Oratoria actual1

Publicado el 29 de octubre de 2019

José Dávalos Morales
Profesor de Derecho Laboral en la Facultad de Derecho de la UNAM,
email josedavalosmorales@yahoo.com.mx

La oratoria actual es directa, no requiere rodeos. Parece que la gente le dice al orador: “Lo que vas a decirme dímelo ya…” “por tanto…” “luego entonces…” “en conclusión…” La gente vive la rapidez de nuestro tiempo, cada quien tiene sus ocupaciones personales. Por eso le interesa escuchar el mensaje del orador, pero ya. La introducción del discurso no tiene adornos, se va al grano.

En la Facultad de Derecho de la UNAM, que dirige el doctor Raúl Contreras Bustamante, el sábado anterior concluyó la 38 edición del Curso de Oratoria como Fundamento de la Argumentación Jurídica, que imparte quien escribe estas líneas. La ceremonia de clausura la presidió, en representación del Director, el jefe de la División de Universidad Abierta, doctor Tito Armando Granados Carrión, en el Aula Magna Jacinto Pallares de la propia Facultad.

Hablaron siete alumnos del Curso. Entre las ideas ahí expresadas se dijo que la gente no tolera que se pronuncien en los discursos palabras soeces; los oradores lo hacen para buscar de esa manera acercarse con el auditorio, pero los resultados son contrarios. Las palabras altisonantes denigran a quien las dice y ofenden al público.

También se dijo que la importancia de un discurso no se mide por su extensión, sino por el contenido del mensaje que se da a la gente. Como decía Baltazar Gracián, el discurso breve y bueno es dos veces bueno. En el siglo anterior las personas se detenían a leer los desplegados extensos que publicaban las agrupaciones políticas, los mensajes de ahora se dan en pocas líneas.

El miedo de hablar en público se quita sabiendo bien lo que se va a decir. No se vale aquel argumento de que perdónenme, porque no preparé el discurso o la conferencia, no tuve tiempo de hacerlo. Esto entraña falta de respeto hacia el auditorio. Se puede improvisar el discurso, es decir, expresar lo que se conoce, pero jamás se vale hablar improvisadamente lo que se va ocurriendo.

El orador no anuncia que ya va a terminar; cuando sucede esto, el auditorio piensa que al que habla ya se le atoró la carreta y hay que oírle otros avisos de su conclusión. El orador termina su discurso sin anunciarlo, lo hace como cuando se pone el sol, sin relámpagos espectaculares.


NOTAS:
1 Se reproduce con autorización de el autor, publicado en La Prensa, el 26 de octubre de 2019.


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