Talante autoritario1

Publicado el 29 de junio de 2018


Luis de la Barreda Solórzano

Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas y coordinador
del Programa Universitario de Derechos Humanos, UNAM,
lbarreda@unam.mx

Aunque las encuestas favorecen a Andrés Manuel López Obrador, los votos de quienes no quisieron responder a los encuestadores y de los indecisos —una amplia franja de la ciudadanía— podrían inclinar la balanza hacia otro candidato. De aquel me inquieta su talante autoritario, así como su desprecio por el Estado de derecho y por la convivencia armónica.

Electo jefe de Gobierno del Distrito Federal, anunció varias veces que ratificaría como procurador a Samuel del Villar, a sabiendas de que la Comisión de Derechos Humanos capitalina había demostrado sus arbitrariedades, entre otras: persecución penal a jueces y magistrados que dictaron sentencias que no fueron de su agrado, el nombramiento como director de la policía judicial de un hombre señalado por la CNDH como coautor de la tortura y el asesinato de un joven, y la falsa acusación por el homicidio del animador de televisión Paco Stanley que mantenía en prisión a inocentes. La falsedad de la acusación se le explicó punto por punto. No le importó: mantuvo presos a los acusados.

El procedimiento de desafuero en su contra en 2005 se ha querido presentar como una jugada para excluirlo de la carrera por la Presidencia, pero el motivo fue la violación de un amparo como jefe de Gobierno —¡al diablo las instituciones!—, lo que es causal de destitución. No hace falta decir que el amparo ha sido un recurso de los gobernados para defenderse de los desmanes de las autoridades.

La CNTE, aliada de López Obrador, ha realizado numerosos actos vandálicos: destrozo de recintos legislativos, bloqueo de carreteras y de accesos a aeropuertos, agresiones furiosas a policías. Y lo peor: ha humillado a profesoras y profesores que no apoyan sus exigencias con castigos como los de la Revolución Cultural China: rapándolos, golpeándolos, obligándolos a portar pancartas autoincriminatorias (somos traidores) y a caminar descalzos sobre el pavimento. El líder de Morena jamás ha reprobado tales atropellos. Por el contrario, ante el ataque de la CNTE a los asistentes a un mitin de José Antonio Meade se mofó de éste y declaró que él no desautoriza las luchas de la gente.

Una y otra vez ha injuriado a los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación aseverando que están maiceados, no obstante que nuestro máximo tribunal ha dictado relevantes resoluciones en defensa de los derechos humanos. Cuando se liberó a Florence Cassez dijo, por supuesto sin conocer el expediente, que eso era una barbaridad: también en este caso lo que menos le interesó fue la justicia. En cambio, promueve las candidaturas al Senado de Nestora Salgado —bajo cuyo mando, según la CNDH, la policía comunitaria de Olinalá cometió tropelías contra varios de sus detenidos, incluyendo abusos sexuales a niñas— y de Napoleón Gómez Urrutia, condenado a devolver 55 millones de dólares que les agandalló a trabajadores mineros. No le parecieron barbaridades los linchamientos durante su gobierno —¡no los persiguió penalmente!— y se propone amnistiar a quienes han inundado de sangre el país.

López Obrador genera la discordia —frecuente preámbulo de la violencia— al dividir a los mexicanos en cómplices de la mafia en el poder y pueblo bueno. Jamás responde a los cuestionamientos con argumentos, sino con descalificaciones. Nunca ha reprobado las fechorías del chavismo pretextando que no conoce a Maduro (¿tampoco desaprobaría a Hitler porque no le fue presentado?). En cambio, admira a Fidel Castro, a quien compara con Mandela, soslayando que aquel ordenó numerosos fusilamientos y encarcelamientos de opositores, se ensañó con los homosexuales e impuso una dictadura, mientras que el sudafricano gobernó democráticamente y descartó todo acto de revancha contra la minoría blanca que impuso el apartheid.

Muchas cosas en el país requieren enmienda urgente, lo que se puede y se debe hacer sin echar por la borda principios imprescindibles para la coexistencia civilizada, tales como el respeto a los críticos y a los opositores, el rechazo absoluto a la violencia y a los ajusticiamientos, la justicia basada exclusivamente en pruebas y la vigencia efectiva de los instrumentos con que contamos para defendernos de las iniquidades de los gobernantes.


NOTAS:
1 Se reproduce con autorización de el autor, publicado en Excélsior, el 28 de junio de 2018.

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