Auténtico voto libre, democracia y legitimidad

Publicado el 26 de agosto de 2016

José Raymundo Jiménez Cuatepotzo
Egresado de la Maestría en Derecho Constitucional y Procesal
Constitucional del Centro de Investigaciones Jurídico-Políticas de la UATx,
abogado.jrayj@gmail.com

Las pasadas elecciones que se llevaron a cabo en junio donde se eligieron gobernadores, diputados y ayuntamientos en varios estados de la República desnudaron una serie de carencias de las que adolece nuestro sistema electoral aún con la resonada reforma político-electoral de 2014, y es que, en perspectiva con un ya no tan lejano proceso electoral para elegir al próximo presidente de la República, la no polarización de resultados y la baja participación ciudadana parece casi inevitable.

Si bien la reforma de 2014 toca puntos que buscan en el papel mejorar la calidad democrática y de las relaciones políticas de nuestro país, con cuestiones como la creación del Instituto Nacional Electoral, la reelección de legisladores, la paridad de género para la elección de candidatos, entre otras cuestiones; en mi opinión deja en el aire temas relevantes y determinantes en una contienda electoral y que son muy difíciles de resolver mediante una reforma que, desde mi perspectiva, no termina de impactar en la materia esencial de una elección: los votantes.

El sufragio universal no puede sólo significar que toda persona puede votar, sino que lo haga de manera consciente e informada, ya que de ello me surgen las siguientes dudas:

¿Qué tan democrático es un voto cuando quien sufraga está sometido por la ignorancia y la necesidad?

¿En verdad es un voto libre?

Primeramente quiero aclarar que al señalar “ignorancia” no me refiero a que una persona sea ignorante por votar por “X” o “Y” partido, cualquier preferencia partidista es válida y respetable, sino aquellas que acuden a las urnas siendo mantenidas en una esfera de falta de información, necesidad y de educación de calidad.

Al punto anterior debemos sumar otro igualmente importante y preocupante: la cantidad de abstencionismo y nulidad de votos que hay en el país, sólo por poner un ejemplo, en las votaciones federales del 7 de junio del año pasado para la elección de diputados de acuerdo con el Programa de Resultados Electorales Preliminares (PREP) del Instituto Nacional Electoral (INE) la lista nominal nacional era de 77, 913, 406 ciudadanos y participaron 36, 623, 125 electores, significando un 53% de abstencionismo en México en 2015, siendo en aquel año Baja California —con un porcentaje de más del 70%— el estado con mayor índice de abstencionismo.

Actualmente, en la mayoría de las votaciones el ganador lo hace en un promedio de 30 a 35% de los votos útiles, es decir, que quien obtiene el triunfo lo hace a veces sólo con la preferencia de 3 de cada 7 votantes ¿es realmente mayoría? Podemos verlo desde ambas aristas: por un lado sí es la mayoría en relación con los que votaron por otra opción, pero también es cierto que quien ganó fue por menos de una tercera parte de quienes van a gobernar, lo que por supuesto traerá como posible consecuencia una enorme inconformidad entre quienes no simpatizan con el ganador.

Además debemos sumar que de ese porcentaje que manejamos en el párrafo anterior no contiene el porcentaje de las personas que no fueron a votar o que sus votos fueron nulos, y este fenómeno de la poca participación ciudadana ya sea por apatía o por querer castigar a los partidos políticos pensando que con abstenerse de ir a votar los van a afectar por no alcanzar el porcentaje necesario para mantener su registro, una idea totalmente errada, toda vez que el porcentaje que se toma en cuenta para ello es el total de votos efectivos.

Es decir, suponiendo, por ejemplo, que existiera un caso similar al de Baja California, si entre votos nulos y abstencionismo de votantes se alcanzara el 70% de total del padrón electoral, el 30% restante pasaría a sumar el 100%, por lo que si un candidato gana con el 33% de votos del total de sufragios válidos, en realidad equivaldría al 10% del porcentaje de padrón electoral, resultando con ello que un candidato electo gobernara a un pueblo donde fue elegido por uno de cada diez habitantes.

Punto y aparte es la necesidad de que quienes contiendan por un puesto público estén lo mejor preparados posible para desempeñar el cargo, es común que veamos personas que ocupan un cargo sin que tengan la menor idea de lo que ello implica, sin embargo, este problema va pegado con los descritos en párrafos anteriores, ya que como puesto de postulación popular cualquier persona tiene derecho a ser candidato, lo cual es totalmente válido, la cuestión es que quien vote lo haga de una manera consciente y que entre sus opciones se busque que las personas sean las más capacitadas, es decir, la mejor opción que presente un partido político quienes deben adquirir ese compromiso, para consigo y con los ciudadanos.

En México se tiene la percepción errónea de que quien gana una contienda electoral, automáticamente adquiere un estatus de superioridad, y esa apreciación no sólo la percibe quien gana sino los propios votantes; debemos tener muy claro que quien sale vencedor de una contienda se convierte en mandante, y el pueblo es mandatario, es decir, el pueblo manda y el servidor público obedece, su función es cumplir con el encargo de trabajar para la ciudadanía.

En este tenor podemos señalar que un servidor público electo —en muchos casos (no podemos generalizar)— lo hace mediante votos que se ven sesgados por la ignorancia, necesidad e incluso en ocasiones temor de los votantes, a ello debemos sumarle que quien resulta ganador lo hace con un muy bajo porcentaje ya no digamos del total del padrón electoral, sino de los propios votos efectivos.

En este contexto, México necesita urgentemente una conjunto de acciones en materia electoral, que auténticamente legitime a quien ocupa un puesto de elección popular, pero estas acciones deben ir más allá de regular las relaciones entre partidos políticos, sino en un cambio que impacte en los votantes, quienes acudan a las urnas con pleno conocimiento y convencimiento de lo que significa su voto y por quien van a votar.



Formación electrónica: Luis Felipe Herrera M., BJV
Incorporación a la plataforma OJS, Revistas del IIJ: Ignacio Trujillo Guerrero