La izquierda mexicana vista desde la provincia. ¿Aspira a dejar de ser capitalina y a convertirse en verdaderamente nacional?

Publicado el 7 de abril de 2017

Alfonso Guillén Vicente
Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma de Baja California Sur,
aguillenvic@gmail.com

Para A. González Flores, in memoriam

El conflicto entre el gobernador de Morelos, Graco Ramírez Garrido Abreu y el Obispo de Cuernavaca vuelve a traer al primer plano el asunto de la posición de la izquierda mexicana frente al catolicismo, particularmente frente a la sucesión presidencial de 2018.

Fuera de los serios contactos entre el Partido Comunista Mexicano y los católicos progresistas en vísperas del registro legal de ese partido para participar en los comicios federales de 1979, la izquierda estuvo alejada de las preocupaciones de aquellas y aquellos ciudadanos que profesan la fe católica. Tengo para mí que esto aconteció en la medida que los comunistas primero, y los perredistas después, decidieron anclarse en su clientela de la Ciudad de México, pensando, tal vez, que la fuerza del centralismo del país los haría propagar sus ideas modernizadoras a lo largo y ancho de la república, a través de sus órganos estatales y municipales.

Jorge G. Castañeda, en su autobiografía (Amarres perros, Alfaguara, 2015), apunta que “desde la primavera de 1979 hasta el 19 Congreso del PCM (participó)… en el intento de actualización del comunismo mexicano”. “La discusión organizada por la dirección —continúa evocando el profesor, escritor y comentarista— se enfocó en varias tesis que variaban desde lo excesivo (por responsabilidad mía, sobre libertad sexual, reproductiva y de género) hasta lo más simple en apariencia: si México era un país capitalista o no, y si el partido debía considerarse como heredero legítimo de la revolución mexicana” (Jorge Castañeda Gutman, op. cit, p.167).

Esas tesis, consideradas “de avanzada” en su momento, significaron la conquista de importantes clientelas en la capital del país, principalmente. Y los temas del aborto, las uniones del mismo sexo, y últimamente el derecho a “una muerte digna”, se convirtieron en insignias de la izquierda mexicana, primero del Partido de la Revolución Democrática y ahora, de algunos intelectuales de Morena.

Otros asuntos —a mi parecer— más importantes para el futuro de México como el respeto a los derechos humanos, el combate a la pobreza y a la marginación así como el rechazo a la cultura de la muerte, donde la izquierda podría encontrar puntos de coincidencia y plataformas de unidad de acción, quedaron colocados por debajo de aquellas tesis modernizadoras impulsadas desde los medios de comunicación asentados en la Ciudad de México.

Hay que recordar que durante el sexenio de Marcelo Ebrard C. en la Jefatura de Gobierno de la capital de la República se decidió, en la dirección nacional perredista, que en aquellas entidades federativas donde gobernara el partido del sol azteca se tenían que implantar esas ideas que Castañeda Gutman llamó “actualizadoras del comunismo mexicano”, no importando si los pobladores de esos estados coincidían o no con el sentir de un sector de los capitalinos, por más importante que éste fuera. Si esto traería como consecuencia la división del país, no importaba.

Igual ocurrió en el Senado, cuando el perredista (¿?) Miguel Barbosa encabezó el Instituto Belisario Domínguez y utilizó la fuerza de la Colegisladora para organizar eventos que se propusieron “marcar línea” a todo el país sobre controvertidos temas.

Y toda esta agenda, tan apreciada por la izquierda del centro de México (esa que considera a las ideas de provincia como “de fuera”), dividió al país en dos bandos: conservadores y liberales, jacobinos y persignados. Como en el siglo diecinueve, como en el conflicto cristero.

Si la nación es plural en creencias, ¿quiere la izquierda gobernar al país, a partir de 2018, de una manera incluyente?, o ¿volveremos en el siglo veintiuno a los desgastantes enfrentamientos entre católicos y jacobinos?




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