La democracia en el siglo XXI

Publicado el 23 de noviembre de 2018

Félix David García Carrasco
Abogado postulante, maestro en Derecho, estudiante de Filosofía y colaborador
externo del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM,
email felix.garcia.abogado@gmail.com

El martes 8 de noviembre del 2016 el mundo fue testigo de un espectáculo inconcebible: un hombre con un discurso de radical violencia hacia los principios y valores en los que se funda la democracia, accedió al poder supremo de la nación más poderosa e influyente del mundo —hablando en términos militares y económicos, desde luego— a través, suprema ironía, de un procedimiento democrático. Pese al escándalo y oposición de los sectores intelectuales y progresistas, contra la esperanza de la mayoría mundial, las elecciones se completaron y Donald Trump, con el respaldo de casi 60 millones de votantes, logró hacerse con la presidencia de los Estados Unidos de América. Así, la comunidad global pudo darse cuenta de las deficiencias e incoherencias que conlleva la democracia moderna, dentro de las que no resulta baladí mencionar a la tiranía de las masas incultas.

El clima mundial es de tensión y expectativa: el hombre capaz de iniciar un apocalipsis nuclear, desestabilizar y arruinar los mercados globales, es un misógino, xenófobo y racista, que ha ganado una contienda electoral, justamente, por haber prometido en campaña que emprendería acciones radicales en contra de las minorías que habitan en su país, que redefiniría la política mundial para orientarla hacía fines bélicos y que, por si no fuera suficiente, tomará severas represalias en contra de todos aquellos que se le han opuesto. Desde luego, esto no se trata de una pesadilla ni de un relato de terror, un megalómano psicótico efectivamente ha llegado al poder y el responsable directo es, admitámoslo, el sistema que ha permitido que un sujeto tan deleznable se pudiera postular como candidato con base en una campaña tan violenta. Entonces, no tenemos otro remedio que culpar a la llamada democracia moderna, que, con este hecho, del que, por supuesto, existen precedentes —si bien en otras latitudes y tiempos, y nunca en un Estado que potencialmente puede destruir el mundo—, se distancia definitivamente del sentido y esencia de la propia democracia, tal y como ha sido entendida, por lo menos desde el siglo XVIII.

Ahora bien, cabría hacerse la siguiente pregunta: ¿en realidad estamos en presencia de una falla grave del sistema democrático o, por el contrario, se trata de una mala interpretación de un hecho inevitable? A este respecto, no podemos sino decantarnos por la primera opción y considerar que, claro, desembocar en una tiranía es un riesgo latente de toda democracia. Que, debido a su propia y especial naturaleza, el gobierno electivo debe de apelar a sectores de la sociedad que, en el contexto de la época moderna, constituyen la mayoría de la población y los cuales, empero, no cuentan con una calificación ni preparación intelectual para ostentar la categoría de ciudadanos. Así, la falla más grande y evidente al interior del sistema de gobierno dominante en la actualidad lo constituye, precisamente, el de darle voz y voto a sectores con opiniones y discursos radicales, violentos y francamente negativos y, asimismo, la oportunidad de contender al gobierno a los individuos que los reflejan fielmente. Admitámoslo, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, es un reflejo fiel y consecuente de la mayoría ciudadana de ese país. Por lo que, a continuación, se reflexionará de forma breve respecto al papel que las masas y los medios de comunicación representan en el juego de la democracia (moderna).

Debemos a Alexis de Tocqueville, espíritu clarividente, una de las más entusiastas reseñas sobre la incipiente democracia norteamericana, así como algunas de las críticas más acertadas que se le hayan hecho a este sistema de gobierno en general, y no sólo al caso americano, y, asimismo, una de las advertencias más legitimas sobre su ulterior degeneración y decadencia. Tenemos entonces que en su visionario libro La democracia en América, Tocqueville se pregunta si la libertad podrá sobrevivir en una sociedad democrática, y en caso de hacerlo, ¿cómo lo hará? Pues de su convivencia directa y observaciones acerca del pueblo norteamericano dedujo que en un sistema democrático el mayor peligro se encuentra contenido, justamente, en la realización progresiva de la igualdad que, a la larga, ha de desembocar en una nivelación generalizada que tarde o temprano desembocará en la tiranía de la muchedumbre.

