El Secretario de Gobernación, Gustavo Díaz Ordaz, responde al Papa Juan XXIII
El caso de los Misioneros Combonianos italianos en México (1962-1963)

Publicado el 9 de febrero de 2018

Alfonso Guillén Vicente
Profesor-investigador de la Universidad Autónoma de Baja California Sur,
aguillenvic@gmail.com

Con este ensayo se recuerda a Mario Menghini

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el instituto de los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús encontraba serias dificultades para que sus integrantes, casi todos italianos por aquella época, fueran a desempeñar sus tareas apostólicas en África, la vocación histórica de la Orden.

Es entonces que se presenta la oportunidad de realizar su tarea misionera en México, y en particular en la porción sur de la península bajacaliforniana, a partir de los primeros meses de 1948. Ahí se hicieron cargo, inicialmente, de las parroquias de San José del Cabo, La Paz y Todos Santos-El Triunfo.

No exenta de dificultades, la labor de los Combonianos transitó sin roces con las autoridades locales y federales hasta principios de los años sesenta. Ni siquiera batallaron con los trámites migratorios, dada su condición de extranjeros en ejercicio de su ministerio.

Por otro lado, en octubre de 1958, el fallecimiento de Pío XII trajo al papado a un italiano de la región de Lombardía, Juan XXIII, que pronto mostró su vocación de apertura al mundo contemporáneo con su encíclica Mater et Magistra (1961) y con la convocatoria al trascendental Concilio Vaticano II.

La citada encíclica se propuso abordar “el reciente desarrollo de la cuestión social a la luz de la doctrina cristiana”, como lo señaló el Pontífice en la introducción del documento. Juan XXIII quiso así festejar el 70 aniversario de la promulgación de la encíclica Rerum Novarum, del Papa León XIII, al decirse “confiado y con pleno derecho” para iniciar “el tratamiento de esta cuestión, ya que se trata de un problema cuya solución viable será absolutamente nula si no se busca bajo los auspicios de la religión y de la Iglesia”.

Desde la óptica del gobierno mexicano de aquella época, con todo el control de la política interior en manos del licenciado Gustavo Díaz Ordaz, a partir de diciembre de 1958, no podía dejar de preocupar el quehacer del Papa Juan XXIII en este aspecto, pues la visión corporativista del Ejecutivo Federal no admitía que nadie más, mucho menos el romano pontífice, buscara “definir los principios que habían de resolver el problema de la situación de los trabajadores en armonía con las normas de la doctrina cristiana”.

El perfil político de Gustavo Díaz Ordaz, sus orígenes y trayectoria al lado de los políticos más conservadores del régimen, auguraba una respuesta autoritaria a una Iglesia Católica que, bajo la inspiración de la Mater et Magistra, afirmara que “el Estado (ha) de intervenir a tiempo… para tutelar los derechos de los ciudadanos, sobre todo de los más débiles, cuales son los trabajadores, las mujeres y los niños”.

Por si fuera poco, el Papa Juan XXIII apuntaba que “el Estado nunca puede eximirse de la responsabilidad que le incumbe de mejorar con todo empeño las condiciones de vida de los trabajadores”. Y lo que debió parecerle el colmo al político formado en la escuela poblana avila-camachista fue que el pontífice italiano hablara de que “constituye una obligación del Estado vigilar que los contratos de trabajo se regulen de acuerdo con la justicia y la equidad, y que, al mismo tiempo, en los ambientes laborales no sufra mengua, ni en el cuerpo ni en el espíritu, la dignidad de la persona humana”.

Si recordamos la atmósfera política del México de los sesenta, con la tristemente célebre Dirección Federal de Seguridad, y si tomamos en cuenta la condición italiana de los Misioneros Combonianos de aquella época, podemos imaginar lo pudo estar detrás de dos lamentables acontecimientos que tuvieron lugar en mayo de 1962 y en mayo de 1963, justo un mes antes del fallecimiento del citado pontífice.

Dos misioneros combonianos, el primero hermano y el segundo sacerdote, sufrieron terribles “accidentes”. Uno, un atropellamiento en el capital del país, y el otro, en el poblado calisureño de Todos Santos, de fatales consecuencias. En el libro Daniel Comboni vibra por México, publicado en 1997 por el misionero Domingo Zugliani, se describe el percance del hermano Carmelo Praga, el 14 de mayo de 1962, y la muerte del presbítero Luis Corsini, a principios de mayo de 1963.

En el primer caso, se documenta que el propio hermano comboniano narró que, a bordo de una motocicleta, cuando intentaba “rebasarlo, el camión (de reparto de gas a domicilio) aumentaba la velocidad, y al disminuir yo la velocidad, el camión hacía lo mismo. Más de una vez quiso de adrede cerrarme el paso. En una de esas el camión pegó contra la moto y me tumbó al suelo” (Santos, 1986, p.79).

El fallecimiento del sacerdote Luis Corsini tuvo también aristas oscuras. En palabras del comboniano Zugliani, en el libro ya citado, la muerte del misionero de 34 años en Todos Santos, entonces Territorio Sur de Baja California, se dio “en circunstancias un tanto misteriosas que engendraron fundadas sospechas de que se trataba de un hecho delictuoso” (Santos, 1986, p.84).

Apareció ahogado en una poza de agua dulce cercana a la playa bañada por el océano Pacífico, el siete de mayo de 1963. Domingo Zugliani apunta que “encontraron el cuerpo a una profundidad de cuatro metros” y que “trasladado al hospital de Todos Santos, el médico le encontró una fractura, a consecuencia de un golpe en la garganta”. Después de varias semanas, el Provincial de la Orden escribió al Superior General comboniano que “daba pocas esperanzas de que se llegaran a aclarar los hechos”.

Todo esto aconteció cuando el gobernador del Territorio Sur bajacaliforniano era el general Bonifacio Salinas Leal. Según Gonzalo N. Santos —el revolucionario y cacique potosino— su amigo y compañero Salinas Leal se destacó, bajo el mando del general Calles, en el sofocamiento de la rebelión “escobarista”; estuvo en el grupo de generales que se opusieron a la candidatura presidencial del constituyente Francisco J. Múgica; y como gobernador de Nuevo León, en los años cuarenta, formó parte del denominado “Bloque de Gobernadores”, que sostuvo la presidencia de Manuel Ávila Camacho y lanzó la candidatura presidencial de Alemán Valdés.

Fuente

Santos, Gonzalo N., Memorias, Editorial Grijalbo, 1986.



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