Inteligencia artificial y el futuro del empleo
Publicado el 10 de febrero de 2021
Mauricio Figueroa Torres
Profesor, Facultad de Derecho UNAM
figuerres@derecho.unam.mx
Con afecto a la memoria de Carlos
Daza Gómez: profesor, mentor y amigo
Resulta ampliamente complicado hablar sobre el futuro laboral de cara a la incesante evolución de la inteligencia artificial (IA) y la implementación de la denominada industria 4.0. Los algoritmos y su implementación en diversas máquinas y artefactos —desde drones para la agricultura hasta aspiradoras domésticas— han generado interés en diversos círculos y sectores que abarcan desde empleadores y empresarios hasta académicos, políticos y uniones sindicales.
La opinión en torno al tema se divide grosso modo en dos posturas: por un lado, aquellos que pugnan con optimismo que la revolución de la IA no traerá efectos negativos ni detrimento en las oportunidades laborales y, por el otro, aquellos que avecinan la catástrofe inminente y el desempleo masivo derivado del reemplazamiento del ser humano por máquinas inteligentes.
Este también se ha vuelto un tema ampliamente llamativo para diversos comentaristas, que con oportunismo escriben sobre el tema o incluso publican libros con títulos apocalípticos. Lo anterior, aunado a la atractiva y amplia industria del cine de ciencia ficción, nos deja a la gran mayoría de la población en desconcierto y alarma, pero también en suma ignorancia de lo que se avecina, particularmente en las muy próximas décadas.
Sin embargo, en la literatura existente se pueden encontrar, al menos, dos libros que hablan del tema de manera puntual, tocando sus matices y dialogando cada uno con las posturas optimista y pesimista que imperan en el debate actual. Estos autores son Kai-Fu Lee y Yuval Noah Harari. El primero, científico computacional taiwanés y ex directivo reconocido en el sector Big Tech, actualmente inversionista de capital de riesgo; el segundo, ampliamente prestigiado historiador y profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén.
En sus respectivas obras AI Superpowers (2018) y 21 Lessons for the 21st Century (2018), dichos autores abonan interesantes opiniones en torno a esta conversación.
La corriente optimista sugiere que así como la máquina de vapor o la electricidad trajeron consigo nuevos trabajos, lo mismo pasará con las máquinas inteligentes. Sin embargo, ambos autores coinciden en que la revolución de IA es distinta a la Revolución Industrial, primordialmente porque en ésta última se crearon máquinas que serían empleadas por el ser humano (conservando la persona las habilidades cognitivas del proceso productivo), dejando el trabajo físico a la máquina. Por el contrario, la IA introducirá en el mercado laboral máquinas que por sí solas reciben, analizan, interpretan y sistematizan datos e información a cantidades impensables para alguien de carne y hueso. Es decir, se pasan de procesos automatizados supervisados por humanos (muchos ya conocidos, tales como el ensamble de automóviles en fábricas) a procesos ejecutados por entes autónomos (diagnóstico de enfermedades o un análisis crediticio realizado por algoritmos).
Estos dos autores coinciden en que, efectivamente, la IA optimizará un enorme número de procesos y con ello se perderán diversos empleos, particularmente aquellos que se caracterizan por el trabajo volumétrico y en constante repetición, carentes de interacción social o creatividad.
Sin embargo, la vertiente optimista también indica que los “nuevos desempleados” podrán reinventarse y buscar otro trabajo, por ejemplo, volverse técnicos de robots o programadores de software. No obstante, Harari y Lee coinciden en que lo anterior no es sostenible, toda vez que los nuevos empleos que habrán de generarse serán muy específicos y requerirán el desarrollo de habilidades puntuales que tardan años en consolidarse. Adicionalmente, nada impide que con el paso del tiempo, la IA —con el avance incesante que le caracteriza— pueda cubrir también estos nuevos trabajos, obligando a la desplazada clase laboral a buscar un trabajo diferente, una y otra vez, creando una clase no sólo “desempleada” (unemployed), sino “incontratable” (unemployable), señala Harari.
Pero no todo está perdido acorde con estos dos autores. Al contrario, la era de la IA es también momento de oportunidad para descubrir qué nos hace humanos, qué nos diferencia del mejor algoritmo, del óptimo robot autónomo: las emociones y el afecto. Señala Harari que muchas veces se confunde la “inteligencia” con la “conciencia”; una es la capacidad de razonar y resolver, en tanto que la otra es la capacidad de sentir. De tal suerte que ambos autores apuestan por un futuro en el que los humanos se encarguen —precisamente— de lo “humano” y lo creativo.
