Historia y presencia del Instituto Nacional de Ciencias Penales

Publicado el 26 de agosto de 2016

Xochithl Guadalupe Rangel Romero
Maestra en Política Criminal por la Universidad Autónoma de San Luis Potosí
(UASLP); estudiante del Doctorado en Ciencias Penales y Política Criminal en el
Instituto Nacional de Ciencias Penales (Inacipe); docente de la Licenciatura en
Criminología de la UASLP,
xochithl.rangel@uaslp.mx

La calidad excepcional que hoy se le reconoce al Instituto Nacional de Ciencias Penales (Inacipe) versa sobre un cimiento histórico. Un legado —que a través de cuarenta años— enriquecido con las generaciones de estudiantes que en éste se han formado; hombres y mujeres profesionistas que, con los conocimientos adquiridos en el Instituto Nacional, han contribuido a formar una mejor sociedad.

De donde surge al presente, la obligación irrestricta de las actuales generaciones de tomar las riendas del legado que se ha recibido, y preservar el estudio profundo de las Ciencias Penales, como el único medio para comprender y entender un mundo globalizado. No sólo de costumbres sino de valores, en donde todos los días debemos luchar porque el cúmulo de las ideas esté presente y guíen el actuar en la toma de la decisión más benéfica para la consolidación de nuestro Estado.

El Instituto Nacional de Ciencias Penales ve la luz de su nacimiento en 1996, derivado de un decreto presidencial en el sexenio de Ernesto Zedillo. Lo anterior de la imperiosa necesidad no sólo del estudio profundo de las ciencias penales en sí mismo, sino de la ineludible exigencia de formar y consolidar servidores públicos no sólo de la Procuraduría General de República, sino funcionarios públicos que estuvieran ligados a las actividades de impartición de justicia, buscando consolidárseles con herramientas que ayudaran a su labor diaria.

Preciso hacer mención que la necesidad de creación del Instituto Nacional, derivo también de la exigencia de consolidar investigación en nuestro país. Es de decirse que en México el tema de la investigación de nivel (calidad), estaba concentrada en las universidades públicas; las dependencias del aparato administrativo no generaban investigación. Los tópicos de investigación de calidad y eficiencia se encontraban alejados de las instituciones del Estado. Así, con la creación del Instituto Nacional se apertura un mundo de posibilidades de investigación, que traería años más tarde la consolidación de los expertos al presente, en materia no sólo de ciencias penales, sino de política criminal, de criminología, de criminalística, entre otras áreas.

Surge entonces el Instituto Nacional de Ciencias Penales, como un órgano descentralizado, cuya encomienda primordial era la profesionalización, actualización y superación de los servidores públicos, de las instituciones encargadas de la procuración de justicia. Es de señalar que el Instituto Nacional ha superado en gran medida las expectativas de creación, dado que se ha aperturado no sólo a la consolidación de servidores públicos, como en origen se pensó, sino avanza hacia la consolidación de cualquier profesionista que su materia de estudio sean las ciencias penales.

Un Instituto Nacional de Ciencias Penales ¿para qué?

El año de 1996 fue un año con grandes movimientos políticos, sociales, económicos, entre otros, que sacudieron la vida interna de nuestro país; quién no recuerda el huracán Dolly, que dejó grandes laceraciones internas a México; la firma de los Acuerdos de San Andrés sobre derechos y cultura indígena —entre el Estado mexicano y el Ejercicio Zapatista de Liberación Nacional—, y el famoso escándalo del “Encanto”, donde el Estado mexicano y sus instituciones —entre éstas: la Procuraduría General de la República y otras instituciones estatales— fueron cuestionados y señalados no sólo por la sociedad mexicana sino por la comunidad internacional, ante la falta de seriedad, eficiencia, eficacia, entre otros, de la investigación y persecución del delito. Dando como secuela que se pensó en su momento —por toda una comunidad— que los funcionarios públicos de las instituciones del Estado no estaban capacitados para investigar en materia criminal, y sin señalar a ciencia cierta que éste fue el evento que detonó el origen y encaminó la creación del Instituto Nacional de Ciencias Penales, su nacimiento en estas épocas viene a consolidar y dar el mensaje de que en México los servidores públicos si en épocas anteriores no se formaban, no se capacitaban y no se actualizaban, la situación tendría que cambiar.

