Asaltos1

Publicado el 9 de febrero de 2021


Luis de la Barreda Solórzano

Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM,
email lbarreda@unam.mx

Me es difícil comprender que el Presidente siga pareciéndoles simpático a los creyentes. Mariclaire Acosta califica como asalto a la democracia —resultado de generaciones de lucha en la cual partidarios del gobierno han participado— el plan de desaparecer los organismos autónomos y reguladores (Reforma, 10 de enero). Se acabaría con los contrapesos indispensables en un régimen democrático. El Presidente, vía sus legisladores, desfiguró a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, y la sola mención de su deseo intimidó a la mayoría de los ministros de la Suprema Corte. El hostigamiento al Instituto Nacional Electoral y las calumnias a columnistas críticos y medios de comunicación que informan de realidades que él niega son también parte de ese asalto.

Un asalto al decoro fue su omisión de condenar el bárbaro ataque al Capitolio, intento de golpe de Estado destinado a fracasar, pero que se cobró varias vidas y puso en peligro a los congresistas. Me dejó estupefacto su aserto de que corresponde a los ciudadanos de Estados Unidos resolver los asuntos de su país: ¿no sabe que el propósito de los atacantes era precisamente desconocer la decisión mayoritaria en la elección presidencial?

A esa omisión se sumó su desaprobación al bloqueo de las cuentas de Trump decidido por Facebook, Twitter, Instagram y otras redes, el cual consideró violatorio de la libertad de expresión. Debiera saber que esa libertad, como todas, tiene límites, entre ellos las prohibiciones del discurso de odio y de la instigación a la violencia. Esas redes son empresas con reglas para los usuarios. Ser el político más poderoso de un país hace más imperioso su cumplimiento.

Aún no salía de mi asombro cuando se perpetró un asalto más: el asalto a la decencia. El Presidente ha defendido la candidatura al gobierno de Guerrero de Félix Salgado Macedonio, a quien dos mujeres imputan haberlas violado. El exfiscal de la entidad asegura que en el caso del que él conoció procedía el enjuiciamiento. El Presidente no lo ignora, pero afirma que, como el imputado fue elegido en una encuesta y el pueblo manda, debe acatarse esa decisión. Sostuvo que esa acusación es producto de la temporada, soslayando que la denuncia fue presentada en 2016. El líder de Morena, Mario Delgado, aseveró que en las elecciones surgen señalamientos falsos contra candidatos; pero el de la primera denunciante surgió hace casi un lustro.

Siendo diputado, Salgado, ebrio, intentó golpear a dos policías. Al notar que era filmado, gimió que ellos lo tenían secuestrado. Otro día retó a golpes a Dionisio Pérez Jácome padre. Lo recuerdo en guardia grotesca de box: “¡Éntrale, Nicho!”. En su gestión como alcalde de Acapulco, la violencia se desbordó y el narco lo infiltró todo (Héctor de Mauleón, El Universal, 6 de enero).

La violación es uno de los peores crímenes que la vileza puede sustentar. Al imponerle a una persona un coito no consentido, se le lesiona una de las libertades más preciadas, la más íntima: la libertad erótica, específicamente la libertad de decir no a la cópula que no se quiere. La palabra no, dice Octavio Paz, es la palabra sagrada con la que empieza la libertad. El erotismo, que en sus más altas manifestaciones alcanza el reino de los cielos, implica dar y recibir uno de los deleites más sublimes, y otorga a nuestra sexualidad su calidad más humana y una chispa divina. Es una de las experiencias más enriquecedoras espiritualmente. El violador es enemigo de ese erotismo, pues desprecia las preferencias, los sentimientos, los sueños, el albedrío y la dignidad de la víctima.

“Los agresores sexuales no suelen experimentar preocupación por los efectos de sus actos”, advierte María José Beneyto (Violación sexual: entre lo que siente la víctima y lo que piensa el agresor). El violador goza con el suplicio que inflige: “…puede experimentar el sadismo que soporta la víctima como algo sexualmente excitante”, observa Joanna Bourke (Los violadores). El violador es un hombre fracasado: su éxito se debe a la fuerza bruta y no al atractivo personal (Kurt Weis y Sandra S. Borges, Victimología y violación). La violación genera una sombra en la vida de la víctima muchas veces insuperable.

El feminismo mexicano no puede guardar silencio. Las mujeres que apoyan al Presidente tendrían que reflexionar.


NOTAS:
1 Se reproduce con autorización del autor, publicado en Excelsior, el 14 de enero de 2021: https://www.excelsior.com.mx/opinion/luis-de-la-barreda-solorzano/asaltos/1427037

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