La voz del pueblo*

Publicado el 12 de mayo de 2020


Luis de la Barreda Solórzano

Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM,
email lbarreda@unam.mx

“A mí me pidió el pueblo que yo cuidara el presupuesto, que yo me convirtiera en un guardián de los dineros del pueblo”, dijo el Presidente para justificar la iniciativa de ley que, de prosperar, le daría la facultad de manejar discrecionalmente el Presupuesto de Egresos.

No ha habido gobernante populista ni tirano que no proclame que sus decisiones se basan en los deseos del pueblo que, por supuesto, a él le han sido revelados. Los monarcas absolutos sostenían que reinaban y heredaban la corona a su primogénito porque esa era la voluntad de Dios. Ahora Dios ha sido sustituido por la entidad denominada pueblo, en cuyo nombre y representación todo se vale, incluso transgredir los principios básicos del Estado de derecho y el régimen democrático: por encima de esos principios están los designios del pueblo.

Por tanto, esos designios son indiscutibles, tan indiscutibles como la voluntad divina. Si en las religiones es un pecado el desacato de los mandamientos del Ser Supremo, en la verborrea de los demagogos todo lo que el pueblo ordena es sagrado. ¿Pero quién descubre, con qué procedimiento, por qué vías, cuáles son las órdenes inapelables del pueblo? El gobernante autoritario se asume como conocedor de esas órdenes. Él sabe lo que el pueblo dispone.

Por eso no admite crítica alguna —¿cómo había de admitirla si sus decisiones no son sino las del pueblo?— y tilda a todo aquel que objeta su política de enemigo del pueblo, el peor anatema posible en su visión del mundo, equivalente a la condición de hereje para la Santa Inquisición.

Sus críticos, dice el Presidente, están molestos “porque no pueden robar a sus anchas, porque no pagaban impuestos, porque no se les rescata, porque el apoyo es para los pobres, para los desposeídos, porque ya no cuentan las influencias”. Es decir, ninguna crítica es atendible: todo cuestionamiento es producto de los malvados que, al plantearle objeciones, en realidad están objetando los mandatos del pueblo. Nada más lejos de la actitud del Presidente que el agradecimiento a los diarios y a los reporteros que informan de negocios turbios a la sombra de sus colaboradores. Esos señalamientos, asegura, están motivados en el afán de hacer fracasar su proyecto.

Al darse a conocer, por ejemplo, que León Manuel Bartlett, hijo del director de la Comisión Federal de Electricidad, ha obtenido siete contratos del gobierno federal, seis por asignación directa, y vendió a un sobreprecio exagerado 20 ventiladores de los que resultan indispensables para atender la emergencia del COVID-19 —lo cual “se llama negociar con la muerte, enriquecerse con la enfermedad”, como apunta Gil Gamés (Milenio, 4 de mayo)—, el Presidente no se indignó por el contenido de la noticia, sino arremetió, airado, contra los medios que la han publicado. ¿Cómo? ¿Así se cuida el dinero del pueblo? ¿Así se cuidó cuando se despidió a alrededor a 10,000 médicos y enfermeros; cuando se recortaron los recursos de hospitales, clínicas e institutos especializados de salud; cuando se eliminó el Seguro Popular; cuando se dejó sin medicamentos a niños con cáncer?

¡Ah, el pueblo, el pueblo sabio, el pueblo bueno! El terror en que degeneró la Revolución Francesa; los postulados aberrantes y el genocidio del nazismo; las deportaciones masivas, el exterminio de millones de personas, los atentados contra la cultura y las libertades, y los juicios grotescos del estalinismo y el maoísmo; la cancelación de la democracia, los fusilamientos, el encarcelamiento de disidentes no violentos, la persecución contra homosexuales en la Cuba castrista; los homicidios, la tortura, la abolición de las instituciones democráticas, la complicidad con narcoterroristas en la Venezuela bolivariana… todo eso —y tantos otros crímenes— se ha hecho invocando la voluntad del pueblo, que en realidad es la voluntad de quienes, en un momento dado, detentan el poder.

En un régimen democrático no tienen cabida, por supuesto, abusos de poder de tal gravedad, pero tampoco arbitrariedades y caprichos ilegales de los gobernantes, cuyo deber es obedecer la ley, no los supuestos encargos del pueblo. La democracia no es sólo una forma de gobierno. La idea de democracia va unida a las ideas de Estado de derecho, división de poderes y observancia de todas las autoridades de la legalidad.


NOTAS:
* Se reproduce con autorización del autor, publicado en Excelsior, el 7 de mayo de 2020: https://www.excelsior.com.mx/opinion/luis-de-la-barreda-solorzano/la-voz-del-pueblo/1380491

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