El lenguaje grado cero en la formulación del conocimiento en la ciencia del derecho 1

Publicado el 22 de septiembre de 2020

Raymundo Pérez Gándara
emailrp_gandara@hotmail.com

El lenguaje está directamente relacionado con la representación de un signo distintivo que determina una situación específica respecto de algo que se expresa, ya sea de manera hablada, escrita o corporal.

La lectura elemental de los signos proporciona los términos para entender la dimensión de lo que se lee (lectura semiótica), es decir, qué dicen los signos que se perciben.

El grado cero del discurso (Barthes) es una herramienta de lectura semiológica que centra la dimensionalidad de las expresiones concretas del discurso con respecto al lenguaje, donde uno —el idiolecto— es de uso del sujeto y otro —el lenguaje— es de uso de una sociedad o de un grupo social determinado, por ejemplo, los juristas; todo ello, mediante una lectura hiperdiscursal más allá de la estructura formal de la lengua y el lenguaje correspondiente al idioma de que se trate.

La de-signación (designata) en el lenguaje común (ordinario) o formal (oficial) denota un algo; ese algo signa una cosa, le da un signo, de ahí “de-signar”.

Deslinde: de-signar es un acto excluyente de lo otro, de lo demás; dicho de otra manera, se refiere a la mismidad de un algo, de una cosa, de un hecho o situación, y no a lo otro, lo distinto, lo ajeno, etcétera, aunque pudiera parecerse o relacionarse.

La de-signación puede hacerse de cualquier manera; la intencionalidad comunicacional es lo que marca el acto de de-signar. Los signos pueden ser simples o complicados. Son simples cuando se utilizan expresiones como “ahí está” en lugar de decir “está sobre el escritorio”; “lo dejé arriba” en lugar de decir “lo puse encima del estante”, etcétera. Son complicados cuando se dice “creo fue en días pasados, pero no recuerdo si fue por la tarde o la mañana y creo que ahí estaba Juan”. No se identifican los alcances de la expresión “días pasados” ni si fue “por la tarde o la mañana”. ¿Qué se debe entender por ello: los días inmediatos de esta semana, los de la semana pasada, los del mes pasado? No se identifica la hora del día ni la etapa del día y se expone la vaga posibilidad de que estuviera Juan.

La complicación no sólo pertenece a expresiones como las anteriores, de ahí que la complejidad de la lectura está relacionada con lecturas de difícil interpretación, por ejemplo, las matemáticas avanzadas o las formas en que plantea su pensamiento Immanuel Kant en la Crítica de la razón pura. Cabe aquí decir que en muchas situaciones lo que en un inicio parece una expresión simple, sin problemas de interpretación, al momento de confrontarla con otras lecturas y aun con su autorreferencialidad su complejidad es manifiesta.

La de-signación también se puede dar de manera abierta o cerrada. La de-signación es abierta cuando, por ejemplo, se dice: “lo resolveré después”; “dame tiempo”; “lo propongo otro día”. Esas expresiones no crean confusión, pero sí incertidumbre; por ejemplo, en la penúltima expresión se sabe que se solicita tiempo, pero es tan abierta que la unidad de lectura “tiempo” puede ser desde segundos hasta años. Es cerrada cuando se dice, por ejemplo, que el binomio cuadrado perfecto se expresa con la siguiente operación algebraica: “el cuadrado del primer término, más el doble producto del primero por el segundo término, más el cuadrado del segundo término”.

De lo antes planteado se puede colegir que situaciones semejantes se presentan en la discusión de la ciencia en todos sus órdenes, sólo que con mayor frecuencia en las ciencias sociales, lo que obstaculiza el avance de las mismas.

Dentro del discurso de la ciencia, lo que se atiende es la combinación de los signos y sus relaciones, esto es, bajo qué circunstancias (tiempo, modo, lugar y circunstancia) un signo es aplicable a un objeto de conocimiento, estableciendo así correlaciones específicas entre signos y situaciones “denotables”.

