos conquistados y lo ejercían sin limitaciones.

El sistema feudal de Europa Occidental surge y se desarrolla a partir y a través del choque y fusión de los conquistadores germanos, sobre todo la estructura interna de la organización guerrera que han ido adquiriendo durante la propia conquista, por una parte, y las fuerzas productivas y condiciones económicas generales de los países conquistados antes y después de la conquista, en especial la herencia del bajo imperio. La combinación de ambos factores determina el modo de la conquista de donde deriva el feudalismo como sistema económico-social-político.

Desmoronada la organización imperial que durante varios siglos mantiene la unidad y la paz, Occidente entra en un enorme caos -político, económico, social, cultural, espiritual-. Comienza por prevalecer la anarquía y la autarquía locales, según las condiciones de las respectivas áreas económicas, de reclutamiento, de distancias y malas comunicaciones, el mayor poder de los condes, y la mayor debilidad de los reyes, las guerras feudales.

Europa sufre la ruptura de la unidad mediterránea. Su comercio casi desaparece, sus ciudades decaen. Las fuerzas económicas se vuelven limitadas y defensivas, tienden a la autosuficiencia, al desplazamiento de la economía urbana por la rural. Se retrocede, de una economía monetaria, a una economía natural o sin salidas (H. Pirenne), caracterizada por el predominio del trabajo agrícola, la ausencia de moneda, el trueque de productos, la inexistencia o el carácter secundario de los mercados. A ello se agregan la inestabilidad política, las guerras feudales, las aduanas privadas, los asaltos y saqueos de los señores feudales, las crecientes restricciones que impone la expansión musulmana. Al impacto convergente de estos factores y procesos se debe la desintegración del imperio carolingio que funda Carlomagno, producida tras su muerte, el ascenso del feudalismo, el debilitamiento de la integración internacional, y el desarrollo de la alta Edad Media.

*Investigador titular de tiempo completo del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM.

