Un nuevo orden económico mundial post COVID-19

Publicado el 21 de abril de 2020


María Susana Dávalos Torres

Investigadora del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM
email sdavalost@comunidad.unam.mx

Julio de 1944, en Bretton Woods, New Hampshire, Estados Unidos, delegados de 44 países se reunían en el hotel Mount Washington para discutir la reconstrucción económica mundial. La Segunda Guerra Mundial terminaría hasta septiembre de 1945, pero ya desde 1942 se venían celebrando reuniones entre los países que posteriormente formarían la Organización de Naciones Unidas, incluido México, con la finalidad de discutir el plan de reconstrucción económica de la posguerra.

Víctor Urquidi, economista mexicano, quien participó como delegado en Bretton Woods, escribiría un año antes en un artículo intitulado “La posguerra y las relaciones económicas internacionales de México”, publicado por El Trimestre Económico: “La posguerra próxima se diferenciará de la pasada por un hecho indiscutible: se está pensando en ella antes de que nos venga encima”. Era claro para los delegados de los países participantes en Bretton Woods que la guerra que entonces se estaba librando había sido consecuencia de la crisis económica y financiera posterior a la Primera Guerra Mundial.

Hubo consenso en la creación de instituciones financieras internacionales, pero su operatividad y objetivos fueron motivo de discrepancias. Por un lado, John Maynard Keynes, economista británico, propuso la creación de un banco central mundial cuyo objetivo sería otorgar crédito a los países que después de la guerra necesitarían equilibrar su balanza de pagos y ser reconstruidos; además, sugirió la emisión de una moneda universal. Por otro lado, Harry Dexter White, economista norteamericano, presentó un plan más conservador que consistía en un fondo constituido por cuotas aportadas por los que serían países socios. Esta propuesta fue la que prevaleció y dio origen al Fondo Monetario Internacional (FMI).

A partir de las reuniones de Bretton Woods se creó el Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo (ahora Banco Mundial); también se acordó adoptar al dólar como moneda de referencia y la creación de un organismo internacional que regularía el comercio entre los países para garantizar la eliminación de las barreras arancelarias (hoy Organización Mundial del Comercio).

Debido a que los acuerdos de Bretton Woods tardaron en concretarse y que la influencia geopolítica de la Unión Soviética se iba extendiendo, los Estados Unidos lanzaron el Plan Marshall, llamado así a propósito del general George C. Marshall, quien, en junio de 1947, fue invitado a dar un discurso en la ceremonia de graduación de ese año en la Universidad de Harvard. Marshall hizo una reflexión sobre la destrucción social y económica de Europa, la cual quedó inmortalizada con la frase “sin salud económica… no hay ni estabilidad política ni paz asegurada”. A través de este programa, Estados Unidos asignó, entre 1948 y 1952, 12 mil millones para la reconstrucción de Europa occidental, además de crear una alianza militar a través de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Para administrar los recursos del Plan Marshall, se creó en 1948 la Organización Europea de Cooperación Económica (hoy Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, OCDE). En 1957 se firmó el Tratado de Roma, sentando las bases para dar origen a lo que hoy conocemos como la Unión Europea.

De esta manera, el periodo que transcurrió entre el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta la crisis financiera mundial de principios de los años setenta se conoce como “la edad de oro del capitalismo”, debido a la estabilidad y el crecimiento económico de los que gozaron los países del bloque capitalista (sin negar la tensión política internacional con el bloque socialista y los conflictos políticos que cada país experimentó a nivel nacional).

En 1971, el sistema monetario internacional dio un giro. Debido a la depreciación del dólar por un déficit en la balanza comercial y el costo de la guerra de Vietnam, Richard Nixon declaró el fin del patrón oro, convirtiendo al dólar en moneda fiat, es decir, moneda que no está respaldada por oro ni algún otro metal precioso, sino por la confianza en la capacidad de pago de un país. Esta medida terminó con la política monetaria establecida en Bretton Woods.

En marzo de 1973, George Shultz, el secretario del Tesoro de Estados Unidos, convocó a los ministros de finanzas de las seis potencias del bloque capitalista para discutir las acciones a tomar durante la crisis de los hidrocarburos, cuyo objetivo era político pero que incidía en cuestiones económicas (hoy G20).

El esquema económico mundial que hemos descrito permitió la globalización y operó sin cuestionamientos hasta la década de los años noventa. La crisis financiera de 2008 en Estados Unidos y Europa fue el inicio del declive.

Henry A. Kissinger, uno de los artífices de la globalización en términos geopolíticos, escribiría en enero de 2009 un artículo intitulado “La oportunidad de un nuevo orden mundial”, publicado por The New York Times, sobre la crisis financiera en Estados Unidos y el orden mundial:

[E]l colapso financiero representa un gran golpe para la posición de los Estados Unidos. Si bien es cierto que las decisiones políticas americanas frecuentemente han sido controversiales, la fórmula americana sobre un orden financiero mundial, en general, no ha sido cuestionada. Actualmente, la desilusión por la gestión de los Estados Unidos es generalizada.
Al mismo tiempo, la magnitud de la debacle hace imposible que el resto del mundo se refugie por más tiempo detrás del predominio estadounidense o de sus fallas. Cada país tendrá que reevaluar su propia contribución a la crisis imperante. Cada uno buscará hacerse independiente, en el mayor grado posible, de las condiciones que produjeron el colapso; al mismo tiempo, cada uno estará obligado a darse cuenta de la realidad de que sus problemas sólo pueden ser frenados por la acción común. Incluso los países más ricos enfrentarán la reducción de sus recursos. Cada uno tendrá que redefinir sus prioridades nacionales. Surgirá un orden internacional si surge un sistema de prioridades compatibles. Se fragmentará si no se pueden conciliar las diversas prioridades.

