Allá donde el padre Chava

Publicado el 7 de noviembre de 2016

Ricardo Méndez-Silva
Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM,
rmendezsilva@gmail.com

Le pedí al conductor Ramón que me llevara a alguno de los albergues en donde se están instalando los migrantes haitianos en Tijuana. Que han padecido penurias indecibles con la ilusión de cruzar hacia los Estados Unidos en busca de abrigo; empujados por la pobreza y los estragos de las fuerzas naturales que se han ensañado contra la patria caribeña.

Primero fueron los gobiernos dictatoriales, quienes impusieron una violencia represiva que condujo a un subdesarrollo lacerante que ha hecho del país el más pobre del continente. Y para no quedarse atrás, los fenómenos de la naturaleza se han desatado inclementes: el pavoroso terremoto del 2010, que dejó una estela mortal de trescientos mil seres, y hace unas semanas, el azote del huracán Mattheu.

Rige una paradoja siniestra, pues Haití fue el primer territorio colonial del continente que se liberó de la opresión, en 1804, y brindó asilo a insurgentes que lucharon por la independencia de sus comunidades latinoamericanas en el despertar del Siglo XIX, entre ellos, Simón Bolívar, el Gran Libertador. Ahora son los hijos de esa sufrida nación los que se lanzan a la aventura tratando de alcanzar los horizontes del bienestar.

Ramón me dijo al instante “sí, claro, allá en donde el padre Chava”. Se trata de un albergue de los cuatro o cinco que hay en Tijuana, conocido como el Desayunador del padre Chava, que ofrece techo y protección a los migrantes. Arribamos atravesando la llamada zona de tolerancia. En distintas partes de la ciudad, que creció y cobró homogeneidad con migrantes de todo México, se ven algunos haitianos. En los cruces fronterizos se ven unos pocos, callados, tímidos ante el paso indiferente de los viajeros, atrapados en la vana esperanza de una visa.

En la presente crisis los albergues atienden a cientos de personas a la vez y están desbordados; quienes los atienden sacan fuerzas de su propia generosidad para auxiliar a quienes están sumidos en la desgracia. Se cuentan por centenas los que han tenido que acampar a la intemperie. Obviamente, no existe un censo de ellos, las estimaciones varían, pero se calcula una cantidad de entre seis y ocho mil migrantes haitianos, y los pronósticos hablan de varios miles más encaminados hacia la ciudad fronteriza.

El trayecto que han seguido es básicamente por tierra. ¿Cuál ha sido su punto de partida? Vienen de lejos, de muy lejos, la mayoría desde Brasil. La crisis de Haití los hizo ver en el gigante sudamericano una meta anhelada, pues se necesitaba mano de obra por el boom de la economía y por la cercanía de las Olimpiadas. Sin embargo, las halagüeñas perspectivas se derrumbaron y pasó la fiesta olímpica. Entonces rumbo al norte, a través de Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Guatemala, Chiapas, y de ahí p’al real.

Esta oleada empezó a llegar a Baja California en abril del presente año. Algunos tramos los recorrieron a pie, sin tregua ni descanso, enarbolando la ilusión como una bandera que la realidad destiñe, y padeciendo los problemas típicos de los migrantes: robos, pagos excesivos a los traficantes de personas, violencia, discriminaciones. Multitudes desheredadas.

Los Estados Unidos han sido históricamente el norte de los migrantes, pero la afluencia masiva de haitianos se explica ahora porque, a raíz del terremoto de 2010, la potencia norteña ofreció un permiso humanitario a los haitianos, a fin de que pudieran ingresar al país y mitigar los efectos del desastre en su terruño. Este ha sido el aliciente para que haya crecido en forma desmesurada el flujo de nacionales haitianos en los últimos meses, no obstante, las autoridades estadounidenses ya han cerrado las puertas ante la fenomenal afluencia. El secretario de Seguridad Nacional de los E.U. informó, el 22 de septiembre, que se cancelaban los permisos de ingreso humanitario y que en lo sucesivo solo se brindaría la condición de refugiado que procede sólo en caso de un temor fundado de persecución, lo que descalifica a los migrantes económicos o ambientales.

Cabe destacar que los haitianos se han establecido en Tijuana y en Mexicali, principalmente, y encontrándome en el XXX Congreso de la Asociación Mexicana de Estudios Internacionales, supe que la canciller Ruiz Massieu se había entrevistado con el gobernador de la entidad para analizar la situación y que el secretario de Gobernación, Osorio Chong, había ofrecido ayudar a los haitianos. Ojalá sea cierto, y ojalá sea de manera efectiva.

En las tragedias humanitarias —y esta es, sin duda, una de alcances angustiosos— a las palabras se las lleva el viento, y este es un problema que México ha de encarar, por la negativa norteamericana a seguirlos recibiendo, e incluso deportándolos. Ahora toca a las autoridades gubernamentales, pues la sociedad civil ha hecho lo suyo durante la emergencia: han obsequiado prendas de vestir, alimentos e incluso un techo en sus hogares. Aunque también prevalecen brotes racistas; la cerrazón discriminatoria de los imbéciles con argumentos muy parecidos a los del tal Trump.

En esos días de mi estancia tijuanense nació una niña de padres haitianos en Ensenada. Es mexicana por nacimiento. ¿Qué puede hacer y qué hará por ella su país?

FOTOGRAFÍAS TOMADAS DONDE EL PADRE CHAVA.

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