El terror de los machos ante el giro beauvoiriano de las representaciones

Publicado el 24 de septiembre de 2020

Humberto Hernández Salazar
Maestrando del Posgrado en Derecho de la UNAM
emailhumbertohernandezsalazar@gmail.com

Al leer la novela Los hermanos Karamázov, un pasaje de la obra llamó poderosamente mi atención. En un fragmento de la historia se presencia, por medio de las letras, la indómita confesión del “más varonil” de los hermanos Fiódorovich, cometida en medio de un arranque de desesperación. Dimitri expresa a su hermano Alejo el deseo de anular su personalidad por su amada. Se dice dispuesto a servirle en lo que a su voluntad mande; marcharse resignadamente del hogar cuando ésta reciba a sus amantes; limpiar los zapatos de sus amigos, y preparar el samovar cuando se le ordene. Inmediatamente almacené esta fracción de la narrativa con extrañeza: “como si fuera poseedora de un enigma indescifrable”.

Al siguiente día, en una de las primeras oportunidades que tuve, comenté el acontecimiento a dos compañeros universitarios. La sorpresa invadió sus rostros. Uno de ellos exclamó con disgusto: “¡como si él fuera la mujer!”. Angustiados, coléricos y desconcertados, tres machos nos vimos conmocionados por un relato ficticio que reflejó ante nosotros un hecho atroz para nuestra masculinidad, la contradicción a una ley que considerábamos como natural, innegable e inviolable: la de la dominación masculina.

Afirmaría Rita Laura Segato que se activó la “célula violenta” patriarcal en nuestro interior: la de la preservación de la ley de los hombres por medio de la agresividad y la violencia interiorizada; la sensación de superioridad en el sexo; el instinto de protección de aquellos dispositivos de poder que reproducían toda una estructura de beneficios, frente al giro beauvoiriano que cuestionaba su edificación.

Esta conducta de aparente fortaleza no fue más que la reacción de un grupo de machos asustados por apreciar cómo la expectativa de realidad que había sido construida discursivamente desde antaño, y fungía como eje central de la vida en sociedad, se derrumbaba. La refutación roussoniana a Hobbes, que señalaba al ser humano como el más temeroso de los animales, se comprobaba. Con angustia, como los miembros del poder eclesiástico ante las palabras de Copérnico, exigíamos acallar esa voz, negar una posibilidad diversa a aquella que fundamentaba nuestro sistema. Pero esta revelación anunciaba una verdad: las bases de nuestro sistema patriarcal no eran más que un mito. Nuestra certeza del orden de las cosas se volvía un relato fantástico.

Connotadas autoras se encargarían de desmantelar estos discursos, de desnudar la forma en que el dogma patriarcal se ha dispersado en el tiempo y el espacio. La denuncia está hecha. Ahora, nuestras oxidadas cadenas se vislumbraban hasta donde la vista alcanza. La dominación masculina se transmite como un símbolo. Es una pauta del pensamiento de la que se deriva la categorización de los cuerpos en cada ámbito de la vida. Las características corporales entran en un proceso de socialización que define rituales de trabajo, aspiraciones y expectativas. Por ello, se puede comprender a Bourdieu cuando exclama casi con terror que a donde quiera que se vea se encontrará rastro de estas estructuras cognoscitivas.

Como explica Magdalena León desde la economía feminista, la creación del homo economicus como figura referencial de la vida moderna aglutinó las directrices que institucionalizaron la jerarquía de los sexos. Se consumó la apoteosis del hombre egoísta, individual y carente de codependencias sociales. Es el varón productivo arrojado al mundo en una etapa de autonomía e independencia absoluta. Es el ser ajeno a los nexos de colaboración solidaria, regido bajo un modelo en el que la delimitación discursiva de la virtud reside en la optimización de los beneficios privados. Se refiere al hombre que emplea la subordinación femenina como soporte de su actividad pública, de su éxito personal, al trasladarle las cargas en el ámbito privado del hogar y de las labores de cuidado altruista.

A partir de estas bases, simbólicamente, como un código secreto, pero siempre presente, se asignan roles y restringen libertades, se imponen cargas y obstaculizan igualdades, y se ejercen violencias y desconocen fraternidades. De forma que resulta en extremo difícil imaginar que en la actualidad exista un hombre que no sea machista. El aprendizaje milenario de nuestro sistema de valores ha sido constituido desde premisas patriarcales. Somos seres atados racionalmente a representaciones de validez —la delimitación de lo que es adecuado— acordes con la jerarquización sexual.

Superar esta etapa de la historia humana será una tarea ardua. Cuantiosos machos actuarán instintivamente en su defensa. En muchas ocasiones, la transformación por la que pugna el feminismo no se encontrará dentro del sistema. Su lucha se extenderá fuera de los “espacios de manifestación reconocidos como legítimos”: la protesta disruptiva y amedrentadora.

Pero el feminismo se extiende con potencia. Esta ideología es el nuevo “fantasma” que recorre todo el mundo. Muy pocas veces como en un pasado reciente se habían reunido tantas fuerzas para combatirlo. Enemigos de todos los frentes unificaban posturas para denostar y menospreciar el movimiento. Sin embargo, a pesar de todo, dicho movimiento está triunfando. El machismo está perdiendo terreno. La resistencia al cambio carece de resguardo cada vez más. La oposición ahora se censura como reaccionaria (retrograda). En términos de Foucault, su discurso es parte de “lo impronunciable”, aquello que se susurra en voz baja, de forma oculta en los bastiones de la resistencia, temeroso de la vida pública. Es una ideología propia de una sociedad marginal que se reprime afanosamente.

La profecía de cambio se habrá de consumar. El camino se ha iniciado y no existe fuerza que baste para detenerlo. A pesar de la titánica lucha que libra el feminismo, éste sigue avanzando con fiereza. Los machos, en primer lugar, habremos de aprender a callar y, posteriormente, seremos capaces de repensar una nueva expectativa de la realidad, y así se cumplirá su empresa. Reformulando la emblemática frase de José Rubén Romero, ineludiblemente, con el correr del tiempo, a golpe de martillazos, pintas y confrontaciones discursivas, “del coraje de [las feministas] surgirá algún día el temblor, y entonces, [de las estructuras del poder patriarcal] no quedará piedra sobre piedra. [El feminismo] pronto cobrar[á] lo que [le] debe[mos]”.

Bibliografía

Bourdieu, Pierre (1999), La dominación masculina, trad. de Joaquín Jordá, Barcelona, Anagrama.

Foucault, Michel (2019), Historia de la sexualidad, t. I: La voluntad de saber, trad. de Ulises Guiñazú, México, Siglo XXI.

León T., Magdalena (2009), “Cambiar la economía para cambiar la vida. Desafíos de una economía para la vida”, en Acosta, Alberto y Martínez, Esperanza (comps.), El buen vivir, Ecuador, Abya-Yala.

Romero, José Rubén (2008), La vida inútil de Pito Pérez, México, Porrúa.

Rousseau, Jean-Jacques (2014), El contrato social, trad. de Consuelo Berges, España, Gredos.

Segato, Rita Laura (2003), Las estructuras elementales de la violencia. Ensayos sobre género entre la antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos, Argentina, Universidad Nacional de Quilmes.


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