Los jóvenes y la nueva normalidad

Publicado el 18 de enero de 2021

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Rubén Alberto Pérez Ruíz
Estudiante de la licenciatura en Derecho de la Facultad de Derecho de la UNAM
email rubenprzruiz@gmail.com

En vísperas de año nuevo se presenta el momento adecuado para reflexionar sobre lo vivido y lo aprendido durante todo un año, sin embargo, no es secreto para nadie que el 2020 es el año del que mayores aprendizajes se pueden obtener, pues la realidad inmediata aún persiste en nuestra sociedad. A lo largo de estos meses la sociedad mexicana atravesó por una época sin precedentes que cimbró hasta el más duro de los suelos. A más de nueve meses de que el gobierno federal decretara el inicio de la pandemia por el virus del SARS-CoV 2 en México, y que con ello comenzara una lucha interminable por la supervivencia social y mediática, la ficción ha quedado rebasada en todos sus escenarios y la victoria continua lejana.

Una enfermedad sin registros anteriores ni estudios científicos, pero que avanzaba a pasos agigantados, arribó a México el pasado 28 de febrero, fecha que quedaría marcada como el inicio de una serie de medidas que el gobierno federal, como parte de sus funciones de administración pública, empezaría a maquinar para salvaguardar la integridad de sus sociedades.

No pasaron más de dos meses a partir de la cuarentena voluntaria, que después se volvió obligatoria para prácticamente todo el país, cuando las repercusiones del encierro comenzaron a surtir efectos. Con resultados colaterales, que fueron desde aspectos sociales y económicos hasta físicos y de salud mental, los sistemas sociales incubaron un mecanismo de autoprotección y de supervivencia propia, traducido en desesperación por el aislamiento social que, meses después, se reflejaría en el incumplimiento del distanciamiento social, en el desacato de las normas mínimas de prevención y esparcimiento del virus, y que, aunado con un gobierno que se ha caracterizado por implementar, y aumentar, programas sociales, fueron éstos los que se hicieron notar por su ausencia durante los primeros meses de la contingencia emergente por la covid-19. Y todo ello provocó que el principal sistema de toda sociedad colapsara y dejara en el desamparo total a millones de personas.

La red económica representa, para muchas sociedades, el principal foco de atención y de constante mejora; sin capital que intercambiar por bienes o servicios, y sin bienes ni servicios en los que valga la pena intercambiar capital, la fluctuación económica se detiene, y con ello gran parte de la administración pública. México no fue la excepción de lo anterior, pues para el primer semestre del año en curso se estimó que se habían perdido poco menos de dos millones de empleos por la contingencia sanitaria derivada por la covid-19. El escenario no lucía menos favorable si de mostrar número de decesos por aquella enfermedad se trataba: para el 10 de junio, se contabilizaban, aproximadamente, 15 mil muertes.

Es importante hacer un comparativo entre la primera mitad del año y el segundo semestre del mismo, pues el confinamiento repercutió en todos los ámbitos sociales, pero, particularmente, las generaciones más recientes se encontraban entre las más afectadas, y no precisamente por una cuestión epidemiológica, sino social. El cierre de establecimientos mercantiles y el confinamiento social no pudieron continuar sino hasta el 1o. de junio, fecha en que se levantó la Jornada Nacional de Sana Distancia, no obstante, ello no significó una reapertura total del sector económico ni la reintegración de las personas a la sociedad para proseguir con nuestras actividades. Según datos la Organización Mundial de la Salud, la pandemia por covid-19 está empeorando, y el director general, Tedros Adhanom, señaló que el nuevo foco de contagio se encuentra en América Latina, siendo México el segundo país con mayor número de decesos, por debajo de Brasil.

Desde hace casi 10 años que las y los mexicanos no registraban una epidemia tan fuerte que les obligara a permanecer en sus casas, dentro de la medida de lo posible, y que los llevara a escenarios tan caóticos como el actual. Pero han pasado 10 años desde el brote de la pandemia de gripe tipo A (H1N1) que azotó a México, y para miles de jóvenes esta es la primera vez que se enfrentan a un futuro tan incierto, tan endeble y tan incompresible.

El confinamiento social y la suspensión de actividades académicas y laborales resultaron adecuadas para mitigar el esparcimiento del virus por SARS-CoV-2, pero ello no implicó un entendimiento social generalizado, por lo menos durante los primeros meses del segundo semestre del año, tiempo, por cierto, en que la Ciudad de México —foco de contagio a nivel país— permaneció de forma indefinida en semáforo naranja, permitiendo la reapertura de ciertos establecimientos; y con ello, miles de jóvenes y familias mexicanas pudieron consumir y producir bienes y servicios. Irremediablemente, la situación actual pone en jaque a millones de mexicanos, en particular a aquellos que perdieron su fuente de ingresos y se encuentran en el desamparo total.

Un escenario cada vez más complicado para las y los jóvenes del país, que incluye una caída libre de la economía, menores oportunidades de crecimiento académico y profesional, un alza en la inseguridad a nivel federal, un detrimento que se hace más grande por la democracia, un territorio cada vez menos verde y sustentable y la latente incertidumbre de no saber qué hacer en el futuro.

México es un país que históricamente ha relegado a las y los jóvenes por considerarlos inexpertos en diversos temas, pero ante la emergencia sanitaria actual se deben sumar esfuerzos y dar cabida a la participación juvenil dentro de sectores de toma de decisiones.

Aun y con las predicciones del subsecretario López-Gattel, o de cálculos que hagan agencias internacionales, no se sabe la fecha en que la pandemia pueda desaparecer o darse por concluida, tanto a nivel mundial como nacional. Lo que sí es seguro, y bien sabido por todas y todos, es que la vida no se detiene, continua con su rumbo y su cauce sigue hasta donde se le permita. Reactivar la economía, principal preocupación, y no sólo de jóvenes, requerirá esfuerzos monumentales, estrategias bien definidas con planes de infraestructura e inversión productiva; pero, sobre todo, se tendrá que hacer a sabiendas de que, sin importar las medidas que se opten ni las causas por las que se luche, nada volverá a ser normal.


Formación electrónica: Yuri López Bustillos, BJV
Incorporación a la plataforma OJS, Revistas del IIJ: Ignacio Trujillo Guerrero