La “guerra sucia” en la competencia político-electoral
Publicado el 29 de junio de 2018
Benito Ramírez Martínez
Profesor del Centro Universitario de los Lagos, Universidad de Guadalajara,
benito.ramirez@academicos.udg.mx
Facebook: Benito Ramirez
@Benito_RamirezM
“En la guerra y en el amor, todo se vale”, reza un conocido refrán popular. Yo agregaría: aparentemente, también todo se vale en la competencia político- electoral, no obstante que, en México, tenemos un organismo público autónomo, el Instituto Nacional Electoral (INE), que tiene las atribuciones genéricas de regular, organizar y vigilar que los procesos electorales se apeguen a los principios de certeza, legalidad, independencia, imparcialidad, máxima publicidad y objetividad, como lo establece el apartado A, base V, del artículo 41 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, correlativo de las prevenciones establecidas en la Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales (artículo 30, numeral 2, LGIPE).
Sin embargo, y aunque el principio de legalidad en materia electoral establece la obligación de que los partidos políticos, sus militantes y simpatizantes deben ajustar su actuación a las normativas plasmadas en el ordenamiento jurídico anterior, y en el apartado C, de la base III, del artículo 41 de la propia Constitución de la República, particularmente donde refiere que “la propaganda política o electoral que difundan los partidos y candidatos deberán abstenerse de expresiones que calumnien a las personas”; sin embargo, las referidas entidades partidistas, sus candidatos, militantes y simpatizantes, así como sus voceros oficiales o representantes, no cesan de promover y difundir, por cualquier medio, campañas de desprestigio, desacreditación y de odio en contra de sus adversarios, utilizando para ello, el menor pretexto, fundado o infundado, del que puedan echar mano para lograr sus propósitos particulares. Ejemplos de ésto los vemos cuando unos y otros miembros partidarios se imputan actos de traición, de corrupción, de enriquecimiento ilegal, de autoritarismo, de ignorancia, de incongruencia, etc. A lo anterior y otras situaciones más, es lo que se conoce en el argot político, como “guerra sucia”.
Un ejemplo muy recordado de “guerra sucia electoral” fue la campaña intensa de desprestigio en contra de Andrés Manuel López Obrador, candidato por la coalición de las partidos políticos PRD, PT y Convergencia, en el que se le señaló de ser “un peligro para México”, mediante la difusión de mensajes negativos en medios masivos de comunicación, los cuales lograron convencer de aquel peligro a más de un votante en el proceso electoral de 2006.
¿De dónde proviene el concepto “guerra sucia”? En principio, considero que esa expresión proviene temporalmente del lapso comprendido entre finales de los años sesenta y principios de los ochenta, y sirvió para definir las actividades ilegales y violatorias de los más elementales derechos humanos, que fueron realizadas por algunos gobiernos latinoamericanos, principalmente del cono sur, que podríamos calificar como regímenes militares dictatoriales, para desaparecer forzadamente y asesinar a los opositores políticos, apoyados presuntamente también por agentes encubiertos del gobierno de los Estados Unidos de América, bajo la consigna de que había que combatir la amenaza de los movimientos revolucionarios de corte comunista o socialista que amenazaban la paz, la seguridad nacional, la economía o el régimen de libertades democráticas. Al efecto, recordemos particularmente el caso de Chile, donde su presidente, Salvador Allende Gossens, electo por el voto popular, fue derrocado, vía un golpe militar (11 de septiembre de 1973), que tuvo como consecuencia la toma del poder político por el general Augusto Pinochet, quien ordenó el arresto y desaparición de millares de personas retenidas en el campo de juego del Estadio Nacional de la ciudad de Santiago, la capital chilena.
Otro caso muy sonado de guerra sucia político-militar fue el suscitado en Argentina. Fue el nacimiento de un movimiento de protesta popular integrado particularmente por mujeres, a las que se les conoció como las “Madres de la Plaza de Mayo” (reunidas, por primera vez, el sábado 30 de abril de 1977), que hasta la fecha, siguen buscando el paradero de algunos de sus familiares desaparecidos por la dictadura militar del también general Jorge Rafael Videla. En México, este tipo de prácticas antipopulares también fueron emprendidas por los gobiernos civiles emanados del Partido Revolucionario Institucional, en contra de aquellos activistas sociales que lucharon por la democratización del sistema político mexicano y que sufrieron actos de represión militar y política enfocados a disolver los movimientos de oposición contra el Estado mexicano, con la participación de organismos integrantes del aparato de seguridad secreta del Estado, como fue la Dirección Federal de Seguridad. A estos acontecimientos se les llamó también “guerra de baja intensidad”.
En el ámbito político-electoral, la “guerra sucia”, podemos definirla como el conjunto de estrategias y acciones ilegales, o únicamente inmorales, que utilizan los partidos políticos, sus candidatos, sus militantes o simpatizantes, para demeritar o promover el desprestigio de la participación política de sus adversarios ante sus potenciales electores, lo cual puede generar una reacción de emisión del voto a favor del provocador de dicho desprestigio, la anulación del sufragio o la mera abstención. En pocas palabras, en la política electoral, las estrategias de guerra sucia lo que pretenden también es “eliminar de manera virtual” al adversario, sin importar los medios o instrumentos que se utilicen. Lo que vale, al final, es ganar “haiga sido como haiga sido” (parafraseando al ex presidente Felipe Calderón, uno de los principales beneficiarios de las prácticas de guerra sucia en el proceso electoral de 2006).
El próximo día primero de julio de 2018 se realizarán elecciones concurrentes para elegir presidente de la República, nueve gobernadores, senadores y diputados federales, y locales, así como munícipes. Las campañas electorales arrancaron formalmente el viernes 30 de marzo. Los mexicanos debemos soportar millones de spots o mensajes políticos, a través de los diversos medios masivos de comunicación, en los que se seguirán difundiendo los peores defectos, reales o inventados, de todos los candidatos. Seguramente continuará la guerra sucia electoral de alta intensidad, en contra de varios candidatos en contienda, pero, en forma especial, en perjuicio de los candidatos que, según los resultados de las encuestas, se encuentren encabezando las preferencias electorales. Hay que tenerlo bien presente, para que ese tipo de acciones y estrategias de “guerra sucia” o ataques malintencionados no nos desmotiven para participar en una de las principales decisiones que determinarán el futuro inmediato de nuestro país, de los estados y de los municipios.
Así pues, sólo resta decir que debemos ignorar este tipo de estrategias de guerra sucia y estar bien informados. Debemos escuchar todas y cada una de las ofertas o propuestas de gobierno de los candidatos en contienda y, llegado el día de la jornada electoral, debemos emitir nuestro voto de manera libre, informada y convencida, a favor de las personas que consideremos más confiables para ocupar los altos puestos de responsabilidad en los cargos públicos de elección popular. Se dice que los pueblos se merecen los gobernantes que tienen. Esperemos ser un pueblo informado, responsable e inteligente, para tener, luego, un gobierno con las mismas cualidades.
Formación electrónica e incorporación a la plataforma OJS, Revistas del IIJ: Ignacio Trujillo Guerrero BJV