Realmente, ¿qué es la libertad?

Publicado el 8 de septiembre de 2020

Miguel Ángel Morales Sandoval
Profesor en la Facultad de Derecho de la UNAM
email msandovalm@derecho.unam.mx

Camilo Noé Solares Córdova
Facultad de Derecho, UNAM

La libertad es ¿un concepto, un derecho o un ideal?, o tal vez sea una omnipotencia.

Durante el siglo XVIII al XX se desarrollaron dos corrientes filosóficas, que dentro de sus amplios temas de análisis abarcan la libertad: la primera de ellas es el utilitarismo, que establece que la mejor acción es la que produce la mayor felicidad y bienestar para el mayor número de individuos involucrados; más tarde, se presenta el existencialismo, que tiene como premisa el modo de ser del hombre en el mundo. Ambas tienen ciertas diferencias en sus ideas, pero, a nuestro parecer, ninguna de las dos es completamente correcta; por ello, las hemos utilizado para desarrollar un pensamiento propio sobre lo que es y lo que debería de ser la libertad.

En cuanto al utilitarismo, John Stuart Mill, filósofo inglés del siglo XIX, establece la idea de libertad de una manera social o civil, dejando de lado lo que él llama “libre albedrío”; así pues, nos guía en la evolución de la libertad con el transcurso del tiempo, iniciando en las civilizaciones antiguas, como Roma, en la cual la libertad se basaba en la protección contra la tiranía de los gobernantes políticos, y que, posteriormente, esto se volvería en la necesidad de gobernantes electivos y temporales; ésta sería una de las razones por las cuales en un futuro se le diera olvido a la limitación del poder.

De esta manera, sigue hasta llegar a su época donde nos presenta al hombre utilitarista, un hombre que individualmente cuenta con libertad de conciencia y que tiene un dominio sobre sí mismo, por lo cual es un individuo soberano, claro, si éste cuenta con la madurez de sus facultades; pero también es un hombre influenciable sobre el cual la clase dominante buscará imponer una moral colectiva derivada de sus intereses y sentimientos de superioridad.

Las opiniones humanas sobre lo laudable y lo reusable se hallan afectadas por todas las diversas causas que influyen sobre sus deseos en relación con la conducta de los demás, siendo tan numerosa como las que determinan sus deseos con respecto a cualquier otro asunto (Mill, 1859, p. 23).

Ésta será una base imprescindible para nuestro análisis, pues aquí Stuart refleja perfectamente la realidad tan frágil del hombre.

En torno a ello, Mill se cuestiona en dónde la libertad de un individuo se puede ver restringida por la libertad social, y concluye que el único objeto válido es la defensa propia. Ésta es la única razón legítima para usar la fuerza contra un individuo, ya que se busca evitar que perjudique a otros; pero el bienestar físico o moral de ese individuo no es razón suficiente. En resumen y en palabras del autor: “la individualidad debe gobernar aquella parte de la vida que interesa principalmente al individuo, y la sociedad debe gobernar aquella parte de la vida que interesa principalmente a la sociedad” (Mill, 1859, p. 89).

Podemos concluir que en el utilitarismo se hallan tres ideas: la libertad en sociedad, el individuo influenciado por diversas fuentes y la razón legítima para limitar la libertad del individuo.

Por otro lado, el autor guía en el existencialismo, Jean-Paul Charles Aymard Sartre, filósofo francés, señala que la libertad es concebida de manera absolutamente incondicionada, aunque permanece a raya de los límites de lo que existe de hecho y está desprovisto de necesidad en el mundo; pero como esta facticidad es indeterminada, ya que la libertad es generada con la elección de hacer o no hacer del ser, es la razón de que el hombre sea responsable del mundo y de sí mismo en cuanto a su manera de ser.

La libertad de Sartre tiene responsabilidades, pues el individuo decide libremente lo que es inhumano; pero esta decisión es humana y el individuo carga con toda la responsabilidad. Su libertad está basada en que el hombre es constantemente invadido por la libertad de elección, de modificación u omisión de sus acciones para cumplir sus planes fundamentales, a los cuales se llega por medio de la interrogante: ¿el hombre qué desea ser? Esta pregunta es respondida con el ideal de una conciencia de sí misma, y este ideal es a lo que se le puede llamar “dios”; por ello, el hombre se proyecta a ser dios y es por esto que también es un dios fallido.

Yo estoy condenado a existir para siempre más allá de mi esencia, más allá de las causas y los motivos de mi acto; estoy condenado a ser libre. Esto significa que no se pueden encontrar otros límites de mi libertad que la libertad misma; o si se prefiere, que no somos libres de dejar de ser libres (Sartre, L’être et le néant, p. 515).

Con respecto al existencialismo, concluiremos con tres ideas, que retomaremos más adelante: la libertad absoluta en un mundo que aparentemente controla nuestro actuar; la carga de la responsabilidad no es individual, pues lo inhumano es social, y el hombre desea ser dios.

Con base en lo anterior, podemos observar que el utilitarismo y el existencialismo no definen propiamente a la libertad, sino que más bien expresan una serie de ideas y reglas, las cuales tratan de explicar de una manera vaga lo que es y la forma en que es empleada. Sin embargo, esto no es el problema mayor de las corrientes, ya que los diccionarios ofrecen diferentes definiciones sobre la libertad, probablemente con una conciencia clara de que su definición está influenciada por una corriente filosófica en específico. Así pues, encontramos definiciones utilitaristas y existencialistas.

Utilitaristas:

Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos ante la sociedad.
— Facultad y derecho de las personas para elegir de manera responsable su propia forma de actuar dentro de una sociedad.

