Mujeres contra mujeres: la trampa invisible del patriarcado

Publicado el 08 de agosto de 2017

Verónica Valeria De Dios Mendoza
Abogada, activista, conferencista, consultora y asesora en materia de género,
y directora en revista digital Análisis y opinión con perspectiva feminista,
valeriadediosm@gmail.com
www.valeriadedios.com

Erróneamente se piensa que los únicos sujetos portadores de conductas machistas son los hombres, sin embargo no es así, las mujeres también son responsables en igual medida de este virus social.

Se habla de empoderamiento femenino y lo que se ejerce en realidad es autoritarismo y violencia intra-género. El patriarcado opera no sólo con la oposición de hombres contra las mujeres, sino también, de manera crucial, poniendo a las mujeres políticamente correctas en contra de mujeres que no encajan en el absurdo molde social. En este sentido, las etiquetas que son creadas por el sistema para mantener a la mujer en un estado de subordinación son utilizadas por las mismas para ganarse la aprobación social, desacreditar o incluso acceder a puestos de poder.

El respeto como un valor no inherente, sino como un principio que debe ganarse, resulta ser una conducta muy común en la vida de las mujeres, quienes constantemente al juzgar a otra de su sexo basándose en su vestimenta, aspecto físico o vida sexual, establecen un determinado parámetro con el fin de medir el valor personal. De ahí la existencia de la frase “hacernos respetar”, la cual engloba una significación enteramente dañina, sobre la cual las agresiones sexuales cometidas en contra de las mujeres son entendidas como causa irremediable de las acciones de las mismas.

Un estudio publicado en la revista Philosophical Transactions of the Royal Society, realizado por Tracy Vaillancourt y Aanchal Sharma, psicólogas de la Universidad de Ottawa, refleja la existencia de dicha premisa. En la investigación se reclutaron a mujeres en dos grupos, entre los 20 y 25 años de edad, a las cuales se les dijo que se trataba de un experimento sobre la amistad. Los grupos fueron interrumpidos durante la reunión por una mujer atractiva. Las diferencias entre ambos grupos sólo radico en la vestimenta. Una mujer portaba jeans y camiseta, mientras la otra vestía una minifalda y una blusa que dejaban ver parte de sus atributos. Fue así que la reacción ante la presencia de dichas mujeres fue en su origen muy similar. El primer grupo aceptó a la mujer vestida de forma conservadora pero el segundo reaccionó de manera hostil ante la mujer que llevaba minifalda, las demás estaban incómodas ante su presencia, la miraban de arriba abajo, hacían gestos de desaprobación, se burlaron de ella e incluso se llegó a sugerir que pretendía acostarse con el profesor (“¿Cómo agreden las mujeres?”, Semana, 30 de noviembre de 2013).

La violencia intra-género existe y se demuestra a través de acciones sutiles y poco perceptibles. De esta manera, la brutal realidad apunta a que las mujeres pueden llegar a ser las peores enemigas del movimiento por la emancipación de su propio sexo, reforzando las estructuras machistas que han sido establecidas malamente para trivializar la violencia como manifestación del poder androcéntrico.

En el caso de los espacios laborales cuando una mujer accede a un cargo de mayor responsabilidad o poder, las mismas mujeres suelen reproducir el estigma que atribuye los logros a un favor sexual o a los atributos físicos. Es así como se legitiman los estereotipos mediante la subestimación de las capacidades intelectuales de la mujer.

A las mujeres se nos enseña a competir entre nosotras y se nos divide entre “buenas” y “malas”, “putas” y “decentes”, para mantenernos controladas; ésta competencia sirve para que nosotras mismas seamos las aliadas del patriarcado que señala y coarta sin piedad los lazos existentes basados en la sororidad, nutriendo con ello la misma estructura que nos oprime. El patriarcado nos enseña que debemos competir entre nosotras por la aprobación social, lo que genera discordia entre mujeres que en algunos casos llega a agresiones no sólo verbales y psicológicas, sino también físicas. De esta manera la violencia intra-genero se perpetúa en busca de ser la “idónea”, la mujer que cumple con el prototipo social.

Sin embargo, las mujeres que son conscientes de la gran trampa de enemistad que esconde el patriarcado nunca señalan a la vecina, a la compañera de clase, amiga, prima, alguna extraña o hermana, condicionando el respeto que ésta merece al encuadre del estigma social.

Es así que la violencia contra las mujeres debe enfocarse a través de un prisma más completo que aquel que encara a la violencia de género como exclusiva de la oposición hombre contra mujer. El día en que las mujeres dejemos de destruirnos entre nosotras mismas con la finalidad de ganarnos la aprobación de un hombre o cualquier aprobación social, el día en que dejemos de utilizar nuestras diferencias para jerarquizarnos, usando herramientas tan mezquinas para degradarnos como la apariencia física o la manera en que cada una ejerce su sexualidad, ese día seremos mujeres más humanas, más pensantes, más rebeldes, mujeres que renuncian a ser domesticadas por el falso mito de la enemistad, para pasar a ser mujeres conscientes de que las divisiones nos impiden vernos como iguales y por ende, trabajar juntas por nuestra propia libertad.

Elegir borrar las fronteras patriarcales de género donde el modelo sociocultural establece que “las mujeres juntas ni difuntas”, y reconocerse en un mundo de mujeres diversas con pleno derecho a vivir y pensar diferente, implica ganar gran parte de la batalla a favor de la emancipación femenina. Porque un cambio social real significa comprender que ninguna mujer tiene la obligación de encajar en el ridículo molde social para ser tan digna y tan titular de derechos como aquellas que cumplen con las características que les demanda el modelo de la “mujer ejemplar”. Entendiendo que si dañamos a otra en el nombre del patriarcado contribuimos irremediablemente a negarnos nuestra propia libertad.

Saber reconocer este tipo de violencia es tan importante como la lucha que versa sobre las evidentes acciones de antagonismo entre los sexos. La violencia de género no se define por el dominio de los hombres sobre las mujeres, sino desde la acción de la mujer y del hombre mediante la cual perpetúan al varón como eje central de la estructura social de poder.




Formación electrónica: Ignacio Trujillo Guerrero BJV
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