Salud, Estado y farmacéuticas

Publicado el 13 de diciembre de 2021

Raymundo Pérez Gándara
Lector senior. Bureau de Docencia e Investigación de Frontera
emailrp_gandara@hotmail.com

Desde la segunda mitad del siglo pasado se ha venido dando una enorme brecha entre la llamada “medicina médico científica” y la salud pública, cuyo problema se da desde los aspectos teóricos hasta los pragmáticos. Esa escisión entre salud pública y medicina tecnologizada requiere ser atendida mediante políticas de salud pública que, de manera inexorable, reduzcan esa brecha que, por lo demás, se hace cada vez más grande. De ahí la importancia que adquiere la salud mental poblacional, donde persiste la creencia de que los pobres no pueden acceder, como los ricos, a los beneficios de los adelantos de la ciencia.

En otro orden de ideas, el sujeto debe, necesariamente, transcurrir su cotidianidad no sólo con la vida, sino también con la muerte. En este sentido, el cuerpo, mortal por naturaleza, impone condiciones al placer y, a la vez, al sufrimiento y a la enfermedad. Eso es lo que hace posible sostener los principios de la vida. Así, la objetividad depende de dejar fuera al entorno natural y excluir la subjetividad del enfermo.

La medicina ha hecho posible la construcción del conocimiento científico sobre el individuo para después desplazarse a otros aspectos del saber humano (Foucault). La enfermedad y la muerte, el envejecimiento, el dolor y la sexualidad, están inscritos en la ciencia objetiva.

La salud pública tiene su origen en la atención de las epidemias, desde el control y la vigilancia de los riesgos de la enfermedad mediante las tareas que garantizan la vida saludable. Toda epidemia amenaza la vida; cuando la epidemia es controlada es posible evitar la muerte. Y es el médico el encargado de vigilar y controlar, por tanto, es el responsable del saber y de poder descubrir el mal y eliminarlo. Entonces, lo que busca la salud pública es crear una conciencia médica de los cuidados de la salud.

En relación con la salud y la enfermedad, son, al menos, dos: la salud pública como tal, y la que se constituye como ciencia médica. Y hoy por hoy no existe una conciencia médica homogénea para significar, valorar y legitimar las prácticas de salud.

Ahora bien, el humanismo médico le es esencial a la salud pública. Esta conciencia humanista no es la de un médico frente a los signos de la enfermedad; es ya una conciencia social de la enfermedad y de la muerte y de su necesario control público como función indelegable del Estado. En ese espacio se espera que el médico sepa situar el malestar y comprender los síntomas de la enfermedad, por lo cual hará el diagnóstico diferencial.

Para la salud pública es importante que la producción subjetiva de la salud permita controlar los riesgos de la enfermedad. Sus principios son de humanismo, igualdad, responsabilidad compartida y solidaridad. La valoración de la vida como bien superior. Por ello la actividad del médico no es la de un práctico más, la de un profesional liberal; es el representante de ese humanismo ante el Estado y la sociedad. Esa idea incide en la figura del médico humanista y el giro posterior hacia un humanismo científico; hacia una preocupación por la salud y lo saludable. Sin embargo, se da un nuevo desvío, esto es, la presencia de un nuevo actor en el universo de la salud: las empresas de la salud y su tecnología, desplazando el prestigio del médico hacia el objeto técnico y la figura del experto. Bien haría el lector, si no lo ha visto, ver el documental de Michael Moore (Sicko) donde muestra, en toda su magnitud, cómo las grandes empresas farmacéuticas y hospitalarias estadounidenses han vuelto elitista la salud dejando fuera a la gran mayoría.

El nuevo objeto de salud se debe inscribir en la ciencia, y la técnica en las manos de expertos que dicten el consumo de hábitos saludables; que ofrecen atenuar el dolor, prevenir y derrotar a la enfermedad, vencer el envejecimiento del cuerpo, prolongar la juventud y los valores de su disfrute, así como alejar los límites biológicos de la vida. No es la necesidad la que lleva a construir el objeto de salud (restablecer la salud, prevenir la enfermedad); es el objeto ofertado el que está construyendo la necesidad y la subjetividad que la sostiene. Una misma cultura y subjetividad son el sostén de este consumo de salud y del prestigio de la medicina científica y técnica. Se asiste a un proceso de medicalización de la sociedad y de psiquiatrización del sufrimiento social. El caso urgente de salud pública por el uso desmesurado de los opioides en Estados Unido es alarmante.

La actual hipocondría cultural de la salud: se cree en vencer la enfermedad, el envejecimiento biológico y la muerte, y con la misma fe, se cree en la vida emocional regulada y controlada por diversos psicofármacos. Las empresas que producen para esta hipocondría social son los nuevos directores de la conciencia 2que está desplazando al médico humanista. Asimismo, esta hipocondría de la salud está cubierta por un cierto hedonismo. En este estado de las cosas, el modelo médico científico se ha desarrollado con base en dos pilares: diagnóstico y tratamiento. Estas prácticas son las que han generado la mayor tecnología médica.

Es necesario revisar las políticas de Estado respecto de la salud pública y, además de dar prioridad a la investigación científica en ésta y otras materias, hacer nuevas normas jurídicas en las que el Estado se imponga a las trasnacionales de la salud, tanto farmacéuticas como hospitalarias. También debe revertir la ideología predominante sobre la cultura de salud —principalmente los países periféricos que carecen de los recursos para montar infraestructuras modernas—, por lo que tiene que pagar enormes cantidades de recursos económicos a las trasnacionales (40 mil millones de pesos le costará a México la tercera dosis de vacunas).

Insisto, el Estado debe promover y proveer con amplios recursos la investigación científica de la salud en las universidades públicas. Con la pandemia actual se evidenció el desmantelamiento de los servicios de salud pública, y como consecuencia, la carencia de especialistas. Cuba es un ejemplo de salud pública que podría, con las reservas del caso, imitarse —claro que lo mejor sería tener un sistema de salud como Canadá, Reino Unido o Francia—. Es momento de que los Estados enfrenten el poder incontrolable de las trasnacionales de la salud. El presidente Obama (Estados Unidos) y su confrontación por el seguro general para los estadounidenses de escasos recursos, el llamado “Obamacare” (Ley de Protección al Paciente y Cuidado de Salud a Bajo Precio, ACA, por sus siglas en inglés), es elocuente. Y México no es una excepción: lo sucedido con las farmacéuticas en estos tiempos de pandemia y su enfrentamiento con el poder del Estado; esos monopolios deben ser regulados bajo el principio de la seguridad del Estado o las consecuencias seguirán siendo la enfermedad y la muerte.

La reciente reunión entre los presidentes, y el primer ministro de Estados Unidos, de México y Canadá, es una oportunidad para tomar este asunto como prioritario, so pena de que la rehabilitación sea enormemente costosa, muy prolongada y deje una población expuesta a los intereses del mercado.


Formación electrónica: Yuri López Bustillos, BJV
Incorporación a la plataforma OJS, Revistas del IIJ: Ignacio Trujillo Guerrero