Movimiento antivacunas (Anti-Vaccer) y la responsabilidad epistémica

Publicado el 31 de octubre de 2018

Yenisei López Cisneros
Alumna de la Facultad de Derecho de la UNAM
email yeniseilopezcisneros@gmail.com

Samia y Marc Larerè fueron citados el jueves 9 de octubre de 2014 ante la Corte Penal en Francia, ya que, después de haberles pedido la prueba de la inoculación de sus hijos y no haberla mostrado, se declaran en contra de vacunar a sus hijos; se les imputaba maltrato infantil, contra su hija de entonces veinte meses de edad por negarle las vacunas contra la polio, el tétanos y la difteria. “Los enferma más de lo que los protege”, alegaron. “Esa vacuna en particular (DTF), ya no existe, están mezcladas con otras vacuna que no son obligatorias”, fue otro de los argumentos.

En Francia es requisito tener los certificados necesarios para inscribir a los niños en lugares como jardines de niños, centros de juegos o cualquier otra actividad organizada que involucren niños, certificados que en muchas ocasiones requieren más de las vacunas estrictamente indicadas en la ley como obligatorias.

Después de haber sido escuchado el caso por un juez, éste lo refirió a la más alta autoridad en Francia, el cour de cassation, para decidir si la aplicación de vacunas es una cuestión constitucional o no. ¿Puede el Estado obligar a los padres a vacunar a sus hijos?

La epistemología es una rama de la filosofía que, a grandes rasgos, estudia el conocimiento y las creencias justificadas. Es un intento de entender la adquisición de conocimientos y creencias, su justificación y su razonamiento.

El problema llega al momento de querer contestar: ¿Qué hace a una creencia justificada?, y en el caso particular de éste artículo ¿Hasta qué límite se es responsable de una creencia?, para después preguntarnos ¿Hay responsabilidad jurídica por tener una creencia?

Las vacunas no causan autismo, es un hecho respaldado por la ciencia moderna, pero después que en 1997 un estudio publicado en The Lancet, un prestigiado diario médico publicara un artículo de Andrew Wakefield, un cirujano británico, en el que alegaba que las vacunas de la rubeola, sarampión y las paperas, eran las causantes de un incremento de autismo en Inglaterra, el pánico no se hizo esperar. El artículo fue desacreditado de forma casi inmediata: hubieron problemas en el procedimiento al tomar muestras y conflictos de interés económico sobre el patrocinio del estudio. Wakefield perdió su licencia y The Lancet se retractó; sin embargo, había creado un movimiento y comenzó una histeria que no ha podido ser disminuida a pesar de la cantidad de estudios que prueban lo contrario.

La vacunación en el Estado es una cuestión de salud pública. Las vacunas logran proteger a terceros tal vez en un rango más amplio que al mismo vacunado: gente que no puede ser vacunada por cuestiones alérgicas o inmunológicas, como aquellas tratadas por quimioterapia; bebés que aún no tienen la edad suficiente para adquirir ciertas vacunas; o ancianos cuyo sistema inmunológico se encuentra débil por su edad. Por otro lado, está la cuestión de la mutación del virus: un virus cotidiano, como la gripe, entra al sistema de alguien que no está vacunado, pero el sistema inmunológico de esta persona es lo suficientemente eficiente y logra afrontar dicho virus y sus efectos en el cuerpo. No obstante, este virus puede incubar y mutar dentro de la misma persona, sin que sus efectos sean experimentados o percibidos, creando el riesgo de que el virus mutado sea transmitido a otras personas.

La responsabilidad epistémica pretende dar claridad de hasta que punto se es responsable de una creencia, aunque esa línea pueda ser difusa. William Kingdon Clifford, matemático y filósofo inglés, comenzó el debate en su artículo “The Ethics of Belief” en 1877, en la publicación Contemporary Review, en donde arduamente defendía que siempre se debe tener evidencia suficiente que sostenga nuestra creencia.

W. K. Clifford, en un infame ejemplo de un bote (barco) dañado a punto de naufragar, nos dice que si el bote no se hubiera hundido, aún así el dueño sería responsable. La culpa existe a pesar de no haberse formulado un daño, ya que el dueño tenía conocimiento de la condición del bote y aún así decidió enviarlo a altamar. El dueño no es inocente, sólo no habría sido descubierto, tendría una responsabilidad moral, entrando en el ámbito de la ética de las creencias.