El signo, ya sea hablado o escrito, conforma una expresión, misma que en el caso de la escritura, inclusive, puede darse no sólo en una sola palabra, sino también en una letra y hasta en un signo ortográfico. Por ejemplo, la palabra “sí” es contundente y hay en ella todo un discurso; otro caso es donde la “Y” es copulativa, esto es, implica la aplicación de dos posibles estados o situaciones, no así donde la “O” es disyuntiva, es decir, que es uno u otro. Por lo que respecta al signo, éste conforma todo un discurso. Por ejemplo, si se escribe “Sufragio efectivo. No reelección”, se entiende que hay una prohibición expresa de reelegirse; en efecto, el signo de punto (“.”) establece que “no hay reelección”. En cambio, si se escribe “Sufragio efectivo no. Reelección” (con sólo colocar el punto después de “no”, el signo cambia el sentido de la primera frase), se interpreta que no haya sufragio efectivo y que sí haya reelección; todo eso es lo que informa el “punto”. Más aún, si se escribe “Sufragio efectivo no reelección” (sin punto), el discurso se puede leer de más de una manera. De ello se colige que un signo (un punto, un signo de interrogación, el entrecomillado, el subrayado, etcétera) es un discurso complejo (dice algo). Sólo mediante la lectura semiótica del texto, el contexto y el cotexto, es posible obtener una lectura verosímil y, en su caso, definitiva solamente para un discurso específico, pues en otra lectura ello puede cambiar, aunque los discursos parezcan referirse a lo mismo.

Los signos escritos están necesariamente agrupados en letras, fonemas, morfemas, etcétera, que se siguen linealmente siempre en el mismo orden lógico de expresividad; por ejemplo, la palabra “derecho” en el idioma español inicia con una “d”, sigue la vocal “e”, después una consonante “r” y así sucesivamente hasta concluir con la letra “o” (en este ejemplo, todas son letras del alfabeto español). De ello se colige que esa expresión dice “derecho” sólo como palabra, sin que se le adjudique un contenido por oposición a otras palabras que, incluso, pudieran ser muy parecidas, pero que son otras, como directo, recto, rectilíneo, etcétera.

La expresión aislada “derecho” es una palabra que dice “algo”, pero que requiere de la de-signación, esto es, el ámbito de lectura al que se le asigna este vocablo y cuál es su dimensión como lenguaje que lo hace susceptible de conformar un discurso.

En este orden de ideas, una expresión connota aquello que se dice, que se expresa (según estén dadas las condiciones y circunstancias), pues el contexto establece las condiciones de la designación en virtud del principio de coherencialidad. Este principio es imprescindible para caracterizar la forma única, que no absoluta de sentido, que tiene lo que se dice en cierto tiempo y circunstancia, y como exclusión de otras formas de decir en que pudiera leerse lo mismo que se dice.

Lo anterior es plausible, ya que en condiciones y circunstancias diversas una misma expresión podría tener en otro contexto una diferente lectura a pesar de compartir la misma estructura lingüística formal; por consiguiente, si esto fuera así, se rompería con el principio de coherencialidad. Por ejemplo, alguien podría utilizar la expresión “mediar” para referirse a colocar partes iguales de algo a fin de formar un entero (un todo); entonces, esa palabra pertenece a un contexto diverso al de la acción de mediar en una controversia a pesar de ser la misma palabra.

Además del principio de coherencialidad, son necesarias las reglas gramaticales que gobiernan los elementos sígnicos por separado y en combinación; por ejemplo, la palabra “sima” con “s” refiere a una cavidad grande y profunda, mientras que la palabra “cima” con “c” alude al punto más alto. Las estructuras ideológicas (de idea) gramaticales son indispensables en la formulación del lenguaje.

Las formas y los modos del idioma de que se trate son las raíces que potencian las maneras de decir y, al mismo tiempo, confirman las reglas de la lengua (idioma) en contraposición del lenguaje. Por ejemplo, en el idioma español, en el lenguaje popular suele ocurrir que una persona para decir “sí” dice “simón”, por lo que agrega al “sí” inicial la expresión “mon”. El que escucha y conoce el formato sólo procesa como válida la expresión “sí”; lo demás es mero artífico lingüístico.

Es de resaltar que algunas expresiones de este tipo forman parte del idioma español, con especial práctica en México, como es el caso de las palabras “quihubo”, “quihúbole” y “quihúboles” (esta última es una especie de retruécano). La primera quiere decir “qué hubo”, la segunda implica decir “qué le hubo” y la tercera funciona como una exclamación respecto de un resultado no esperado; por ejemplo, “quihúboles”, ya ves como sí se pudo.

