Los moneros y el periodista1

Publicado el 28 de octubre de 2020


Pedro Salazar Ugarte

Director del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM,
email pedsalug@yahoo.com

Leí con interés la entrevista que realizó El País “a los tres dibujantes y un columnista con quienes el presidente de México acostumbra a charlar en Palacio Nacional”. Se publicó con el título “Los amigos (muy amigos) de López Obrador” https://elpais.com/mexico/2020-10-25/los-amigos-muy-amigos-de-lopez-obrador.html el domingo pasado. Los entrevistados respondieron preguntas inteligentes y agudas (aunque deferentes) de Jacobo García.

No ofrezco una síntesis de los temas tratados, pero reflexiono sobre algunos argumentos subyacentes y programáticos que entreví en la conversación. Mi lectura es personal –y puede ser errada– por lo que invito a buscar la entrevista, leerla y hacerse una opinión propia.

Se trata de un intercambio claro e inteligente. Los argumentos son abiertos y, aunque orientados por una brújula ideológica, refieren temas importantes con franqueza intelectual indubitable.

Se habló de la “llegada al poder (del actual gobierno), los intelectuales, el feminismo, el papel de los moneros en la 4T, la división de Morena o Venezuela”. Según el entrevistador solo quedaron fuera el rock o el futbol. Eso no es cierto. Tampoco se habló de la militarización, los homicidios, las desapariciones, las víctimas, la política fiscal, la laicidad estatal o la relación del presidente con ciertos empresarios.

De ese combo temático que, para algunos demócratas de izquierda, colocan a la 4T fuera de ambas esferas (de la democracia y de la izquierda) no se dijo nada.

Lo que quedó claro es que, más allá de su amistad, los entrevistados profesan una genuina admiración por el liderazgo político e intelectual del presidente. Me parece comprensible. AMLO es un líder político indiscutible y ha demostrado ser un hombre sagaz que conoce la historia del país que gobierna. Necio sería negarlo.

También comparto algunos de los argumentos medulares tratados por los entrevistados. El neoliberalismo –el verdadero, el poderoso, el obtuso, desigual y excluyente– debe ser derrotado. Remito a textos menores que he publicado sobre el tema y, sobre todo, a las lecciones de mis maestros (Bovero, Ferrajoli, Vitale, Pazé, Salazar, Woldenberg, Cordera, etc.) para evidenciar la coincidencia. La diferencia con ellos reside en que su batalla –la de esos promotores de la 4T– podrá ser popular pero no es democrática. Promueven una hegemonía distinta a la neoliberal pero una hegemonía al fin y al cabo.

Su crítica a la prensa, por ejemplo, apunta a los propietarios de los medios (los empresarios). No hay matices ni distingos. No importa si quienes escriben lo hacen con libertad; tampoco si hay empresarios cercanos al gobierno dueños de “grandes consorcios mediáticos”; ni que la razón y los argumentos no dependen del medio en que se publican. El corte es de tajo. En su lucha no hay espacio para la deliberación argumentada, se trata de una batalla de posiciones. Lo importante no es lo que se publica, sino quién y en dónde lo publica. Lo mismo vale para su crítica a los “artistas, activistas, científicos, académicos”: para ellos, su pertenencia a la clase media los delata.

Pero, aunque parezca paradójico, en su narrativa hay argumentos aplaudibles. Dicen que el neoliberalismo trajo consigo “el saqueo, la corrupción, la injusticia, la concentración de la riqueza, la infiltración del narcotráfico, etcétera”. Más allá del tino en la relación causa-efecto, el punto es sensible y atendible. Las últimas décadas han sido de una injusticia, desigualdad y violencia insoportables.

Comparto el diagnóstico pero me preocupa la receta. El discurso que combina el pronombre “él” (presidente), sumado al concepto “movimiento” para combatir a los “agentes de derecha” (opositores, medios críticos, disidentes, escépticos, etc.) se parece mucho –para no estirar las comparaciones– al kirchnerismo argentino en el que la ‘causa buena’ lo justificaba todo.

Viví en Buenos Aires en 2012 y recuerdo un ambiente político asfixiante. El domingo, leyendo El País, recordé una plática aquel año con un profesor destacado, profundo admirador de Cristina Fernández de Kirchner, en la que indagué sobre su militancia ciega –su ‘todo bien; nada mal’– y crucé una lanza a favor del pensamiento crítico y la deliberación democrática.

Cito a memoria su respuesta: “la democracia que defiendes, me tiene sin cuidado; acá lo que importa es conservar el poder el tiempo que haga falta”.

La frase de la entrevista que me recordó el intercambio fue esta: “... lo que me gustaría es que nos derrotaran dentro de sesenta años y no dentro de seis meses” (esta vez cité textual).


NOTAS:
1 Se reproduce con autorización del autor, publicado en El Financiero, el 28 de octubre de 2020.

Formación electrónica: Yuri López Bustillos, BJV
Incorporación a la plataforma OJS, Revistas del IIJ: Ignacio Trujillo Guerrero