Francisco Franco Bahamonde (1892-1975): el generalísimo de España se enfrenta a su partida del
Valle de los Caídos

Publicado el 5 de noviembre de 2019

Alfonso Guillén Vicente
Profesor-investigador de la Universidad Autónoma de Baja California Sur
emailaguillenvic@gmail.com

El 24 de octubre de 2019 fue la fecha que el gobierno del Partido Socialista Obrero Español fijó para la exhumación de los restos del llamado Caudillo de España para llevarlos, del enorme monumento que él dispuso para su descanso final, al cementerio de Mingorrubio, donde descansan los restos de su mujer, Carmen Polo y Martínez Valdés.

Este traslado se realiza en medio de la campaña electoral que enfrenta a los partidos de derecha y las organizaciones de izquierda en un nuevo intento de formar un gobierno estable para los españoles.

La enorme difusión a este evento contrasta con aquel primer aniversario del fallecimiento del dictador, en noviembre de 1976, cuando un ministro del régimen de transición a la democracia le comentó al académico de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, el español Enrique Ruiz García, que “el acto conmemorativo de la muerte de Franco en el Valle de los Caídos fue un acto solitario, vacío, helado. Franco parecía haber muerto hacia un siglo” (España hoy. Política, economía y sociedad en la transición democrática, UNAM, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, 1979).

Francisco Franco, nacido en Galicia en El Ferrol, entre el 3 y el 4 de diciembre de 1892, llegó a Marruecos en 1912, como oficial egresado de la Academia Militar de Toledo. En el norte de África, su país desarrollaba su última guerra colonial.

Para 1920, ya comprometido en matrimonio con Carmen Polo, es designado para ser el segundo comandante de la Legión Extranjera, lo que Ruiz García llamó “ese ejército de profesionales de la negación de la vida”, cuyo lema lo decía todo: ¡Viva la Muerte!

Su experiencia en el norte de África la trasladará a la Guerra Civil española, en compañía de sus moros, con el exterminio del adversario como su principal pendón.

La anécdota contada al profesor Enrique Ruiz por uno de los ministros del generalísimo es reveladora del alcance de su dictadura:

En plena guerra (civil), en el Cuartel General de Burgos, subí un día a sus oficinas. Sus secretarios estaban calmos. Me asomé a la puerta de su despacho. Franco estaba sentado ante una mesa donde había dos pilas, aparentemente, de documentos. El generalísimo tomaba chocolate con churros. Suspendía la comida y firmaba depositando, unas veces, un documento a la derecha; otras a la izquierda. Volvía al chocolate. Pregunté qué hacía el general. Me dijeron: firma las sentencias de muerte o los indultos (ibidem, p. 57).

En la madrugada del 20 de noviembre de 1975 terminaron sus días —los 39 años que marcaron la historia contemporánea de España—después de una serie interminable de operaciones quirúrgicas. Todavía uno de sus últimos consejos de ministros lo presidió llevando consigo un aparato que medía sus signos vitales, conectado a un circuito cerrado de televisión para que sus médicos lo monitorearan desde una habitación contigua.

Atrás quedaron sus huellas: la proyectada operación inglesa, denominada Goldeneye —bajo la conducción de los legendarios agentes al servicio secreto de su Majestad Británica— para impedir, en 1942, que Franco se involucrara definitivamente con Hitler. La visita de Eva Perón a España, en junio de 1947, para refrendar el apoyo de Argentina a un dictador aislado, después de la derrota de los nazis, con una cantidad nada despreciable de alimentos (400 mil toneladas de trigo; 120 mil de maíz, 25 mil de carne; 50 mil cajas de huevos; 10 mil toneladas de lentejas). Y algo muy importante: el tránsito de una España autárquica, de principios de su dictadura, al predominio del Opus Dei y los acuerdos con la OCDE en 1958; de un país que se mueve desde la entrada en vigor de la Ley de Sucesión en 1969, que pondría a Juan Carlos de Borbón en su línea sucesoria, a la tensión entre el gobierno franquista y la iglesia vasca.


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