Las formas de los elementos sígnicos, por lo general, no se formulan desde el propio usuario del lenguaje, aunque algunas veces eso suceda; otras formas particulares son producidas principalmente por “fórmulas” de comunicación dirigida hacia un fin determinado. No obstante lo novedosas que pudieran ser esas combinaciones de signos, necesariamente derivan de otras formas establecidas con anterioridad.

La cuestión es que en muchas ocasiones se dan ciertas combinaciones de signos, mismas que, a su vez, derivan en otras formas de decir lo mismo con diversos signos, como “caer la tarde” con “hacerse de noche”. El ejemplo no refiere a sinonimias ni a semánticas lógicas o cognitivas, sino a su estructura de lectura.

Es de resaltar que la formulación explícita de un lenguaje requiere de un grado importante de simbolización, por lo que se necesita ir más allá del lenguaje deliberadamente construido (lexicón).

Es por todo lo antes expuesto que el lenguaje grado cero juega un papel determinante en la aprehensión y, por ende, en la comprensión de lo que se dice. Su formulación hace posible la inmediatez de su lectura y la aprehensión de la dimensión de lo dicho.

La dimensionalidad tiene aplicación bajo condiciones específicas, ya que necesariamente su universo se determina bajo situaciones o circunstancias mesurables de probabilidad-posibilidad.

La fórmula general es la siguiente:

Los elementos “a”, “b”, “c” signan al elemento X; por tanto, sólo bajo esta situación es aplicable X. Esa situación constituye la dimensión de aplicabilidad de X. En este ejemplo, únicamente cuando se cumplen todos los elementos, la relación de aplicación X se satisface; si sólo se satisface uno o dos de ellos, entonces se está en una situación de improbabilidad-imposibilidad. Por lo tanto, esta ecuación por necesidad carece de aplicabilidad y, por ende, no se cumple X, ya que la condición es que se deben de dar los tres elementos.

En el mismo ejemplo puede darse una variable alterna de lectura: si se dan dos de las tres condiciones, entonces hay un cumplimiento de probabilidad-posibilidad-insuficiente, por lo que la variable que no se cumple requiere ser sustituida con una de rango distinto, pero no ajeno (esto es: a’, b’, c’, pero no una variable distinta: r, s, etcétera), y siempre dentro de la misma dimensionalidad del discurso. Por lo tanto, la ecuación es posible de aplicación, cumpliéndose una correlación de lectura alterna.

Si se cumplen las tres condiciones (con cualquiera de las variables a’, b’, c’), se cumple X y, entonces, se está ante un binomio de cumplimiento efectivo de probabilidad-posibilidad. En este caso, el ejemplo más común es cuando se usan los signos numéricos: el signo “3” es exactamente un signo igual al “número tres”. Sin embargo, se advierte que se refiere sólo al signo (la forma o figura que le es propia), no a un valor representacional.

En un escenario comunicativo, la formulación del grado cero del lenguaje tiene una doble dimensión, que requiere se cumpla en ambas direcciones: a) de lo que se dice, y b) de lo que se entiende. En la interacción comunicativa como consecuencia de la lógica pragmática, el discurso requiere concentrarse hacia el grado cero del lenguaje, en un universo finito, concreto y específico.

Recuérdese que, no obstante la intención clara y deliberada de decir (algo) como de escuchar (ese algo), siempre habrá un déficit tanto en lo que se dice como en lo que se escucha, pues la naturaleza del lenguaje estriba en la economía expresiva, tal y como algunos dirían en México: “al buen entendedor, pocas palabras”. Cuando se habla, se omiten muchas ideas, ya que se dan por entendidas, y cuando se escucha, se hace un ejercicio de lectura deconstructiva implícita (“sé lo que quieres decir”). Cabe señalar que no siempre es así; sin embargo, en todo momento se está frente a una lectura interpretativa. Como antes decía, siempre se está interpretando, e incluso lo literal necesita ser interpretado; obviamente, hay niveles de interpretación, que van desde los simples hasta los complejos.

La dialéctica se da, por una parte, en el repertorio de conocimientos de quienes leen y, por la otra, en la conciencia que se tiene de la relación entre el objeto y el objetivo de la comunicación.