Síntomas de esta tiranía son la inestabilidad del Poder Legislativo, el ejercicio frecuentemente arbitrario de los funcionarios, el conformismo de las opiniones, así como una disminución de hombres confiables en la escena política. Y es que, para él —y como hemos tenido oportunidad de comprobar los ciudadanos de sistemas democráticos—, el poder sin frenos siempre es nefasto, sin importar si se trata de una monarquía o una república. El problema político por excelencia así, no es el de quien detenta el poder político, sino el de la manera de limitarlo y controlarlo. Hay una incompatibilidad esencial, entre la libertad personal, fundada en la independencia moral y sentimental, con el ideal igualitario de una sociedad compuesta, lo más posible, de individuos semejantes en gustos, aspiraciones y condiciones. El autor francés continúa su disertación sobre la democracia, previendo que a la larga ésta degenerará en tiranía, en la medida en que el gobierno centralizado se hará todo poderoso y omnipresente, como efectivamente comienza a suceder en nuestros días.

Al principio de este trabajo nos referimos al triunfo de Donal Trump como el ejemplo paradigmático y más consecuente de los vicios y carencias de la democracia moderna. No es ningún secreto que el éxito de su campaña derivó, en gran medida, de su relación con los medios masivos de comunicación, los cuales se han constituido en nuestros días como mecanismos y operadores fundamentales en la construcción de éxitos políticos. En el siglo XXI los medios de comunicación han potenciado de manera exponencial la tendencia de la política a la demagogia y convertido en requisito sine qua non, para lograr un cargo de elección popular, el propagar un mensaje simple, pero contundente, emotivo y carente de racionalidad, que pueda ser aceptado y conocido de manera inmediata por todos sus destinatarios. Igual que si se tratara de colocar un producto, la democracia moderna busca situar, mediante el uso indiscriminado de los medios de masas, más que un discurso intelectual y propositivo, un artículo chatarra de escaso valor.

La importancia de los medios masivos de comunicación en los procesos democráticos nunca será lo suficientemente ponderada, para hacernos una idea de su importancia podemos decir que comunicar es una condición indispensable para hacer política, a través de ella —es decir, la comunicación— los actores políticos buscan convencer a la ciudadanía, justificarse ante ella y lograr una aprobación que legitime sus acciones. La actuación e impacto de los medios en el ámbito político contiene medios que pueden llegar a ser determinantes en el desarrollo de una sociedad concreta. Y es que no se debe pasar por alto que los medios masivos de comunicación tienen su propia agenda, en la que se hallan contenidas sus propias prioridades. De esta suerte, el ciudadano no tiene la posibilidad de conocer la información total que se relaciona de manera directa con un evento político.

Es indiscutible que, en nuestros días, los medios masivos de comunicación se han constituido en un factor real de poder, con grandes medios y recursos económicos y humanos a su disposición, lo que les da una enorme influencia en el ámbito político, al ser ellos, justamente, las entidades que intervienen de manera directa en la formación de la opinión de los posibles votantes. Por virtud de una curiosa inversión, las sociedades democráticas han sobrepasado a los sistemas totalitarios, y al día de hoy son, con ironía, las que se ven más manipuladas por la propaganda.