Siguiendo esta idea, si una persona no se vacuna o no vacuna a sus hijos, aún se es responsable de tener la creencia, ya que la responsabilidad no recae en la creencia per se, sino en el hecho que aquella creencia no fue investigada de forma exhaustiva para poder creer en ella. Clifford decía que no es acerca de cómo se obtuvo esa creencia o si es verdadera o falsa, sino si se tiene el derecho a tener esa creencia con la evidencia que se tiene, y la evidencia acerca de las vacunas es clara.

Se puede tener el ideal que se es libre de creer que lo que desee, pero para Clifford no existe tal cosa como una “creencia privada” ya que todos hablamos de nuestras creencias y pueden reproducirse. Lo que se juzga de estar mal, no es la creencia, sino la acción que se realiza basada con esa creencia; la no vacunación por una cuestión de miedo, llega a ser una cuestión de responsabilidad epistémica, es un miedo infundado, no está investigado. Puede ser que la investigación y la búsqueda de conocimiento no sea imparcial, ya que se podría debatir hasta qué alcance es la decisión de la persona y no de sus alrededores, pero eso no remueve la necesidad y obligación de la investigación exhaustiva.

Stephen Hetherington en A dilemma, nos dice que puede llegar a darse la circunstancia que no haya información suficiente al momento que una persona realice su investigación; esta primicia podría ser desplazada en los lugares donde el acceso a la información y a la salud son asequibles y posibles, especialmente sobre un tema de salud y de un campo tan investigado como la vacunación, sus efectos y sus características. De igual forma, se podría argumentar que cabría la idea del Principio de Posibilidades Alternas, conforme al que una persona es responsable moralmente por la realización de una acción en específico, sí y solo sí, en las mismas circunstancias podría haber hecho otra cosa que realizar la acción; de igual forma, en los lugares con acceso a la información de forma inmediata y constante, la higiene, el desarrollo, y la cuestión de acceso a la salud es factible, dejando de ser la falta de información justificación para la toma de decisiones, especialmente en un tema como vacunas.

Hay distintos argumentos contra las vacunas: causan autismo (lo cual ha sigo íntegramente desacreditado); la cantidad de aluminio o mercurio que contiene es tóxica al cuerpo humano, aun cuando es la cantidad el factor del que depende la reacción, y en las vacunas es poco significativa; las vacunas pueden infectar de la enfermedad que tratan de prever, cuando en realidad la cantidad de síntomas relacionados son de uno en un millón; o que hoy en día son innecesarias ya que las tasas de infecciones ya son bajas y las muertes por enfermedades son cada vez menos, sin tomar en cuenta que en realidad son las personas vacunadas del virus la razón por la cual éste no se expande, pero el movimiento anti-vaccer ha influenciado en el surgimiento de enfermedades que se creían erradicadas; todos estos argumentos desacreditados, hasta cierto punto, con una investigación superficial realizada en medios electrónicos y estudiados de forma exhaustiva por la ciencia moderna, y a pesar que la ciencia adquiere nuevos conocimientos de forma continua, incluyendo la retractación en algunos casos, la cuestión de las vacunas ha sido analizada hasta el cansancio, estudiada y examinada, los resultados son los mismos: no hay evidencia clara, irrefutable o evidente que apoye la idea de la no vacunación.

El juzgar sin evidencia, el no investigar, la supresión de dudas, es una responsabilidad que no se puede y no se debería evitar.

Clifford sostenía que el creer saber precisamente lo que hacemos, nos trae felicidad y seguridad, “es una sensación de poder atado a la sensación de conocimiento lo que hace a los hombres deseosos de creer, y miedosos de dudar”, pero es esta sensación la que nos empuja a vivir más en la ignorancia, deteniéndonos de formular dudas, dejándonos con el conocimiento obtenido hasta el momento, sin investigar más y con el fin de justificar nuestras creencias.

La responsabilidad de cada uno de investigar nuestras creencias va mucho más allá de una cuestión de libertad y del impacto que dicha creencia tenga en nuestra vida, ya que podría ser que consideráramos que hay ideas insignificantes que no valen la pena ser investigadas, pero para Clifford todas las ideas son significativas pues nos preparan para ideas similares, confirman ideas que se parecen a ellas y debilita otras; de esta forma, gradual pero segura, las creencias quedan consolidadas en nuestros pensamientos, hasta que tomamos decisiones basadas en las creencias, explotando en acciones.

Las creencias se deben adquirir de forma honesta, se deben investigar de forma paciente; Clifford no se atreve a dar un método para investigar creencias propias, pero en el caso de las ciencias, anteriormente eran pruebas inductivas o por intuición o por percepción, pero actualmente los avances científicos y su perfeccionamiento logran evadir gran parte del escepticismo filosófico que conllevan éstas pruebas.

