El falso feminismo: la cárcel de lo laico y lo público


Publicado el 21 de agosto de 2017

Verónica Valeria De Dios Mendoza
Abogada, activista, conferencista, consultora y asesora en materia de género, y
directora en de la revista digital Análisis y opinión con perspectiva feminista,
valeriadediosm@gmail.com,
https://valeriadedios.com/

Los inicios del feminismo mantienen sus cimientos en visibilizar a la mujer sobre aquellos espacios en los cuales su presencia se encontraba vetada. Fue precisamente el liberar al sexo femenino de la cárcel que lo situaba como exclusivo del ámbito privado, lo que mantuvo su razón de ser. El derecho a ocupar lugares en las grandes universidades, ser considerada dentro de las leyes como persona sujeta plena de derechos, el votar y ser votada; son algunas de las tantas pretensiones que han tenido como objetivo el apropiamiento de la mujer sobre el espacio público, ya no como una espectadora que participa en las decisiones más importantes de su Estado a través de los hijos varones, el padre y el marido, sino mediante sí misma.

La ruptura del monopolio masculino dentro de la historia, ha mostrado aunque a pasos lentos, grandes avances que nos han hecho repensar en la insuficiencia por sí sola en cuanto a la presencia de la mujer dentro de los espacios públicos, y de la urgente necesidad de garantizar su desarrollo mediante un marco libre de violencia en todas sus formas.

Los obstáculos a los que se ve enfrentada la libertad de la mujer han sufrido una transformación brutal. Han tendido a bifurcarse. Ya no sólo se enfrenta a un sistema androcéntrico, misógino y machista que se empeña en coartar su emancipación completa y auténtica, insistiendo en cosificarla dentro de la cárcel privada; sino también, se ve confrontada con un sector del falso feminismo que la mantiene encerrada tras los barrotes invisibles del espacio público. De acuerdo a ello, la mujer no tiene otra forma de visualizarse en el futuro. No puede considerarse a sí misma bajo ningún otro aspecto que no sea el de la laicidad, la actividad laboral, la soledad afectiva, la masculinidad y la antimaternidad. Desde este punto, la mujer que por propia convicción decide ser madre, femenina, ama de casa, contraer matrimonio, enamorarse, o pertenecer a cualquier religión, es señalada como oprimida, cómplice o alienada del sistema. Una situación que se ha visto agravada en la modernidad y que implica por tanto una dualidad excluyente que incapacita la verdadera voluntad de dirigir su existir.

Para romper con esta situación y demostrar que no estamos ante una fortaleza inexpugnable, es necesario que los sectores e individuos que se autodenominan desde el feminismo, dejen de percibirse mediante un dogma rígido, enfocado en establecer la manera precisa en que la mujer debe pensar y comportarse para lograr su total emancipación. Éste no debe servir sino para la compleja tarea de abrirle los caminos de lo público y lo privado, siendo ella la que desde su propia construcción y deconstrucción de la realidad, tome lo que más le parezca para incorporarlo a su individualidad.

La idea de la emancipación, tal como la comprende el falso feminismo es absolutamente limitada. La noción de ver los espacios privados como enemigos indiscutibles de la libertad, no es más que otra clase de opresión, donde a pesar del deseo de residir en ellos por propia convicción se renuncia bajo el miedo de caer en la etiqueta de la “mujer oprimida por el sistema patriarcal”.

El falso feminismo esta articulado desde la similitud del dogma patriarcal, el cual crea una imagen de la mujer prototípica, una mujer que se ajusta a un modelo preestablecido, que sigue un dictado desde el exterior de su convicción y que le hace vivir de acuerdo al camino “políticamente correcto”, para alcanzar la tan anhelada libertad. La doble cosificación incapacita la verdadera voluntad, la mujer ya no es lo que realmente desea ser por temor a ser etiquetada, ya sea desde el patriarcado como invasora del espacio masculino o como oprimida desde los movimientos feministas falsos.

El error que esclaviza la existencia de la mujer no es en sí mismo la idea de la maternidad, el amor, el matrimonio, y la devoción hacia alguna religión, sino precisamente el establecimiento de dichas conductas que mediante estereotipos de la sociedad, las define como el único medió para lograr la realización personal de la mujer, situándola en una cárcel.

Los movimientos deben aprender esa lección, y ser conscientes de que su papel se constriñe en luchar para que cada uno de los derechos de las mujeres sea visible en todo ámbito existente, dejándole a ésta la opción de posicionarse donde lo desea. Porque sólo así será posible que ella pueda liberarse del peso de los prejuicios, las tradiciones y las costumbres.


Formación electrónica e incorporación a la plataforma OJS: Ilayali G. Labrada Gutiérrez, BJV