Notas:
1 Véase Childe, Gordon, ¿Qué sucedió en la historia?, Buenos Aires, Editorial La Pléyade, así como Los orígenes de la civilización, México, Fondo de Cultura Económica; Morin, Edgar, Le Paradigme Perdu: La Nature Humaine, París, Seuil, 1973; Hawkes, Jacquetta, The First Civilizations Life in Mesopotamia, the Indus Valley and Egypt, New York, Penguin Books, 1977.
2 Véase Claessen, Henry J. M. y Skalnik, Peter (eds.), The Early State, París, New York, The Hague, Mouton Publishers, 1978; Giddens, Anthony, The Nation-State and Violence. Volume Two of a Contemporary Critique of Historical Materialism, Berkeley and Los Angels, University of California Press, 1987.
3 Véase Wittfogel, Karl A., Despotismo oriental. Estudio comparativo del poder totalitario, Madrid, Editorial Guadarrama, 1966.
4 Giddens, Anthony, op. cit., nota 2.
5 Idem.
6 Véase Vidal-Nacquet, Pierre, The Harper Atlas of World History, New York, Harper & Row, 1986.
7 Ante todo, la documentación contemporánea al conflicto, representada pero no agotada por la Historia de la Guerra del Peloponeso de Tucídides. Su importancia ha sido reconocida a través de los tiempos. Así, por ejemplo, Hobbes asumió su traducción al inglés. Más recientemente, Nietzsche rindió homenaje al autor en los términos siguientes: "¿Qué amo en Tucídides, que hace que lo honre más que a Platón? Siente el placer más universal y libre de prejuicios en todo lo que hay de típico en el hombre y en los acontecimientos. Y encuentra que cada tipo contiene una cierta cantidad de bon sens; esto es lo que intenta descubrir. Tiene una mayor equidad práctica que Platón; no calumnia ni rebaja a los hombres que no le placen o que, en la vida, le han hecho mal. Por el contrario: él ve el elemento de grandeza en toda cosa y en toda persona y por el contrario se lo confiere por el hecho que sólo ve tipos; qué le importa en efecto a la posteridad, a la cual dedica su obra, lo que no es típico? Así se expande en él, el pensador-hombre, la última y suntuosa floración de esta cultura del libre conocimiento del mundo, que tuvo en Sófocles su poeta, en Pericles su hombre de Estado, en Hipócrates su médico, y en Demócrito su experto en ciencias de la naturaleza; esta cultura que merece ser bautizada con el nombre de sus maestros, los sofistas..."; Nietzsche, Aurora, parágrafo 109.
8 Véase Finley, Moses I., Vieja y nueva democracia, Barcelona, Ariel, 1980.
9 Citado por Epstein, Jasón, "Always Time to Kill", The New York Review of Books, November 4, 1999
10 Giddens, op. cit., nota 2, pp. 40 y 41.
11 Véase Petit, Paul, La Civilisation Hellenistique, París, Presses Universitaires de France, 1975; Levy, Jean-Philippe, L'Economie Antique, París, Presses Universitaires de France, 1969.
12 Vidal-Nacquet, Pierre, op. cit., nota 6.
13 Véase "La Civilisation Hellenistique", en Mourre, Michel, Dictionnaire Encyclopédique d'Histoire, París, Bordas, 1978.
14 Véase Cotterell, Arthur (ed.), The Encyclopedia of Ancient Civilizations, New York, Mayflower Books, 1980, pp. 44 y ss.; Clerici, André y Olivesi, Antoine, La République Romaine, París, Presses Universitaires de France, 1974.
15 Los plebeyos de la Antigua Roma, primero campesinos libres que cultivan cada cual por su cuenta su propia fracción de tierra, son hombres libres que resultan arruinados por la guerra, expropiados de sus medios de producción y subsistencia, despojados de todo a excepción de su fuerza de trabajo y condenados a la desocupación como masa urbana. Simultáneamente, y en un mismo movimiento histórico, se acelera e intensifica el desarrollo de la masa de esclavos y de la gran propiedad fundiaria y el gran capital financiero. Guerra y esclavitud son factores extra o pre-económicos que llevan a la formación de un modo de producción esclavista.
16 Véase Syme, Ronald, The Roman Revolution; Grant, Michael, The Twelve Caesars, New York, Charles Scribner's Sons, 1975; Engel, Jean-Marie, L'Empire Romain, París, Presses Universitaires de France, 1973.
17 En lo que a Virgilio respecta, particularmente a través de su Eneida, actuales análisis críticos destacan, por encima y más allá de lo estético, su doble dimensión político-ideológica. Por una parte, "su sentido de nacionalidad logrado a través de un proceso histórico y de una experiencia compartida", "su anticipación de la idea del Estado-nación, algo extraño a la mentalidad de los griegos y de los romanos". Y, por otra parte, la identificación de la idea de lo que es "ser un italiano y un romano" con "la figura de Augusto y... su solución constitucional y la perspectiva moral y política asociada con su nombre...", "su orden imperial" que consuma la unidad de Italia, "hace al Mediterráneo el mare nostrum,... rodeado por todos sus lados por el imperio romano, y que vuelve a Roma el centro del mundo". Véase Know, Bernard, "Virgil the Great", The New York Review of Books, 18 de noviembre, 1999.
18 Sobre la estructura del imperio, véase el clásico siempre actual: Mommsen, Theodor, El mundo de los Césares, México, Fondo de Cultura Económica, 1962.
19 Brzezinski, Zbigniew, The Grand Chessboard American Primacy and Its Geostrategic Imperatives, New York, Basic Books, 1997, pp. 10 y 12.
20 Idem.
21 Vidal-Nacquet, Pierre, op. cit., nota 6. Sobre las fases de desarrollo interno y tendencias internacionalizantes de China: King Fairbank, John, China-A New History, Harvard University Press, 1992; Spence, Jonathan D., The Search for Modern China, New York-London, W. W. Norton, 1990.
22 Barraclough, Geoffrey (ed.), The Times Concise Atlas of World History, Maplewood, New Jersey, Hammond Inc., 1982, pp. 24 y 25.
23 Véase Finley, Moses I., op. cit., nota 8.
24 Lefebvre, Henri, La Pensée Marxiste et la Ville, París, Casterman, 1972.
25 Idem.
26 Grant, M., op. cit., nota 16.
27 Véase Lloyd Jones, Hugh, "Who Was Hadrian", The New York Review of Books, diciembre 2, 1999.
28 Véase Pallanque, Jean-Rémy, Le Bas-Empire, París, Presses Universitaires de France, 1971; Rémondon, Roger, La crisis del imperio romano de Marco Aurelio a Anastasio, Barcelona, Nueva Clío, Editorial Labor, 1973.
29 En lo referente a la crisis económica y social tengo muy en cuenta Levy, Jean-Philippe, op. cit., nota 11.
30 Véase Burckhardt, Jacob, Del paganismo al cristianismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1962.
31 Rémondon, Roger, op. cit., nota 28, p. 3.
32 Idem.
33 Idem.
34 Idem.
35 Véase Levy, J. P., op. cit., nota 11.
36 Marrou, Henri-Irenée, "La fin du monde antique vue par les contemporains", en Suffert, Georges et al., Les Terreurs de l'An 2000, París, Hachette, 1976.