La verdadera esencia1

Publicado el 15 de abril de 2020


Luis de la Barreda Solórzano

Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM,
email lbarreda@unam.mx

Lo peor, sin duda alguna, será la pérdida de cientos o miles de vidas, el dolor inconsolable de padres, hijos, hermanos, parejas y amigos por la muerte de sus seres más queridos. Si cada muerte es una desgracia, los fallecimientos masivos son una catástrofe. Lo que se originó como uno de tantos casos en que un virus proveniente de animal —probablemente un murciélago— contagia a humanos, se convirtió en poco tiempo en una historia de terror que abarca todo el mundo y nos tiene a todos presas del miedo y de una incertidumbre espeluznante.

Esas muertes son lo más terrible, pero no el único mal que acompaña a la pandemia. Quebrarán muchas pequeñas y medianas empresas, lo que implica para los empresarios pérdida de su capital, quizá de los ahorros de toda la vida, y para los trabajadores pérdida de su empleo en una situación en la que será muy difícil conseguir un nuevo trabajo. La multiplicación de desempleados se traducirá, no hace falta decirlo, en mayor pobreza, hambre e inseguridad.

En circunstancias como las que nos ha tocado vivir se conoce la personalidad más auténtica de los seres humanos, la que en la normalidad no siempre se muestra a plenitud o no siempre es descubierta por los demás. El ser humano se ve motivado o presionado a reaccionar ante circunstancias extraordinarias, tan excepcionales que quizá no se le presenten nuevamente en el resto de su existencia. Uno no las elige, pues nadie determina los sucesos ajenos a la propia voluntad a los que tiene que enfrentarse, pero sí decide cómo encararlos, y entonces actúa conforme a su verdadera esencia. Allí se desspliega la miseria, la grandeza o la mediocridad del ser humano.

Ante la devastación que ha ocasionado y seguirá provocando la pandemia, el Presidente dijo lo inaudito: esta hecatombe —es decir, el aislamiento, las enfermedades, las muertes, la insuficiencia del sistema de salud, el desempleo— le viene a su gobierno “como anillo al dedo para afianzar el propósito de la transformación”. ¿Le viene como anillo al dedo que muchas mujeres y hombres estén enfermando, que muchos mueran, que la economía se desplome, que numerosos emprendedores pierdan su capital y vean frustrados sus sueños, que cientos de miles de mexicanos se queden sin trabajo, que muchos otros se arriesguen a contagiarse porque tienen que salir a ganar el pan de cada día?

Cualquier calificativo a esa declaración se quedaría corto. Esas palabras reflejan nítidamente la personalidad de quien se ha atrevido a pronunciarlas. Es el mismo hombre que canceló las estancias infantiles, dejó sin medicamentos a niños y mujeres con cáncer, eliminó el Seguro Popular y los comedores comunitarios, y como jefe de gobierno del Distrito Federal no movió un dedo para evitar que tres policías fueran linchados por una multitud enloquecida. Es el hombre que se guía por sus obsesiones ideológicas aunque el país se hunda, el mismo que ha decidido dejar a las pequeñas y medianas empresas —99% del sector privado, fuente de 52% del empleo— a su suerte, el que no tiene un plan para la emergencia.

Asimismo, revelan la calidad ética de sus autores las conductas de los que amenazan en sus trabajos o niegan un servicio a los contagiados, los vecinos que les dan la espalda, los que han rociado con cloro o negado el abordaje al transporte público a médicos y enfermeros, los que amenazan con quemar un hospital si allí se atiende a un solo afectado por el coronavirus.

En contraste, los héroes de estos momentos, en México y el resto del mundo, son los médicos, los enfermeros, los camilleros, todos aquellos que están luchando contra el virus frecuentemente sin los instrumentos ni la protección indispensables porque el gobierno no quiso prepararse para la emergencia que se nos vendría encima. Varios han muerto como consecuencia de que se les contagió.

Siempre he creído que no hay profesión más noble que la de médicos, enfermeros y científicos que descubren vacunas y medicamentos. Salvar vidas, curar enfermedades, aliviar el dolor, dar la lucha junto al paciente para vencer a la muerte o los padecimientos me parece algo sublime. Siempre he sentido una enorme admiración por los profesionales de la salud entregados con vocación y generosidad a su misión. En esta pesadilla que estamos viviendo esa admiración ha crecido.


NOTAS:
1 Se reproduce con autorización del autor, publicado en Excelsior, el 9 de abril de 2020: https://www.excelsior.com.mx/opinion/luis-de-la-barreda-solorzano/la-verdadera-esencia/1374992

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