Silencio y lenguaje

Publicado el 19 de abril de 2017

Guillermo José Mañón Garibay
Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM,
guillermomanon@gmx.de

I. Lenguaje y mundo

La filosofía ha advertido la peculiaridad del lenguaje de ser una parte de la realidad que tiene como tarea explicar toda la realidad, incluyendo la suya propia (i. e. la realidad misma del lenguaje). Desde el punto de vista cognitivo, el lenguaje es tanto parte como todo de la realidad: en principio, todo lo que sabemos de la realidad lo aprehendemos con el lenguaje y nada puede ser expresado fuera del lenguaje.1 Lo que nos precipita en un holismo lingüístico2 en donde cada enunciado oculta otros que le dan sentido, y el intento de explicar un significado crea viralmente otros significantes más, que a su vez suponen otros distintos para entenderlos y explicarlos en una sucesión infinita. Consecuentemente, nunca se aprehende, vía explicación, el significado de un término u oración de forma definitiva, porque siempre será posible (o necesario) referirnos a otro significado anterior.3 El filósofo norteamericano Willard van Orman Quine” 4 expuso esta multiplicidad de remisiones como un equilibrio de fuerzas:

En un arco, un bloque se sostiene en otros y, en última instancia, en todos los que son su base, tomados colectivamente, y en ninguno particularmente, así les ocurre a los “enunciados” cuando se organizan teóricamente. Por lo común hemos de dejarnos guiar por un delicado equilibrio de fuerzas varias, transmitidas a través del edificio entero de enunciados…

Esto nos coloca en la “cárcel del lenguaje” 5 o laberinto de la comunicación: no podemos “salir” del lenguaje y 1) establecer una relación cognitiva sujeto-objeto; y por ello, 2) no podemos entenderlo completamente y lograr, 3) una comunicación cien por ciento efectiva.

Una solución posible consiste en encontrar la gramática universal profunda de Chomsky, 6 quien mediante su gramática generativa creía posible desmontar los enunciados, descubriendo todos aquellos tácitamente asumidos (estructura superficial), hasta llegar a la estructura profunda y común a toda lengua. Con ello deseaba Chomsky,7 entre otras cosas, solventar el “problema orwelliano” 8 de un estado totalitario capaz de infundir creencias en sus tributarios, pese a encontrarse éstas en contradicción con los hechos más fehacientes. La gramática profunda aportaría un común denominador a todos los sistemas de comunicación, permitiendo la unificación de los mismos y, por tanto, la salida de la cárcel del lenguaje.

Sin embargo, la propuesta nietzscheana de asociar la gramática a la metafísica altera el principio de compresión universal de Chomsky; porque con la lengua se propone la anatomía de una realidad integrada de sujetos/sustantivos, cualidades/adjetivos y acciones/verbos, que suministran una visión analítica del mundo, donde las palabras organizan por separado el sujeto de sus cualidades o predicados, y éstos de sus acciones o verbos. Con ello, el lenguaje impide —según Nietzsche— la visión aglutinante de la realidad, donde el mundo aparece como un todo indiviso.

El lenguaje destaca la función de un ente (yo), estable en el tiempo, a través del sustantivo/sujeto, responsable de las acciones y portador de las cualidades. Con ello, determina la percepción del espacio/tiempo como un desplazamiento en la doble tridimensionalidad largo-alto-profundidad, pasado-presente-futuro.9 Nietzsche dice en Más allá del bien y del mal:

En lo que respecta a la superstición de los lógicos: yo no me cansaré de subrayar una y otra vez un hecho pequeño y exiguo, que esos supersticiosos confiesan de mala gana, a saber: que un pensamiento viene cuando «él» quiere, y no cuando «yo» quiero; de modo que es un falseamiento de los hechos decir: el sujeto «yo» es la condición del predicado «pienso». Ello piensa: pero que ese «ello» sea precisamente aquel antiguo y famoso «yo», eso es, hablando de modo suave, nada más que una hipótesis, una aseveración, y, sobre todo, no es una «certeza inmediata». En definitiva, decir «ello piensa» es ya decir demasiado: ya ese «ello» contiene una interpretación del proceso y no forma parte de él. Se razona aquí según el hábito gramatical que dice «pensar es una actividad, de toda actividad forma parte alguien que actúe, en consecuencia». Más o menos de acuerdo con idéntico esquema buscaba el viejo atomismo, además de la «fuerza» que actúa, aquel pedacito de materia en que la fuerza reside, desde la que actúa, el átomo; cabezas más rigurosas acabaron aprendiendo a pasarse sin ese «residuo terrestre», y acaso algún día se habituará la gente, también los lógicos, a pasarse sin aquel pequeño «ello» (a que ha quedado reducido, al volatilizarse, el honesto y viejo yo).10

