Año cero: una crónica de la política mexicana actual

Publicado el 13 de enero de 2020

Brandon Arturo Lemus Ramos
Licenciado en Derecho por la Facultad de Estudios Superiores Acatlán, UNAM
emailbrandonlemus4010@gmail.com
twitter@brandonlemus404

En el filme They Live del director John Carpenter, el protagonista encuentra unas misteriosas gafas que le hacen ver la realidad a través de ellas. En la cinta muestra que muchos elementos de la vida cotidiana son en realidad partes de una conspiración de control social de extraterrestres; los anuncios publicitarios, los productos, e incluso algunas personas son aliens inmiscuidos en la sociedad. La película es una crítica a la ideología y de cómo ésta penetra hasta volverse invisible, pero dicho sistema tiene un origen, casi siempre la ideología es instaurada con un hecho violento que destruye valores y los reemplaza desde la raíz, esto, junto con la tradición, termina por construir un sistema ideológico firme y dogmático, invisible a la vista común, tal como en el filme.

La ideología, en palabras del filósofo marxista esloveno Zissek, es una patología inserta en el subconsciente, es en realidad un síntoma de algo mucho más profundo que se enlaza de las preferencias, traumas e inseguridades individuales en conjuntos colectivos, de ahí la persistencia de negar las acciones que se encaminan en la visión del mundo.

Particularmente, desde la victoria en 2018 del proyecto de Morena se ha desplegado una nueva ideología imperante que tiene como características una teatralidad política, es decir, en vez de hacer realidad la política se queda en un discurso y una escenificación teatral de lo que debería de ser, para ello tomamos como ejemplo la puesta en escena del “rescate” de la parafernalia mexicanista e indigenista, ante la falta de voluntad de reconocer la personalidad jurídica de los pueblos indígenas, o de manera más vinculante los “programas sociales de becas”, los cuales son sólo pseudojusticia social. Independientemente de las buenas intenciones del nuevo régimen, se vean obstruidas por la realidad geopolítica-económica (es decir, la dificultad de enfrentar los procesos capitalistas de mercado, principal obstáculo para la justicia social), lo preocupante de este nuevo pensamiento es la anunciación de dogmas que enfrascan estas actitudes políticas, con consecuencias como el autoritarismo, el totalitarismo, la falta de crítica y, por supuesto, el abuso y violaciones a los derechos humanos.

Las reformas que hasta el día de hoy ha emprendido el nuevo régimen tienen el carácter de estructurales, pero en el sentido de que se va afianzando un régimen con cimientos autoritarios y centralistas: la designación de los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, la titularidad de la presidenta de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos y, por supuesto, el aseguramiento de una fuerza armada política y leal al régimen central, nos referimos a la instauración de la Guardia Nacional.

Pero ¿por qué un proyecto hegemónico alternativo a la anterior política tecnocrática es tan poco potente? Y más aún, ¿por qué se parece mucho la alineación de sus miembros a los del proyecto capitalista? En este sentido, trataré de responder las preguntas anteriores, las respuestas nos brindaran un punto de vista para afirmar que estamos ante un nuevo proyecto de destrucción histórica para establecer un nuevo orden, cuyo año cero ya ha sido traspasado.

Tomé el trabajo de Zissek por una sencilla razón: se ha especializado en analizar la cultura pop y sus efectos psicológicos dentro de la ideología, con mucha razón; esto sería al estilo de Gramsci que la superestructura define la infraestructura, es decir, si no hay un cambio cultural tampoco existe un cambio profundo político y económico. En palabras más sencillas, el proyecto de nación que hoy se quiere construir es la técnica más refinada del gatopardismo mexicano, cambiar todo para que todo, a su vez, siga igual, con un componente que el capitalismo tecnocrático no tenía: la legitimidad, y en términos ideológicos la legitimidad es fanatismo, con todas las desastrosas consecuencias que esto trae.

