¿El poder corrompe?1

Publicado el 28 de mayo de 2021


Luis de la Barreda Solórzano

Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM,
email lbarreda@unam.mx

Se ha dicho mucho que el poder corrompe. Es una afirmación formulada con ligereza, que se ha venido reiterando inercial, irreflexiva e injustamente. Si el poder necesariamente corrompiese, ningún gobernante de la historia se habría librado de corromperse. Pero cualquiera puede mencionar, sin esfuerzo, varios ejemplos de gobernantes que, en su paso por el poder, no solamente no se han corrompido, sino han dado muestras de honestidad sin fisuras, vocación de servicio, sensatez, sensibilidad y entrega apasionada a la compleja tarea de gobernar.

No, el poder no corrompe. Quien tiene solidez ética resiste todas las tentaciones a que las circunstancias lo enfrentan. El yo más íntimo del individuo con amor propio —aprecio por sí mismo— sabe que no hay premio mayor que la satisfacción de actuar respetando lo que se es. Don Quijote dice, con orgullo: “Yo sé quien soy”. No, el poder no corrompe. Lo que sucede es que da oportunidades inmejorables de mostrar el verdadero yo: mezquino, cruel, bueno, excelente…

El gobernante tiene grandes posibilidades de perjudicar o beneficiar a sus gobernados. Como cualquier otro ser humano, tiene sus prejuicios, fobias y visión de la vida, puede cegarse en sus yerros y abrir un abismo insalvable entre sus obsesiones y las necesidades, anhelos e intereses de sus gobernados. Pero las consecuencias de esos errores se magnifican precisamente por el poder que ejerce. Por eso el individuo éticamente sólido ha de tener coraje para reconocer sus errores, es decir, aquellos de sus actos que han hecho daño a los demás, y generosidad para enmendarlos. “La generosidad —advierte Fernando Savater— vigila porque los otros no sean postergados nunca a ninguna cosa… ni siquiera a un valor” (Invitación a la ética). El gobernante con solidez ética no se permite lastimar a sus gobernados, a quienes atiende siempre con entusiasta humanidad.

Si el gobernante no brinda esa atención a sus gobernados se estará corrompiendo, aunque no se embolse ilícitamente un solo peso. Volvamos la mirada a las actitudes de nuestro Presidente. Para quienes no se obnubilan en alucinado fanatismo, su talante quedó al descubierto cuando echó a la basura la obra del nuevo aeropuerto. A los más de 300,000 millones de pesos que nos costará el capricho se suma la pérdida de un centro de conexiones internacionales de clase mundial que generaría cientos de miles de empleos. Nos cambió esa gran obra por el parche a un aeródromo insuficiente y lejano.

Y después: la eliminación de las estancias infantiles y los comedores populares; la extinción de los fideicomisos que apoyaban a defensores de derechos humanos y víctimas, al medio ambiente, la ciencia, la tecnología y la innovación tecnológica, al cine, las artes y la cultura; la supresión de becas a quienes estudian posgrados en el extranjero; la cancelación del Seguro Popular, que permitía atender enfermedades incosteables para las familias; la negligencia con que se enfrentó la pandemia, lo cual ocasionó medio millón de muertos; la falta de apoyo al millón de pequeñas empresas que quebraron. “La crisis nos viene como anillo al dedo”, celebró el Presidente.

Y más todavía: la duplicación de la cantidad de mexicanos en situación de pobreza; el desabasto de vacunas y medicamentos, que ha privado de los suyos incluso a niños con cáncer; la condescendencia con criminales; los ataques calumniosos al INE; la utilización de la acción penal contra adversarios políticos; la captura de la CNDH y el anunciado propósito de eliminar a los organismos autónomos constitucionales; el hostigamiento a jueces y columnistas críticos; el apoyo a la candidatura de un imputado por violación, y un larguísimo etcétera.

Se actúa corruptamente al ejercerse el poder con inhumanidad, ineptitud e inanidad, y con un proyecto totalitario.


NOTAS:
1 Se reproduce con autorización del autor, publicado en Excelsior, el 27 de mayo de 2021: https://www.excelsior.com.mx/opinion/luis-de-la-barreda-solorzano/el-poder-corrompe/1451186

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