Entre corruptos y corruptores
Publicado el 26 de abril de 2019
María Fernanda López Serna
Estudiante de la Maestría en Política Criminal, División de Estudios de Posgrado de la
Universidad Autónoma de San Luis Potosí
ferloop@hotmail.com
Uno de los problemas sociales de todos los tiempos es el fenómeno de la corrupción, que aqueja a los individuos de todas las naciones con base en la explotación de la necesidad, en cualquiera de sus formas, a grado tal que se ha permeado de mil maneras, y a pesar de las buenas voluntades, para tratar de controlarla y muy utópicamente erradicarla, en la planeación y programación de medios para tal fin se manifiesta un desaliento y resignación por la avasalladora fuerza cultural que la mantiene y la fortalece, de tal manera que resignadamente se ve por algunos como un mal necesario, por estar en la creencia de que forma parte de la naturaleza humana.
Es por ello que es necesario buscar las causas de esta situación, por lo que bien vale preguntarse: ¿por qué se considera que el fenómeno de la corrupción se genera dentro de nuestra sociedad?
La sociedad mexicana no está exenta de tal problema, pues abarca desde la célula de la sociedad, como es el núcleo familiar, en algunos hogares, y así como en las grandes organizaciones como el Estado, a través del grupo en el poder que lo rige.
Pareciera que de extremo a extremo se produce este fenómeno antisocial, todo lo que pudiera construirse hacia valores auténticamente positivos al interior de cada hogar se derrumba ante la puesta en marcha de compra de voluntades, en un ámbito en el cual bien debería imperar el buen ejemplo, sin embargo se producen los comportamientos bastante humanos, con sus virtudes y defectos, que al externarse en conductas desviadas y ser descubiertos por otros congéneres se opta por prostituir la voluntad de éstos mediante la una promesa de dadiva o la entrega de la misma, a efecto de que adopte una postura connivente y encubra el indebido comportamiento.
Con ello se sostiene que el hombre en sí no nace corrupto ni tiene genéticamente tendencias y predisposiciones a corromperse, sino que es el contexto el que lo propicia, derivado de la mala formación informal hogar adentro, en el cual se han aceptado prácticas corruptivas cotidianas al no ser primeramente honestos consigo mismos sus integrantes y de practicar el criterio de: “has lo que digo y no lo que hago”, y el niño lo aprende como parte de su cultura, y lo fomenta, pero en antivalores, o si acaso en valores difusos en que lo malo ya no es tan malo, pues se ha enseñado a encontrar una justificación para todo. Como ejemplo doméstico podemos citar el “no le digas a tu papá” si es la madre quien lo pide, o “no le digas a tu mamá” si es el padre, luego el menor observa y escucha la compra de voluntades por los progenitores a los empleados de los servicios públicos para evadir obligaciones o sanciones o agilizar trámites o, acaso más, llegado el caso de la educación formal en las escuelas, ante la incompetencia de los padres para apoyar la educación con las explicaciones de temas y problemas en las tarea escolares, y ante la falta de rendimiento, optan por la dádiva al docente a efecto de que considere al niño(a) y no lo repruebe, generando con ello a los ignorantes por corrupción familia-escuela, y lo que realmente aprende es que todo se facilitará por medio de la dádiva.
En el otro extremo está la gran organización como es el Estado, que está imbuida en prácticas corruptivas, pocos se salvan o siguen la corriente para no verse privados de “los pequeños privilegios”, de satisfactores que les permiten vivir acorde a su estatus en la estructura gubernamental, pareciera que se necesitara de una vigilancia extrema sobre cada individuo en los espacios burocráticos, sin embargo atentaría contra el principio de confianza que se genera en las relaciones interpersonales de subordinado a superior, y la realidad nos marca la manifiesta pérdida de control respecto a las actividades laborales en las oficinas gubernamentales, que brinda bastantes oportunidades de producirse el intercambio de favores de los burócratas entre sí y entre el burócrata y el particular requirente del servicio público.
Como causa generadora de la corrupción se tiene a la desordenada ambición del individuo corrupto, con el íntimo deseo de poseer lo que escasos individuos tienen, si lo tomamos en el más negativo de los sentidos éticos, si partimos de la idea de que los corruptos desean fervientemente ser los poseedores de bienes, y al elegir entre las múltiples formas de obtenerlos, se deciden por aquellas que permitan colmar sus propios intereses. Sin soslayar en estas reflexiones que la ambición del ser humano no tiene límites, dado que busca a cada momento superar metas y, por ende, el corrupto procura el máximo de los beneficios en un tiempo mínimo. Lo que lleva a hacernos el siguiente cuestionamiento: ¿se podrá creer que sea posible erradicar esta problemática? Pues bien, la respuesta idónea seria ¡jamás!, pues la ambición forma parte de la naturaleza de individuo, pero negativa, dado que el ser humano nunca está satisfecho, siempre ambiciona vencer nuevos retos, no es conformista, se supera, es proactivo, el gran reto personal que lo pone a prueba diaria, consigo mismo, puede llevarlo a tener una desordenada ambición y caer en la corrupción que dañará a otros, requiriéndose para corregirlo en que sea propositivo, que lo lleve a conducirse en la forma correcta; la corrupción no es factible erradicarla, sólo es controlable.
