Premios1

Publicado el 9 de enero de 2020


Luis de la Barreda Solórzano

Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas y coordinador del Programa
Universitario de Derechos Humanos, UNAM,
email lbarreda@unam.mx

La decisión de la Academia Sueca de entregar el Premio Nobel de Literatura al escritor austriaco Peter Handke ocasionó la indignación de importantes autores, entre ellos Salman Rushdie, y la reprobación del PEN-Internacional y de víctimas del genocidio en Bosnia-Herzegovina. El motivo son los escritos y declaraciones de Handke sobre las guerras balcánicas de los años noventa y sus gestos hacia Slobodan Milošević, quien fuera presidente de Serbia y falleciera en una celda de La Haya mientras se le juzgaba por crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad y genocidio.

“Me chocó que se premiase a alguien que fue amigo de Slobodan Milošević y ha dedicado su carrera a defender a un enemigo de masas”, ha declarado Emir Suljagić, director del Memorial de Srebrenica, donde en julio de 1995 las tropas del general serbobosnio Ratko Mladić asesinaron a 8,372 varones musulmanes. Por su parte, Gun-Britt Sundström renunció al Comité del Nobel, encargado de seleccionar a los candidatos, y el escritor e historiador sueco Peter Englund, integrante de la Academia, anunció que no asistiría a la ceremonia de premiación.

Alfred Nobel dejó dicho en su testamento que el premio debía recaer en “quien haya producido en el terreno literario la obra más destacada de una tendencia idealista”. Desde hace 118 años, cuando el Nobel de Literatura se concedió por primera vez, los académicos se han preguntado por el significado del término “idealista”. ¿La tendencia idealista hace referencia a una literatura no ideologizada o, por el contrario, quiere decir comprometida con una causa que se considera plausible? ¿La obra idealista es la que revela los ideales del autor? ¿Pero todos los ideales son admirables? ¿No queda claro, siniestramente claro, que ciertos ideales han ocasionado muchas muertes y enorme sufrimiento?

Lo primero que hay que precisar es que Handke no justificó el genocidio. Se reunió con el criminal de guerra Radovan Karadžić, negó legitimidad al Tribunal Penal Internacional para los crímenes de guerra en la antigua Yugoslavia y pronunció un discurso en el entierro de Milošević, pero su postura sobre la masacre de Srebrenica no deja lugar a dudas. Hanke aseveró que el de Srebrenica es “de lejos el peor crimen contra la humanidad cometido en Europa desde la guerra”, una “venganza abominable de las fuerzas serbias”, aunque señala que estuvo precedido por otro “crimen al que conviene el término de genocidio” de las fuerzas musulmanas.

Más allá de la discutible interpretación del escritor austriaco —crimen terrible en venganza de otro crimen terrible—, es de advertirse que en otras ocasiones se han otorgado distinciones, incluso el Nobel, a autores que han manifestado abiertamente su simpatía por dictaduras cuyos dirigentes han perseguido, encarcelado y asesinado a muchos seres humanos. Recibieron importantes galardones el francés Louis-Ferdinand Céline, admirado autor de Viaje al fin de la noche, quien escribió panfletos antisemitas y filonazis durante la ocupación de su país por las fuerzas de Hitler, y el estadunidense Ezra Pound, quien, simpatizante de Mussolini, arengó desde la radio italiana a los soldados de su país a desertar y a difundir la propaganda nazi contra los judíos, por lo cual fue recluido en un manicomio.

La Academia Sueca decidió otorgar el Nobel al poeta chileno Pablo Neruda, apologista de Stalin y aplaudidor de la represión a escritores rusos disidentes, y a Jean Paul Sartre —quien lo rechazó—, partidario de la revolución cultural china. Como es sabido, el estalinismo y el maoísmo nada tienen que envidiar a Hitler en su furor persecutorio y asesino. Uno y otro encarcelaron o asesinaron a millones de inocentes. Otro Premio Nobel, Gabriel García Márquez, nunca dejó de manifestar su admiración a Fidel Castro, responsable de múltiples ejecuciones tras juicios sumarísimos, encarcelamiento de disidentes y una obsesiva persecución contra los homosexuales, a quienes se les confiscaron propiedades y se internó en campos de reeducación.

Grandes novelistas, poetas, filósofos, pintores y cineastas, entre otros creadores, han asumido posturas políticas indefendibles, las cuales no restan calidad a su obra. Una pregunta difícil: ¿esas posturas —sin duda abominables— debían inhabilitarlos para ser objeto de reconocimiento público? ¡Gulp!


NOTAS:
1 Se reproduce con autorización del autor, publicado en Excélsior, el 19 de diciembre de 2019.

Formación electrónica: Yuri López Bustillos, BJV
Incorporación a la plataforma OJS, Revistas del IIJ: Ilayali G. Labrada Gutiérrez