Los tipos de profesores
Publicado el 13 de octubre de 2020
Jorge Alberto González Galván
Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM,
jagg@unam.mx
1) El sacerdote. Su clase es un púlpito. Se la pasa sermoneando. Es puro y santo, el infierno son los otros. Lo enorgullece tener un séquito de monaguillos.
2) El psicoterapeuta. Su clase es un sofá. Se la pasa quejándose y dando consejos que no sigue. Es perfecto, los demás son los que están mal. El signo de su bienestar es tener lleno su redil con ovejas descarriadas.
3) El crítico. Su clase es la guillotina. Se la pasa, obviamente, cortando cabezas. Se considera un ejemplo a seguir y sale levitando. Su lema de cabecera es: “Un seguidor en cada alumno (la patria) me dio”. Sus fans lo consideran un valiente y hasta le ruegan ser su director de tesis.
4) El payaso. Su clase es un show. Se la pasa contando (adivinaron) chistes. Es muy bien evaluado, aunque no enseñe nada. Aspira, mínimo, a que el final del curso lo inviten a comer.
5) El irresponsable. Su clase nunca está en su agenda. Se la pasa hablando de lo que acaba de hacer y de lo que hará después. Tiene tantas ocupaciones que considera un honor que se le vea de vez en cuando. No tolera a los quejosos porque considera que sólo le quitan el tiempo.
6) El tecnólogo. Su clase es un videojuego. No ve a la cara de sus alumnos, se la pasa hablando a su micrófono inalámbrico. En la oscuridad se puede ver, por el reflejo de su pantalla de la computadora, su cerebro hecho carne de Power Point. Es imposible que dé su clase si se va la luz o pierde su USB. Al final nadie tiene preguntas porque nadie estuvo conectado a su clase.
7) El carnicero. Su clase es un rastro. Se la pasa destazando situaciones y personas. Nadie merece pasar su materia, sale con su bata incólume. Sus clientes suelen ser amantes de las películas de terror y de los deportes extremos.
8) El irrespetuoso. Su clase es su desahogo. Se la pasa, por supuesto, faltándole el respeto a medio mundo porque en su casa no se lo permiten. Se cree infalible, aunque lo critiquen: nos está haciendo un favor que no nos merecemos. Quienes se animan a acariciarle la espalda lo hacen por temor a que los repruebe.
9) El importante. Su clase está en los cielos, se sienta a la derecha del Padre. Se la pasa decretando y pontificando. Los demás no piensan, sólo están para confesar sus pecados. Cuando un mortal se acerca para consultarle algo, se tiene que bajar de nivel (de su pedestal).
10) El dandy. Su clase es un desk-dance. Sólo acepta que las mujeres se sienten en las sillas de enfrente. Se la pasa mostrando el músculo de su verbo, su traje y zapatos de marca. Inunda el ambiente con la última moda de su perfume. Les envía flores virtuales todos los días a las alumnas más guapas: mendiga la atención que en su casa le niegan.
11) El barco. Su clase es un crucero. Todos saben que llegarán a puerto seguro: con o sin examen, todos pasarán. Se trata de que el viaje sea confortable. El único precio a pagar es tener la buena voluntad de embarcarse. A sus seguidores más cercanos les regala sus conocimientos también de los pasillos hasta su coche, donde le abren hasta la puerta.
12) El racista. Su clase es intolerable. No tolera la piel de color diferente a la suya. No tolera que le hablen en un idioma que considera inferior al suyo. A las personas que son diferentes a él las ignora y sólo si demuestran ser inteligentes como él las aprueba.
13) El misógino. Su clase es sólo para gente de traje y corbata. Explica sus temas sin mirar a las mujeres, las considera parte del mobiliario, no acepta que pierdan su tiempo, según él, estudiando en lugar de estar cocinando y cuidando niños. Se cree un héroe porque ya se hizo a la idea de que lo peor que le puede pasar a la humanidad no es la dictadura del proletariado, sino la dictadura de las mujeres. Con sus admiradores forma, inevitablemente, el “Club de Tobi”.
