La revolución de las mujeres1

Publicado el 9 de marzo de 2018


Luis de la Barreda Solórzano

Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas y coordinador del
Programa Universitario de Derechos Humanos, UNAM,
lbarreda@unam.mx

La única revolución exitosa del siglo XX, la cual sigue logrando triunfos, es la de las mujeres en su lid por la conquista de los mismos derechos y oportunidades de que han disfrutado los hombres.

Desde luego, esas victorias no se han dado en todos los países: tristemente, en los regímenes islámicos fundamentalistas la población femenina sigue marginada y discriminada, privada de los derechos más elementales. En otras partes sucede que algunas niñas son abandonadas en hospicios (China) o asesinadas por sus propios padres (India) o que algunas muchachas son dadas en matrimonio pactado por las familias (incluso en México).

La democracia original, el gran invento de los griegos, permitía la participación de todos los ciudadanos en los asuntos de la polis, pero excluía de la ciudadanía a los extranjeros, los esclavos y las mujeres.

En la Edad Media, decenas de miles de mujeres fueron torturadas y quemadas vivas acusadas de brujería, aunque los motivos reales fueron los celos y la inquietud que provocaban a los sacerdotes con sus habilidades de sanación y los deseos que les hacían sentir, los cuales desafiaban húmedamente el voto de castidad.

En 1729, Mary Wollstonecraft —¡madre de Mary Shelley, la autora de Frankenstein!— publicó en Londres Defensa de los derechos de la mujer: “No deseo que las mujeres tengan el poder sobre los hombres, sino sobre ellas mismas”.

Los revolucionarios franceses estaban a favor de los derechos de los protestantes, los judíos, los negros libres y los esclavos —había que abolir la esclavitud—, pero se oponían a la participación de las mujeres en los asuntos públicos. La Revolución guillotinó a Olympe de Gouges, autora de la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana.

El Marqués de Condorcet formuló un admirable alegato: “Los derechos de los hombres se derivan únicamente de que son seres sensibles, susceptibles de adquirir ideas morales y razonar con esas ideas… Puesto que las mujeres tienen estas mismas cualidades, tienen necesariamente iguales derechos… O bien ningún individuo de la especie humana tiene verdaderos derechos, o bien todos tienen los mismos; y el que vota contra el derecho de otro, cualquiera que sea su religión, color o sexo, ha abjurado de los suyos…”. Condorcet fue también condenado a la guillotina, pero prefirió el suicidio.

En La esclavitud femenina (1869), el filósofo inglés John Stuart Mill defendió la igualdad “sin privilegio ni poder para un sexo ni incapacidad alguna para el otro”. En el siglo XIX muchas mujeres rechazaron la esclavitud del matrimonio y optaron por relaciones de convivencia, no necesariamente lésbicas, sino mayoritariamente de amistad y complicidad intelectual, con otras mujeres.

En el siglo XX, el feminismo ganó importantes batallas. Las mujeres occidentales —por lo menos las más ilustradas— se emanciparon, pero las obligaciones de muchas aumentaron considerablemente. La vida familiar no ha cambiado demasiado: que las mujeres trabajen fuera de casa no ha motivado que las tareas domésticas se repartan equitativamente y en algunos casos ha sido pretexto para la violencia sexista. Además, ganan hasta 30% menos que los varones por la misma actividad y no pocas son sometidas cotidianamente a la pesadilla del acoso sexual.

En El mito de la belleza (1991), Naomi Wolf sostiene que las mujeres se hallan esclavizadas por el empeño de ser bellas, en lo cual pierden el tiempo que debían dedicar a la lucha. Muchas feministas aceptaron la idea, dejaron de maquillarse y cuidar la línea, renunciaron a toda forma de coquetería y proclamaron que el feminismo debía dar un combate sin cuartel contra los hombres.

En cambio, la autora en La mística de la feminidad (1963), Betty Friedan, afirmó: “Nunca he creído que el feminismo requiera darle la espalda al amor, a los hombres, al matrimonio, a los hijos o incluso a las frivolidades de la moda y al deseo de resultar atractiva”.

Reconociendo los importantes logros de la epopeya reivindicatoria, creo que la verdadera liberación de una mujer consiste, por decirlo con palabras de Ángeles Mastretta, en hacer con su vida, su cuerpo y su destino lo que mejor le parezca (Mujeres juntas…, Nexos, marzo de 2018).


NOTAS:
1 Se reproduce con autorización de el autor, publicado en Excélsior, el 8 de marzo de 2018.


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