La universidad, epopeya racional

Publicado el 22 de octubre de 2018

Gustavo Eduardo Castañeda Camacho
Maestro en Derecho por la UNAM
email gustavo.castaneda@outlook.com

Como estudiante universitario debo admitir que gran parte de mis actividades diarias, así como de mi desarrollo, no sólo académico, sino profesional y hasta personal, ha tenido, tiene y (estoy seguro) tendrá lugar en la universidad. No me es posible restarle valor a esta institución, a la cual asisto seis días a la semana, desde que inicié mis estudios de licenciatura y ahora posgrado.

Pienso que la universidad es fundamental para explicar quien soy, por ejemplo, cuando me preguntan ¿qué haces de tu vida? y/o ¿a qué te quieres dedicar? La respuesta común es, soy estudiante de maestría y quiero dedicarme a la investigación científica y a la docencia, labor que preferentemente se tiene que consagrar en una universidad.

Ya hemos dicho con vehemencia que la universidad nos es trascendental; sin embargo, pocas veces nos preguntamos ¿qué hace especial a una universidad?; ¿qué la diferencia de otro centro de enseñanza? o ¿en dónde están sus orígenes?

En atención a estas inquietudes, conviene señalar que la universidad es obra del renacimiento del siglo XII, viéndose favorecida por distintos aspectos que concurrieron en el momento y lugar preciso. Esas circunstancias fueron las Cruzadas, el impulso del comercio el desarrollo de una incipiente tecnología y la introducción del Islam.

Como sabemos toda universidad requiere de intelectuales, de gente que piense. Hoy en día a estos personajes los asociamos con los académicos, científicos e investigadores, pero vaya que el intelectual de las primeras universidades era algo distinto a nuestro prototipo actual, y no porque antes estuvieran poco capacitados, sino por presupuestos de laicidad de las universidades de nuestros tiempos. Así, dicho sea de paso, los eruditos en el medievo eran los clérigos, ellos fueron los verdaderos motores del conocimiento, los hombres dedicados a la empresa de pensar, y que además no se quedaban en ese mero acto reflexivo, ya que sus pensamientos los transmitieron por medio de la enseñanza.

A pesar de que ser maestro y enseñar no era un oficio inédito para el medievo (puesto que la relación de maestro-discípulo es evidentemente más antigua, pensemos, por ejemplo, en los casos de Sócrates y Platón o Jesucristo y sus apóstoles), fue el aspecto gremial (característico de aquella época) lo que precisamente hizo emerger a la universidad, siendo desde sus procedencia, una corporación sui generis que la hacía apartarse de cualquier otro tipo de centro de enseñanza previo a ella; es decir, fue diferente a la Academia de Platón o al Liceo de Aristóteles, a pesar de compartir tareas en común. Aunque, existieron tesis ideológicas (apartadas de la realidad), como la traslatio studii, que suponía que las universidades eran las herederas de las famosas escuelas griegas y romanas. De igual manera, no olvidemos que otro rasgo que hizo distintiva a la universidad medieval fue la separación que logró entre el studium y la universitas.

Deseo subrayar que esta peculiaridad gremial de las universidades, propició que los sabios, al estar agrupados, tuvieran una mayor fuerza y protección al permanecer inmersos en un ámbito de verdadera libertad reflexiva que resulta vital en una comunidad científica.

Ahora, si quisiéramos saber la fecha exacta del nacimiento de las universidades, la respuesta sería quimérica, y por demás, estéril. Básicamente porque surgieron de forma paulatina, como una especie de “evolución natural” de las antiguas escuelas a las nuevas universidades.

Aunque si se nos preguntase, por la primera universidad, ya con todas las características propias de esta institución, diríamos que la primera fue la de Bolonia. Y ¿Por qué decimos que Bolonia y no Salerno o Pavía? La razón es porque Bolonia creó los renombrados gremios llamados universitates. A Bolonia le siguieron otras universidades, de las que destacan París, Oxford y Salamanca.

Como se puede apreciar, la historia de la universidad es apasionante y abigarrada, evidentemente no obedece a una generación espontánea, pero por peliaguda o pacífica que haya sido su surgimiento lo cierto es que es una organización extraordinaria, sin la cual no se podría explicar el desarrollo del mundo (mínimamente de Occidente).

Sin duda la universidad mantuvo un lugar relevante en la agenda pública del medievo, dado que, por su nivel de profundidad y agudeza intelectual, alcanzó una influencia notable. Algunas veces amiga y otras veces enemiga de la hierocracia o de la monarquía, las universidades aportaron reflexiones para la cimentación de sus teorías y justificaciones, v. gr., Salamanca y los primigenios desarrollos del derecho internacional.

Aunque es cierto que las universidades fueron significativas para la evolución social y política de Occidente, no podemos sortear que su mayor y verdadera contribución está, y debe estar, en el campo intelectual y científico, puesto que son por antonomasia el centro de la cultura. Sobre todo porque es la universidad la encargada de explicar y argumentar por medio de la razón, premisa esencial de la scienza nuova.


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