Nace el Instituto Nacional de Ciencias Penales ¿y luego?

Como toda institución estatal, el Instituto Nacional sufre no de consolidación en sus inicios, dado que existía el decreto presidencial que lo instauraba como un organismo descentralizado, pero sí encuentra una inestabilidad administrativa —desde mi punto de vista— en sus orígenes, con los cambios dentro del aparato ejecutivo que a nivel federal se generaban en los titulares de las diversas dependencias que integraban su Junta de Gobierno, recordando que esta Junta se compone con autoridades diversas de la administración pública y otras instancias. Un ejemplo claro es el cambio de procurador general de la República en el sexenio de Ernesto Zedillo, entre otros; esto es digno de comentar dado que, desde un punto de vista razonado, como toda institución de gobierno está sujeta a los cambios derivados del aparato ejecutivo, y si bien la integración de la Junta de Gobierno no afecta directamente a los fines que se tiene como Instituto, sí afectaba a las funciones administrativas de un sistema, en este caso el desarrollo y desenvolvimiento de actividades así establecidas.

Por lo tanto, el transitar del Instituto Nacional fue un camino pesado de inestabilidad administrativa, que necesariamente tuvo que consolidarse como al presente se encauza, a través de un aparato institucional sólido: a través de un director general y otros que lograran cohesionar los trabajos del Instituto no sólo para las dependencias de la procuración y administración de la justicia, sino hacia la comunidad.

El sendero del Instituto Nacional de Ciencias Penales ha sido un camino sinuoso, sin ningún contratiempo que haya limitado las funciones específicas que, desde su decreto de origen, ha manifestado. Prueba de ello lo es no sólo las generaciones de alumnos titulados en los grados de maestría y doctorado, sino de especialidades diversas. La gran hazaña del Instituto Nacional no sólo es cubrir una demanda con posgrados, sino que éstos atienden una demanda que había sido alejada de las universidades públicas y privadas del país. Y que, además, a la par de ir creciendo en estudiantes y egresados fue consolidando investigación, no sólo dentro del Instituto, como generador propio, sino fortaleciendo investigación externa.

¿Qué más hace el Instituto Nacional de Ciencias Penales?

Una gran apertura ha tenido el Instituto Nacional, no sólo como un gran generador de conocimientos y de investigación, sino como órgano de difusión y divulgación de las ciencias penales y otras áreas. El Instituto Nacional abre sus puertas no sólo a profesionistas sino a un público general, con la incorporación de la biblioteca “Celestino Porte Petit”, una biblioteca que al presente es uno de los centros documentales más prestigiosos en el país, no sólo por el número de volúmenes sino por la materia de especialización. La biblioteca “Celestino Porte Petit” ocupa un lugar importante en América Latina; el Instituto Nacional se ha consolidado, en estos cuarenta años, como un generador de conocimiento propio, que puede llevarlo fuera de la región de Tlalpan sur —lugar de ubicación del Instituto— a cualquier parte de la República y el mundo.

El impacto del Instituto Nacional, a lo largo de su consolidación, ha sido excepcional, quién no conoce qué es el famoso “Inacipe”, quién no ha escuchado que los mejores penalistas de México se forman en el “Inacipe”, quién no reconoce a todos y cada uno de sus maestros eméritos y catedráticos que imparten catedra en sus aulas.

Hablar de “Inacipe” es hablar de estudio, es hablar de verdadera vocación de investigación, hablar de “Inacipe” es hablar de orgullo, hablar de “Inacipe” es hablar de triunfo académico por pisar sus aulas, hablar de “Inacipe” es hablar de consolidación tanto profesional como personal.

Soy alumna de doctorado en el Instituto Nacional de Ciencias Penales, y para mí hablar de “Inacipe” es hablar de que se puede consolidar un verdadero estado de derecho, siempre y cuando se tengan las herramientas y habilidades para proponer y para cambiar; un investigador se forma en “Inacipe” cuando entiende que lo que está escrito no es ni será lo último que investigue.

Historia y presencia del “Inacipe”, cuarenta años han sido nada para lo que este Instituto Nacional puede ofrecer. Vamos pues, no existe un camino más cierto de la consolidación de un Estado que estudiar sus ciencias penales.



Formación electrónica: Luis Felipe Herrera M., BJV
Incorporación a la plataforma OJS, Revistas del IIJ: Ignacio Trujillo Guerrero