Finalmente, en el contexto de un trabajo acerca de la democracia no queda sino remitirnos a algunos datos científicos sobre la naturaleza de los seres humanos, para hacernos una idea sobre el alcance e influencia que los medios masivos de comunicación pueden tener en ellos cuando se constituyen en votantes. Así tenemos que, en El federalista, James Madison se jacta de que, en la recientemente fundada nación norteamericana, contrario a lo que acontecía en Europa, se ha apelado a la razón y su innato sentimiento de justicia, y que, por tal razón, han instituido un gobierno moderado, basado en la libertad personal y en el fomento de la capacidad de elegir a sus dirigentes. De esta manera se alejaron de forma radical, según el autor referido, de la concepción del viejo mundo, donde se daba por sentado que el hombre es malo por naturaleza y que para mantener la sociedad era indispensable un uso continuo e indiscriminado de instituciones coactivas. Después de la experiencia del siglo XX, que ha puesto de manifiesto el grado de barbarie y brutalidad que pueden alcanzar los seres humanos, la afirmación de Madison, no puede sino parecernos ingenua y desacertada; en el hombre hay una propensión al mal, como dijera Kant, y se encargará de demostrar Freud, “los seres humanos son mucho menos racionales e innatamente justos de lo que los optimistas del siglo XVIII suponían”.

Así, es innegable que los seres humanos presentan una predisposición continua a las salidas irracionales y las respuestas instintivas semejantes a las que pueden apreciarse en otros mamíferos. El hombre puede verse influido o manipulado en su toma de decisiones y en su percepción de la realidad si se ve sometido de manera continua a estímulos violentos que alteren su sistema nervioso. En consonancia con los estudios de Pavlov se puede crear en los hombres hábitos y conductas espontáneas que en argot científico reciben el nombre de reflejos condicionados.

Ninguna investigación sobre la susceptibilidad y posible manipulación humana estaría completa sin una alusión a la teoría psicoanalítica. Entonces tenemos que, dentro de las observaciones más trascendentales de Sigmund Freud se encuentra el que los hombres, cuando forman parte de una muchedumbre, dejan de pensar de modo racional y se tornan más susceptibles a los designios de un discurso que apele a la violencia; que cuando se encuentran atomizados abandonan el uso de la razón y tienden a las actitudes espontáneas e instintivas. En palabras del médico vienes, cuando el hombre forma parte de una masa:

Se presenta la desaparición de la personalidad consciente, el predominio de la personalidad inconsciente, la orientación de los sentimientos y de las ideas en igual sentido, por sugestión y contagio, y la tendencia a transformar inmediatamente en actos las ideas sugeridas, son los principales caracteres del individuo integrados en una multitud. Perdidos todos sus rasgos personales, pasa a convertirse en un autómata sin voluntad.

Como se ve, los datos expuestos hasta aquí nos dan un panorama bastante desalentador, que no hace sino agravarse en la medida en que consideramos la influencia tan predominante que ejercen en los procesos de elección democrática los medios masivos de comunicación; a la natural predisposición humana, a la credulidad y el fanatismo hay que sumar su perniciosa influencia que la fomenta y mantiene en favor de la manipulación política. Así, al término de este trabajo no podemos sino concluir, teniendo en consideración las condiciones analizadas, que en nuestros días realmente no se puede hablar de un gobierno participativo, más bien, como fue el planteamiento original, al hablar de democracia no hacemos sino referirnos a un mecanismo de control de masas, que legitima en un plano ideológico a una forma de gobierno excluyente y cerrada.

Empero, la conclusión a la que se llega no impide hacer una reflexión final en el sentido de que el déficit de la democracia puede ser significativamente reducido si se apuesta por una reorientación realista de algunas políticas públicas que permitan la creación de una base ciudadana real, esto es, capaz de participar en el gobierno con acciones más efectivas que el simple depósito de una papeleta en una urna. En uno de sus ensayos más penetrantes sobre la nación, refería el ilustre Alfonso Reyes que a los mexicanos nos ha sido negado el tener acceso al hombre; que la pobreza y las carencias han aniquilado las posibilidades de desarrollo de nuestro potencial latente, que a lo largo y ancho de este país se extiende, como una sombra, el fantasma de la pobreza que mantiene a miles de personas en una existencia infrahumana. El remedio que propone es el de “alfabeto, pan y jabón”, medicina efectiva que no sólo resulta beneficiosa para el subdesarrollo económico y material, sino también para el político. Por eso, al final de este ensayo hacemos nuestro ese lema y asumimos que cuando haya una reducción real de la pobreza, una alfabetización generalizada y un desarrollo humano completo, entonces la democracia verdadera “nos será dada por añadidura”.


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