Los acosos de la civilización: de muro a muro (III)
Publicado el 11 de diciembre de 2017
Guillermo José Mañón Garibay
Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM,
guillermomanon@gmx.de
A partir del coloquio sobre “los acosos a la civilización”, organizado por la UNAM y la U de G, se deduce que los nacionalismos y fundamentalismos son los enemigos actuales de la civilización. ¿Cómo puede entenderse su (re) surgimiento?
Para el filosofo búlgaro nacionalizado francés Tzvetan Todorov existen en el ámbito internacional dos tipos de relaciones: relaciones entre naciones y relaciones entre culturas. El más antiguo es el segundo, porque desde que las sociedades humanas existen, sostienen intercambio cultural a sabiendas de que su identidad nace de la diferencia.
Todorov se refiere con esto a la trans-culturación, y afirma que no hay evolución sin intercambios culturales. Estos intercambios son de dos tipos: xenofóbicos (sociedad cerrada) y xenofílicos (sociedad abierta), y reconoce que en la historia de la humanidad el rechazo lleva ventaja frente a la aceptación. Hay muchas razones de esto: egoísmo infantil, atavismo animal, gasto psíquico menor —o dígase simplemente comodidad; es más fácil rechazar que aceptar, adecuar o asimilar—.
Aquí surge una pregunta: ¿cómo enfrentar el contacto entre culturas (aislamiento/apertura) cuando ambos son necesarios e inevitables, pero de distinto valor? Mientras uno es benéfico para la edificación de la propia identidad, el segundo es crítico; rechaza lo ajeno porque impide universalizar el valor de lo propio. Debido a esta dualidad, Todorov sostiene que el contacto entre culturas abona al autoconocimiento y afirmación de la propia identidad nacional, si bien es menester evitar el extremo nacionalista. Al respecto, Todorov recuerda la manera como Antístenes (444-365) —meteco ateniense de padres extranjeros tracios y fundador de la escuela cínica— hacía ver el absurdo del nacionalismo a sus coterráneos, orgullosos de ser autóctonos, recordándoles que compartían esa jactancia con los caracoles y los saltamontes del territorio.
La fuerza de una cultura radica no en expulsar lo ajeno y mantenerse pura, sino en saber incorporar lo foráneo. Ciertamente, no todo contacto entre culturas enriquece; lo distinto no es por eso mismo mejor. Sin embargo, la interacción de culturas da como resultado el mestizaje, que en el siglo XIX criticaba Louis Gabriel, conde de Bonald, ya que creía que ésa era la forma de comunicar “vicios” y “enfermedades”. ¡Grave error!, porque no se puede negar que cualquier contacto trae aparejado un beneficio, a saber: la mirada crítica hacia lo propio. No obstante, el contacto entre culturas puede fracasar por lo menos de dos maneras: por ignorancia total o a través de la destrucción por la guerra —los nacionalismos y fundamentalismos serían responsables de la primera, mientras la avidez desmedida de la segunda—.
Ambas son presencias de la barbarie, y puede preguntarse cuál es más peligrosa hoy, durante el “nuevo proceso” de occidentalización emprendido a partir, sobre todo, del siglo XX, con la mentada globalización. Con ella Occidente experimenta una ruptura histórica de amplias proporciones, que abre los horizontes al conocimiento y fabulación, a releer el pasado y proyectar un nuevo futuro civilizatorio.
Desde tiempos de Luis de Camoes (1525-1580) se relatan las hazañas de los pueblos occidentales y la forma en que el mundo se transforma en unidad homogénea. El poema de Camoes, Os Lusiadas (hijos de Luso, Lusitania), es una arenga sobre la occidentalización del mundo, sobre signos y significados de las relaciones de Europa con los otros, representadas por el viaje de Vasco de Gama a lo largo de la costa de África hasta llegar a la ciudad de Calcuta, en 1498.
El éxito del navegante está concebido por Camoes como occidentalización de las tierras distantes, cristianización de los bárbaros. Este sería el primer canto épico a la “occidentalización del mundo”, concomitante al nacimiento del capitalismo moderno, entendido como modo de producción y proceso civilizador. Con Os Lusiadas se inicia una serie de obras que operan una metamorfosis lingüística y fáctica, donde con “descubrimiento” se oculta la conquista, con “tierra ignota” la creación de una colonia, con “exploradores” se vela a los filibusteros, con “misioneros” a las huestes militates; “bárbaros” sustituye a nativos, “saqueo” a comercio, “botín” a mercadería o capital y “civilización” a capitalismo, etcétera.
Además de Camoes, se podría mencionar La tempestad, de William Shakespeare, Robinson Crusoe, de Daniel Defoe, Un viaje a la India, de E. M. Forster, Kim, de Rudyard Kipling, La primera vida de Adamastor, de André Brink, El primer viaje alrededor del mundo, de Antonio Pigaferra, Diarios del descubrimiento de América, de Cristóbal Colón, Nuevo Mundo, de Américo Vespucio, América meridional, de Charles Marie de La Condamine, El viaje del Beagle, de Charles Darwin, Los siete pilares de la sabiduría, de T. E. Lawrence, etcétera. En todos los casos se trata de introducir en el imaginario popular la manera en que la globalización anula las diversidades culturales y crea una única civilización. Su imposición sería la razón del resurgimiento de los nacionalismos y fundamentalismos, a manera de manifestación contraria a la globalización de la civilización.
Hoy día es difícil negar que la creación de una cultura mundial deriva de dos cosas: de la imposición del modo de vida capitalista y de las tecnologías de las comunicaciones. Entonces ¿quién acosa a quién: la civilización global o la resistencia a la misma desacreditada como nacionalismo o fundamentalismo?
Formación electrónica: Yuri López Bustillos, BJV
Incorporación a la plataforma OJS, Revistas del IIJ: Ilayali G. Labrada Gutiérrez