También Bergson11 planteó la insalvable discrepancia entre la realidad lingüística y la realidad individual-concreta; porque mientras la realidad del aquí y ahora se gesta en cada momento (evolución creadora), la realidad del lenguaje descansa en categorías petrificadas que condensan, además del saber acumulado de la historia, la angustia por lo inesperado. La prueba de esto se encuentra en la conducta humana que opera gracias al conjunto de saberes, tácitos y estables, decantados en las palabras; porque, parafraseando a Heidegger, se pude decir que así como existen complejos de remisiones, 12 existen también sistemas de saberes asumidos que permiten interactuar con las cosas y personas: quién se sienta a comer, sabe qué son y cómo se usan los objetos silla, mesa, cubiertos, vajilla, así como las reglas de urbanidad apropiadas; quién acude a una entrevista de trabajo trajeado, sabe de la importancia del trabajo para la supervivencia e inclusión social; quién habla de usted a una autoridad, reconoce su jerarquía y se somete a ella. Toda conducta humana es una forma del decir-no-verbal expresado en gestos y posturas individuales, pero también en el saber tácito colectivo producto de rituales, hábitos y costumbres añejas: todo ancla en la realidad histórica.13

II. Historia y lenguaje

Las palabras tienen historia:14 están vinculadas tanto a la tradición de los pueblos como a las biografías personales. 15 En ellas asoman los convencionalismos y pre-juicios: “negro holgazán”, “indio ladino”, “político ratero”, “divorciado parrandero”, “fémina caprichosa”, etcétera. Las palabras develan formas ocultas del pensamiento, sistemas de creencias, racionalidad social, historia personal y colectiva, metafísica del tiempo, ontología de objetos, correspondencia secuencial de enunciados y eventos.

El lenguaje y su retórica no se dejan interpretar fuera de su contexto histórico ni tampoco fuera de la hermenéutica de silencios. Una silla, por ejemplo, fabricada de distintos materiales y diseños, constituye un significante político, religioso, médico o judicial, según el lugar que ocupe: trono, en el palacio del rey; silla papal, en el Vaticano; silla para minusválidos en el hospital; silla de los acusados en una sala de justicia; silla eléctrica en el patíbulo.

Por ello, la fascinación del lenguaje reside en poder referirse a un número ilimitado de situaciones con un número limitado de signos. La consecuencia no pude ser sino el reduccionismo lingüístico que provee de una realidad nueva: la realidad valorizada por el interés humano, que posibilita tanto la existencia de signos con sentido, pero sin referente real, como la existencia de una realidad a la medida de lo racional humano, cuya máxima expresión es la teoría científica moderna. Nietzsche hizo ver que la existencia del hombre se nutre de su valoración.

¿Queréis vivir «según la naturaleza»? ¡Oh nobles estoicos, qué embuste de palabras! Imaginaos un ser como la naturaleza, que es derrochadora sin medida, indiferente sin medida, que carece de intenciones y miramientos, de piedad y justicia, que es feraz y estéril e incierta al mismo tiempo, imaginaos la indiferencia misma como poder, ¿cómo podríais vivir vosotros según esa indiferencia? Vivir ¿no es cabalmente un querer-ser-distinto de esa naturaleza? ¿Vivir no es evaluar, preferir, ser injusto, ser limitado, querer-ser-diferente?16

La admonición nietzscheana contra los estoicos consistió en haber señalado que la historia de los intereses humanos se sedimentada en las palabras, cuyo sentido permuta en saber mítico, o sea, en saber genealógico.17 Este fenómeno parece ser ignorado por la ciencia moderna, porque se erige en contra de la fábula y el mito, atendiendo sólo a la realidad accesible a la compresión racional, digna de investigación, según su regla metodológica que dice: “was vernünftig ist, das ist wirklich; und was wirklich ist, das ist vernünftig” (lo que es racional, es real; y lo que es real, es racional).18

Esa realidad se presenta en forma de cadenas causales (ceteris paribus), constantes y universalizables para toda sucesión futura. Y si el discurso científico calla lo que es irracional e incompresible para la mentalidad científica, justifica con ello la opinión sobre la amplitud de la experiencia mística y su capacidad para desbordar el sentido de las palabras.

Ante ello, el místico manifiesta lo inefable guardando silencio: primero, para mostrar la ineficacia del lenguaje y la grandeza de la experiencia; segundo, para transitar de la realidad preñada de sentido humano a la realidad con sentido trascendente.

