Ser hombre no es incompatible con ser feminista

Publicado el 14 de Febrero de 2016

Verónica Valeria De Dios Mendoza
Pasante en derecho por la Universidad de Guadalajara, activista e ideóloga feminista y presidenta del colectivo PRODIDEM (Red de promoción y difusión de los derechos de la mujer)
www.valeriadedios.com

¿Quién preside el feminismo? Naturalmente, he de responder que la mujer, sin embargo, el mayor obstáculo al que se han enfrentado las causas por las cuales ha germinado el movimiento feminista dentro de un ambiente hostil se encuentra, precisamente, en el posicionamiento al que se ha ceñido la figura que debe de propagar la esencia de dicha ideología. Nuestras grandes precursoras no sólo luchaban por el reconocimiento de la mujer hacia una vida más digna, también se mostraban conscientes de que un cambio resulta imposible si no se derriban a la par las barreras mentales en ambos sexos que les impiden verse mutuamente como iguales.

De aquí emana el siguiente cuestionamiento: ¿Quiénes pueden posicionarse como feministas? Una pregunta que sin duda me parece absurda, pero en la cual resulta necesario hacer hincapié, debido a los esfuerzos de varias compañeras de lucha que osan afirmar rotundamente la imposibilidad de reconocer como feministas al sexo masculino, desvirtuando así el verdadero objetivo. A pesar de mis intentos por comprender su postura, no he llegado a ningún posicionamiento que me haga apoyarla, sino todo lo contrario, por lo que he de oponerme rotundamente, pues tengo muchos argumentos en contra y ninguno a favor. Parece no ser suficiente la misoginia social que persiste en sembrar la enemistad entre los hombres y la lucha por los derechos de la mujer, sino que la renuencia de una gran masa de mujeres feministas en denominar como tales a los hombres tiende a respaldar la visión que establece al feminismo y al sexo masculino como cuestiones profundamente ajenas entre sí.

Me encuentro profundamente persuadida en que la insistencia en negar el calificativo feminista a la mitad de la humanidad ha terminado por reducir la participación del hombre a lo que muchas feministas llaman “aliado de causa”, una carente denominación que resulta ser, sin miramiento alguno, la más grande tragedia sobre la cual radican muchos de los desaciertos en la incorporación al movimiento social del razonamiento masculino a lo largo de la historia.

Es así que la prohibición impuesta al hombre me parece la base más tangible que le obstaculiza el adoptar plenamente la lucha desde la esencia misma de la causa, lo que propicia su incorporación desde la parcialidad y la mezquindad que emana de la conveniencia de su propio sexo y no en favor del total de la humanidad.

¿Qué gran anacronismo es aquel que demanda a los hombres cuestionar sus privilegios y a la vez les niega el legítimo derecho a ser feminista? Lo cierto es que resulta incomprensible situarse como un agente de cambio ante las estructuras patriarcales que se encuentran tan firmemente enraizadas en la sociedad. Pues dicho cuestionamiento no es, después de todo, más que la manifestación de un alma feminista o en proceso de transición para serlo.

Naturalmente, al ser el feminismo una ideología que pretende derribar barreras establecidas por cuestiones de sexo, no puedo explicarme por qué existen quienes se afanan en defender la anterior postura, a sabiendas de caer en la hipocresía de construir muros al excluir al hombre por el simple hecho de serlo. Quiero creer que detrás de ello no existe un odio infundado hacia el sexo masculino, sino una errónea visión de percibir la verdadera lucha, pues, si es lo primero, entenderemos que lo que nos mueve es el odio y no la esperanza de dignificar la vida de cada mujer y de construir con ello un mejor mundo para las que aún no están, pero vienen en camino.

La explicación de esa inconsistencia de juicio se ha defendido principalmente con base en dos argumentos: la inviabilidad del hombre para ser víctima directa de la misoginia, puesto que por su naturaleza nunca va a sufrir la condición de ser mujer; y por otro lado la usurpación del protagonismo masculino en los espacios feministas.

Respecto al primer punto, he de manifestarme conforme al afirmar que el hombre nunca padecerá la condición de ser mujer, sin embargo, es necesario decir que establecerse como feminista no implica, de ninguna manera, la esencia misma de ser mujer, pues conlleva un significado más nutrido, no de acuerdo a quien sufre las inclemencias del sistema de dominación patriarcal, sino acorde a quien es capaz de cuestionarlo, evidenciarlo, rechazarlo y construir soluciones que, a partir de ello, representen un verdadero cambio.

Es necesario entender que así como ser mujer no implica tener convicciones feministas, ser hombre no implica no tenerlas, pues no es el sexo lo que nos aparta de una causa, sino nuestro propio entendimiento que se niega a ser empático, y hace a un lado los intereses que, por ser enteramente propios, tienden a apartarse del dolor humano. ¿Acaso es necesario ser de color para ser miembro del movimiento que lucha por exterminar la discriminación racial, o ser homosexual para abanderar dicha causa como si fuese propia?, rotundamente he de decir que no, pues las luchas no se ganan únicamente moviendo las conciencias de los propios grupos oprimidos, sino unificando a la masa opresora y a la indiferente, pues son ellos mismos los principales factores que reafirman el mal social.

Respecto al segundo argumento, confieso que me embarga una profunda pena el ser testigo de que en la modernidad se pretende hacer del feminismo un campo de competencia, entre ambos sexos, por obtener el protagonismo, y no una alianza que anhele alcanzar un Estado de reconocimiento y garantía plena en cuanto a los derechos de la mujer. ¿Qué hubiese sido de la mujer si nuestras grandes heroínas feministas, como Olympe de Gouges, Emmeline Pankhurst o Mary Wollstonecraft, hubiesen situado como motor fundamental de su hacer el competir en contra del hombre por el papel principal en el movimiento feminista en vez de proponerse reivindicar los derechos de la mujer?, de ser así, tendríamos enteramente al sexo masculino en nuestra contra y seguramente ningún derecho ganado a nuestro favor. Lo verdaderamente esencial no radica en quién logre conseguir una vida más digna para la mujer, sino de cuánto terreno se ha ganado y cuántas vidas femeninas se han vuelto más vivibles, justas y libres.

Es por este tiránico principio que la mayoría de las activistas se han enfrentando a las adversidades del sistema mediante la apariencia de un movimiento de aversión hacia los hombres, que tiende a distanciarlos, y a situar a las activistas como mujeres que propugnan malamente la superioridad de la mujer sobre el otro sexo. Por tanto, vendremos a convencernos de que el movimiento de emancipación ha dado un retroceso, pervirtiendo, de tal manera, el alma de quienes lo presiden.

No reclamemos la nula respuesta del sexo masculino dentro del feminismo si, de manera errónea, muchas lo conciben como un movimiento que con certeza lo excluye. Entendamos que no podemos negar más el derecho a portar la etiqueta feminista al total de la humanidad si pretendemos que éste haga eclosión, pues un verdadero cambio en la vida de las mujeres no sólo depende de las mismas, sino de la sociedad en general.



Formación electrónica: Luis Felipe Herrera M., BJV
Incorporación a la plataforma OJS, Revistas del IIJ: Ignacio Trujillo Guerrero