Humanismo del siglo XXI: la inteligencia interdisciplinaria
Publicado el 20 de septiembre de 2018
Jorge Alberto González Galván
Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM,
jagg@unam.mx
Octavio Paz escribió que “La idea de lenguaje contiene a la de traducción: pintor es aquel que traduce la palabra en imágenes plásticas; el crítico es un poeta que traduce en palabras las líneas y los colores. El artista es el traductor universal”. Esta calidad de pintor y crítico se conjuga en la persona de Humberto Ortega-Villaseñor, quien es también doctor en Derecho, por todo ello, un humanista, autor del libro Palabra e imagen. Estudio interdisciplinario de relación.
No soy historiador del arte, no soy artista plástico, no soy filósofo de la educación. Soy aficionado del arte en general, como todos los que, dicen, de poeta y loco, tenemos un poco. Me identifico con la obra porque descifrar los misterios de cualquier acción humana es un reto que siempre valdrá la pena hacer. Si no logramos explicar los mecanismos que nos mueven estéticamente, estamos ignorando nuestra responsabilidad de contribuir a poner nuestro ladrillo en la pared que nuestro tiempo nos invita a construir.
Confieso que por mi falta de conocimientos de los autores citados y la evolución del lenguaje plástico, no me es posible, a veces, seguir al pie de la letra (literal) el hilo explicativo del autor. Destaco aquello que me conmueve o identifica, por ejemplo, su propuesta o conclusión ante la “distancia” —que la pedagogía científica recomienda— entre el sujeto que conoce y el objeto por conocer; en los hechos su relación los acerca y los transforma, convirtiendo el objeto plástico en sujeto de conocimiento y el sujeto actor en objeto espectador. Ello da cuenta que todo proceso de investigación —científico o artístico— es un fenómeno dinámico. Pablo Picasso decía que si se pusiera un espejo delante de un cuadro suyo, se marcaría el vaho de su respiración: un sujeto vivo, donde se pueden sentir sus emociones, leer sus pensamientos e intuir sus incertidumbres.
Otro aporte de la obra es la invitación argumentada para “descolonizar” nuestra mirada, para “aprender a aprender”, dirían en la Secretaría de Educación Pública, o para “aprender a desaprender”, según entiendo un chamán enseña a su aprendiz. Volver a la inocencia de la primera infancia es la veta creativa inconmensurable y el paraíso de todo científico y artista. Albert Einstein consideraba que un niño hace las preguntas que a él le importaba investigar, por ello le gustaba conversar con ellos, sobre todo antes de que entraran al sistema escolar, porque entonces dejaban de hacer preguntas que querían para hacer preguntas que los adultos esperaban. Y Pablo Picasso dijo que primero había aprendido a dibujar como los adultos le enseñaron, pero después le importaba más dibujar como lo hacía un niño.
Otra audacia, más que aporte —dirían algunos— de la obra, es la mezcolanza doctrinal, este muégano disciplinario, este de todo un poco, este menudo jalisciense, este mole de olla chilango, este mole poblano, donde conviven filósofos y chamanes, mayas y celtas, jeroglíficos y alfabetos, pinturas en papel amate y videos. No hay de otra, coincido con Humberto, el tiempo de la división disciplinaria del trabajo científico y humanístico que se forjó en el siglo XIX es un traje que nos queda chico —no sé si porque engordamos o porque no ajustamos las medidas del traje—. En todo caso, no se trata de destruir, sino de re-construir el trabajo de manera interdisciplinaria: dialogando desde las aulas y fuera de ellas con las demás disciplinas.
El fondo es lo que importa: tenemos que encontrar las respuestas a las preguntas que nuestra realidad externa e interna nos plantean de manera desnuda (explícita) y silenciosa (implícita). El reto como educadores, y en ello contribuye la obra, es forjar los traductores de esa realidad con base en su propia realidad: la que están viviendo (externamente) y la que están sintiendo (internamente). Es una invitación, y ejemplo, de cómo se debe arar “el terreno estético” de cada uno de nosotros: tomando en cuenta la ética (siendo fiel a sí mismo), la mística (abierto a lo desconocido), lo simbólico (intuyendo el mensaje), lo sociológico (con solidaridad y compromiso), lo filosófico (preguntándose) y lo científico (explicando).
La “sección áurea” o la “divina proporción” para hacer y explicar matemáticamente la estética no existe, pero la intención es buena, porque tiene detrás la sana ambición humana, como en todos los campos, de heredarnos las respuestas de donde surgirán más preguntas, para que lleguen más personas curiosas, como Humberto, que nos propongan sus mapas y seguir viajando sin perdernos, disfrutando como niños cada momento, porque como él mismo dice: “Palabra e imagen es un viaje de exploración que busca dilucidar los nexos de expresión literaria y visual desde distintos planos de aproximación… que lleven [al lector] a descifrar [Paz diría traducir] la interconexión profunda entre el contenido del discurso y la manifestación visual”.
Formación electrónica: Yuri López Bustillos, BJV
Incorporación a la plataforma OJS, Revistas del IIJ: Ilayali G. Labrada Gutiérrez