NOTAS:
1. Inevitable recordar las palabras de Wittgenstein en el Tractatus logico-philosophicus, § 5.6: “Die Grenze meiner Sprache bedeutet die Grenze meiner Welt”.
2. Quine, W. V. O., Word and Objet, Cambridge, MIT, 1960, pp. 46 y ss.
3.Véase Beuchot, Mauricio, “Interpretación y realidad en la filosofía actual”, Metafísica y posmodernidad, cap. V, México, Instituto de Investigaciones Filológicas/UNAM, 1996, pp. 93 y ss.
4. Quine, W. V. O., La relatividad ontológica y otros ensayos, Madrid, Tecnos, 1969, pp. 25 y 31.
5. Sobre este punto véase Jameson, Fredric, La cárcel del lenguaje: perspectiva crítica del estructuralismo y del formalismo ruso, Barcelona, Ariel, 1980, pp. 138 y ss.
6. Chomsky, Noam, Syntactic structures, La Haya, Mouton, 1957.
7. Chomsky, Noam, El conocimiento del lenguaje, su naturaleza, origen y uso, Barcelona, Alianza, 1989, pp. 17 y ss. Del mismo autor, “¿Qué hace que los medios convencionales sean convencionales?” Z Magazine, octubre de 1997.
8. El “problema de Orwell”, en obvia alusión a la obra de G. Orwell, La rebelión de la granja, se formularía para Chomsky así: “¿cómo se establecen creencias firmemente sostenidas y ampliamente aceptadas, aunque carentes de fundamento y en contradicción flagrante con los hechos y el mundo circundante?”. Hoy se hablaría de pos-verdad.
9.Si se mide el tiempo con relojes, o a partir del movimiento del sol, es porque existe en el sujeto un sentimiento interno de duración. Este sentimiento de duración se estructura de forma tridimensional como pasado, presente y futuro desde los recuerdos, la conciencia del instante y las expectativas de un sujeto. Véase Chaunu, Pierre, “Las dos concepciones del tiempo”, Historia y decadencia. Libro I, cap. I., Barcelona, Juan Garnica Ediciones, 1983, pp. 31-44.
10.Para Nietzsche, el arte permite la visión del mundo como unidad primordial. Véase Nietzsche, Friedrich, “Jenseits von Gut und Böse”, Kritische Gesamtausgabe, § 17, Berlin, Walter De Gruyter Verlag, 2003.
11.Para Bergson, la intuición permite la visión del mundo en su proceso continuo de creación o evolución. Véase Bergson, Henri, La evolución creadora, Mecanicismo y finalidad, cap. I: De la evolución en la vida, Madrid, Aguilar, 1963, pp. 144 y ss.
12.Heidegger dice: “Verweisungsmannigfaltigkeit von etwas auf etwas” o “Verweisungszusammenhanges von Seiendes”. Véase Heidegger, Martin, Sein und Zeit, cap. III: Die Weltlichkeit der Welt, Tübingen, Max Niemeyer Verlag, 1993, pp. 68 y ss.
13.Heidegger dice: “Die Freilegung der Geschehensstruktur und ihrer existenzial-zeitlichen Möglichkeitsbedingungen bedeutet die Gewinnung eines ontologischen Verständnisses der Geschichtlichkeit”, en Sein und Zeit, cap. V, § 72, Zeitlichkeit und Geschichtlichkeit, Tübingen, Max Niemeyer Verlag, 1993, pp. 372 y ss.
14.Ejemplo de una historia de las palabras es la que llevó a cabo Joachim Moras acerca del término “civilización”. Véase Moras, Joachim, Ursprung und Entwicklung des Begriffs der Zivilization in Frankreich (1756-1830), Hamburg, 1930.
15.Es el caso de los lapsus linguae (actos fallidos) con los que S. Freud quiso explicar la peculiar relación que guardan las palabras con cada usuario según sus procesos psíquicos inconscientes. Véase Freud, Sigmund, Zur Psychopathologie des Alltagslebens, Frankfurt, Fischer Verlag, 2000, Gesammelte Werke, t. XI, pp. 35 y ss.
16.Véase Nietzsche, Friedrich, Jenseits von Gut und Böse, §9, Kritische Gesamtausgabe Berlin, Walter De Gruyter Verlag, 2003.
17Mircea Eliade establece claramente la diferencia entre mito, fábula y leyenda en su obra Mito y realidad, Barcelona, Kairos, 1999, pp. 25 y ss. También véase “La búsqueda”: La obsesión por los orígenes, Barcelona, Kairos, 2000. pp. 67 y ss. Aquí el mito es el responsable de dar cuenta del origen; sea cosmogónico (origen el universo), teogónico (origen de los dioses), antropogónico (origen del hombre), axiogónico (origen de los valores bien/mal), etcétera.
18.Hegel, Georg, Wilhelm, Friedrich, Grundlinien der Philosophie des Rechts, Hamburg, Felix Meiner Verlag, 1999, p. 14.



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