¿A mayor corrupción, es factible endurecer la norma penal para controlar este fenómeno?
Partimos de la idea de que la ley penal deja al ser humano en libertad de autodecidir si acata o no sus mandatos o prohibiciones, no lo ata, lo deja a su libre arbitrio, obedecerla o contravenirla, de ahí que por más intimidatoria que fuera la sanción, es el propio ser humano quien conforma su conducta dentro del orden normativo o tiene que arrostrar sus graves consecuencias, al ser ésta endurecida por el legislador todo queda en él, si es que influye o no en su ánimo de conculcar sus disposiciones.
Mas el punto fino está no en la norma en sí ni en el propio destinatario, pues aparte que de él, es en los representantes de ella, como las autoridades encargadas de cumplirla y hacerla cumplir, quienes serán los obligados de hacer efectiva su punibilidad, actuando con esmero en las actividades preventivas, para evitar la comisión de conductas, en este caso corruptivas, antes de que sucedan, y si es ex post facto, avocarse diligentemente a la indagación de los actos que motivaron su funcionamiento, a fin de que el contraventor de cuenta ante ella de sus acciones, lo grave es que llegado el caso los representantes de la ley sean objeto de los actos de los corruptores y en un momento dado no cumplan con su cometido por haber incurrido en actos de corrupción para no hacer la norma efectiva. Esto último es el mal que aqueja al sistema jurídico en general, y es más impactante en el rubro de lo penal que es la última ratio del derecho por la severidad de su sanción.
Por lo que nace la interrogante ¿qué medidas se podrían implementar para llevar a cabo un efectivo combate contra la corrupción, especialmente entre la sociedad y servidores públicos?
La respuesta sería que ante todo con una educación familiar, basada en los valores éticos, que vaya formando a los futuros ciudadanos, evolutivamente, en personas de principios, mediante los cuales se puedan normar las tomas de decisiones que no comprometan la dignidad de la persona, que vaya perfilándose la persona íntegra, la persona digna, que se autocontrola, que goce correctamente de su autonomía, de su autodisciplina, de fortaleza para no caer en las tentaciones de la corrupción, que inspira una auténtica confianza en él.
Para el caso de la sociedad, y el Estado, que está inmersa en esta tendencia, sólo con el convencimiento de los integrantes de la propia sociedad, iniciando con programas éticos, intrafamiliares, de una misma cuadra, colonia, zona, con apoyo de organismos civiles, con la colaboración de instituciones educativas, que sensibilicen a los miembros del núcleo familiar sobre la ventaja de no incurrir en prácticas corruptivas, con un seguimiento efectivo del programa para ver los resultados a corto y mediano plazo. A su vez, los organismos civiles anticorrupción, con apoyo de instituciones educativas, organizar talleres de sensibilización para empleados y funcionarios de las entidades gubernamentales, de las ventajas de las buenas prácticas para prevenir las conductas de los corruptores, que pretendan hacerlos incurrir en conductas desviadas, haciendo eficaces las normativas que están ya diseminadas, pero que deje de tener el mismo valor del papel en que están escritas, y sin desánimo oponerse sistemáticamente a la mala práctica de la entrega de la dádiva, en económico o en especie, pues “no hay corruptos, sino corruptores”; se debe fomentar la cultura del reconocimiento en las organizaciones familiares, sociales, empresariales y estatales del comportamiento ético, pues es ahí donde el esfuerzo de las buenas prácticas es reconocido, y no de manera subrepticia e inmoral.
Se puede decir que la corrupción en nuestro país es manifiesta, desde los pequeños contribuyentes, que para no pagar una multa de tránsito o acelerar un trámite entregan su dádiva, hasta los corruptos de “cuello blanco” que, en pro de sus intereses, compran voluntades para acrecentar sus capitales, y en el servicio público, se auspicia con cinismo al pedir abiertamente para “el refresco” o el otorgamiento de una concesión sin los requisitos legales, fomentando la connivencia.
La corrupción es controlable, no erradicable, puede llegar a su mínima expresión si los integrantes de la sociedad mexicana tienen la voluntad de hacerlo y los gobernantes tienen la voluntad política de hacer efectivas las medidas de control ya establecidas.
Es una responsabilidad compartida, pues la sola autoridad no puede la mayor medida la dio el jurista Ulpiano hace siglos al establecer estos principios jurídicos: “honeste vivere, alterum non laedere, suum quique tribuere” [vivir honestamente, no dañar al otro y dar a cada quien lo que le corresponde], los escépticos dudan de su efectividad, sin embargo, cuando se hace uso de la única fuerza superior a la de la naturaleza y de las armas creadas por el hombre, como la fuerza de voluntad, todo es posible de vivir sin hacer uso de la corrupción.
Formación electrónica: Yuri López Bustillos, BJV
Incorporación a la plataforma OJS, Revistas del IIJ: Ilayali G. Labrada Gutiérrez