Desde la lectura del derecho, se puede colegir que, a pesar de que el repertorio de conocimientos entre juristas fuera parecido, la manera de leer nunca podrá ser exactamente igual, pues siempre estará matizada por otras experiencias supervenientes que, aunque fueran las mismas, necesariamente la intensidad, la referencialidad y sus características están determinadas por la forma de lectura individual de cada sujeto. Por ejemplo, dos juristas tienen una formación intelectual muy semejante y, por lo tanto, miran de manera parecida las cosas relacionadas con su profesión; sin embargo, la posición de sus respectivas lecturas sobre un asunto difícilmente, por no decir que nunca, será idéntica; es decir, sus pensamientos, sus criterios o perspectivas de lectura no coincidirán de manera idéntica. Los matices son determinados por otras influencias o accidentes del intelecto que modifican el criterio. Ello no implica que puedan llegar a un acuerdo o empatía de criterios.

De lo anterior se deduce que el ejercicio en la construcción de la ciencia del derecho consiste en acercarse lo más posible al grado cero del lenguaje, que como el horizonte siempre es inalcanzable e inasible.

Un ejemplo de lenguaje grado cero es la expresión siguiente: “las quince letras”. Son letras y son quince, por lo que se corresponde exactamente el contenido discursivo (lo que se dice [signo]) con el mensaje (designo); dicho de otra manera, se da una equivalencia total entre lo escrito y lo que dice (lo que se predica de la cosa). Se dice con letras (se escriben letras) y se habla de letras. No hay representación alguna. La cuestión es que “así no se puede dar la comunicación, así es imposible discurrir”. Expresiones como ésta son la excepción que prueba la regla.

Lo que sucede cuando se dice “algo” es que mediante el discurso se hace referencia a un objeto de conocimiento. Así, por ejemplo, para hacer referencia a un “gato”, se escribe o se pronuncia esa palabra; sin embargo, esa expresión no es el gato. En cambio, en el ejemplo anterior, la expresión son letras y refiere a letras, por lo que no hay representación.

Con esa palabra se representa (lenguaje simbólico) lo que se entiende comúnmente como “gato”: gato-animal; gato-herramienta; gato-expresión peyorativa; gato-apodo, etcétera.

Siguiendo el mismo ejemplo, si la referencia es “gato” como herramienta, dicha expresión tiene que ser posible y consistente en el discurso “herramienta”.

Por otra parte, es de reiterar que una afirmación o una negación no dicen nada en sí mismas, salvo que se conozca el contenido discursivo que refieren esas expresiones.

Si esto es así, una palabra por sí misma nada discurre, excepto bajo ciertas condiciones o presupuestos (como ya se dijo con anterioridad). La palabra solamente dice algo de sí misma en el caso de su condición etimológica como palabra formalmente reconocida por el lenguaje oficial del idioma de que se trate; no obstante ello, necesariamente su lectura se hace mediante otras palabras.

La condición etimológica tiene una suficiente expresividad y se agota en sí misma, siempre y cuando cumpla con su condicionalidad. Por ejemplo, la palabra “derecho”, desde su etimología, proviene del latín vulgar derectus y, a su vez, del latín directus, que significa no torcido, no curvo, sin rodeo, directo, recto, lo que no se desvía. Éste es el contenido cierto, valedero, según la proveniencia de la palabra; por tanto, la condición etimológica se cumple. Si la condición se cumple, entonces la palabra por sí misma es consistente y autorreferencial; en esa virtud, su formulación como tal no tiene cambio de lectura, pues se dice a sí misma, de tal manera que resulta irrefutable para quien conoce su significado etimológico.

En otras circunstancias, una palabra como la del ejemplo (derecho) es susceptible de convertirse en un discurso-expresión. En este caso, la expresión es la palabra-concepto que mediante una forma-formante trastoca la palabra original adjudicándole otro cariz que en su etimología no tiene.

Por ello, en este caso, la palabra-concepto requiere de la simbolicidad; entonces, esa palabra que es usada con otras acepciones (derecho, lado anverso de un objeto —una tela—, lo contrario del revés, etcétera) se convierte mediante la simbolicidad en un ente llamado “derecho”, el cual, a su vez, adquiere otra identidad, como el conjunto de principios, preceptos y reglas que rigen las relaciones humanas o el sistema normativo que tiene como base el principio de justicia, etcétera.