Existencialistas:

Facultad que posee todo ser vivo para llevar a cabo una acción de acuerdo con su propia voluntad.
— Facultad o capacidad del ser humano de actuar según sus valores, criterios, razón y voluntad.

Esto es de suma importancia, pues la manera en que entendamos un concepto determinará cómo lo empleamos, y he aquí otro problema de nuestras corrientes filosóficas.

Si nos enfocamos en la etimología de la palabra, ésta proviene de latín libertas, libertatis, que se refiere a una condición de quien es libre política y jurídicamente. No obstante, estas palabras, a su vez, se forman con el sufijo -tat (cualidad) y el adjetivo liber (libre en sentido amplio), y aunque este último era empleado para referirse a los esclavos que alcanzaban su libertad y a los ingenuos (hombres que no conocen la esclavitud), probablemente los romanos no midieron la inmensidad del concepto liber.

Existen diversos de tipos de libertades: libertad de opinión, libertad de expresión, libertad de asociación, libertad de pensamiento, libertad de consciencia, libertad de religión, libertad de movimiento, libertad académica, libertad de elección, libertad de manifestación, y, en fin, la lista sigue. La pregunta realmente importante aquí debería de ser: ¿todas estas libertades y las no mencionadas son innecesarias ante la misma definición de la palabra? Como ya lo hemos dicho, los romanos no aprovecharon la riqueza del concepto, pues etimológicamente su definición se refiere a la cualidad de ser libre en sentido amplio, o sea, absolutamente, y aquel que posee la libertad no se puede ver más libre en algunas libertades que en otras, por lo menos, eso desde nuestra interpretación etimológica.

En un mundo tan amplio y complejo como el nuestro, resulta incrédulo pensar que las acciones “libres” de un individuo modifiquen notoriamente nuestro mundo; no obstante, la historia nos muestra que los grandes cambios se llevan a cabo por las masas, impulsadas por decisiones de un grupo pequeño de personas. Es en extremo difícil que un solo individuo común cambie su realidad con su simple actuar, ya que la realidad global es dominada por los grupos influyentes de la sociedad, los cuales podrían ser o no clases dominantes, aunque generalmente lo son, pues son contadas las veces que los cambios vienen directamente de una clase baja, sin un trasfondo manipulado; pero sin duda alguna este grupo de personas influyen drásticamente en la opinión pública y, por ende, en su libertad de elección. La “libertad absoluta” no existe, y estas influencias exteriores son tantas y tan constantes que desde que se nace se te invade con ellas, ya sea por tus mayores, tus padres, tus hermanos, la educación, los medios, la religión, las leyes, la moral, lo que hace imposible que el hombre tome una elección libre. Probablemente, la conciencia propia no exista, pues sólo somos el resultado de una mezcla constante de influencias que detonan nuestros sentimientos e instintos.

Una vez aclarado que la libertad no puede ser libre en el hombre, se desintegra la idea de que sus acciones sean únicamente propias, así como sus consecuencias positivas y negativas, las cuales tendrán una repercusión en la sociedad como si de un círculo vicioso se tratara. Es por ello que concierne a toda la sociedad estas elecciones individuales, ya que sus resultados, positivos o negativos, serán repetidos un cierto número de veces por la comunidad, dependiendo del nivel de impacto e influencia que el individuo sea capaz de provocar.

Las elecciones individuales, y no sólo las colectivas, son de importancia pública, así que toda acción, individual o colectiva, que pueda repercutir negativamente en la sociedad es razón suficiente para transgredir la libertad del individuo o el colectivo. Aquí se debe tener especial cuidado, pues hasta las acciones más personalísimas pueden afectar negativamente a la sociedad; es por ello que, aunque aparentemente el individuo sólo parezca estar afectando su físico o su moral, es cuestión de tiempo para que su conducta sea replicada por otro individuo, llegando a causar un efecto indeseado en la sociedad.

Aunque suena contradictorio, hemos ofrecido los limitantes de libertad en sociedad, diciendo aun primero que la libertad en el hombre no existe, pero hacemos esto porque la respuesta a los limitantes de la “supuesta libertad” es una regla vital de convivencia para el hombre en sociedad. Ésta sería, pues, la manera real de concebir la libertad: la capacidad de regirse bajo la influencia incontrolable de las elecciones originarias, individuales y colectivas de otros individuos.

Entonces, si la libertad en el hombre es nula, dónde queda ubicada aquella definición etimológica del liber que nos plantea la libertad en sentido amplio, y que ésta, probablemente, sea la respuesta. Este adjetivo no puede ser atribuido a los hombres, únicamente a un ser todopoderoso, que cuente no sólo con una conciencia de sí mismo, sino también con una conciencia totalmente pura y que no fuera influenciada por ninguna condición humana o natural, y por ello sería capaz de ser absolutamente libre física y moralmente; una libertad en sentido amplio, que no requiere de la necesidad humana de clasificar las libertades para restringirse unas más que otras; una libertad que no puede ser transgredida por ningún otro ser, porque, en caso de ser vulnerada, éste no podría hacerse llamar “soberano”; una libertad que es imparable, pues toda la carga de las elecciones de este todopoderoso recaen únicamente en él.

Por lo que, en conclusión, podemos llamar a este ser “dios”, a la libertad en sentido amplio una omnipotencia, al hombre un ser que aspira a ser dios, y a su concepto de libertad un ideal.


Formación electrónica: Yuri López Bustillos, BJV
Incorporación a la plataforma OJS, Revistas del IIJ: Ignacio Trujillo Guerrero