Por ejemplo, puede que un algoritmo te diga con precisión que tienes cáncer y cuánto te queda de vida estimada —señala Lee en su libro—, pero es preferible que una persona, un ser humano, te indique las alternativas, resuelva tus dudas e incluso escuche tus temores del tratamiento y los disipe. En el siglo XXI existe una posibilidad de coexistencia entre AI y humanos, la primera encargándose de la parte “inteligente” y nosotros de lo “consciente”.
Por ejemplo, en el campo de los abogados, fácilmente un algoritmo especializado podrá analizar diversos tipos penales, revisar jurisprudencia, procesar los señalamientos y conductas materia de la denuncia, incorporar agravantes o atenuantes, para finalmente emitir un escrito para el defendido. Sin embargo, esto difícilmente eliminará la necesidad humana del procesado de hablar con su representante legal, expresar sus inquietudes en torno al juicio y solicitar explicaciones diluidas y claras sobre las mismas. Es ahí donde justamente entran las habilidades suaves (soft skills) que no pueden tomar las máquinas. Pensemos, por decir, en los procesos de justicia restaurativa o mediación familiar, donde dichas habilidades son indispensables.
Si bien la ciencia ficción nos ha indicado que las máquinas pueden eventualmente sentir, temer, amar, tener curiosidad, odiar, discernir lo bueno y malo —tal como Samantha en Her o HAL en 2001: odisea del espacio— lo cierto es que lo anterior es una falsa representación de la AI, al darle tintes de consciencia que no tiene ni está diseñada para ello.
Adicionalmente, como humanidad —convergen ambos autores— debemos enfocarnos más en la inteligencia emocional, en las relaciones interpersonales y en nuestros sentimientos como seres vivientes. Dejemos la información y datos a los algoritmos y máquinas inteligentes. Por ello, se debe explorar en nuevos trabajos para nuestro futuro, tales como cuidados personales, artes, atención al cliente, decoración, deportes, etcétera.
El reto está precisamente en crear y reconocer estos empleos más “humanos”, que sean dignos y remunerados.
Una alternativa que ambos ponen sobre la mesa, aunque con diferente enfoque, es el Ingreso Básico Universal (IBU). Para el filósofo israelí el reto está de entrada en definir qué es “básico” (monto “básico” puede significar cosas muy distintas en la India, que en Suecia o Guyana) y qué es “universal” (alcance de aplicación territorial y problemas con nacionalismos al emplear recursos de un Estado A —por ejemplo, Canadá o Bélgica— para cubrir el IBU en un Estado B, como Uganda o Kyrgyzstan). Por su parte, para el ex presidente de Google China, dicho ingreso debe estar particularmente dirigido a aquellos que se dedican a labores creativas de corte “humano” (Social Investment Stipend, le denomina Lee).
Es verdad que esto último requiere un análisis detenido y separado. Por momentos, el debate en torno al IBU parece ser ajeno a la revolución de la IA y la industria 4.0. Pero es precisamente para ambos autores un mecanismo —no el único— para aminorar los eventuales estragos del desplazamiento laboral, permitiendo a algunas de las futuras generaciones, quizá, encontrar significado y realización en sus vidas, a través de la revaloración de actividades enfocadas a nuestra interacción social y conocimiento humano.
Existen también posturas adicionales a las aquí expuestas, que apuntan, más bien, por una contracorriente, una especie de resistencia a la implementación de la industria 4.0. Piénsese, por ejemplo, en las diversas voces que encuentran un foro de deliberación en la revista electrónica futuresofwork.co.uk, foro interesante y crítico respecto a la tecnología y su impacto en el empleo y los trabajadores.
En general, las sociedades deben estar abiertas al cambio y comprender que, en definitiva, el avance tecnológico continuará; el reto está en mantener al centro del desarrollo una óptica humana y no de mero capitalismo digital y tecnológico. Esta disrupción puede traer crisis, pero también una gran oportunidad para conocernos a fondo y saber que no sólo somos seres vivos que se emplean en procesos de producción; sino que en nuestra naturaleza hay elementos que no se pueden traducir a algoritmos ni tampoco pueden ejecutarse por máquinas inteligentes.
Formación electrónica: Yuri López Bustillos, BJV
Incorporación a la plataforma OJS, Revistas del IIJ: Ignacio Trujillo Guerrero