A cuatro décadas del fin del sexenio. Una opinión sobre el gobierno de Luis
Echeverría Álvarez

Publicado el 29 de abril de 2016

Alfonso Guillén Vicente
Profesor-investigador de la Universidad Autónoma de Baja California Sur
aguillenvic@gmail.com

Probablemente cuarenta años sean poco tiempo para tomar distancia de una gestión presidencial, para analizar los claroscuros de una administración, pero podemos intentar un recuento de las fortalezas y debilidades de un sexenio tan controvertido como el echeverrista.

Aunque vistos desde el poder político, seis años pueden parecer pocos; gobiernos como los de Luis Echeverría y José López Portillo deben, en nuestra opinión, ser abordados por tramos, y son éstos los que permiten destacar algunos de sus rasgos más notables, sin caer en la inevitable condena de fin de sexenio.

Pensamos que había que dar por descontado, por lo pronto, el aplauso por la decisión de Echeverría de convertir los territorios sur de Baja California y Quintana Roo en estados libres y soberanos, con todas sus virtudes y potencialidades. También la condena de políticos perjudicados por ese presidente, como Gonzalo N. Santos, quien se refería a él como “el loco del tercer mundo”. Sin dejar de reconocer, por otro lado, su extraordinaria capacidad de trabajo.

Preferimos, desde nuestra óptica, detenernos en tres aspectos: los efectos de la llamada “apertura democrática”; el importante papel asignado al sector público para reactivar el desarrollo económico, y su política exterior y de asilo con un inevitable signo progresista.

En cuanto a la “apertura democrática”, hay que recordar que sumó el apoyo de sectores tradicionalmente alejados del gobierno, como algunos intelectuales y la Iglesia católica.

Roberto Blancarte, en su libro Historia de la Iglesia católica en México, 1929-1982,1 hace un pormenorizado recuento de lo que vivió dicha institución en el periodo 1968-1973: “un proceso de transformación doble, o más precisamente, en dos esferas distintas”. En esos años, que el autor califica como “tiempos de revueltas”, la grey católica “tuvo que reformular su relación con el Estado y la sociedad”, por un lado, “y por el otro, se enfrentó a una creciente protesta en su interior”.2

Sin embargo, tanto los obispos como sus impugnadores en el seno de la Iglesia católica apoyaron a Echeverría de una u otra manera. En ese sentido, la crítica de algunos sacerdotes y laicos progresistas a la posición de sus superiores frente a las desigualdades de la sociedad mexicana y la actuación del gobierno federal no impidió que en la clausura del Encuentro Cristianos por el Socialismo, efectuado en abril de 1972, en Santiago de Chile, “simultáneamente a la III UNCTAD —Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo— y que se celebraba en medio de la experiencia socialista chilena y de la participación en esa reunión internacional del presidente de la república”,3 la delegación mexicana, integrada por esos mismos críticos, fuera la única latinoamericana que no envió una nota de protesta contra su gobierno autoritario.

La reforma política echeverrista, puesta a prueba en las elecciones federales intermedias de 1973, probaría los limitados alcances de ampliar la participación de los denominados “diputados de partido”, otorgados a los llamados “partidos minoritarios”, en medio de la guerrilla rural y el auge de la guerrilla urbana.

El golpe de Estado a Salvador Allende en Chile se sumó a la agudización de las contradicciones entre los grupos empresariales y el gobierno federal por el asesinato del líder regiomontano Eugenio Garza Sada, a manos de un comando de la Liga Comunista 23 de Septiembre, y la puesta a discusión del monopolio de la iniciativa privada en los medios de comunicación electrónicos, para meter al país en una escalada de rumores y pronunciamientos que ensombreció la segunda mitad del sexenio.

Maltratado por los análisis de las políticas económicas lanzados desde la perspectiva neoliberal, el régimen echeverrista espera un juicio más objetivo sobre los alcances del fortalecimiento del sector público alcanzado durante el sexenio. No hay que olvidar que el ente financiero que administró el sinnúmero de empresas que llegaron a la administración pública, el grupo SOMEX, creció desmesuradamente por la incapacidad de muchos empresarios privados para darles viabilidad financiera y sostener el empleo, tanto en fábricas de calzado como en armadoras de bicicletas, y hasta cadenas de hoteles, bares y restaurantes.

En materia de política exterior y de asilo, es necesario recordar la presidencia de Luis Echeverría por la vigencia, en su tiempo, del Movimiento de Países No Alineados, para buscar su camino alejados del bloque norteamericano y del bloque soviético.

Tampoco se pueden soslayar los enormes beneficios que para la Universidad Nacional y el país entero significó el asilo de valiosas y valiosos intelectuales sudamericanos; lo mismo los chilenos asediados por la dictadura de Augusto Pinochet, que aquellos argentinos que hace cuatro décadas arribaron a México para contribuir a formar generaciones de universitarios y a enriquecer el bagaje cultural de nuestra nación.

NOTAS:
1. Fondo de Cultura Económica, 2014.
2. Ibidem, p. 239.
3. Ibidem, p. 279.



Formación electrónica: Luis Felipe Herrera M., BJV