14) El desadaptado. En su clase todo está mal: el frío, el calor, el tráfico, el país, el mundo. Todo lo que huela a “la autoridad” es sinónimo de su malestar: por eso rechaza a sus padres, al administrador de su edificio, a sus jefes de oficina y, por supuesto, a sus villanos favoritos: los gobernantes (no importa de que partido sean). Tiene una piel tan poco clara que algunos lo confunde con un rebelde sin causa, otros con un revolucionario sin revolución o con un anarquista de bolsillo. Cuando se centra en el tema de la clase es riguroso, convincente y generoso. A los alumnos con los que comulga no los ve como amigos, sino como “camaradas”.
15) El homófobo. Su clase es un “machódromo”. Nunca pierde la oportunidad de contar un chiste donde se denigra a los homosexuales. Se luce cuando repite de memoria las citas de intelectuales ilustres que están en contra de la diversidad sexual. Considera que sólo la heterosexualidad es “natural”, “normal”, “sana”, “limpia”. Con sus cómplices suele ir al estadio de fútbol a gritarle “puto” al portero del equipo contrario.
16) El clasista. Su clase es un negocio, una empresa, sólo para gente con clase. Es el tipo de profesor que se siente “en su medio” cuando da clases en las universidades privadas de élite (aunque él no lo sea). Cuando imparte sus cursos en las universidades públicas únicamente lo hace por compromiso o relaciones políticas. Se suele ir de fiesta sólo con los alumnos a los que les brillan los bolsillos, no la mente.
17) El lacayo. Su clase es un tapete: todos lo pisan. Se la pasa alabando a todo y a todos, su precio es la reciprocidad. Se le confunde (porque cambia de opinión cuando cambia la autoridad) con los “lambiscones”, “oportunistas”, “lamesuelas”. Le encanta ser portavoz del chisme exclusivo que perjudica a los demás y beneficia a la autoridad (en turno). Si ésta es como aquella se van a retroalimentar con favores especiales. Suele ser muy amigo de sus colegas y alumnos sólo para sacarles la sopa en temas de su interés: “Tirando aguja para ver si saca hebra”.
18) El acosador. Cuando sale de su casa rumbo a la universidad no dice “voy a dar mi clase”, sino al ritmo del motor de su coche va repitiendo: “voy de cacería”. Se la pasa acechando a las mujeres: suele ponerles trampas en lugar de conocimientos. No da clase, da lástima. Su máxima aspiración es comer la carne que en su casa no le dan. Los dieces los otorga sólo si le pagan con “cuerpomático”.
Estos no son prototipos: no son ejemplos a seguir; más bien, son “estereotipos”, deformaciones, malos ejemplos. No seas uno de éstos. Todos los hemos padecido, por eso no debemos reproducirlos. Si vas a tomar clases, infórmate cómo son los profesores antes de inscribirte, y si te topas con un profesor con estas anomalías, únete con tu grupo y quéjense, denúncienlo (no se esperen hasta el final del curso en su evaluación o por temor a represalias). Y si las autoridades universitarias no hacen nada, entonces habrá que denunciar a éstas.
Si vas a dar clases, o estás dándolas, toma nota: debemos copiar de nuestros maestros sólo lo bueno; es decir, aquello con lo que como alumno me sentí tranquilo, feliz, respetado, motivado, solidario, tomado en cuenta, activo, agradecido. Nunca está de más tampoco tomar un curso presencial de “didáctica jurídica” (ve tutoriales en Internet o revisa libros sobre el tema).
Ciudad de México, a 9 de octubre de 2020
Formación electrónica: Yuri López Bustillos, BJV
Incorporación a la plataforma OJS, Revistas del IIJ: Ignacio Trujillo Guerrero