En el mismo artículo, Kissinger advirtió de la brecha existente entre la economía y la política, y de la falta de instituciones globales para amortiguar los efectos de la crisis.

Después de unos años, la economía mundial se recuperó, pero el daño ya estaba hecho. Así comenzaron a resurgir los nacionalismos autoritarios.

Llegamos a 2020. El año comenzó con un conflicto entre Estados Unidos e Irán, que puso a temblar al mundo con la posibilidad de una tercera guerra mundial. Afortunadamente, aunque de manera parcial, las hostilidades cesaron, pero el panorama mundial en cuestiones económicas no mejoró. En febrero cayeron los precios del petróleo debido a un conflicto entre Rusia y Arabia Saudita; como consecuencia, las monedas de los países todavía dependientes del petróleo crudo se depreciaron. Por otra parte, el espectro de un nuevo virus que cubriría de dolor y miedo al mundo se vislumbraba. ¡Quién iba a decir que para abril la economía mundial estaría colapsando como consecuencia del coronavirus!

En marzo de 2015, a propósito del brote de ébola en África occidental, Bill Gates escribió un artículo para The New York Times intitulado “No estamos listos para la próxima epidemia”:

Por terrible que haya sido esta epidemia, la próxima podría ser mucho peor. El mundo simplemente no está preparado para lidiar con una enfermedad —por ejemplo, una gripa particularmente virulenta— que infecte a un gran número de personas muy rápidamente. De todas las cosas que podrían matar a 10 millones de personas o más, lo más probable es que sea una epidemia.

Gates explicó que, además de que constantemente surgen nuevos patógenos y de que ha incrementado el riesgo de ataques bioterroristas, el mundo está más interconectado, por lo tanto, la propagación de una enfermedad contagiosa es exponencialmente mayor. No obstante, no hay un sistema global de alerta y de respuesta a epidemias que además organice el reclutamiento, entrenamiento y equipamiento del personal sanitario y que coordine la inversión en investigación y desarrollo de vacunas y medicinas. La Organización Mundial de la Salud no es suficiente, pues lo que se requiere es un sistema que coordine en todos los países las acciones necesarias para prevenir y detener una pandemia.

Regresando a 2020, el coronavirus se ha propagado por todo el mundo. Las estadísticas indican que, si bien no es letal, es extremadamente contagioso, que el 80% de los contagiados presenta síntomas leves, que el 15% de los contagiados requiere hospitalización, y que el 5% de los contagiados, además de requerir hospitalización, presenta síntomas de extrema gravedad. Al tratarse de un planeta con 7 mil millones de personas, los sistemas de salud de cada país están siendo colapsados. En materia económica, el panorama no es mejor; para reducir el contagio del coronavirus, los gobiernos han tenido que ordenar la suspensión de todo tipo de actividades, salvo las que se consideran esenciales, paralizando la economía.

Todavía no se puede dar un dato preciso sobre la afectación económica de esta pandemia en términos globales, pero es claro que se ha contraído. La OCDE había estimado para este año un crecimiento global de 2.9%, pero lo ha reducido a 2.4% y ha advertido que podría ser de tan sólo 1.5%. Esas cifras se resumen en esta frase: recesión mundial.

Tal como lo alertó Bill Gates sobre la falta de un sistema global de alerta y respuesta a epidemias, pareciera que no hay un sistema global que pueda hacer frente a una recesión mundial de las dimensiones actuales.

Contamos con un orden económico mundial creado a partir de la Segunda Guerra Mundial: el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico, la Organización Mundial del Comercio, el G20… Este orden económico mundial, sin embargo, por diferentes razones, no está funcionando como un sistema global que coordine las medidas para controlar y paliar el paro de la economía. De hecho, así como cada país ha respondido de manera diferente ante la pandemia en términos de salud pública, así también cada país está tomando medidas (a su muy particular entender) para atender su economía, en el mejor de los casos.

La globalización es un proceso que no tiene retroceso por más esfuerzos nacionalistas. La interconexión mundial ha alcanzado un nivel en el que los problemas son globales y requieren de soluciones globales. Tal como en los años cuarenta, durante la Segunda Guerra Mundial, habrá que pensar en la reconstrucción de la economía mundial y, tal vez, en un nuevo orden económico mundial.

“[S]in salud económica… no hay ni estabilidad política ni paz asegurada”.


Formación electrónica: Yuri López Bustillos, BJV
Incorporación a la plataforma OJS, Revistas del IIJ: Ignacio Trujillo Guerrero