La intolerancia con el asociacionismo1

Publicado el 13 de noviembre de 2020


Pedro Salazar Ugarte

Director del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM,
email pedsalug@yahoo.com

En tiempos recientes se ha publicado una cantidad ingente de artículos y libros sobre las muertes de las democracias. Las crisis económicas, la desigualdad social, la polarización política, la corrupción, la impunidad, la fragilidad institucional, las amenazas populistas, básicamente, desfilan por sus páginas. No es que no sean interesantes ni relevantes, pero no son muy originales.

La razón de lo anterior es doble: para ser rigurosos, esos textos deben ceñirse a un guion marcado por la realidad histórica y presente y, por lo mismo, comparten descripciones, premisas y recetas. Pero, además, el estudio de la política es añejo y, como es de esperarse, algunos autores 'clásicos' ya anticiparon las tesis que preocupan a los contemporáneos.

No podía ser de otra manera porque los 'clásicos' –como nos enseñó Bobbio– son aquellos autores que fueron los mejores intérpretes de su tiempo histórico, su obra es objeto de estudio y debate hasta nuestros días y, lo más relevante para este artículo, son aquellos pensadores que propusieron conceptos o tesis que siguen vigentes en la actualidad y sirven para entender el presente.

Un ejemplo típico es el pensamiento de Hobbes cuando advierte que el miedo colectivo es un aliado de la concentración del poder y la restricción de las libertades. ¿Alguien duda de la vigencia de esta idea madurada en el siglo XVI en tiempos de pandemia en el siglo XXI?

Pero regresemos a la democracia y a su crisis actual. Para hacerlo retomo un par de ideas de otro autor clásico indiscutible: Alexis de Tocqueville. Sus tesis sirven para pensar los problemas contemporáneos de esa forma de gobierno en muchas latitudes, pero me permito aterrizarlas en las vicisitudes mexicanas.

En La Democracia en América plasmó sus preocupaciones por la llamada 'tiranía de las mayorías'. Ese fenómeno se presenta cuando se alinean los astros a los poderosos y logran apoderarse de múltiples esferas de control social. Ello, aunque parezca paradójico, sucede con frecuencia en las democracias que empiezan a dejar de serlo. Hoy en México vivimos en las coordenadas de ese escenario. La llamada 4T está construyendo una hegemonía basada en la mayoría que obtuvo en las urnas, pero que se ha ido explayando en múltiples ámbitos de la vida pública mexicana. Dejo a la pluma de Tocqueville el toque de las alarmas:

“La omnipotencia en sí misma es una cosa mala y peligrosa. No hay sobre la Tierra autoridad tan respetable en sí misma, o revestida de un derecho tan sacro, que yo quiera dejar actuar sin control y dominar sin obstáculos. Cuando veo el derecho y la facultad de hacer todo a cualquier potencia, llámese pueblo o rey, democracia o aristocracia, sea que se ejerza en una monarquía o en una república, yo afirmo que allí está el germen de la tiranía.” (FCE, 2009, p. 258).

Los antídotos típicos contra ese peligro son de sobra conocidos. Por un lado las leyes y sus rigores y, por el otro, la separación de los poderes. Ambos son contenciones para los poderosos y sus pretensiones. Por eso suelen no gustarles. Y, precisamente por lo mismo, debemos insistir en su importancia. Sobre todo en contextos como el mexicano de 2020 con un presidente que no ceja en su empeño por doblegar a los otros poderes y que considera a las leyes como un estorbo.

Pero también existen otros antídotos de relevancia equivalente que germinan en la arena de lo social y no necesariamente de lo político. Me refiero a las asociaciones cívicas. En ellas –en el asociacionismo– Tocqueville entreveía la vacuna contra la tiranía:

“Los norteamericanos de todas las edades, de todas las condiciones y del más variado ingenio, se unen constantemente y no sólo tienen asociaciones comerciales e industriales en que todos toman parte, sino otras mil diferentes: religiosas, morales, graves, fútiles, muy generales y muy particulares. Siempre que a la cabeza de una nueva empresa se vea, por ejemplo, en Francia al gobierno y en Inglaterra a un gran señor, en los Estados Unidos se verá, indudablemente, una asociación.” (FCE, 2009, p. 473).

Poco importa si aquel fresco de la sociedad norteamericana persiste; lo relevante está en la tesis de fondo. Las organizaciones sociales son sostén de la democracia porque son un dique a las pulsiones hegemónicas de la mayoría.

Valga lo anterior para justificar el tono superlativo de la siguiente frase: es gravísimo el embate tributario impulsado por el gobierno en contra de la sociedad civil organizada y es tiránica –entiéndase es un 'abuso en grado extraordinario de poder'– la embestida presidencial versus Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad.

Creo que Tocqueville estaría de acuerdo con el fondo y en la forma.


NOTAS:
1 Se reproduce con autorización del autor, publicado en El Financiero, el 11 de noviembre de 2020.

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