¿Qué diría el doctor Freud?1

Publicado el 28 de febrero de 2020


Luis de la Barreda Solórzano

Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM,
email lbarreda@unam.mx

Entre las muchas actitudes verdaderamente asombrosas del presidente Andrés Manuel López Obrador, dos de ellas, contrastantes, me parecen particularmente inquietantes, graves y extrañas: por una parte, su condescendencia con los criminales y, por otra, su falta de empatía con las víctimas —de crímenes, enfermedades o cualesquiera otras circunstancias—.

Desde su campaña como candidato a la Presidencia anunció que su estrategia —de algún modo hay que llamarla— para combatir la inseguridad sería ya no perseguir a los delincuentes como lo hicieron sus antecesores, sino la de “abrazos, no balazos”. ¿Abrazar a los asesinos, los secuestradores, los tratantes de personas en vez de someterlos a juicio? ¡Agggh!

Ya como Presidente, lamentó la condena a cadena perpetua impuesta por un tribunal estadunidense al Chapo Guzmán: “Una condena de por vida a la cárcel conmueve. Yo soy un idealista y no le deseo el mal a nadie”. No desearle el mal a nadie está muy bien, pero, ¿cree el Presidente que no hay que sancionar al autor de numerosos delitos gravísimos cuando se logra demostrar su culpabilidad? El Chapo no fue condenado por desear males a otros, sino por infligírselos.

El pesar del Presidente por la condena al Chapo no se limitó a una simple declaración deplorándola: de inmediato ordenó que se tramitaran visas humanitarias a los familiares del narcotraficante condenado a fin de que no tuvieran problemas para visitarlo en la prisión donde habrá de compurgar su pena. Con ningún otro preso mexicano en Estados Unidos ha tenido López Obrador una deferencia similar. ¿Por qué sí con El Chapo, culpable de innumerables crímenes atroces?

El Presidente no oculta su simpatía por el tirano Nicolás Maduro, quien se mantiene en el poder por un fraude electoral, y ha recurrido a torturas, juicios amañados y asesinatos contra sus opositores.

Los normalistas que mantuvieron secuestrados a varios choferes de autobuses, condicionando la liberación al otorgamiento automático de 84 plazas magisteriales, no fueron perseguidos penalmente. No obstante que el secuestro es un delito sumamente grave al que le corresponden severas penas de cárcel, en lugar de que se ejerciera acción penal contra los secuestradores se cedió al chantaje y se les dieron las plazas exigidas: la legitimación presidencial del delito de secuestro.

El Presidente concedió la libertad a decenas de personas a las que consideraba “presos políticos” —figura inexistente en nuestro país— sin intervención de la Fiscalía General de Justicia y sin que se explicara, caso por caso, por qué se justificaba su libertad. Entre los liberados se incluyó a cuatro profesores acusados de haber secuestrado a unos niños.

En contraste, el Presidente parece insensible al dolor de las víctimas. Se negó a recibir a Javier Sicilia y Julián LeBarón arguyendo que, para que no se demeritara la investidura presidencial, no quería que se montara un show, como si él mismo no escenificara uno diariamente en sus conferencias mañaneras y como si la queja por la violencia y la impunidad, proveniente de quienes han padecido la insoportable pena de que sus seres más queridos hayan sido asesinados, fuese una conducta frívola.

Tampoco se conmueve ante el sufrimiento de los niños y las mujeres con cáncer y los enfermos de Sida, a quienes les faltan los medicamentos indispensables para seguir luchando por su vida, ni ante los pacientes que se han quedado sin el tratamiento que ameritan sus enfermedades debido a la cancelación del Seguro Popular.

En relación con los horrorosos asesinatos de la joven Ingrid y la niña Fátima, el Presidente reaccionó con dogmática indigencia intelectual similar a la de los beatos de siglos pasados: para ellos, todo aquello que contrariaba su catecismo era obra de Satanás; para él la causa de todo mal es ¡el neoliberalismo! Ni una palabra de conmiseración.

Y ante la protesta de las mujeres por la violencia de género y el incremento de los feminicidios, el Presidente asegura que la derecha, los conservadores, la auspician. Es la cantaleta de siempre, pero se requiere una insensibilidad enorme para no advertir que las mujeres, conservadoras o liberales, están hartas de las agresiones machistas y tienen derecho a expresarlo pública y colectivamente.


NOTAS:
1 Se reproduce con autorización del autor, publicado en Excelsior, el 27 de febrero de 2020.

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