En este orden de ideas, la superestructura definida por las relaciones privadas y culturales ha sido la misma con pequeñas modalidades desde la Revolución Francesa; ha sido el relato del individuo y sus potencialidades, la negación a la vida comunitaria, la aversión al otro y la búsqueda del rango social dentro de una jerarquía burguesa, las profesiones libres se opusieron a los gremios solidarios medievales, el consumismo se adelantó a la concepción espiritual; en resumen, las ideologías provenientes de la democracia liberal e iluminista resultan materialistas y van encaminadas al proyecto de mercado. Ningún régimen autodenominado “alternativo” podrá hacer frente a los desastres provocados por el capitalismo dentro de estas normas iluministas.

Un ejemplo de esta impotencia son las dos reformas que no pasaron la prueba de acción: la reforma sobre etiquetado de alimentos procesados, el cual siguió un diseño ortodoxo y sin efectos reales de advertencia de los daños de este tipo de alimentos, y el paquete fiscal para 2020, donde se propuso que varias empresas que no pagan impuestos se gravaran, nos referimos a los impuestos a las plataformas digitales como Uber, Spotify, Netflix, entre otros servicios, ninguna de ellas se concretó.

Estas pruebas de acciones sencillas fueron muestra de la falta de voluntad real de este falso proyecto alterno de nación. La cultura o infraestructura seguirá siendo la de los mercados y el consumo, la banca internacional, la negación del multiculturalismo y los atentados contra la dignidad de la nación mexicana.

Sin embargo, estas políticas siguen teniendo un gran apoyo y simpatía por parte de las masas, sencillamente se han ideologizado y como parte de un esquema amigo/enemigo han tomado partido en esta destrucción cultural enajenante, así como lo hicieron las “revoluciones” a lo largo de la historia. Un claro ejemplo filosófico y sociológico del carácter destructivo y enajenante de las “revoluciones enajenantes” es el trabajo del filósofo alemán Arthur Moeller van den Bruck, donde señala la diferencia entre el conservadurismo de la revolución y la reacción.

Identificamos a la reacción como todo intento de obstrucción al cambio social, primigeniamente por parte de sectores plutocráticos y elitistas, es decir, grupos y esferas de poder que intentan mantener sus privilegios; a su vez identificamos a la revolución como toda destrucción y anarquía de valores y órdenes establecidos. Sin embargo, estos dos términos de reacción y revolución no se contraponen sino que se complementan, ya que sirven en dos pasos, la revolución destruye valores establecidos y la reacción mantiene privilegios.

Cualquier proyecto hegemónico destruiría los valores en primer término, son los valores los que estorban para la enajenación y dominio del hombre, si el espíritu se quiebra no hace falta dominar al cuerpo; de la misma forma, si la cultura se controla, los movimientos sociales y las “oposiciones” nunca serán un peligro.

De ahí el carácter revolucionario del régimen; es un falso cambio de mantenimiento de los privilegios y sistema capitalista, pero trae consigo la destrucción de los valores, la familia tradicional, las relaciones interpersonales, el núcleo espiritual, todo lo anterior siempre atacado por los movimientos “revolucionarios”, pero no tocan las relaciones de producción, que son las que importan para frenar la desigualdad y la destrucción.

Los apoyos del presente gobierno al feminismo radical, al clientelismo de los programas sociales, apoyo al sistema de mercado del narcotráfico (como las resoluciones que legalizan los narcóticos de facto, como la cocaína) son ejemplos de esta destrucción cultural actual. De la misma forma, el mantenimiento del sistema capitalista neoliberal, del statu quo, las omisiones de desmantelar los privilegios de los grupos reaccionarios son claros ejemplos de que este régimen es el proyecto conclusivo del totalitarismo del mercado para la nación mexicana.

Sin embargo, no todo es negativo para el año cero, puesto que si es un momento de desmantelamiento del pasado y construcción de nuevos valores, se puede mediante la acción política conservar valores, para esto la oposición tanto formal como informal debe armarse políticamente, ser militantes en activo, saber que tener preferencias ideológicas y armas para debatir es esencial en un sistema democrático, que es lo único que combate al pensamiento único y totalitario, no tener dogmas ni temor a la presión social masificada. Estas acciones políticas son muy útiles con las nuevas tecnologías de la información y las redes sociales; se debe llegar hasta las últimas consecuencias para defender la conservación de los valores tradicionales.


Formación electrónica: Yuri López Bustillos, BJV
Incorporación a la plataforma OJS, Revistas del IIJ: Ilayali G. Labrada Gutiérrez