Democracia y poder1

Publicado el 24 de julio de 2019

Javier Quetzalcóatl Tapia Urbina
Profesor de la Facultad de Derecho, UNAM, y del Posgrado de Derecho en el
Centro de Investigaciones Jurídico Políticas, de la Universidad Autónoma de Tlaxcala
email tapiaurbina@yahoo.com.mx
twitter@JavierQ_Tapia

Se ha cumplido un año desde aquel día de las elecciones federales del 1o. de julio de 2018, en que resultara elegido Andrés Manuel López Obrador como presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, así como gran número de diputados y senadores al Congreso de la Unión, del partido político Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA).

Y luego de vivir los primeros seis meses del gobierno del presidente, con un día a día inundado de informaciones contrapuestas; donde el nuevo estilo de gobernar rompe formatos, costumbres, tradiciones, reglas no escritas de carácter político, protocolos y demás actos que dejan a más de uno atónitos, incrédulos y de sumo asombrados por decisiones, declaraciones o posiciones asumidas por el mismísimo presidente, es inevitable hacer algunas reflexiones.

Por supuesto, declaraciones como que “gobernar no tiene mucha ciencia”, detonan en el acto el fundamentalismo de políticos y no políticos acostumbrados a ver en la figura presidencial un personaje modelo o mejor dicho, al modelo ficticio de mexicano que quieren presentar ante el exterior, quizá un sabio o intelectual cualquiera -de esos que gusta de presumirse egresados de Harvard-, cuya formación es a tal nivel que, una vez encumbrados en la más alta magistratura del país, es un verdadero milagro o privilegio para la prole, lograr bajarlo del tabique para tocarlo.

Pero con independencia de posturas ideológicas o políticas, incluso intelectuales, como mexicano de a pie -como dicen algunos amigos- voy asumiendo con mediana prudencia una idea de la democracia. Una que va más allá de un limitado entendimiento como: procesos y procedimientos electorales, elecciones, votaciones y resultados.

Entender la democracia es asumir los retos del día a día, nunca libres de complicaciones; nunca exentos de vicisitudes o de malos ratos, por el contrario, siempre plagados de diferencias de pensamientos, de concepciones, de significados, de simbolismos, de ideas, de apreciaciones, etcétera, pero todo esto hacia un mismo punto, enfocado hacia un único objetivo, vivir en un mundo mejor, en un México de oportunidades para todos, con armonía y paz.

La democracia la vivimos día a día, sustentada en las libertades de las personas y en el respeto a los derechos humanos como pilar del llamado Estado Constitucional y Democrático de Derecho.

Expresiones de inconformidad por las políticas adoptadas por el gobierno del presidente López Obrador y por las mayorías morenistas en el Congreso de la Unión, son prueba fiel de que vivimos en una democracia que nos reconoce y concede las libertades para expresarnos, así justamente como se hizo ahora con la marcha convocada para protestar contra las referidas políticas.

La exigencia misma de resultados a una administración que inició hace seis meses, es por supuesto válida y necesaria. Cumplir los compromisos de campaña es responsabilidad de los políticos y administradores, de la misma manera que es responsabilidad de los ciudadanos no sólo manifestar nuestras inconformidades o desacuerdos, sino proponer con apertura a los cambios, no con la necedad o cerrazón para volver a esquemas tradicionales que ya fueron probados y que han cobrado altos costos para la sociedad.

Nuestra sociedad hay que reconocer que se desarrolla a pasos agigantados, de la misma manera las necesidades crecen exponencialmente y todo ello requiere de la prudencia, tolerancia y respeto a nuestras diferencias de pensamientos, a nuestras instituciones democráticas, así como a las autoridades y representantes populares, elegidos bajo un sistema político electoral establecido en nuestra Constitución Federal.

La democracia ni se declara, ni se decreta, se vive. En un Estado Constitucional como el nuestro, la democracia se percibe con la existencia de contrapesos políticos -dígase entre los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial-, no puede limitarse a la concepción o idea de contrapuestos -que es distinto-. Antes bien, son elementos complementarios entre sí, toda vez que mientras al titular del Ejecutivo, por ejemplo, corresponde administrar e intervenir de manera incisiva en la economía del Estado mexicano, para que esa labor se realice de manera legítima, efectiva y más conveniente, requiere del acompañamiento de desarrollos normativos, producto de la labor de los legisladores.

De lo anterior podríamos desprender una serie de componentes del constitucionalismo que nos llevarían al estudio del control del poder como una pieza clave para el sostenimiento de la democracia, sin embargo, esa es otra historia. Por lo pronto diremos que quizá hablar del control del poder, debe conducirnos a aceptar que todos somos corresponsables del ejercicio del poder, en la medida que dicho ejercicio se realiza por las personas elegidas mediante el poder de nuestro voto libre y secreto.


NOTAS:
1 Se reproduce con autorización del autor, publicado en Primera Voz, el 3 de julio de 2019.

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