En campo abierto*

Publicado el 27 de octubre de 2016

José Ramón Cossío Díaz
Ministro de la Suprema Corte de Justicia,
jramoncd@scjn.gob.mx,
twitter
@JRCossio

Al juez Vicente Antonio Bermúdez, asesinado.

Hace unas semanas se publicó la noticia. La agencia Eje Central la dio a conocer y el Grupo Vida la hizo posible. Lo informado se reprodujo y amplió en otros medios. A 60 kilómetros de Torreón hay un amplio hueco natural con diversos usos. Es fosa común, incinerador y tiradero de seres humanos. Los datos de lo hallado en la cavidad y en la superficie no son precisos. ¿A cuántos cuerpos corresponden los restos? El deterioro producido por la incineración y la trituración de lo que alguna vez fue cuerpo, impide certezas. Se cree que hay hombres, mujeres y niños. Los procedimientos seguidos dificultan las identificaciones. La fragmentaria información no oculta el horror. El depósito existe. Los restos están ahí. La intención de exterminio es evidente. Se pretende disolver la identidad. Al secuestrado, a la violada, al asesinado, no se le tira para ser recogido, identificado, limpiado, preparado, velado y enterrado. Se niega la posibilidad de llorar y preparar la ausencia del cuerpo de quien se ama y comienza a extrañar.

Se dice que la desaparición total, la quema, el desmembramiento, la pulverización, busca la impunidad. No lo creo. Esta se da sin necesidad de esos procesos. La ausencia de investigaciones, registros y forenses, lo permite. Las prácticas de la caverna de Patrocinio son otra cosa. Constituyen un lenguaje para imponer realidad y sentido social mediante la presencia total. ¿Cómo se enfrenta la ausencia de un desaparecido? No se está ante la nada. Tampoco se está ante algo. La muerte no acaba de llegar, pero la vida no está más ahí. El ser y el no ser son simultáneos, episódicos, destructivos de la cotidianeidad. Eso es lo que se logra. La ordenación de los procesos individuales y colectivos bajo las formas que se quieren imponer. Agentes particulares que con sus delitos desconocen el orden que se supondría común y crean uno propio, alterativo y eficaz.

Los nazis, siempre los nazis, exterminaron con balas, gas y otros medios igualmente letales. Pudieron enterrar los cuerpos en fosas comunes. Esperar la degradación natural de la carne. Hicieron otra cosa. Con los incineradores obtuvieron polvo. La sustancia mínima de la condena biológica y bíblica. Dejar que la naturaleza haga a un ser humano polvo, es una cosa. Hacerla polvo es otra. La sicología de la disposición hace la diferencia. Imponer a los muertos una última manera de ser. Imponer a los sobrevivientes una manera de estar y de no estar. Abrir un abismo de desolación, de venganza reforzadora del anti-orden que se está creando, o de resignación ante el desorden que se está produciendo.

Los desaparecidos nunca terminan de irse. Su juridificada dignidad mantiene su presencia. La Corte Interamericana de Derechos Humanos determinó recientemente (Tenorio Roca y otros vs. Perú) la responsabilidad de ese país por la mala investigación y procesamiento por fiscales y jueces de desapariciones en la guerra contra Sendero Luminoso. La decisión es técnica y valiosa. El derecho constituye cuerpos, personalidades y modos de ser individuales y colectivos. También significa conductas pasadas y las hace presentes. Uno siempre espera que en los próximos años nuestras sociedades consigan paz. Ello sólo será factible mediante la resiliencia. Por la posibilidad de llenar ausencias, dar nombres y sepultar. Los desaparecidos físicos no pueden desaparecer jurídicamente. Mucho de lo que tendremos que hacer para sanarnos, pasará por su reivindicación. Las bases para lograrlo deben establecerse desde ahora. No cabe esperar a un incierto futuro en el que las posibilidades de identificación hayan desaparecido por negligencia, incapacidad o complicidad.

NOTAS:
* Se reproduce con autorización del autor, publicado en El País, el 18 de octubre de 2016.



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