Representante de Dios1

Publicado el 13 de abril de 2020


Luis de la Barreda Solórzano

Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM,
email lbarreda@unam.mx

Algunos de sus partidarios seguirán aplaudiendo todo lo que haga, lo que deje de hacer, lo que diga y lo que calle. Son los feligreses, los que, cegados por su devoción, son incapaces de una evaluación razonable de sus actos porque lo veneran religiosamente: es el indiscutible, el infalible, el intocable. Esa idolatría queda expresada perfectamente con la caracterización que hace el cura Alejandro Solalinde: “AMLO no es Dios, pero es uno de los mejores representantes de él” (entrevista con Fernando del Collado, Milenio).

Difícilmente podrá encontrarse una muestra similar de fanática reverencia.

Otros de sus votantes están desconsolados. Llevados por una decepción airada de los gobiernos anteriores, creyeron ver en el político que mandó al diablo a las instituciones y repetía una y otra vez que una mafia nos gobernaba —la mafia en el poder— al hombre que se necesitaba en la Presidencia para que el país fuera conducido en la mejor dirección. Pero pronto quedaron estupefactos con la cancelación de la obra del nuevo aeropuerto internacional; el despido injustificado de decenas de miles de burócratas de niveles modestos, de médicos y enfermeras; la eliminación del apoyo a las estancias infantiles y a los comedores populares; la desaparición del Seguro Popular y los recortes presupuestales al sector salud; el ataque rabioso a los organismos constitucionales autónomos; las leyes penales que vulneran el principio de presunción de inocencia y la imposición fraudulenta de la nueva titular de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, entre otras cosas.

De tales compungidos no son pocos los que ya no simpatizan con el Presidente. Tienen claro que éste no es el cambio que esperaban. Andrés Manuel López Obrador no es igual a sus antecesores, como él reitera una y otra vez: ninguno de ellos había emprendido con tal entusiasmo y tal eficacia la devastación del país. Además de las medidas apuntadas en el párrafo anterior, la economía se ha hundido y la criminalidad alcanza la incidencia más alta desde que se lleva registro oficial. Pero López Obrador es incapaz de admitir un solo cuestionamiento. Cuando se le ha señalado, con base en las cifras oficiales del Inegi, que en ambas materias el país va muy mal, él asegura que tiene otros datos, aunque no precisa cuáles ni de qué fuente.

Algunos de sus desplantes son inequívocamente ofensivos con las víctimas de delitos y los familiares de éstas. Se rehusó a reunirse con Javier Sicilia y Julián LeBarón, quienes sufren una de las peores penas imaginables: el hijo del primero y tres mujeres y seis niños de la familia del segundo fueron asesinados. El motivo que dio el Presidente para no recibirlos fue que no quería que se montara un show en desdoro de la investidura presidencial, como si una conversación con Sicilia y LeBarón hubiera sido un espectáculo frívolo. En cambio, tuvo un encuentro con la madre y el abogado del Chapo Guzmán, uno de los criminales que más han dañado y destruido vidas, y ese encuentro sí que se convirtió en una exhibición que ha dado la vuelta al mundo y nos ha dejado atónitos.

El Presidente adujo que la mujer es una anciana respetable con independencia de lo que haya hecho su hijo y que él, en el desempeño de sus tareas, saluda con frecuencia a delincuentes de cuello blanco. López Obrador no precisó a quiénes se refería, pero sabemos que suele difamar o calumniar a quienes difieren de sus prejuicios ideológicos y a quienes considera, con razón o no, afines o beneficiarios de los gobiernos anteriores al suyo. Pero la salutación a la madre del Chapo, a quien tuteaba como sólo suele tutearse a las personas con las que se tiene cercanía cordial o afectuosa, causa escalofrío.

López Obrador convirtió en obsesión su deseo de llegar a la Presidencia. Lo logró al tercer intento. ¿Quién iba a pensar que, una vez logrado su objetivo, iba a dedicar sus afanes a demoler los insuficientes, pero importantes avances del país, entre ellos el de la atención a la salud, cuya importancia se valora más que nunca en las actuales circunstancias? ¿Quién iba a imaginar que, una vez conseguida la Presidencia, iba a emprender una rencorosa venganza contra las instituciones y los ciudadanos que en las dos ocasiones en que previamente lo intentó no le concedieron la realización de su sueño pertinaz?


NOTAS:
1 Se reproduce con autorización del autor, publicado en Excelsior, el 2 de abril de 2020: https://www.excelsior.com.mx/opinion/luis-de-la-barreda-solorzano/representante-de-dios/1373612

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