Inadmisible 1

Publicado el 17 de agosto de 2018


Luis de la Barreda Solórzano

Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas y
coordinador del Programa Universitario de Derechos Humanos,
email lbarreda@unam.mx

Tardó una eternidad, pero al fin El Vaticano, a iniciativa del papa Francisco, tomó la decisión de reformar el Catecismo para declarar que la pena de muerte es inadmisible pues atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona.

La pena capital estuvo vigente en El Vaticano entre 1929 y 1969. El Catecismo la admitía “cuando fuera el único camino” aceptable para la protección del bien común. Siglos atrás, durante el Medioevo, la Santa Inquisición condenó a la hoguera a decenas de miles de herejes y brujas, aunque siempre se utilizó el eufemismo de que el Santo Tribunal no condenaba a muerte sino que entregaba al acusado al brazo secular. Así, la ejecución era llevada a cabo por la autoridad y conforme a las leyes del Estado.

En realidad, la pena capital nunca ha sido el único camino aceptable para la protección del bien común. Está ampliamente demostrado que en muchos de los países donde no existe —los de la Unión Europea y Canadá, por ejemplo— la incidencia delictiva, incluyendo los delitos más graves, es muy baja.

Para que la pena de muerte fuera disuasiva se requeriría que un individuo tentado a cometer uno de los delitos que se sancionan con esa pena, esto es, un delito terrible, desistiera de su propósito al pensar en ese castigo. En muchos casos eso no ocurre. Como advirtió Albert Camus: “Si el miedo a la muerte es, en efecto, una evidencia, también es evidente que ese miedo, por grande que sea, jamás ha podido abatir las pasiones humanas… La venganza, el amor, el honor, el dolor, otro miedo, terminan por dominarlo”.

Desde luego que la pena de muerte, al suprimir físicamente a los delincuentes, los inhabilita para seguir delinquiendo ya que los muertos no suelen resucitar. Pero lo mismo logra la pena de prisión al segregar del resto de la sociedad a quienes han delinquido. A lo que debemos aspirar es a que los delincuentes, por lo menos los culpables de los delitos más crueles o perniciosos, sean castigados en un porcentaje aceptable. Si la pena que sufren es suficientemente larga, proporcional en su severidad al delito por el que se les condena, difícilmente volverán a delinquir.

Un señalamiento más contra la pena capital debe producir escalofrío aun entre sus más fervientes partidarios: siempre es posible que se condene a un inocente. La condena a un inocente puede deberse a mala fe, por ejemplo tergiversación o fabricación fraudulenta de pruebas —lo que sería en todos los casos un abuso de poder imperdonable—, pero también a un error en la apreciación de los elementos probatorios. Esto último es lo que constituye estrictamente el error judicial. La posibilidad de equivocación siempre existirá por la sencilla razón de que los seres humanos, ¡ay!, somos falibles. Bastaría con que se acreditara un error judicial en una sola condena a muerte para que, ante la mera posibilidad de repetición, se aboliera la pena capital.

Pero la razón más fuerte contra la pena de muerte es que contraría los valores más altos del proceso civilizatorio. No podemos comportarnos con el delincuente como él se comportó con las víctimas. Se trata de hacer justicia, no de emular la crueldad de los criminales. Fernando Savater sostiene que ninguna muerte es necesaria ni justificable, y que “quien legitima una muerte, legitima la muerte”.

La vida, como la dignidad, es de respetarse siempre, aun tratándose del peor de los criminales. La pena de muerte quiebra la única solidaridad humana indiscutible, la solidaridad contra la muerte.

Solidaridad contra la muerte desde la fragilidad y la brevedad de la vida; solidaridad contra la muerte porque nunca ha habido bandera o causa, por estúpida que sea, que no encuentre entusiastas que estén dispuestos a asesinar y a morir por ella; solidaridad contra la muerte porque ésta es para siempre, eterna e irrevocable; solidaridad contra la muerte porque la gran batalla de la especie humana ha sido a favor de la vida, de la prolongación de la vida; solidaridad contra la muerte porque su aplicación oficial no es sino una venganza inútil; solidaridad contra la muerte porque como castigo es absolutamente estéril; solidaridad ante la muerte porque la vida humana es sagrada.


NOTAS:

1. Se reproduce con autorización del autor, publicado en Excélsior, el 16 de agosto de 2018.

Formación electrónica e incorporación a la plataforma OJS, Revistas del IIJ: Ilayali G. Labrada Gutiérrez, BJV