Clifford nos dice que pueda ser el caso que la creencia no cometa un daño, podría ser verdad o podría nunca tener oportunidad de ocasionar un acto en realidad, pero creer en algo con evidencia insuficiente es erróneo, pero al igual que la forma de investigar creencias, Clifford no nos dice qué es suficiente o insuficiente para justificar; en mi opinión es investigar hasta donde el alcance de nuestras capacidades y nuestro entorno nos lo permita, tomando en cuenta el espacio y el tiempo, al igual que la accesibilidad.

Las creencias pueden llegar a ser limitables en el mundo factible cuando un tercero es afectado, pero Clifford llegaría a decir que no se tendría siquiera el derecho a tener la creencia, aun cuando se tenga de buena fé, con la evidencia que se tiene de ella, ya que la creencia fue adquirida por métodos no honestos y sin paciencia para la investigación, sino sofocando las dudas.

Es necesario recordar que las ideas no nacen solas, sino son apoyadas por el colectivo por razones sociales, y para Clifford, también es responsabilidad de la sociedad pasar las creencias a la siguiente generación de forma purificada, incluyendo las creencias. Es nuestra responsabilidad individual depurar la información, ya investigada hasta nuestro alcance, para que con el avance, la gente pueda realizar lo mismo; por lo que surge el cuestionamiento de ¿cuándo la creencia de una persona es su creencia? ¿Cuándo es nuestra y cuando es del colectivo? ¿Cómo nos deshacemos de una creencia, que sabemos injustificada e infundada pero se mantiene constante en nuestro subconsciente? La única reflexión acerca de ello, es que hay que hacer un examen introspectivo íntegro de lo que creemos saber y así, confrontar dichos conocimientos y creencias contra la información disponible y realizar las investigaciones correspondientes, ya que, podría ser que la creencia no sea abandonada por nosotros y al momento de tomar una decisión que lleve intrínsecamente esa creencia, sean tomados en cuenta todos los instrumentos a nuestro alcance, incluyendo la información investigada.

Entonces, ¿el Estado podría obligar a los padres a vacunar a sus hijos (o los propios padres), con sanciones reales y eficaces?, en Francia, hogar del matrimonio Larère, sí. De acuerdo con el artículo L3111-2 del Código de Salud Pública, son obligatorias ciertas vacunas, pero ¿sería esto intrusivo en sus creencias? Esencialmente sí, pero, como ya habíamos planteado, es una cuestión de salud pública, y si lo que se busca es vivir y convivir en sociedad, siguiendo la legitimación que tiene el Estado y la idea del contrato social, para estar dentro de la sociedad, hay que cumplir con ciertas obligaciones y respetar el común acuerdo para mantener ese mismo Estado. En este caso, es la salud pública y los instrumentos que esta institución maneja, incluidas las vacunas y el acceso a las mismas, así como el acceso a la información, las reglas que hay que respetar y las herramientas que hay que utilizar, por lo que a pesar de que el Estado se entrometa en las creencias de sus gobernados, esta intromisión se realiza por una creencia mejor investigada, respaldada, y en general, mejor justificada para el bien común.

Si se privilegian las creencias de cualquier índole aun cuando se hayan desacreditado o cuando no hay pruebas, argumentos o fundamentos suficientes para llevar la creencia a una disputa sustancial sobre su efectividad y seguridad, el Estado debería intervenir para reparar, impedir o forzar, dependiendo del caso, el uso de aquellas prácticas que generan un daño real consecuentes de la ignorancia y la desinformación de una persona.

La responsabilidad que tenemos de investigar una creencia es innegable, y cuando estas creencias se ven reflejadas en acciones, el nivel de responsabilidad aumenta, y si estas acciones afectan a terceros, especialmente a los que no tienen voluntad para refutarla o combatirla, se vuelve vital, una cuestión de moral y de valores.

Así como hay derechos intrínsecos al hombre, también hay obligaciones, atreviéndome a decir, que la responsabilidad de investigar nuestras creencias hasta el alcance de nuestras posibilidades, debería ser una de ellas.

El matrimonio Larère fue sentenciado a dos meses de prisión. Esta resolución fue suspendida por la Corte penal en Auxere, después que la Corte Constitucional resolviera que sí es obligatorio vacunar a los hijos. El cargo fue disminuido de maltrato infantil a rehusarse a someterse a vacunación obligatoria. El matrimonio no apelará la decisión, “es un debate que los sobrepasa” dijo el abogado defensor.


Formación electrónica: Yuri López Bustillos, BJV
Incorporación a la plataforma OJS, Revistas del IIJ: Ilayali G. Labrada Gutiérrez