La palabra-concepto es el eje sincrónico (Saussure) del lenguaje grado cero, pues al convertirse en expresión posibilita construir una idea lo más cercana posible a la consistencia y la posibilidad-probabilidad, advirtiéndose que la consistencia discursiva sólo es circunstancial; es decir, la palabra como expresión únicamente es aplicable en casos iguales y en algunas ocasiones, con las reservas necesarias, en casos semejantes. De ahí que, si se habla de derecho como ciencia, la palabra correspondiente se aplica de igual manera en todo ámbito, cualquiera que éste sea (en el discurso de aplicación de la ley, en la creación de una categoría de derecho, en la creación de una norma jurídica, etcétera).

La relación formal de los signos es insuficiente para construir un lenguaje comprensivo, ya que solamente en determinadas situaciones ello es posible. En este orden de ideas, la lectura debe comprender tanto las relaciones de los signos con los objetos de conocimiento a los que son aplicables como la relación de los signos con la interpretación, esto es, se requiere una relación diática (Simmel) como fórmula constitutiva de sentido. Se debe tener presente que la interpretación de un signo sólo es posible mediante otro signo y éste a través de otro hasta el cumplimiento de la lectura cero necesaria para la situación o el asunto concreto o específico que se lea. Se advierte que cualquier variante, por pequeña que sea, desestabiliza la lectura, por lo que es necesario recurrir a otros signos para cerrarla. Todo es signo. El signo también es un signo, por lo que un signo sólo puede ser leído por otro signo.

Lo importante en el lenguaje grado cero no sólo estriba en un ejercicio entre estados sincrónicos, es decir, entre formulaciones lingüísticas que cuando se ponen en acción pertenecen a una misma estructura de lenguaje (palabras, formas, expresiones, idiolectos, etcétera), sino también a los estados diacrónicos, donde se ponen en acción elementos ajenos que pertenecen a otros universos de lenguaje formal o informalmente distintos.

Para esos efectos es pertinente hacer abstracciones específicas, pues es necesario tener presente que tanto los aspectos diacrónicos como los sincrónicos están determinados en la realidad por las situaciones culturales, sociales, económicas, ideológicas, etcétera.

Cabe advertir que el ejercicio diacrónico no es un acto de derivación, no es recurrir a la simplificación de “estados parecidos”, no es apelar a las semejanzas, sino, por el contrario, es atender una lectura compleja para desentrañar los lenguajes representativos de una idea que se entrecruzan en un momento dado respecto de sus características distintas o contradictorias.

Es pertinente aclarar que ello no excluye el hacer uso de las herramientas: fonológicas, semánticas y gramaticales. En su caso, debe también hacerse uso de lecturas genéticas: por qué y cómo se originó tal o cual forma de decir. Inclusive, esas lecturas hacen posible conocer la dimensión de sus alcances iniciales y cómo ha sido la evolución de tal o cual forma de decir, e incluso permite hacer un esquema (hoja de ruta) de su tipología. Las disciplinas jurídicas son un ejemplo elocuente de ello.

La formulación de tipologías permite establecer criterios maleables (no estereotipados) y así derivar relaciones de lenguaje tanto genéticas como de uso, modo y circunstancia mediante elementos que impliquen su desarrollo. Para ello, es necesario que se creen los tipos especiales según las necesidades de lectura (en este trabajo hago uso de ese recurso con tipologías como coherencialidad, instrumentalidad, expresionalidad, insecuencia, cotexto, etcétera).

Estas formulaciones necesariamente pertenecen al lenguaje grado cero, que también puede definirse como signo grado cero, pues hacen posible crear tipologías relacionales no únicas, pero sí concretas, específicas.


NOTAS:
1 Este trabajo formará parte del libro La estrategia semiótica en la formulación del conocimiento (en prensa). En él propongo algunas herramientas de lectura deconstructiva (Derrida). Entre paréntesis indico los nombres de pensadores, de científicos y de intelectuales; ello no es una cita ni una paráfrasis, sino una aclaración de la persona que en esa parte del discurso influencia mi pensamiento y va dirigida a los lectores avezados. Obviamente, algunos de ellos afirmarán que lo dicho en mi discurso no se acerca al pensamiento del autor nombrado, y su posición es válida; los que me ocupan son aquellos que pudieran decir “esto se parece a lo dicho por tal o cual autor”; en este caso, espero que sirva esta nota de aclaración.


Formación electrónica: Yuri López Bustillos, BJV
Incorporación a la plataforma OJS, Revistas del IIJ: Ignacio Trujillo Guerrero