¿A dónde van las y los desaparecidos?

Publicado el 22 de septiembre de 2020

Abel Rodríguez Carrillo
Posgrado en Antropología, Escuela Nacional
de Estudios Superiores, Morelia, UNAM
emailarodriguezcar@hotmail.com

En el marco del Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas, celebrado el pasado domingo 30 de agosto, cientos de familias jaliscienses conmemoraron la búsqueda de sus desaparecidos y desaparecidas a través de acciones con las que recordaron a sus seres queridos, como murales, protestas, críticas e imágenes de las personas a quienes buscan sin cesar. Sus ausencias, producto de particulares circunstancias, y que además son vidas arrebatadas de su cotidianidad (no sólo de las que ya no están, sino también de las que les buscan), constituyen la razón de ser, sentir, pensar y actuar de madres, hermanas, hijas, nietas y amigas, principalmente, así como de padres, hijos y hermanos que caminan día con día con la esperanza de encontrarles. Es una búsqueda que da cuenta de acciones colectivas y movilizaciones generadas por el dolor, el coraje y la rabia que se gesta desde lo personal, así como producto de una crítica social, todas ellas en respuesta a la acción u omisión de las instituciones que —a juicio externo— hacen de la desaparición un espacio más para la burocracia, donde los servidores públicos, y la carencia de empatía en ellos, victimizan y vuelven a desaparecer a sus familiares, acaso por la inacción, omisión, parsimonia o extravío de las carpetas de investigación (en el peor de los casos), hechos que dan cuenta de la indolencia con respecto a las familias laceradas por este tipo de actos delictivos.

La búsqueda se suscita a lo largo y ancho del país, sea por parte de colectivos que acompañan a familias o sean personales; ya sea en terrenos baldíos, en fosas comunes o clandestinas localizadas en lugares recónditos y privados o en lugares públicos y cada vez más cercanos a nuestros domicilios. Recientemente, ya no es bajo tierra ni respecto a cuerpos completos, sino sólo restos humanos fragmentados y expuestos en las calles, embolsados y arrojados a ríos o en terrenos en construcción, o en casas céntricas de la ciudad, en domicilios irónicamente mal llamados “casas de seguridad”, donde en el mejor de los casos hay evidencia de ellos, pues desde recientes años nos confrontamos con otra modalidad del delito de desaparición de los cuerpos y restos humanos, la cual es llamada por el “narcolenguaje” como “pozoleo”, que no es otra cosa que la desintegración del cuerpo con ácidos dentro de tambos de plástico. Por otra parte, institucionalmente son desaparecidos entre distintos documentos, como lo son las necropsias, las fotografías, AFIS (sistema automático de identificación de huellas dactilares), todos ellos desvinculados de nombres y/o ADN, abandonados en tráileres a media ciudad o incinerados sin registro alguno, o bien entre otros tantos papeles que yacen dentro de las averiguaciones previas o carpetas de investigación, donde sólo se acumulan oficios con negativas por respuesta o (en muchos casos) se plasma el trabajo acumulado de los propios familiares, más que avances significativos por parte de los ministerios públicos y/o policías investigadoras en turno, pues cabe señalar que una de las quejas principales es el constante cambio de los mismos y, con esto, la pérdida de continuidad en las indagatorias, y por ende la nueva desaparición institucional del familiar.

Asimismo, las búsquedas se hacen bajo tierra o entre cenizas; en lagos y ríos, o en parajes desérticos; no obstante, al decir “se hacen” no hago referencia a un mayor colectivo (como lo he señalado al principio), sino a unos cuantos que acompañan la búsqueda, puesto que, en el resto de la sociedad, muchos somos omisos ante las y los desaparecidos que aparentemente no son los propios (mientras eso pase, puesto que cada día el problema está más cerca); nuestras omisiones, por las que olvidamos que su búsqueda también debería ser nuestra; sus dudas, que deberían ser nuestras dudas ante la imprecisión de saber qué fue de ellos y ellas o qué será de las y los nuestros o de nosotros mismos; las cifras, que reflejan nuestras cifras —y algunas hasta pintadas de color rojo y negro— si apelamos a un llamado colectivo, puesto que la desaparición es un problema social que afecta a las y los mexicanos, y si acaso logran la atención de quienes con el afán de cuantificar la realidad para darle algún sentido, ante la imposibilidad de concebir que los problemas sociales son más que números, les contamos día con día. Todas ellas suman una cifra atroz de poco más de 10,000 desaparecidos en Jalisco, reportados hasta el 31 de julio de 2020.

En este panorama, el pasado es sólo una categoría que transfigura la cotidianidad y percepción de espacio y tiempo de las familias de personas desaparecidas. Cada día se retorna al momento y circunstancias de los hechos, a las personas involucradas, a los vehículos y horas de aquel suceso que pudieran ser relevantes para la autoridad; más allá de eso, también se toman en cuenta a los objetos, las ropas, los celulares y el calzado, por ejemplo. Tanto sus características físicas como sociales no resultan menos importantes; en este sentido, se recuerdan sus tatuajes, sus heridas que sanaron hechas cicatrices sobre la economía de su piel, sus cirugías o cualquier intervención quirúrgica que modificara el cuerpo o parte del mismo. En lo general, es el ejercicio de traer al presente algún elemento, algo físico que posibilite el encuentro del ser querido vivo, cual sea su estado de salud, puesto que la presunción de vida es una premisa de su búsqueda; o “muerto, pero completo”, tal y como anhelan las familias que buscan dignificar el recuerdo de su familiar, o bien, en última instancia, “un fragmento de sí”, para poder concebir un duelo y sanar la pérdida de quien ya no está entre nosotros. Pero la memoria no sólo trae lo objetivamente útil para las autoridades, sino que también trae consigo el llanto, la tristeza, el dolor y la angustia, además de la eterna esperanza de encontrarles. Así es la cotidianidad de quienes se preguntan día con día ¿a dónde van las y los desaparecidos? Los suyos… los nuestros, colijo.

Guadalajara, Jalisco, a 2 de septiembre de 2020


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