Un deseo perverso1

Publicado el 3 de septiembre de 2021


Luis de la Barreda Solórzano

Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM,
emaillbarreda@unam.mx

La falsa acusación —la acusación sostenida fraudulentamente con pruebas falsas, distorsionadas o inventadas en la oficina de los acusadores— es uno de los peores crímenes que la infamia puede soportar.

Los acusadores mendaces saben que el acusado no es culpable, pero no les importa arruinarle la vida si lo consideran conveniente para sacar rédito político, o para tomar venganza de un agravio real o supuesto, o para satisfacer las expectativas de sectores de la opinión pública ávidos no de justicia, sino de ver rodar cabezas, sobre todo de personajes prominentes.

Me ha tocado en suerte combatir falsas acusaciones, sobre todo, pero no únicamente, cuando disfruté del privilegio de presidir la Comisión de Derechos Humanos de la capital del país. Es muy satisfactorio lograr echarlas abajo, pero, aunque los acusados finalmente resulten eximidos, con la sola acusación se les causa un daño considerable. En efecto, como explicó Francesco Carnelutti en Las miserias del proceso penal, la justicia funciona de tal manera que hace sufrir al acusado no sólo cuando es culpable y se le impone una pena, sino cuando se averigua si es culpable.

El acusado, desde el momento mismo en que se entera de que pende sobre él la amenaza de ser enviado a la cárcel, vive una zozobra inevitable ya que, como se lo dijo don Quijote a Sancho, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres. Pero no sólo es el temor a la prisión, sino las infinitas molestias que supone el procedimiento penal y las cantidades que hay que erogar para cubrir los gastos a que obliga tal procedimiento y los honorarios del abogado defensor, que suelen ser elevados.

Como apunté, me tocó defender en la Comisión a varias personas acusadas falsamente. El caso más célebre fue el de los procesados por el homicidio de Paco Stanley. Expliqué a la jefa de Gobierno, Rosario Robles, que la acusación era burda, pero ella prefirió dejar a los acusados en la cárcel por no contrariar a su procurador, Samuel del Villar. Ahora está presa no obstante que debiera enfrentar su proceso en libertad: una amarguísima sopa de su propio chocolate.

Defendí a mi padre de once acusaciones, todas ellas desechadas por los distintos jueces que conocieron de ellas. Escribí varios artículos y un libro en defensa de Florence Cassez —la defensa legal, muy brillante, estuvo a cargo del abogado Agustín Acosta—, finalmente exonerada, pero después de varios años que, en la flor de la vida, estuvo presa.

Ahora el acusado grotescamente es Ricardo Anaya. El delator Emilio Lozoya le imputó haber recibido un soborno cuando era diputado para que votara por la reforma energética. La imputación es insostenible: en la fecha que Lozoya señala que se produjo el soborno, Anaya no era diputado en activo y la reforma ya había sido aprobada. Pero, además, el partido de Anaya, el PAN, siempre ha estado de acuerdo con el contenido de esa reforma.

¡Ah, esa incongruencia podía enmendarse! En una posterior declaración, Lozoya cambió la fecha… ¡y asunto arreglado! Como en el caso del general Tomás Ángeles, a quien un testigo protegido imputó haber recibido un soborno en México en una fecha en la que el militar demostró que se encontraba en Alemania, a donde viajó porque su hija dio a luz en ese país. Muy sencillo: al testigo, como a Lozoya, se le hizo cambiar la fecha en una nueva declaración.

El Presidente ha instado a Anaya a que no huya, aunque sea enviado a prisión, pues la cárcel —dice— fortalece a los dirigentes que luchan por una causa. No, la cárcel no fortalece a nadie: devasta. Y nadie debe ir a prisión por acusaciones cuya falsedad es evidente como en este caso.

Aclaro: no conozco a Ricardo Anaya ni voté por él en la elección presidencial. Pero clama al cielo que se le quiera encarcelar para satisfacer un deseo perverso.

NOTAS:
1 Se reproduce con autorización del autor, publicado en Excelsior, el 2 de septiembre de 2021: opinion | Excélsior (excelsior.com.mx)

Formación electrónica e incorporación a la plataforma OJS, Revistas del IIJ: Ignacio Trujillo Guerrero BJV