Interpretaciones “maquiavélicas” de la obra de Maquiavelo

Publicado el 22 de octubre de 2018

Gustavo Eduardo Castañeda Camacho
Maestro en Derecho por la UNAM
email gustavo.castaneda@outlook.com

Nicolás Maquiavelo ha sido un autor aplaudido o vituperado, pero jamás ignorado. Considerado por algunos como artífice del autoritarismo y del engaño, es visto por otros como uno de los teóricos del Estado más influyentes de la historia, ya que su pensamiento marcó un hito en la política para transitar de los crispados tiempos del Renacimiento a la modernidad.

La repercusión de su razonamiento y el legado de su obra en la escena internacional ha sido de tal magnitud que se ha establecido el concepto y adjetivo de lo “maquiavélico” para hacer alusión a determinadas acciones o intensiones perniciosas. Hoy en día hablar de lo “maquiavélico” se ha vuelto una expresión cotidiana, que bien puede ser manifestada por cualquier persona sin la necesidad de ser dicha por un politólogo o un erudito. Esto, sin duda alguna, es muestra del impacto y difusión que ha tenido la herencia doctrinal y cultural de las ideas de Maquiavelo.

Entre sus obras encontramos reflexiones de corte político como los Discursos sobre la primera década de Tito Livio y El arte de la guerra, aunque también soltaría su pluma para escribir comedia en prosa, caso de La mandrágora, lo que nos revela su ingenio para bordear lo insólito y el talento excepcional que poseía para las letras; sin embargo, su texto más renombrado es El príncipe, obra que redactaría una vez encarcelado por supuestas confabulaciones en contra de los Médici. En este ostracismo, lo que mantendría con vida a Maquiavelo serían sus numerosas conversaciones con Tito Livio, Aristóteles, Polibio y su coterráneo Dante Alighieri. El objetivo principal de su opúsculo insigne era determinar qué es un principado, cuántas clases hay, cómo se adquieren, cómo se mantienen y las razones por las que se pierden; no obstante, de su lectura se han producido diversos usos e interpretaciones execrables, como las de Napoleón o las de algunos políticos contemporáneos.

Estas apreciaciones “maquiavélicas” precisamente encuentran su asidero en fragmentos de El príncipe, texto en el que Maquiavelo realiza una serie de sugerencias a los gobernantes, que podríamos calificar de ominosas para los gobernados. Por ejemplo, describe al hombre como un ser ladino y mezquino (por no decir “maquiavélico”), al señalar que éste es mitad humano y mitad bestia, razón por la cual el príncipe debe conducirse hacia al pueblo con la ley y con la fuerza bruta, ya que para gobernar a los hombres se requieren las leyes y para domar a las bestias la fuerza. En ese mismo sentido, advierte que el príncipe al verse en la necesidad de conocer la naturaleza de los animales, también debe actuar como ellos, proponiendo que imite a la zorra y al león al mismo tiempo; en palabras de Maquiavelo: “porque el león no se defiende de las trampas, y la zorra no se defiende de los lobos”; es decir, el soberano tiene que ser astuto y fuerte. Asimismo, plantea que el príncipe debe preferir que sus súbditos le teman, antes de que lo amen, y así éste ser taimado, pérfido y despiadado, ya que la generosidad y la clemencia en un gobernante lo llevarían a la catástrofe, cuestión que no soslaya el cuidado de su apariencia, dado que el pueblo se deja llevar por los aspectos frívolos, por ende, el príncipe tiene que parecer (más no ser) un hombre virtuoso, pues en caso de ser necesario tiene que ser desleal y miserable.

Éstos son sólo algunos elementos de El príncipe que nos hacen pensar que Maquiavelo estaba justificando una actuación sin escrúpulos por parte de la clase gobernante. Pero, si asumimos que como todo escrito, sea de cualquier índole, está sujeto a la interpretación, bien nos podríamos preguntar, ¿hasta qué punto Maquiavelo propuso lo que se ha entendido de sus textos? La realidad es que la recepción del opus de Maquiavelo y particularmente de este texto se ha caracterizado por la instrumentalización y la lectura fragmentaria por parte de los poderosos, punto que ha ocasionado terribles abusos e inequidades, de ahí que nuestra propuesta verse en abandonar las lecturas pop, o populares, y efectuar una revisión seria, sin anacronismos ni pretensiones “maquiavélicas” de una obra que resulta esencial para concebir la teoría política, pero que ha sido adulterada por la retórica e intereses siniestros. No olvidemos que el mejor homenaje que le podemos rendir a Maquiavelo es leerlo con responsabilidad.


Formación electrónica: Yuri López Bustillos, BJV
Incorporación a la plataforma OJS, Revistas del IIJ: Ilayali G. Labrada Gutiérrez