El general Obregón y su campaña presidencial de 1920 en Tamaulipas

Publicado el 25 de febrero de 2020

Alfonso Guillén Vicente
Profesor-investigador de la Universidad Autónoma de Baja California Sur
email aguillenvic@gmail.com

El truco en el oficio de las armas es aceptar que
ya estás muerto. Asumirlo con indiferencia. Así
acudir a la cita ligero de espíritu y de equipaje,
con menos inquietudes y más oportunidad de
que Dios, amigo de llevar la contraria, te la
aplace.
Arturo Pérez Reverte, Sidi, Alfaguara, 2019

Si bien el presidente Carranza desplegó con éxito una política exterior que le permitió a México salir con bien de la Primera Guerra Mundial, la verdad es que en lo interno nunca pudo tener el control total del país. Había sublevados en distintas regiones del país: el coronel Esteban Cantú en el distrito norte bajacaliforniano; el general Manuel Peláez en la huasteca veracruzana; Saturnino Cedillo en San Luis Potosí; el general Luis Caballero en Tamaulipas, por nombrar algunos.

La candidatura presidencial de Bonilla, la carta de don Venustiano para las elecciones de 1920, no hizo más que exacerbar las diferencias entre la Federación y las entidades federativas, cuando el candidato “natural” a sucederlo en el cargo era el prestigiado militar Álvaro Obregón Salido.

Meses antes de que el caudillo sonorense lanzara oficialmente su candidatura con el Manifiesto de Nogales, ya se trabajaba en el asunto en varias partes del país, Tamaulipas una de ellas. Gonzalo N. Santos, el controvertido cacique potosino, fue, junto con Emilio Portes Gil, uno de los responsables de la campaña obregonista en el sur de esa entidad federativa.

Portes ya se destacaba en la organización de sindicatos, como el Gremio Unido de Alijadores en el puerto jaibo, y como apoderado de las agrupaciones de los trabajadores petroleros. Santos, en cambio, recuerda en sus Memorias (Grijalbo, 1984) que fue “muchas veces a ver, por orden de Obregón, a Cedillo, a Lucero y a otros rebeldes que andaban por ahí levantados en armas por la región, con bandera según ellos villista, pero realmente eran… seguidores de los generales Carrera Torres y Saturnino Cedillo” (p. 207).

En plena campaña presidencial, Obregón arribó primero a Doña Cecilia (hoy Ciudad Madero, Tamaulipas), donde el Caudillo atendió a los obreros y a todo aquel que quiso verlo. Al día siguiente entró en el puerto jaibo a media tarde, acechado por los soldados enviados por la gente de Carranza.

En cada esquina —recuerda el potosino Santos— había un grupo de tropas federales con bayoneta calada; (y de cuando en cuando) se aparecía el general Murguía con el uniforme de general de división… en otras esquinas se aparecía el esbirro general Carlos Orozco… jefe de la primera policía militar de que yo tuviera conocimiento… Y el pueblo se enardecía… veía a las tropas y gritaba, pero en tono muy bronco: ¡Viva Obregón!

Entonces, el candidato presidencial opositor se dirigió a la multitud que lo aclamaba para decir:

Nuestro mitin, nuestra gran manifestación popular donde abunda la clase obrera a la cual tengo el honor de pertenecer, pues sabido es de todos cuál es mi origen (efectivamente el general Obregón había sido obrero en Navolato, Sinaloa), sólo se ve empañada con el círculo de tropas que de cuatro en fondo la rodea como queriendo amedrentarnos, sin saber que desde el día que nos lanzamos a la Revolución la mayor aspiración nuestra es ofrendar nuestra vida en aras de esa causa (Gonzalo N. Santos, Memorias, p. 210).

Cuando Obregón finalizó su discurso diciendo que “estas tropas que veo aquí donde nada tienen que hacer, estos soldados que ahora contemplamos en un sitio al que nadie los ha llamado, no los vi en los campos de batalla de Celaya y León…”, el pueblo lo aclamó, y la respuesta fue una carga de infantería en masa cerrada hasta llegar al hotel donde estaba el candidato con sus más cercanos colaboradores.

A la provocación del general Orozco, que le arrancó las barbas al obregonista Manrique a menos de un metro de distancia del caudillo sonorense, reaccionó el general Garza que echó mano a su pistola. Pero Obregón le sujetó la mano y le dijo: “No seas estúpido, ¡qué no ves que quieren un pretexto para asesinarnos! ¡Que nos asesinen, pero a sangre fría y sin darles pretexto!”. El general Orozco no contestó. Sólo se llevó prisioneros a Manrique, a Manlio Fabio Altamirano y a Martínez Escobar.

La campaña obregonista de 1920 finalizó en Matamoros, cuando el candidato presidencial tuvo que viajar a México a enfrentar las acusaciones de los carrancistas que lo inmiscuían en actos delictivos. Y luego escapó en una máquina de ferrocarril a organizar el levantamiento que terminaría con la vida de Carranza en mayo de hace un siglo.


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