Mujeres, roles de género y la guerra entre grupos delictivos en México

Publicado el 4 de octubre de 2021

Mayra Rocío Santiago Ramos
Posgrado en Ciencias Forenses
Instituto de Ciencias Jurídicas de Nayarit
email tinku_oax@hotmail.com

Abel Rodríguez Carrillo
Posgrado en Antropología
Escuela Nacional de Estudios Superiores
UNAM-Morelia
email arodriguezcar@hotmail.com

A propósito de la lectura de Rita Segato acerca de Las nuevas formas de la guerra y el cuerpo de las mujeres coincidimos en que las guerras no tienen como finalidad la paz ni mucho menos adquieren una connotación conclusiva. En este sentido, los conflictos donde participan Estados-nación, y dentro de ellos grupos militares vs. grupos delictivos u otras formas de representaciones del enemigo externo e interno, han mantenido como parte de sus triunfos y rapiñas no sólo los territorios ganados, sino en ellos la violación sistemática e inseminación forzada del cuerpo de las mujeres locales como parte del ejercicio de poder simbólico y material en detrimento de los derechos humanos de mujeres de cualquier edad que representan la extensión de la ocupación del cuerpo-territorio por el nuevo grupo o fratría a cargo.

De forma paulatina se ha transformado la violencia sobre el cuerpo de las mujeres y cuerpos feminizados. La violencia y sus expresiones, tales como la tortura y los delitos sexuales sobre los cuerpos de las mujeres, han pasado de ser un supuesto “daño colateral” a adquirir una centralidad donde se ha diversificado la cosificación del cuerpo de la mujer como parte fundamental de la estrategia de ocupación y dentro de ella, de una tipificación atroz de crímenes sexuales provistos en el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional desde julio de 1998. No han sido suficientes la implementación de marcos normativos internacionales implementados en aras de la protección de la mujer, pues la violencia sobre la misma se ha incrementado en los últimos años. De estos hechos no sólo hablan las cifras (en el informe “Las mujeres olvidadas de la guerra contra el narco” se hablaba, hasta marzo de 2021, que cinco de cada 10 mujeres en la cárcel son acusadas de narcotráfico), sino, además, se encuentran las múltiples voces de mujeres que se han alzado en busca de romper con las “sesgadas narrativas y masculinizadas confesiones de guerra”, como lo advierte la antropóloga Ana Milena Coral.

Los roles de género de las mujeres dentro de las nuevas guerras —y quizá no tan nuevas en refutación al título de Rita Segato— son múltiples. Sin duda, hablar de esas “nuevas guerras” nos lleva a repensar el escenario del narcotráfico en México y en América Latina, donde se han configurado y adaptado paulatinamente representaciones y roles tradicionales de las mujeres encuadradas dentro de espacios domésticos, sumisas, subordinadas, complacientes y relegadas a los cuidados y a la alimentación de los grupos delictivos; así como de satisfacer sexualmente a las nuevas fratrías. En este tenor, hoy día vemos un salto gradual de mujeres víctimas a victimarias dentro de asociaciones criminales, muchas veces manteniendo un continuum en sus funciones que pareciera replicar el mismo sistema de dominación patriarcal al que pertenecen, y éste, a su vez, se repite en el aspecto criminal. Mujeres cuya actividad consiste en el cuidado y alimentación de las víctimas como un rol que pareciera inherente al género, pero esta vez dentro de espacios delictivos, como fue el caso de las jóvenes detenidas por el caso de la bodega Toluquilla en Tlaquepaque, Jalisco; 1 cual muestra fehaciente de la integración de mujeres adolescentes entre asociaciones criminales con la encomienda del cuidado de las víctimas.

En este sentido, confirmamos que estos grupos de referencia no inventan o cambian las ideologías en torno al rol de la mujer en la sociedad; únicamente replican lo aprendido y lo que se espera de la mujer ante un contexto criminal que sigue manifestando el poder masculino de forma preponderante, no sólo en las actividades en que la mujer es partícipe, sino también en la forma e inclusión de mujeres cada vez más jóvenes en actividades ilícitas.

No obstante, también encontramos entre las narrativas del narcotráfico mujeres con una posición más activa. Mujeres con modificaciones corporales —signo de una feminidad “buchona”— que son parte de esas “infanterías del narco” que señala el periodista Víctor Ronquillo, usadas inicialmente como “burreras” transportando drogas de sur a norte; así como dealers del narcotráfico en distintas ciudades del país y Latinoamérica. Mujeres que fungen como acompañantes y administradoras, dando cuenta de un nuevo narcomarketing y narcoglamour (a los que alude la Dra. Alejandra León Olvera en su obra La feminidad buchona...); hasta otras representaciones —exiguas, quizá— de mujeres al mando; por lo general, todas y cada una de las representaciones referidas asociadas a una configuración local, regional y estatal de grupos delictivos de bajo perfil hasta elites dentro de la hoy llamada “aristocracia del narcotráfico” en México.

Sin embargo, en cualquier caso las mujeres son víctimas de la violencia expresiva encabezada por el narco —y tolerada por el Estado— en nuestro país y otras regiones de Latinoamérica, donde las condiciones sociales de precarización de la vida son el caldo de cultivo donde emergen, a un bajo costo, las nuevas integrantes de esas infanterías de la ilegalidad, ya sea forzadamente a través de la violencia sobre sus cuerpos y sus territorios, o simbólica y contextualmente, a través de sus condiciones de vida que las orillan a buscar un lugar dentro de los grupos delictivos como una oportunidad —efímera y equívoca quizá, pero única ante sí— de sobrellevar sus vidas, así como muchos jóvenes en medio de una guerra de baja intensidad ya no contra el narcotráfico en México solamente, sino contra la juventud latinoamericana que se confronta ante este escenario con una problemática trasnacional en la actualidad.


NOTAS:
1 “15 secuestrados de Toluquilla: la mayoría es de la costa de Jalisco”, Debate, 8 de noviembre de 2019.


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Incorporación a la plataforma OJS, Revistas del IIJ: Ignacio Trujillo Guerrero